Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
19-10-2024, 08:30 AM
Ragn sintió el último vestigio de su furia disiparse al contacto con el suave tarareo de Asradi. La sensación de sus dedos enredados en su cabello era el único ancla que lo mantenía a flote en medio de la tormenta interna que amenazaba con arrastrarlo. No podía permitirse sucumbir, no ahora, no cuando ella estaba ahí. No cuando los enemigos acechaban, con los ojos clavados en ellos, con la intención clara de destruir todo lo que apreciaba. El abrazo de Asradi había sido un recordatorio crudo de lo que estaba en juego, de lo que había permitido que floreciera en su vida sin darse cuenta, una conexión genuina, una amistad verdadera. Pero a pesar de eso, no podía dejarse ser vulnerable. Ragn estaba hecho de hierro, forjado en batallas, en furias antiguas y recuerdos de sangre. Ser vulnerable era un lujo que no podía darse, aunque su corazón, al sentir el contacto cálido de Asradi, se estremeciera en un temblor que intentaba ocultar. Ella lo había salvado de sí mismo, sí, pero la batalla no había terminado. Cuando se separaron brevemente, sus ojos se encontraron, y en ese breve instante él intentó devolverle una mirada firme, inquebrantable, aunque su interior titubeaba entre la calma y la tormenta. Ser el gigante, el protector, era todo lo que conocía. Aceptar su vulnerabilidad, aunque por un momento, era una batalla tan intensa como la que ahora se cernía sobre ellos. Había aprendido a sobrevivir a través de la dureza, a ignorar el miedo y el dolor. Pero Asradi lo había visto, lo había sentido, y aunque eso lo aterraba, no podía permitir que esa grieta se abriera ahora frente a sus enemigos. El líder del grupo dio un paso al frente, y sus palabras ásperas resonaron en el aire tenso. La frialdad en sus ojos despertó en Ragn el viejo instinto de lucha, ese que había mantenido enterrado en las profundidades de su ser para no perderse a sí mismo. El gigante rubio endureció su expresión, sintiendo el golpe de la adrenalina recorrer sus venas como un río embravecido. Su tamaño y su fuerza, su imponente figura, todo aquello que lo hacía temible, volvía a ser necesario. No podía permitirse ser otra cosa que no fuera el guerrero que todos veían. No había espacio para la duda ni para el remordimiento.
Asradi respondió al líder con una aguda franqueza, y aunque Ragn sentía el impulso de lanzarse al ataque, esperó. La frialdad en su mirada era un escudo contra el remolino emocional que lo amenazaba. Mientras los hombres los rodeaban en un semicírculo, él avanzó un paso hacia Asradi, protegiéndola con su gigantesco cuerpo, como siempre hacía, aunque por dentro supiera que no era ella quien necesitaba ser salvada en ese momento. — Eres de hierro.— Se repitió, buscando aferrarse a ese pensamiento mientras la tensión aumentaba.Pero entonces, algo cambió. El aire se volvió aún más pesado, y Ragn sintió un escalofrío recorrer su columna. No era miedo, o al menos no uno que él reconociera como tal. Era algo diferente, algo primitivo. La temperatura bajó drásticamente, y un sonido casi etéreo, lúgubre, comenzó a llenar el aire. El tarareo de Asradi, apenas un susurro al principio, fue creciendo poco a poco. La melodía tenía una cualidad espectral, como si cada nota estuviera impregnada de antiguas memorias, de un poder ancestral que no era de este mundo. Ragn se tensó, pero no fue un gesto de alarma, sino de reconocimiento. La voz de Asradi, dulce y engañosamente delicada, tenía un poder que no había visto antes desplegarse de esa manera. Era como si ella misma estuviera invocando fuerzas más allá de la comprensión de los hombres. Los lamentos comenzaron a mezclarse con su canción, resonando a su alrededor como ecos de almas perdidas. Y entonces los vio, las sombras, los espíritus. ¡Esto parecía Hel! Fantasmagóricas figuras comenzaron a aparecer, sus formas distorsionadas, sus rostros contorsionados en expresiones de dolor y desesperación. ¿Solo lo estaba viendo Ragn? el solía tener contacto con estos ... Mundos, pero verlo así, tan de cuajo ...
