Asradi
Völva
18-10-2024, 06:56 PM
Mientras Octojin se duchaba y se aseaba, Asradi también aprovechó eses minutos para prepararse. Se aproximó a la cama donde todavía yacían sus cosas, abrió la mochila que siempre portaba a sus espaldas y curioseó dentro un poco. Lo primero que hizo fue sacar la única prenda de ropa inferior que le quedaba. La otra falda se le había rasgado el día anterior debido a la trifulca con aquellos tipos, así que solo la había guardado. Quizás pudiese arreglarla de alguna manera si encontraba a alguien que supiese de costura. Por fortuna, no era la que Galhard le había regalado en su día, esa la mantenía bien cuidada. Y, ahora mismo, era la que le quedaba, así que simplemente se la puso con soltura. Una falda larga y vaporosa, cómoda, que no le restaba movilidad (dentro de toda la movilidad que una sirena, sin piernas, podía tener en tierra) y que, al mismo tiempo, ocultaba su cola. No era que se avergonzase de ello, pero no quería otra trifulca como la del día anterior. Y no quería, tampoco, causarle más problemas a Octojin al respecto. Una vez hecho esto y con la prenda bien acomodada, comenzó a vaciar los utensilios y demás plantas y a colocarlos sobre la única mesa que tenía aquella habitación, donde ambos habían desayunado también.
— A ver qué necesito... — Murmuró para sí, mientras tomaba notas del inventario que le hacía falta reponer. O, más bien, lo más básico que podría conseguir en un mercado. Y, quizás, si tenía un poco de suerte, podría encontrar algo exótico. A veces sucedía.
Los ojos de la sirena fueron inspeccionando los útiles y las medicinas que le quedaban. Necesitaba conseguir algún frasco más para conservar más hierbas y, en cuanto a estas, a lo mejor podría conseguir, de algún vendedor, algo de ajenjo o aloe. Eran las más comunes en la superficie. No era lo mismo que recolectarlas frescas, por supuesto, pero así también se ahorraba meterse mucho en asentamientos humanos. No iba a correr ese riesgo si no era necesario. A veces tiraba de mercados cuando no le quedaba más remedio. Pero ahora, acompañada del escualo, esperaba que todo fuese más sencillo y que, sobre todo, no les volviesen a molestar. Justo terminó de tomar las notas cuando Octojin salió de su baño. Asradi le sonrió y se deleitó mirándole. Aquellas prendas negras le quedaban especialmente bien y resaltaban su tono de piel naturalmente más blanquecino. A ver, era hipnótico mirar para ese hombre, hasta el punto que casi ni se dió de cuenta de cuando ella se había sonrojado. Con ese calor, todavía, en las mejillas, le sonrió y procedió a recoger lo que había esparcido. Ambos estaban listos para ello. Bajaron las escaleras y salieron de la posada, de nuevo a impregnarse del ajetreo de las personas de la superficie en una ciudad tan llamativa y bulliciosa como lo era Loguetown. Era algo que, en cierta manera, fascinaba a la sirena. El aprender de otras culturas y otras zonas.
Sí fue consciente de que algunas miradas no tardaron en recaer sobre el enorme gyojin tiburón. Miradas que Asradi devolvió de manera afilada, casi en una silenciosa amenaza, antes de centrarse en su acompañante y, por supuesto, correspondiendo a su gesto, al enlazar su mano con la contraria cuando Octojin se la tendió. Jugueteó con los dedos de él un par de veces, en unas pequeñas caricias, disfrutando de aquel momento. Temía el momento de la separación, porque sabía que iba a ser doloroso de todas maneras. Pero, aún así, disfrutaría de esas horas que pasase con Octojin. Y, cuando no estuviesen juntos, recordaría eses momentos.
Mientras caminaban, podía escuchar conversaciones variadas, y el aroma de diferente comida impregnándose por el aire. Era verdad que prácticamente acababan de desayunar, pero un postre nunca entraba mal. Sin mencionar que ella siempre estaba muy dispuesta a probar comidas nuevas. Fue Octojin quien se detuvo en un puesto de algodón de azúcar. Asradi no lo había probado nunca. Y, aunque no era muy aficionada al dulce, al menos haría el intento por la curiosidad que le generaba. El escualo compró dos. Uno rosa y otro más rojizo.
— Oye, no digas eso... — Le dió un codazo cuando se refirió al posible sabor de aquel dulce. No porque ella se escandalizase, ni mucho menos, porque era verdad que podía ser una mierda pinchada en un palo. Y literalmente hablando. Sino porque el dueño del puesto le acababa de oir plenamente y todavía podía escuchar sus maldiciones e insultos a medida que se alejaban. De hecho, Asradi no pudo contener una risita un tanto divertida por la situación.
— A ver, déjame probar. — Cogió uno de los que le ofrecía Octojin, en esta caso, se decantó por el rosa.
La verdad es que daba un poco igual porque, durante el camino, habían ido probando ambos uno del otro. Por lo que Asradi fue pinchando con los dedos para probar el algodón de azúcar. Al principio había hecho una mueca graciosa. ¡Por Neptuno! Literalmente eso era como morder azúcar. No estaba malo, pero tampoco era una maravilla.
