Octojin
El terror blanco
18-10-2024, 09:48 AM
Octojin no podía evitar sentirse completamente abrumado por las muestras de cariño de Asradi. Cada beso que la sirena le daba le ruborizaba al momento, una reacción que parecía inevitable cada vez que ella se acercaba de esa forma. La cosa es que tenía una mezcla de sensaciones entre vergüenza y placer, algo que le encantaba, aunque no entendía el por qué. Podía entender que el placer le supusiera una sobredosis de energía, que lo disfrutara, pero, ¿por qué la mezcla con esa vergüenza le encantaba? Cuando la giró juguetonamente en sus brazos y vio la felicidad y complicidad en sus ojos, sintió que estaba haciendo algo bien, que esos momentos eran importantes para ambos. Y que pasara lo que pasara, quedarían en su memoria por mucho tiempo. Serían eternos.
Con una sonrisa y un ligero rubor aún en el rostro, Octojin se preparó la ropa que se iba a poner para bajar al mercado. Fue bastante conservador y eligió ropa negra, que era la que mejor le quedaba, tanto por simplicidad como por su claro color de piel. La sirena le había permitido ir con ella a cambio de que después se echara una siesta. Lo cierto es que estaba haciendo todo lo que estaba en su poder por intentar que no se notase su cansancio, pero por alguna razón, Asradi se había dado cuenta de que estaba bastante agotado. Quizá no se le daba tan bien fingir estar activo, después de todo. O puede que las ojeras le delatasen.
Mientras cogía las prendas preparadas para meterse al baño, se dio cuenta de lo afortunado que era por tenerla a su lado. De las sonrisas que le sacaba de manera inconsciente, simplemente por el echo de estar allí. Por mirarle, sin más. El escualo le dijo rápidamente que no tardaría más de dos minutos en ducharse, y, efectivamente, así fue. Aunque tras decir aquello, le dio una palmadita en el trasero a modo de broma, mientras salía corriendo hasta meterse en el baño. El gyojin entró y se despojó de sus ropas, dejando que el agua fría cayera sobre su cuerpo, limpiando no solo el sudor de la noche, sino también las tensiones acumuladas. El agua se deslizó por sus escamas mientras él se frotaba con fuerza, y aunque su ducha fue breve, salió sintiéndose completamente renovado. Aquello le vino de perlas, notando esa calma que necesitaba cada día antes de bajar a la calle y sufrir al gentío gritando y mirándole de una forma tan despectiva que ya había aprendido a lidiar con indiferencia. Aquello era algo contra lo que no podía luchar, no al menos cada día. Y no iba a estropear un día con Asradi peleándose por aquello.
La ducha mañanera era una sensación de frescura y calma que lo ayudaba a centrarse en lo que importaba: pasar tiempo con Asradi. Todo el que fuera posible. Así que despejado y duchado, ya no hacía nada en el baño.
Cuando salió de la ducha se limitó a secarse rápidamente mientras se miraba al espejo. Usó un poco de enjuague bucal, pensando en que quizá habría algún que otro beso más juguetón después. Y sonrió al ver tanto el gel como el perfume de Tiburón Dandy. Lo cogió y lo tiró contra la papelera, sin poder dejar de sonreír. Si a su sirena le gustaba más sin ningún tipo de aroma artificial, así sería. Estuviera ella delante o no.
Cogió la ropa que se había preparado y se la puso, notando cómo aún estaba algo húmedo, pero no le importó. Su cuerpo absorvía con demasiada facilidad el agua, y secarse por completo era una tarea complicada. Además de una que no gustaba mucho al escualo. Su cuerpo y el agua eran uno, y como tal, necesitaban estar en contacto con cierta frecuencia.
Una vez ambos estuvieron listos, salieron juntos de la posada. El día estaba despejado, el sol brillaba con fuerza y las calles empezaban a llenarse de actividad, denotando que la normalidad volvía como cada día. El bullicio de los comerciantes y el sonido de los carruajes, repletos de nuevos enseres que vender, creaban una sinfonía de vida cotidiana que acompañaban sus pasos. Octojin observaba a su alrededor con una mezcla de admiración y alerta, mientras caminaban lado a lado. Tendió su mano, esperando recibir la de la sirena como ya habían hecho en otros paseos que habían dado. ¿Cómo serían los paseos sin ella en el futuro? Seguro que aquellos pequeños detalles que hacía casi sin pensar, le hacían recordarla. El olor a mar salado llegaba en ráfagas suaves, mezclándose con los aromas de los puestos de comida que comenzaban a abrirse paso en el mercado.