Los hombres que los rodeaban titubearon. Uno de ellos dio un paso atrás, claramente afectado por la repentina aparición de los espectros, ¿no?, y otro se llevó una mano a la cabeza, como si una presión invisible lo estuviera aplastando desde dentro. El líder, aunque intentó mantener su compostura, también vaciló, mirando a su alrededor con creciente incomodidad. Todos estaban entrando en un estado como de confusión extraño. Ragn sintió un cambio dentro de sí. El poder de Asradi, su canción, era como una ola que lo elevaba, una fuerza que lo devolvía a su centro. No estaba solo en esta lucha, y eso le dio la fuerza que necesitaba para volver a ser el guerrero que siempre había sido. El miedo que había amenazado con invadirlo se disipó, reemplazado por una renovada sensación de propósito. Estos hombres no eran nada comparado con lo que había enfrentado antes. No eran nada comparado con la furia que había estado conteniendo. Los ojos de Ragn se estrecharon mientras daba un paso hacia el líder del grupo, el crujido de sus nudillos resonando en el aire frío. No necesitaba sus poderes en ese momento, no necesitaba el veneno que corría por su sangre. Lo único que necesitaba eran sus manos, sus puños, y la voluntad de aplastar a esos hombres. La fuerza bruta que lo había definido durante tanto tiempo regresó a él con una claridad devastadora. —Diverrtirrrse...— Susurró con una sonrisa torcida, mientras su puño colosal se cerraba. —Mostrrrarr diverrrsión.
El líder apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Ragn se lanzara hacia él. Con un solo golpe de su enorme puño, lo envió volando hacia atrás como si fuera un muñeco de trapo, estrellándolo contra la pared más cercana con un estruendo que resonó por todo el recinto. El hombre cayó al suelo, inconsciente, sin siquiera haber tenido la oportunidad de levantar las manos para defenderse. El segundo hombre no tuvo mejor suerte. Ragn giró sobre sus talones con la precisión de un guerrero entrenado y lo atrapó por el cuello antes de que pudiera desenfundar su arma. Los ojos del hombre se abrieron de par en par, llenos de terror, mientras Ragn lo levantaba del suelo con una facilidad alarmante. Hubo un instante de silencio antes de que el gigante lo arrojara al suelo con tanta fuerza que se oyó el crujido de huesos rompiéndose. El tercer hombre, temblando, intentó retroceder, pero Ragn ya estaba sobre él. Un rápido gancho de derecha lo alcanzó en el rostro, enviándolo a volar varios metros hasta caer sobre los restos de una mesa rota. Los otros dos hombres, al ver caer a sus compañeros en cuestión de segundos, vacilaron. El miedo era palpable en sus rostros, sus cuerpos temblaban visiblemente mientras miraban a Ragn con una mezcla de horror y desesperación. ¿La presencia de Ragn les estaba imponiendo? que va, era la música, los estaba volviendo débiles, inseguros.Asradi, mientras tanto, continuaba con su canto, invocando a más y más espíritus que rodeaban a los dos últimos hombres, envolviéndolos en una danza macabra que parecía sacudir sus mentes hasta el borde de la locura. Ragn, con los ojos llenos de la furia que había mantenido contenida durante tanto tiempo, dio un paso adelante. Los enemigos que quedaban no durarían mucho más. Sabía que la batalla aún no había terminado, pero en ese momento, bajo el influjo del canto de Asradi y la fuerza que había vuelto a despertar en su interior, se sintió invencible.
Los dos hombres restantes retrocedieron, sus ojos desorbitados por el miedo. El canto de Asradi los tenía en un estado de confusión, como si la realidad misma se desmoronara a su alrededor. Ragn, sin dejar de observar sus movimientos temblorosos, avanzó con la implacabilidad de un depredador. Sus puños seguían cerrados, pero no había prisa en sus gestos. Sabía que la batalla ya estaba ganada. Uno de los hombres, en un último y desesperado intento, lanzó un grito ahogado y corrió hacia Ragn, blandiendo un cuchillo. Pero el gigante lo detuvo con un simple movimiento de su brazo, atrapando la muñeca del hombre antes de que el cuchillo siquiera se acercara. Con un giro rápido y brutal, Ragn desarmó al hombre, arrojando la cuchilla al suelo con un estrépito. El segundo hombre, paralizado por el miedo, ni siquiera intentó moverse cuando Ragn lo encaró. Con un solo golpe seco en el estómago, lo dejó sin aire y lo hizo caer de rodillas. El último bandido, jadeando por la desesperación, intentó dar media vuelta y huir. Pero Asradi lo atrapó en la enredadera invisible de su canto. Los lamentos fantasmales aumentaron en intensidad, y los gritos del hombre se perdieron en el aire, silenciados por el poder de las almas que parecían rodearlo. Con un grito final, el hombre se desplomó, incapaz de soportar más el peso de su propio terror. Ragn, tras ver caer al último enemigo, respiró hondo. La furia aún palpitaba en sus venas, pero la batalla había terminado. Miró a su alrededor, viendo los cuerpos derrumbados de los cinco hombres. Había acabado con ellos sin derramar una sola gota de su propia sangre, pero sentía el agotamiento emocional caer sobre él como una losa. El eco de los cantos de Asradi empezó a disiparse, y el aire volvió a la normalidad, frío pero ya no cargado de espectros. Se giró hacia ella. Asradi estaba allí, inmóvil, mirándolo con una expresión que mezclaba cansancio y algo más, algo que solo ellos compartían. Una complicidad silenciosa. No había necesidad de palabras, habían luchado, como parecía ser el inicio de muchas, juntos. Ragn dio unos pasos hacia ella, su colosal figura ahora más calmada. Le tendió una mano enorme y áspera. — Grassias. —Comento en un tono bajo Ragn, con voz grave pero suave.
