Octojin
El terror blanco
18-10-2024, 12:43 PM
Octojin se encontraba de rodillas en la cubierta, con las manos apretadas contra su cabeza. Un sonido penetrante, inhumano, lo recorría por completo, como si sus huesos se estuvieran quebrando con cada vibración. Su instinto de supervivencia gritaba que debía moverse, pero el dolor en su cabeza era paralizante. Notó cómo varios disparos atravesaban su cuerpo, uno en el costado, otro en el muslo, y el último cerca del hombro. Quiso moverse, ponerse las manos en las heridas y detener el sangrado, pero no podía. Era como si su cuerpo estuviera atrapado en una prisión invisible.
Justo cuando comenzaba a creer que no saldría de esa, vio una sombra gigantesca cubrirlo. Un fénix, envuelto en llamas azules, aterrizó con estruendo frente a él. Era Atlas, protegiéndolo con sus alas de los disparos que seguían cayendo sobre ellos con su cuerpo, o sus alas mejor dicho. Las llamas del fénix chisporroteaban alrededor, reparando las heridas en el cuerpo de Octojin a una velocidad impresionante, aunque la sensación del dolor y el sonido aturdidor en su cabeza aún lo mantenían inmóvil.
El gyojin intentaba luchar contra ese sonido infernal que lo mantenía paralizado, pero no podía. Finalmente, todos los ataques se detuvieron, y Octojin levantó la vista con esfuerzo cuando una figura apareció. El sonido cesó en ese mismo instante, como si el hombre que había surgido tuviera el control de todo aquello. Respiró hondo, apoyó las manos en el suelo y, con un tremendo esfuerzo, se alzó hasta ponerse de pie, sintiendo la sangre correr por las heridas de bala que había recibido.
—Atlas… están usando algún tipo de sonido para paralizarme. No podía moverme… —murmuró entre dientes, aún algo desorientado—. Creo que eso es lo que utilizan para cazar a los nuestros. No sé si podré seguir luchando si vuelven a usar ese sonido.
El tiburón se hizo un rápido chequeo. Tres disparos. Las heridas no parecían letales, pero el sangrado era considerable, a pesar de la curación que su compañero había usado en él. O quizá era sangre que había salido antes de la propia curación. Apretó los dientes con rabia contenida y clavó su mirada en el hombre que había aparecido. El semblante de Octojin se oscureció, sus ojos mostraban un brillo de furia que difícilmente quitaría.
—Tú… —dijo con la voz más grave y amenazante—. Dinos dónde tienes al resto de los gyojins. No estoy de humor para juegos.
El hombre, que parecía más un comerciante refinado que un pirata vulgar, dio un paso al frente con calma, manteniendo esa sonrisa socarrona que lo había acompañado desde que apareció en la cubierta.
—¿Al resto de los tuyos? —dijo con una ligera risa burlona— Ah, claro, los gyojins. Bueno, si querías salvarlos, me temo que llegas tarde. Ya hemos hecho nuestra parte con ellos, pero, no te preocupes, los que quedan por aquí pronto estarán en las mismas condiciones.
Octojin sintió cómo la ira le subía por el pecho, amenazando con desbordarse. Este hombre tenía una actitud despreciable, trataba la vida de los gyojins como si fueran simples mercancías. El gyojin tiburón dio un paso hacia adelante, acercándose más al hombre, que mantenía la calma, aunque la tensión en el aire crecía.
—Dame una razón para no arrancarte la cabeza ahora mismo —gruñó Octojin, con los puños apretados.
Atlas, siempre observador, se mantuvo cerca, listo para actuar, aunque sabía que la furia de su compañero era difícil de contener. El hombre canoso levantó una mano, aún con una expresión de falsa cortesía.
—Tranquilo, tiburón. Tal vez podamos llegar a un acuerdo... —rió suavemente—. Pero deberías saber que si me tocas, todos los demás también caerán. ¿De verdad estás dispuesto a arriesgar eso?
Las palabras del hombre eran calculadas, buscando desestabilizar la ya furiosa mente de Octojin. El gyojin respiraba con pesadez, consciente de que estaban atrapados en un juego peligroso. Pero, a pesar de su rabia, sabía que tenían que jugar bien sus cartas si querían salvar a los que quedaban.
—Habla. Dime dónde están y te dejaré con vida… por ahora —dijo Octojin, con los dientes apretados, tratando de contenerse.
El hombre sonrió de nuevo, disfrutando de la tensión en el aire.
—Muy bien, parece que tenemos una negociación pendiente...