Y hablando de puestos de comida, el tiburón paró en uno que solía frecuentar y nunca se había decidido a probar. Uno de extraños algodones de azúcar de distintos colores y sabores. Lo cierto es que olía bastante dulce, y aunque él era mucho más de salado, esa vez no se puedo resistir. Compró dos, uno que el vendedor el recomendó, siendo el típico rosa, y otro de un color rojizo que le llamó la atención. Le ofrecería ambos a la sirena para que los probase y se quedase el que más le gustara.
—Si te soy sincero, no sé cómo sabrá esto, la verdad. Pero siempre que pasaba por aquí me entraban ganas de probarlo, y no lo había hecho hasta ahora. Quizá sea una mierda, no sé.
Aquellas palabras en alto desataron un fuerte cabreo en el vendedor, al cual no le sentó muy bien la última parte. Levantando la mano el gyojin pidió perdón y se alejó, haciendo muecas junto a la sirena, denotando su asombro al ver que el humano seguía soltando palabras malsonantes aún cuando estaban alejándose.
El camino hacia el mercado, a raíz de ahí, fue tranquilo, aunque el gyojin mantuvo siempre un ojo vigilante en caso de que algo inesperado sucediera. Por fortuna no fue así. Había aprendido a no bajar la guardia desde bien pequeño, y se decidió a ir bastante pendiente debido a los eventos del día anterior, pero también disfrutaba del paseo con la sirena, admirando los colores y sonidos que lo rodeaban.
Iba saboreando los algodones, que si bien estaban dulces, no le evocaban a ningún sabor conocido. Pero no le disgustó. Afortunadamente no fue un manjar tan exquisito como para tener que comprarlo cada día, ya que tener que coincidir con aquél humano más veces le supondría un esfuerzo y paciencia que no estaba dispuesto a hacer por un simple algodón de azúcar.
Cuando llegaron al mercado, Octojin miró a Asradi con una sonrisa tranquila, apretándole por la cintura y agachándose hasta darle un beso en la parte superior de la cabeza.
— Aquí mandas tú, mi querida sirena. Yo solo te sigo y ayudo con lo que necesites. Cuenta conmigo para cargar todo lo que tengas que llevar.
Se sentía completamente en paz con ella a su lado, dispuesto a disfrutar del día y a aprovechar cada instante juntos antes de que la realidad los separara nuevamente.
Con una sonrisa y un ligero rubor aún en el rostro, Octojin se preparó la ropa que se iba a poner para bajar al mercado. Fue bastante conservador y eligió ropa negra, que era la que mejor le quedaba, tanto por simplicidad como por su claro color de piel. La sirena le había permitido ir con ella a cambio de que después se echara una siesta. Lo cierto es que estaba haciendo todo lo que estaba en su poder por intentar que no se notase su cansancio, pero por alguna razón, Asradi se había dado cuenta de que estaba bastante agotado. Quizá no se le daba tan bien fingir estar activo, después de todo. O puede que las ojeras le delatasen.
Mientras cogía las prendas preparadas para meterse al baño, se dio cuenta de lo afortunado que era por tenerla a su lado. De las sonrisas que le sacaba de manera inconsciente, simplemente por el echo de estar allí. Por mirarle, sin más. El escualo le dijo rápidamente que no tardaría más de dos minutos en ducharse, y, efectivamente, así fue. Aunque tras decir aquello, le dio una palmadita en el trasero a modo de broma, mientras salía corriendo hasta meterse en el baño. El gyojin entró y se despojó de sus ropas, dejando que el agua fría cayera sobre su cuerpo, limpiando no solo el sudor de la noche, sino también las tensiones acumuladas. El agua se deslizó por sus escamas mientras él se frotaba con fuerza, y aunque su ducha fue breve, salió sintiéndose completamente renovado. Aquello le vino de perlas, notando esa calma que necesitaba cada día antes de bajar a la calle y sufrir al gentío gritando y mirándole de una forma tan despectiva que ya había aprendido a lidiar con indiferencia. Aquello era algo contra lo que no podía luchar, no al menos cada día. Y no iba a estropear un día con Asradi peleándose por aquello.