Asradi respondió al líder con una aguda franqueza, y aunque Ragn sentía el impulso de lanzarse al ataque, esperó. La frialdad en su mirada era un escudo contra el remolino emocional que lo amenazaba. Mientras los hombres los rodeaban en un semicírculo, él avanzó un paso hacia Asradi, protegiéndola con su gigantesco cuerpo, como siempre hacía, aunque por dentro supiera que no era ella quien necesitaba ser salvada en ese momento. — Eres de hierro.— Se repitió, buscando aferrarse a ese pensamiento mientras la tensión aumentaba.Pero entonces, algo cambió. El aire se volvió aún más pesado, y Ragn sintió un escalofrío recorrer su columna. No era miedo, o al menos no uno que él reconociera como tal. Era algo diferente, algo primitivo. La temperatura bajó drásticamente, y un sonido casi etéreo, lúgubre, comenzó a llenar el aire. El tarareo de Asradi, apenas un susurro al principio, fue creciendo poco a poco. La melodía tenía una cualidad espectral, como si cada nota estuviera impregnada de antiguas memorias, de un poder ancestral que no era de este mundo. Ragn se tensó, pero no fue un gesto de alarma, sino de reconocimiento. La voz de Asradi, dulce y engañosamente delicada, tenía un poder que no había visto antes desplegarse de esa manera. Era como si ella misma estuviera invocando fuerzas más allá de la comprensión de los hombres. Los lamentos comenzaron a mezclarse con su canción, resonando a su alrededor como ecos de almas perdidas. Y entonces los vio, las sombras, los espíritus. ¡Esto parecía Hel! Fantasmagóricas figuras comenzaron a aparecer, sus formas distorsionadas, sus rostros contorsionados en expresiones de dolor y desesperación. ¿Solo lo estaba viendo Ragn? el solía tener contacto con estos ... Mundos, pero verlo así, tan de cuajo ...
Los hombres que los rodeaban titubearon. Uno de ellos dio un paso atrás, claramente afectado por la repentina aparición de los espectros, ¿no?, y otro se llevó una mano a la cabeza, como si una presión invisible lo estuviera aplastando desde dentro. El líder, aunque intentó mantener su compostura, también vaciló, mirando a su alrededor con creciente incomodidad. Todos estaban entrando en un estado como de confusión extraño. Ragn sintió un cambio dentro de sí. El poder de Asradi, su canción, era como una ola que lo elevaba, una fuerza que lo devolvía a su centro. No estaba solo en esta lucha, y eso le dio la fuerza que necesitaba para volver a ser el guerrero que siempre había sido. El miedo que había amenazado con invadirlo se disipó, reemplazado por una renovada sensación de propósito. Estos hombres no eran nada comparado con lo que había enfrentado antes. No eran nada comparado con la furia que había estado conteniendo. Los ojos de Ragn se estrecharon mientras daba un paso hacia el líder del grupo, el crujido de sus nudillos resonando en el aire frío. No necesitaba sus poderes en ese momento, no necesitaba el veneno que corría por su sangre. Lo único que necesitaba eran sus manos, sus puños, y la voluntad de aplastar a esos hombres. La fuerza bruta que lo había definido durante tanto tiempo regresó a él con una claridad devastadora. —Diverrtirrrse...— Susurró con una sonrisa torcida, mientras su puño colosal se cerraba. —Mostrrrarr diverrrsión.