En ese momento, el gyojin observó a Atlas, esperando que tomase él las riendas de esa negociación. Era eso o liarse a palos contra aquellos humanos. Aunque Octojin era más de esto último, creyó que en la situación en la que se encontraban era mejor negociar. O al menos intentarlo. Quizá al rubio se le ocurría algo mejor, o puede que directamente pasara a la acción. En cualquier caso, el escualo estaba listo para apoyarle.
Justo cuando comenzaba a creer que no saldría de esa, vio una sombra gigantesca cubrirlo. Un fénix, envuelto en llamas azules, aterrizó con estruendo frente a él. Era Atlas, protegiéndolo con sus alas de los disparos que seguían cayendo sobre ellos con su cuerpo, o sus alas mejor dicho. Las llamas del fénix chisporroteaban alrededor, reparando las heridas en el cuerpo de Octojin a una velocidad impresionante, aunque la sensación del dolor y el sonido aturdidor en su cabeza aún lo mantenían inmóvil.
El gyojin intentaba luchar contra ese sonido infernal que lo mantenía paralizado, pero no podía. Finalmente, todos los ataques se detuvieron, y Octojin levantó la vista con esfuerzo cuando una figura apareció. El sonido cesó en ese mismo instante, como si el hombre que había surgido tuviera el control de todo aquello. Respiró hondo, apoyó las manos en el suelo y, con un tremendo esfuerzo, se alzó hasta ponerse de pie, sintiendo la sangre correr por las heridas de bala que había recibido.
—Atlas… están usando algún tipo de sonido para paralizarme. No podía moverme… —murmuró entre dientes, aún algo desorientado—. Creo que eso es lo que utilizan para cazar a los nuestros. No sé si podré seguir luchando si vuelven a usar ese sonido.
El tiburón se hizo un rápido chequeo. Tres disparos. Las heridas no parecían letales, pero el sangrado era considerable, a pesar de la curación que su compañero había usado en él. O quizá era sangre que había salido antes de la propia curación. Apretó los dientes con rabia contenida y clavó su mirada en el hombre que había aparecido. El semblante de Octojin se oscureció, sus ojos mostraban un brillo de furia que difícilmente quitaría.
—Tú… —dijo con la voz más grave y amenazante—. Dinos dónde tienes al resto de los gyojins. No estoy de humor para juegos.
El hombre, que parecía más un comerciante refinado que un pirata vulgar, dio un paso al frente con calma, manteniendo esa sonrisa socarrona que lo había acompañado desde que apareció en la cubierta.
—¿Al resto de los tuyos? —dijo con una ligera risa burlona— Ah, claro, los gyojins. Bueno, si querías salvarlos, me temo que llegas tarde. Ya hemos hecho nuestra parte con ellos, pero, no te preocupes, los que quedan por aquí pronto estarán en las mismas condiciones.
Octojin sintió cómo la ira le subía por el pecho, amenazando con desbordarse. Este hombre tenía una actitud despreciable, trataba la vida de los gyojins como si fueran simples mercancías. El gyojin tiburón dio un paso hacia adelante, acercándose más al hombre, que mantenía la calma, aunque la tensión en el aire crecía.
—Dame una razón para no arrancarte la cabeza ahora mismo —gruñó Octojin, con los puños apretados.
Atlas, siempre observador, se mantuvo cerca, listo para actuar, aunque sabía que la furia de su compañero era difícil de contener. El hombre canoso levantó una mano, aún con una expresión de falsa cortesía.
—Tranquilo, tiburón. Tal vez podamos llegar a un acuerdo... —rió suavemente—. Pero deberías saber que si me tocas, todos los demás también caerán. ¿De verdad estás dispuesto a arriesgar eso?
Las palabras del hombre eran calculadas, buscando desestabilizar la ya furiosa mente de Octojin. El gyojin respiraba con pesadez, consciente de que estaban atrapados en un juego peligroso. Pero, a pesar de su rabia, sabía que tenían que jugar bien sus cartas si querían salvar a los que quedaban.
—Habla. Dime dónde están y te dejaré con vida… por ahora —dijo Octojin, con los dientes apretados, tratando de contenerse.
El hombre sonrió de nuevo, disfrutando de la tensión en el aire.
—Muy bien, parece que tenemos una negociación pendiente...
En ese momento, el gyojin observó a Atlas, esperando que tomase él las riendas de esa negociación. Era eso o liarse a palos contra aquellos humanos. Aunque Octojin era más de esto último, creyó que en la situación en la que se encontraban era mejor negociar. O al menos intentarlo. Quizá al rubio se le ocurría algo mejor, o puede que directamente pasara a la acción. En cualquier caso, el escualo estaba listo para apoyarle.