Ubben Sangrenegra
Loki
19-10-2024, 05:16 AM
El trayecto desde la destruida represa hasta el pueblo transcurrió en un inesperado momento de calma. Umibozu avanzaba con paso firme, cargando al resto del grupo en su enorme espalda. Para Ubben, esa breve pausa en medio de la batalla le permitió recoger sus pensamientos, aunque el dolor punzante en su hombro izquierdo no dejaba de recordarle el disparo que casi lo sorprende por completo.
Encendió un cigarrillo con dedos temblorosos, intentando disimular la creciente frustración. El humo ascendía en espirales lentas, como si en ese pequeño acto pudiera encontrar algo de paz. No era la primera vez que se encontraba herido en medio de un trabajo, pero la bala que atravesó en su hombro comenzaba a causar más que molestias. El movimiento de Umibozu dificultaba cualquier intento de vendarse la herida, y el peliblanco gruñía por lo bajo, con sus dedos nerviosamente digitando contra su pulgar, una y otra vez, incapaz de encontrar alivio. Su mente, inquieta como siempre, revolvía el recuerdo del maldito tipo que lo había disparado por la espalda. No había tenido tiempo de acabar con él antes de la retirada, y eso le corroía por dentro. Ubben odiaba dejar cabos sueltos. Su pierna no dejaba de moverse ansiosa, levantando y bajando el talón repetidamente, como si quisiera huir de la situación o mejor aún, volver y terminar lo que había comenzado.
La voz de Umibozu rompió el silencio que había comenzado a instalarse en su mente. —Cambio de planes, lurk. El que quiera ir al castillo ahora es el momento-lurk. Vamos camino al pueblo-lurk— anunció con su usual muletilla. La parada había llegado. Ubben bajó del lomo del wootan, aunque el impacto contra el suelo le hizo apretar los dientes... ese maldito hombro seguía molestando. Miró a su alrededor, tratando de ubicarse. Percival también descendió, avanzando en una dirección que parecía ser hacia el palacio. El peliblanco optó por seguirlo, aunque mantuvo una distancia prudente. No quería que notaran que estaban juntos, al menos no de manera tan evidente, sin embargo, en el proceso de mantener las apariencias, perdió de vista a Percival.
Chasqueando la lengua con disgusto, Ubben sacó su den den mushi. —Völva, aquí Loki. Voy en camino hacia ustedes— comunicó con voz serena, y al colgar, comenzó a avanzar de nuevo, siguiendo el camino lo mejor que pudo. A lo lejos, un leve susurro llegó a sus oídos, la inconfundible voz de la sirena, Asradi. Estaba cantando, y su voz en un claro llamado a la guerra se extendía como un suave susurro, guiando los pasos del peliblanco. No la tenía a vista, pero esa voz le daba una dirección clara. Antes de continuar su camino, Ubben se detuvo por un momento para atender su herida. No podía seguir con ese maldito agujero en el hombro causándole más dolor del necesario. Sacó un botiquín de su equipo y vendó la herida de bala. Sabía que no era una solución definitiva, pero al menos el vendaje le daría algo de alivio temporal, lo suficiente para seguir adelante sin que el dolor le distrajera.
Una vez asegurada la venda, el bribón de ojos dorados reanudó su marcha. El eco del canto de Asradi se hacía cada vez más claro, más cercano, y cuando finalmente divisó al grupo, los encontró en plena batalla. La melodía de Asradi resonaba con fuerza, una canción que parecía llevar consigo el rugido de los mares del norte, de aquellos fríos inviernos que Ubben conocía tan bien. Sintió cómo algo profundo se encendía dentro de él, un fuego que no había sentido en mucho tiempo. Era un himno, un llamado a la batalla que hacía latir fuertemente su pecho y que lo conectaba con sus raíces más olvidadas de su infancia en el norte, aquellas que había dejado atrás pero que nunca habían desaparecido del todo.