La ducha mañanera era una sensación de frescura y calma que lo ayudaba a centrarse en lo que importaba: pasar tiempo con Asradi. Todo el que fuera posible. Así que despejado y duchado, ya no hacía nada en el baño.
Cuando salió de la ducha se limitó a secarse rápidamente mientras se miraba al espejo. Usó un poco de enjuague bucal, pensando en que quizá habría algún que otro beso más juguetón después. Y sonrió al ver tanto el gel como el perfume de Tiburón Dandy. Lo cogió y lo tiró contra la papelera, sin poder dejar de sonreír. Si a su sirena le gustaba más sin ningún tipo de aroma artificial, así sería. Estuviera ella delante o no.
Cogió la ropa que se había preparado y se la puso, notando cómo aún estaba algo húmedo, pero no le importó. Su cuerpo absorvía con demasiada facilidad el agua, y secarse por completo era una tarea complicada. Además de una que no gustaba mucho al escualo. Su cuerpo y el agua eran uno, y como tal, necesitaban estar en contacto con cierta frecuencia.
Una vez ambos estuvieron listos, salieron juntos de la posada. El día estaba despejado, el sol brillaba con fuerza y las calles empezaban a llenarse de actividad, denotando que la normalidad volvía como cada día. El bullicio de los comerciantes y el sonido de los carruajes, repletos de nuevos enseres que vender, creaban una sinfonía de vida cotidiana que acompañaban sus pasos. Octojin observaba a su alrededor con una mezcla de admiración y alerta, mientras caminaban lado a lado. Tendió su mano, esperando recibir la de la sirena como ya habían hecho en otros paseos que habían dado. ¿Cómo serían los paseos sin ella en el futuro? Seguro que aquellos pequeños detalles que hacía casi sin pensar, le hacían recordarla. El olor a mar salado llegaba en ráfagas suaves, mezclándose con los aromas de los puestos de comida que comenzaban a abrirse paso en el mercado.
Y hablando de puestos de comida, el tiburón paró en uno que solía frecuentar y nunca se había decidido a probar. Uno de extraños algodones de azúcar de distintos colores y sabores. Lo cierto es que olía bastante dulce, y aunque él era mucho más de salado, esa vez no se puedo resistir. Compró dos, uno que el vendedor el recomendó, siendo el típico rosa, y otro de un color rojizo que le llamó la atención. Le ofrecería ambos a la sirena para que los probase y se quedase el que más le gustara.
—Si te soy sincero, no sé cómo sabrá esto, la verdad. Pero siempre que pasaba por aquí me entraban ganas de probarlo, y no lo había hecho hasta ahora. Quizá sea una mierda, no sé.
Aquellas palabras en alto desataron un fuerte cabreo en el vendedor, al cual no le sentó muy bien la última parte. Levantando la mano el gyojin pidió perdón y se alejó, haciendo muecas junto a la sirena, denotando su asombro al ver que el humano seguía soltando palabras malsonantes aún cuando estaban alejándose.
El camino hacia el mercado, a raíz de ahí, fue tranquilo, aunque el gyojin mantuvo siempre un ojo vigilante en caso de que algo inesperado sucediera. Por fortuna no fue así. Había aprendido a no bajar la guardia desde bien pequeño, y se decidió a ir bastante pendiente debido a los eventos del día anterior, pero también disfrutaba del paseo con la sirena, admirando los colores y sonidos que lo rodeaban.
Iba saboreando los algodones, que si bien estaban dulces, no le evocaban a ningún sabor conocido. Pero no le disgustó. Afortunadamente no fue un manjar tan exquisito como para tener que comprarlo cada día, ya que tener que coincidir con aquél humano más veces le supondría un esfuerzo y paciencia que no estaba dispuesto a hacer por un simple algodón de azúcar.
Cuando llegaron al mercado, Octojin miró a Asradi con una sonrisa tranquila, apretándole por la cintura y agachándose hasta darle un beso en la parte superior de la cabeza.
— Aquí mandas tú, mi querida sirena. Yo solo te sigo y ayudo con lo que necesites. Cuenta conmigo para cargar todo lo que tengas que llevar.
Se sentía completamente en paz con ella a su lado, dispuesto a disfrutar del día y a aprovechar cada instante juntos antes de que la realidad los separara nuevamente.