Lemon Stone
MVP
19-10-2024, 12:39 AM
Miró a Aletas con expresión confusa, cuestionándose si realmente sabía lo que era la Revolución, el ser rebelde, el ser un vándalo que lucha contra el Sistema. ¿Cómo que mear en lugares públicos no es un acto revolucionario? ¿Acaso no se había leído el código penal del Gobierno Mundial? Bueno, Lemon tampoco, pero es de sentido común que mear o defecar en las vías públicas es un acto que va en contra de la moral y buenas costumbres, lo que significa Revolución. ¿Iba a juzgarla? Por supuesto que no, eso sería racista. No iba a juzgar a Aletas solo por ser mitad inteligente, después de todo, la otra mitad es de pescado. Y tampoco nadie era tan listo como él.
Intentó ponerse de pie en un gesto heroico y valiente, sin temor a caerse al mar. Por un momento pensó que lo había logrado, pensó que la mantarraya soportaría los doscientos kilos que pesaba, pero todo quedó en su imaginación. Había flotado por unos instantes gracias al animal y a que Aletas le sostenía de los sobacos, pero la maldición era más poderosa que toda esperanza. Luego de unos segundos, Lemon cayó en el mar, siendo cubierto completamente por una ola y hundiéndose hacia el fondo marino.
Eso sí, se sorprendió cuando descubrió que Aletas también conocía a Plumas, el espadachín alado, y también conocía a Latas, la piernuda que había conocido hacía unos pocos días. ¿Había escuchado de los otros? Quizás, pero en ese momento no le figuró ningún rostro en la cabeza, así que posiblemente Aletas solo estaba inventando nombres para parecer más revolucionaria. Espera, ¿ella era revolucionaria? Wow, wow y triple wow. Si la Armada aceptaba a enanos alcohólicos y a monstruos submarinos, ¿por qué no a una sirena atractiva, seductora y agradable?
-¡Yo también conozco a Plumas! Es el rubio que va con tres espadas y es súper educado, ¿no? Es un tanto pobre, pero eso está bien. En la Armada aceptamos a los pobres -comentó Lemon, enorgullecido de la institución a la que pertenecía-. A Latas también la conozco. Es esa rubia que le falta una pierna y es rara, pero rarísima. Eso también está bien, en la Armada necesitamos gente que impulse el cambio y luche contra el poder normativo -continuó, ignorando momentáneamente los motivos por los que Aletas se había unido. Era un poco como todos, ¿no? Luchar contra la desigualdad, contra la injusticia social, contra las Fuerzas Opresoras.
Lemon no tenía motivos tan nobles como Aletas o cualquiera de los que luchaban a favor del Ejército Revolucionario, solo había escuchado el llamado de la Causa y ya. Solo quería lucirse un poco, que las páginas recordasen al heroico Lemon Stone que luchó contra la tiranía y la opresión, quería inmortalizar su nombre en la historia.
-Entiendo lo que es ser oprimido… Una vez, cuando tenía dieciséis, papá me canceló la mesada porque llegué tarde de una fiesta y no me dejó salir en tres días. ¡En tres malditos días! ¡Era como estar en la cárcel! Fue insoportable, aunque aprendí una valiosa lección -contó Lemon con cierto toque de tristeza y disgusto. No solía abrirse con la gente, lo que acababa de contar era muy íntimo-. A veces extraño la mansión, las sirvientas, la cama con almohadas de pluma y la comida gourmet. Estoy un poco cansado de comer comida enlatada, pero es lo que toca. A veces hay que hacer sacrificios. Renuncié a mi vida anterior, a mis privilegios, a mi herencia, pues me entregué a la Causa.
Minutos más tarde, Lemon se introdujo al agua y cayó. Estuvo a punto de morir ahogado, a punto de pasar a las páginas del olvido, a punto de fallar en su propósito de convertirse en el Comandante Supremo del Ejército Revolucionario. Pero no. Había recibido otra oportunidad, una oportunidad divina, y en parte todo gracias a Aletas. Esa mujer era increíble, excepcional, sensacional, y muy amable. Le guiaba como una madre que enseña a su hijo a nadar, solo que no era la madre de Lemon ni tampoco él su hijo. En cuestión de cinco minutos, el revolucionario sintió una sustancia viscosa, resbaladiza y desagradable bajo sus pies. El primer impulso fue soltar un chillido afeminado, pero qué importaba. La Revolución aceptaba a todos por igual.
-Yo… Lo siento, ¡puedo sentirlo! ¡Estoy flotando! -dijo con una sonrisa dibujada en su rostro, una sonrisa de genuina felicidad-. ¡Puedo surfear, maldita sea! ¡Puedo surfear!