Sin poder evitarlo, Ubben comenzó a marcar el ritmo de la melodía golpeando su propio pecho con el puño, siguiendo el pulso del tambor que normalmente marcaría el tempo en un himno de guerra. Finalmente, incapaz de resistir más, alzó la voz y se sumó al canto de Asradi, como si estuviera respondiendo a un llamado ancestral que no podía ignorar... Ya la había escuchado cantar antes aquella canción.
Encendió un cigarrillo con dedos temblorosos, intentando disimular la creciente frustración. El humo ascendía en espirales lentas, como si en ese pequeño acto pudiera encontrar algo de paz. No era la primera vez que se encontraba herido en medio de un trabajo, pero la bala que atravesó en su hombro comenzaba a causar más que molestias. El movimiento de Umibozu dificultaba cualquier intento de vendarse la herida, y el peliblanco gruñía por lo bajo, con sus dedos nerviosamente digitando contra su pulgar, una y otra vez, incapaz de encontrar alivio. Su mente, inquieta como siempre, revolvía el recuerdo del maldito tipo que lo había disparado por la espalda. No había tenido tiempo de acabar con él antes de la retirada, y eso le corroía por dentro. Ubben odiaba dejar cabos sueltos. Su pierna no dejaba de moverse ansiosa, levantando y bajando el talón repetidamente, como si quisiera huir de la situación o mejor aún, volver y terminar lo que había comenzado.
La voz de Umibozu rompió el silencio que había comenzado a instalarse en su mente. —Cambio de planes, lurk. El que quiera ir al castillo ahora es el momento-lurk. Vamos camino al pueblo-lurk— anunció con su usual muletilla. La parada había llegado. Ubben bajó del lomo del wootan, aunque el impacto contra el suelo le hizo apretar los dientes... ese maldito hombro seguía molestando. Miró a su alrededor, tratando de ubicarse. Percival también descendió, avanzando en una dirección que parecía ser hacia el palacio. El peliblanco optó por seguirlo, aunque mantuvo una distancia prudente. No quería que notaran que estaban juntos, al menos no de manera tan evidente, sin embargo, en el proceso de mantener las apariencias, perdió de vista a Percival.
Chasqueando la lengua con disgusto, Ubben sacó su den den mushi. —Völva, aquí Loki. Voy en camino hacia ustedes— comunicó con voz serena, y al colgar, comenzó a avanzar de nuevo, siguiendo el camino lo mejor que pudo. A lo lejos, un leve susurro llegó a sus oídos, la inconfundible voz de la sirena, Asradi. Estaba cantando, y su voz en un claro llamado a la guerra se extendía como un suave susurro, guiando los pasos del peliblanco. No la tenía a vista, pero esa voz le daba una dirección clara. Antes de continuar su camino, Ubben se detuvo por un momento para atender su herida. No podía seguir con ese maldito agujero en el hombro causándole más dolor del necesario. Sacó un botiquín de su equipo y vendó la herida de bala. Sabía que no era una solución definitiva, pero al menos el vendaje le daría algo de alivio temporal, lo suficiente para seguir adelante sin que el dolor le distrajera.
Una vez asegurada la venda, el bribón de ojos dorados reanudó su marcha. El eco del canto de Asradi se hacía cada vez más claro, más cercano, y cuando finalmente divisó al grupo, los encontró en plena batalla. La melodía de Asradi resonaba con fuerza, una canción que parecía llevar consigo el rugido de los mares del norte, de aquellos fríos inviernos que Ubben conocía tan bien. Sintió cómo algo profundo se encendía dentro de él, un fuego que no había sentido en mucho tiempo. Era un himno, un llamado a la batalla que hacía latir fuertemente su pecho y que lo conectaba con sus raíces más olvidadas de su infancia en el norte, aquellas que había dejado atrás pero que nunca habían desaparecido del todo.
Sin poder evitarlo, Ubben comenzó a marcar el ritmo de la melodía golpeando su propio pecho con el puño, siguiendo el pulso del tambor que normalmente marcaría el tempo en un himno de guerra. Finalmente, incapaz de resistir más, alzó la voz y se sumó al canto de Asradi, como si estuviera respondiendo a un llamado ancestral que no podía ignorar... Ya la había escuchado cantar antes aquella canción.