Marvolath
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20-10-2024, 02:38 AM
La entrega de mercancía había sido muy diferente de lo que aquel puerto acostumbraba a ver, donde ninguna mercancía tenía suficiente valor como para merecer tal despliegue. Las fuentes de Rael, cualesquiera que fueran, estaban en lo cierto. Ahora se le presentaban dos oportunidades: el navío en el que había llegado la mercancía, y la carreta que tomaba el relevo.
Estudió primero el navío. Tenía pocas rutas de entrada, un número desconocido de tripulantes, y tampoco sabía su distribución ni si tendría espacio donde esconderse. Necesitaría sigilo y suerte para no ser detectado el tiempo suficiente como para averiguar el origen y quizá la mercancía que transportaban.
Después, dirigió la vista a la carreta, que comenzaba a girar rumbo a alguna calle. Sería sencillo reducir al único hombre que parecía ir en el carro, y quizá interrogarlo o investigar por su cuenta el contenido de la mercancía y el sobre. O podría seguirlos hasta su destino, arriesgándose a que quedase fuera de su alcance.
Decidió adentrarse en la ciudad, sirviéndose de las sombras para ocultarse de la vista de los marineros del barco. Incluso si averiguase el origen de la mercancía no tenía los medios para llegar hasta él, y mucho menos para hacerles frente estando solo. Además, le llevaría un tiempo que los enfermos de Oykot no disponían. Tendría que actuar a nivel local, aunque fuese una solución temporal.
Siguió la carreta a una distancia prudencial, refugiándose en las sombras hasta verla girar en una de las frecuentes esquinas de la caótica ciudad antes de alcanzarla con una rápida carrera. El aceite de ballena era demasiado preciado como para derrocharlo en mantener toda la ciudad debidamente iluminada a altas horas de la noche, proveyendo de una ventajosa oscuridad tanto a los transportistas de sustancias ilegales como a sus perseguidores.
Cada esquina que giraba incrementaba su preocupación: ¿sería esa la última en la que podría alcanzar a la carreta? ¿Y si se encontraba con refuerzos, o entraba en algún local demasiado protegido? ¿Merecía la pena el riesgo? Si atacaba la carreta podría obtener información, pero alertaría a los demás y aumentaría la seguridad. Pero si la dejaba escapar... Sacudió la cabeza, apartando las dudas. En una operación las dudas cuestan la vida del paciente más a menudo que cualquiera de las posibles opciones, y así debía de actuar ahora. Asaltaría la carreta, obtendría un nuevo hilo del que tirar, y se enfrentaría a los nuevos peligros.
Cambió su ruta, subiendo a los tejados y saltando de azotea en azotea buscando interceptar a la carreta en algún punto oscuro del camino. El siguiente cruce era con una calle más ancha, con la separación suficiente para que la luz de las lámparas en los edificios que la franqueaban crease un pasillo de oscuridad. Esperó en lo alto de la esquina, calculando el momento, repasando y preparando mentalmente los pasos.
Se dejaría caer junto al conductor de la carreta. La sorpresa debería de darle el tiempo necesario para reducirlo y obtener el sobre. Debía de asumir que alguien les habría visto, y empezaría la cuenta atrás hasta que acudiese alguien en auxilio del carretero. Seguramente lo más sensato sería conducir él mismo hasta algún callejón donde los ojos curiosos fueran menos, o incluso amistosos si eran de alguno de los ciudadanos que habían sido tratados por el hospital. Interrogar al conductor, inspeccionar las cajas...
- O improvisar cuando todo salga mal, como siempre. - se dijo en su susurro, justo antes de dejarse caer.
Estudió primero el navío. Tenía pocas rutas de entrada, un número desconocido de tripulantes, y tampoco sabía su distribución ni si tendría espacio donde esconderse. Necesitaría sigilo y suerte para no ser detectado el tiempo suficiente como para averiguar el origen y quizá la mercancía que transportaban.
Después, dirigió la vista a la carreta, que comenzaba a girar rumbo a alguna calle. Sería sencillo reducir al único hombre que parecía ir en el carro, y quizá interrogarlo o investigar por su cuenta el contenido de la mercancía y el sobre. O podría seguirlos hasta su destino, arriesgándose a que quedase fuera de su alcance.
Decidió adentrarse en la ciudad, sirviéndose de las sombras para ocultarse de la vista de los marineros del barco. Incluso si averiguase el origen de la mercancía no tenía los medios para llegar hasta él, y mucho menos para hacerles frente estando solo. Además, le llevaría un tiempo que los enfermos de Oykot no disponían. Tendría que actuar a nivel local, aunque fuese una solución temporal.
Siguió la carreta a una distancia prudencial, refugiándose en las sombras hasta verla girar en una de las frecuentes esquinas de la caótica ciudad antes de alcanzarla con una rápida carrera. El aceite de ballena era demasiado preciado como para derrocharlo en mantener toda la ciudad debidamente iluminada a altas horas de la noche, proveyendo de una ventajosa oscuridad tanto a los transportistas de sustancias ilegales como a sus perseguidores.
Cada esquina que giraba incrementaba su preocupación: ¿sería esa la última en la que podría alcanzar a la carreta? ¿Y si se encontraba con refuerzos, o entraba en algún local demasiado protegido? ¿Merecía la pena el riesgo? Si atacaba la carreta podría obtener información, pero alertaría a los demás y aumentaría la seguridad. Pero si la dejaba escapar... Sacudió la cabeza, apartando las dudas. En una operación las dudas cuestan la vida del paciente más a menudo que cualquiera de las posibles opciones, y así debía de actuar ahora. Asaltaría la carreta, obtendría un nuevo hilo del que tirar, y se enfrentaría a los nuevos peligros.
Cambió su ruta, subiendo a los tejados y saltando de azotea en azotea buscando interceptar a la carreta en algún punto oscuro del camino. El siguiente cruce era con una calle más ancha, con la separación suficiente para que la luz de las lámparas en los edificios que la franqueaban crease un pasillo de oscuridad. Esperó en lo alto de la esquina, calculando el momento, repasando y preparando mentalmente los pasos.
Se dejaría caer junto al conductor de la carreta. La sorpresa debería de darle el tiempo necesario para reducirlo y obtener el sobre. Debía de asumir que alguien les habría visto, y empezaría la cuenta atrás hasta que acudiese alguien en auxilio del carretero. Seguramente lo más sensato sería conducir él mismo hasta algún callejón donde los ojos curiosos fueran menos, o incluso amistosos si eran de alguno de los ciudadanos que habían sido tratados por el hospital. Interrogar al conductor, inspeccionar las cajas...
- O improvisar cuando todo salga mal, como siempre. - se dijo en su susurro, justo antes de dejarse caer.