— Que pena que no lo hubiese salado. Con sabor a pistacho, ¿te imaginas? — Bromeó, aunque no hubiese estado mal ese sabor, ahora que lo pensaba. Seguro que estaría mucho más rico que esa bomba de azúcar.
Entre una cosa y otra, terminaron llegando al mercado. Al ver el lugar un tanto más abarrotado que el resto de las calles, Asradi dudó unos momentos, incluso pareció recular apenas. Pero fueron los ánimos y la compañía de Octojin la que le hizo sacudirse esas dudas y armarse de valor. Sobre todo cuando sintió el abrazo y el beso en la cabeza. Una sonrisa de agradecimiento y un mimo fue lo que la sirena le regaló al escualo en respuesta. Era verdad, lo tenía a él al lado. Era una sensación contradictoria, porque sí realmente disfrutaba mucho en los mercados, en el bullicio de la gente de a pie, con mercancía tan común y tan exótica para ella al mismo tiempo. Pero al mismo tiempo le imponía meterse entre tantas personas que no miraban a los habitantes del mar con buenos ojos. No quería prejuzgar tampoco.
Se mantuvo un par de minutos disfrutando del contacto del tiburón, el como la sujetaba de la cintura de esa manera protectora. El estómago le cosquilleó de forma agradable, haciendo que esa sensación subiese a un nuevo sonrojo a sus mejillas.
— Aprovecha también tú para comprar algo si lo necesitas. Miraré los puestos de hierbas y medicinas. Aunque también me vendría bien un par de prendas de ropa. Ayer se me desgarró una falda. — Suspiró al recordar aquello. No quería que ahora, la que llevaba puesta y que había sido regalo de aquel marine, se le estropease también.
Fue la primera que se adelantó, tras haber preguntado en qué zona quedaban los puestos mencionados. Sopesó algunos mientras pasaba y se decantó por el de un anciano de manos ajadas y mirada profunda. Contempló lo que vendía, había algunas hierbas que servían como venenos y medicina al mismo tiempo. Tras una corta charla donde ambos intercambiaron impresiones y consejos, así como alguna que otra risa suave, Asradi se dejó guiar por la experticia del hombre. Así como también intercambiaron algunas hierbas que ella tenía y que el anciano no había visto antes. Eran, sobre todo, hierbas marinas que solían encontrarse a grandes profundidades y que eran complicadas de conseguir, sobre todo para la gente de la superficie. Asradi no dudó en ofrecerle unas pocas a cambio de otras que ella tampoco conocía. Unas flores de Dedalera que el hombre había secado ya previamente, para conservar sus propiedades.
Tras un par de palabras más, y un par de puestos a visitar más adelante, la sirena ya tenía todo lo que había venido a buscar. Aunque también se había entretenido un poco curioseando.
— Ya tengo todo, solo falta la ropa y creo que con eso, para mi, sería suficiente. — Comentó al escualo, pues tampoco quería que se aburriese mientras ella hacía las consabidas compras. — ¿Seguro que no necesitas nada para ti? — Le preguntó, curiosa.
— A ver qué necesito... — Murmuró para sí, mientras tomaba notas del inventario que le hacía falta reponer. O, más bien, lo más básico que podría conseguir en un mercado. Y, quizás, si tenía un poco de suerte, podría encontrar algo exótico. A veces sucedía.
Los ojos de la sirena fueron inspeccionando los útiles y las medicinas que le quedaban. Necesitaba conseguir algún frasco más para conservar más hierbas y, en cuanto a estas, a lo mejor podría conseguir, de algún vendedor, algo de ajenjo o aloe. Eran las más comunes en la superficie. No era lo mismo que recolectarlas frescas, por supuesto, pero así también se ahorraba meterse mucho en asentamientos humanos. No iba a correr ese riesgo si no era necesario. A veces tiraba de mercados cuando no le quedaba más remedio. Pero ahora, acompañada del escualo, esperaba que todo fuese más sencillo y que, sobre todo, no les volviesen a molestar. Justo terminó de tomar las notas cuando Octojin salió de su baño. Asradi le sonrió y se deleitó mirándole. Aquellas prendas negras le quedaban especialmente bien y resaltaban su tono de piel naturalmente más blanquecino. A ver, era hipnótico mirar para ese hombre, hasta el punto que casi ni se dió de cuenta de cuando ella se había sonrojado. Con ese calor, todavía, en las mejillas, le sonrió y procedió a recoger lo que había esparcido. Ambos estaban listos para ello. Bajaron las escaleras y salieron de la posada, de nuevo a impregnarse del ajetreo de las personas de la superficie en una ciudad tan llamativa y bulliciosa como lo era Loguetown. Era algo que, en cierta manera, fascinaba a la sirena. El aprender de otras culturas y otras zonas.