El líder apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Ragn se lanzara hacia él. Con un solo golpe de su enorme puño, lo envió volando hacia atrás como si fuera un muñeco de trapo, estrellándolo contra la pared más cercana con un estruendo que resonó por todo el recinto. El hombre cayó al suelo, inconsciente, sin siquiera haber tenido la oportunidad de levantar las manos para defenderse. El segundo hombre no tuvo mejor suerte. Ragn giró sobre sus talones con la precisión de un guerrero entrenado y lo atrapó por el cuello antes de que pudiera desenfundar su arma. Los ojos del hombre se abrieron de par en par, llenos de terror, mientras Ragn lo levantaba del suelo con una facilidad alarmante. Hubo un instante de silencio antes de que el gigante lo arrojara al suelo con tanta fuerza que se oyó el crujido de huesos rompiéndose. El tercer hombre, temblando, intentó retroceder, pero Ragn ya estaba sobre él. Un rápido gancho de derecha lo alcanzó en el rostro, enviándolo a volar varios metros hasta caer sobre los restos de una mesa rota. Los otros dos hombres, al ver caer a sus compañeros en cuestión de segundos, vacilaron. El miedo era palpable en sus rostros, sus cuerpos temblaban visiblemente mientras miraban a Ragn con una mezcla de horror y desesperación. ¿La presencia de Ragn les estaba imponiendo? que va, era la música, los estaba volviendo débiles, inseguros.Asradi, mientras tanto, continuaba con su canto, invocando a más y más espíritus que rodeaban a los dos últimos hombres, envolviéndolos en una danza macabra que parecía sacudir sus mentes hasta el borde de la locura. Ragn, con los ojos llenos de la furia que había mantenido contenida durante tanto tiempo, dio un paso adelante. Los enemigos que quedaban no durarían mucho más. Sabía que la batalla aún no había terminado, pero en ese momento, bajo el influjo del canto de Asradi y la fuerza que había vuelto a despertar en su interior, se sintió invencible.
Los dos hombres restantes retrocedieron, sus ojos desorbitados por el miedo. El canto de Asradi los tenía en un estado de confusión, como si la realidad misma se desmoronara a su alrededor. Ragn, sin dejar de observar sus movimientos temblorosos, avanzó con la implacabilidad de un depredador. Sus puños seguían cerrados, pero no había prisa en sus gestos. Sabía que la batalla ya estaba ganada. Uno de los hombres, en un último y desesperado intento, lanzó un grito ahogado y corrió hacia Ragn, blandiendo un cuchillo. Pero el gigante lo detuvo con un simple movimiento de su brazo, atrapando la muñeca del hombre antes de que el cuchillo siquiera se acercara. Con un giro rápido y brutal, Ragn desarmó al hombre, arrojando la cuchilla al suelo con un estrépito. El segundo hombre, paralizado por el miedo, ni siquiera intentó moverse cuando Ragn lo encaró. Con un solo golpe seco en el estómago, lo dejó sin aire y lo hizo caer de rodillas. El último bandido, jadeando por la desesperación, intentó dar media vuelta y huir. Pero Asradi lo atrapó en la enredadera invisible de su canto. Los lamentos fantasmales aumentaron en intensidad, y los gritos del hombre se perdieron en el aire, silenciados por el poder de las almas que parecían rodearlo. Con un grito final, el hombre se desplomó, incapaz de soportar más el peso de su propio terror. Ragn, tras ver caer al último enemigo, respiró hondo. La furia aún palpitaba en sus venas, pero la batalla había terminado. Miró a su alrededor, viendo los cuerpos derrumbados de los cinco hombres. Había acabado con ellos sin derramar una sola gota de su propia sangre, pero sentía el agotamiento emocional caer sobre él como una losa. El eco de los cantos de Asradi empezó a disiparse, y el aire volvió a la normalidad, frío pero ya no cargado de espectros. Se giró hacia ella. Asradi estaba allí, inmóvil, mirándolo con una expresión que mezclaba cansancio y algo más, algo que solo ellos compartían. Una complicidad silenciosa. No había necesidad de palabras, habían luchado, como parecía ser el inicio de muchas, juntos. Ragn dio unos pasos hacia ella, su colosal figura ahora más calmada. Le tendió una mano enorme y áspera. — Grassias. —Comento en un tono bajo Ragn, con voz grave pero suave.