Sí fue consciente de que algunas miradas no tardaron en recaer sobre el enorme gyojin tiburón. Miradas que Asradi devolvió de manera afilada, casi en una silenciosa amenaza, antes de centrarse en su acompañante y, por supuesto, correspondiendo a su gesto, al enlazar su mano con la contraria cuando Octojin se la tendió. Jugueteó con los dedos de él un par de veces, en unas pequeñas caricias, disfrutando de aquel momento. Temía el momento de la separación, porque sabía que iba a ser doloroso de todas maneras. Pero, aún así, disfrutaría de esas horas que pasase con Octojin. Y, cuando no estuviesen juntos, recordaría eses momentos.
Mientras caminaban, podía escuchar conversaciones variadas, y el aroma de diferente comida impregnándose por el aire. Era verdad que prácticamente acababan de desayunar, pero un postre nunca entraba mal. Sin mencionar que ella siempre estaba muy dispuesta a probar comidas nuevas. Fue Octojin quien se detuvo en un puesto de algodón de azúcar. Asradi no lo había probado nunca. Y, aunque no era muy aficionada al dulce, al menos haría el intento por la curiosidad que le generaba. El escualo compró dos. Uno rosa y otro más rojizo.
— Oye, no digas eso... — Le dió un codazo cuando se refirió al posible sabor de aquel dulce. No porque ella se escandalizase, ni mucho menos, porque era verdad que podía ser una mierda pinchada en un palo. Y literalmente hablando. Sino porque el dueño del puesto le acababa de oir plenamente y todavía podía escuchar sus maldiciones e insultos a medida que se alejaban. De hecho, Asradi no pudo contener una risita un tanto divertida por la situación.
— A ver, déjame probar. — Cogió uno de los que le ofrecía Octojin, en esta caso, se decantó por el rosa.
La verdad es que daba un poco igual porque, durante el camino, habían ido probando ambos uno del otro. Por lo que Asradi fue pinchando con los dedos para probar el algodón de azúcar. Al principio había hecho una mueca graciosa. ¡Por Neptuno! Literalmente eso era como morder azúcar. No estaba malo, pero tampoco era una maravilla.
— Que pena que no lo hubiese salado. Con sabor a pistacho, ¿te imaginas? — Bromeó, aunque no hubiese estado mal ese sabor, ahora que lo pensaba. Seguro que estaría mucho más rico que esa bomba de azúcar.
Entre una cosa y otra, terminaron llegando al mercado. Al ver el lugar un tanto más abarrotado que el resto de las calles, Asradi dudó unos momentos, incluso pareció recular apenas. Pero fueron los ánimos y la compañía de Octojin la que le hizo sacudirse esas dudas y armarse de valor. Sobre todo cuando sintió el abrazo y el beso en la cabeza. Una sonrisa de agradecimiento y un mimo fue lo que la sirena le regaló al escualo en respuesta. Era verdad, lo tenía a él al lado. Era una sensación contradictoria, porque sí realmente disfrutaba mucho en los mercados, en el bullicio de la gente de a pie, con mercancía tan común y tan exótica para ella al mismo tiempo. Pero al mismo tiempo le imponía meterse entre tantas personas que no miraban a los habitantes del mar con buenos ojos. No quería prejuzgar tampoco.
Se mantuvo un par de minutos disfrutando del contacto del tiburón, el como la sujetaba de la cintura de esa manera protectora. El estómago le cosquilleó de forma agradable, haciendo que esa sensación subiese a un nuevo sonrojo a sus mejillas.
— Aprovecha también tú para comprar algo si lo necesitas. Miraré los puestos de hierbas y medicinas. Aunque también me vendría bien un par de prendas de ropa. Ayer se me desgarró una falda. — Suspiró al recordar aquello. No quería que ahora, la que llevaba puesta y que había sido regalo de aquel marine, se le estropease también.
Fue la primera que se adelantó, tras haber preguntado en qué zona quedaban los puestos mencionados. Sopesó algunos mientras pasaba y se decantó por el de un anciano de manos ajadas y mirada profunda. Contempló lo que vendía, había algunas hierbas que servían como venenos y medicina al mismo tiempo. Tras una corta charla donde ambos intercambiaron impresiones y consejos, así como alguna que otra risa suave, Asradi se dejó guiar por la experticia del hombre. Así como también intercambiaron algunas hierbas que ella tenía y que el anciano no había visto antes. Eran, sobre todo, hierbas marinas que solían encontrarse a grandes profundidades y que eran complicadas de conseguir, sobre todo para la gente de la superficie. Asradi no dudó en ofrecerle unas pocas a cambio de otras que ella tampoco conocía. Unas flores de Dedalera que el hombre había secado ya previamente, para conservar sus propiedades.
Tras un par de palabras más, y un par de puestos a visitar más adelante, la sirena ya tenía todo lo que había venido a buscar. Aunque también se había entretenido un poco curioseando.
— Ya tengo todo, solo falta la ropa y creo que con eso, para mi, sería suficiente. — Comentó al escualo, pues tampoco quería que se aburriese mientras ella hacía las consabidas compras. — ¿Seguro que no necesitas nada para ti? — Le preguntó, curiosa.