Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
19-10-2024, 06:59 PM
Día 23 de Verano del año 724
Ragn, el coloso vikingo de cinco putos metros de altura y cabellera rubia como el sol, caminaba entre las sombras de la aldea, iluminado apenas por la tenue luz de las antorchas que bordeaban los caminos de piedra. Sus pasos resonaban como truenos lejanos, pero a pesar de su enorme figura y su cuerpo completamente destrozado, en ese momento parecía cargar con el peso del mundo. En sus poderosos brazos, con la delicadeza de un padre sosteniendo a su hijo recién nacido, llevaba a Airgid, su ... ¿Compañera? Airgid era una guerrera de habilidades inusuales, las había mostrado en batalla y si hubiera aguantado un poco más, quién sabe si acabado con Ragn. Le faltaba una pierna, pero eso nunca le impidió pelear con una fiereza que desafiaba las expectativas de cualquiera que la subestimara. Pero ahora, tras un combate feroz, ella estaba exhausta, herida y su cuerpo demostraba las cicatrices de la batalla. Ambos habían sufrido gravemente en el combate. Ragn, aunque fuerte como un oso, mostraba profundas heridas a lo largo de su torso y brazos. La sangre empapaba parte de su pecho desnudo y su rostro, normalmente severo, estaba contorsionado por el dolor y el esfuerzo de seguir en pie. A pesar del daño que ambos habían recibido, ninguno mostraba la intención de rendirse. En sus corazones de guerreros vikingos, el combate, el dolor y la adversidad eran parte de la vida, un recordatorio constante de su propósito en este mundo violento y brutal. porque si, para Ragn Airgid era eso, una guerrera vikinga Valkiria. Joder si era hasta rubia ...
Mientras Ragn avanzaba, escuchaba sus propios jadeos entrecortados. La distancia que debía recorrer para alcanzar la seguridad de Oykot no era larga, pero con cada paso, el peso de la batalla parecía duplicarse. Su mirada se enfocaba hacia el horizonte, donde una figura familiar comenzaba a perfilarse entre la penumbra. Asradi, su compañera y sanadora, apareció como un fantasma entre la niebla que cubría el terreno. Sin palabras, se acercó rápidamente. Traía sus hierbas y ungüentos que siempre tenía consigo para atender a los heridos. A lo largo de los años, había salvado a muchos, pero pocas veces había visto a sus amigos tan maltrechos como en esa noche. Asradi, con una calma impresionante, inspeccionó a ambos sin decir una palabra. Primero observó a Ragn, pero sus ojos pronto se posaron en Airgid, que respiraba de manera errática. Sin perder tiempo, Asradi extrajo de su bolsa un pequeño frasco de vidrio y lo acercó a los labios de la guerrera herida. Un leve susurro de alivio se escuchó en el silencio cuando Airgid pareció estabilizar su respiración, aunque seguía inconsciente. Ragn, a pesar del agotamiento que lo asfixiaba, miró agradecido a Asradi. Sabía que su compañera de armas estaría bien bajo el cuidado de la sanadora. Asradi hizo un gesto con la cabeza, indicándole que ambos debían ser llevados a un lugar más seguro, donde podría atenderlos adecuadamente. Señaló hacia la taberna cercana, un lugar que, en más de una ocasión, había servido de refugio para aquellos que regresaban de los mares o de las tierras lejanas, llenos de historias y heridas.
Al entrar en la taberna, el calor de las llamas en las chimeneas y el bullicio de los balleneros que habían llegado de una larga jornada en el mar envolvieron a los tres. Las miradas se volvieron hacia ellos cuando Ragn, con su imponente altura y con Airgid aún en brazos, cruzó el umbral. Los murmullos se apagaron por un momento, el aire se llenó de una mezcla de respeto y asombro. Los balleneros, hombres curtidos por los elementos, reconocían el valor y el sacrificio en los ojos de los guerreros heridos. Sin dudarlo, los balleneros más cercanos se levantaron, ofreciendo sus lugares cerca del fuego. Uno de ellos, un hombre de barba espesa y rostro marcado por las cicatrices del tiempo, extendió una mano a Ragn. — Siéntate aquí, amigo. Parece que tú y tu compañera han pasado un infierno.— Miró a la mujer, que al igual que el gigante estaba repleta de heridas. Ragn asintió en agradecimiento y, con extrema delicadeza, depositó a Airgid sobre una mesa improvisada, donde Asradi comenzó de inmediato a limpiar las heridas y aplicar vendas. La taberna entera parecía haber caído en un respetuoso silencio, cada uno de los presentes atento a la escena. La vida de los revoslucionarios estaba llena de desafíos, y ver a dos guerreros en ese estado era un recordatorio de las duras realidades que todos enfrentaban. Asradi trabajaba con precisión, sus manos moviéndose rápidamente entre vendajes y ungüentos que preparaba sobre la marcha. Susurraba palabras de calma, aunque Airgid no podía oírlas. Al mismo tiempo, revisaba las heridas de Ragn, quien se dejó caer sobre un banco de madera, exhausto. El gigante vikingo finalmente permitía que el dolor lo alcanzara, mientras sus músculos se relajaban después de horas de tensión. No se quejaba, aunque sus heridas eran profundas, pero cada gesto y mirada demostraba el dolor que sentía en su cuerpo.
Los balleneros, sintiendo que no había mucho que pudieran hacer en términos médicos, decidieron ofrecer lo que mejor conocían, comida y bebida. Un hombre robusto con una túnica de piel de foca y manos tan grandes como las de Ragn se acercó con un plato lleno de pescado recién cocido y un gran cuerno de hidromiel. — Comed. No podéis luchar sin fuerza— Dijo, colocando la comida frente a Ragn. — Este día pertenece a los que sobreviven, no solo a los que luchan. — ¿Cómo se podía ser tan majo? la gente de aquel lugar era increiblmente cercana, al menos para como vivían. Era algo que se solía dar bastante, contra menos tenía el que entregaba, con más honestidad lo hacía. Ragn, a pesar del dolor y el cansancio, asintió en agradecimiento y tomó un trozo de pescado. El sabor salado y caliente llenó su boca, devolviéndole algo de vitalidad. Sabía que esa comida, aunque simple, le ayudaría a seguir adelante. Mientras comía lentamente, vio cómo los balleneros se unían a él y Asradi, formando un círculo alrededor del fuego. Había algo en la fraternidad silenciosa que compartían los hombres y mujeres de esa tierra, algo que trascendía las palabras y se comunicaba en miradas, gestos y actos sencillos de generosidad. Asradi, después de atender a ambos, se dejó caer en una silla cercana, agotada por el esfuerzo y pronto se marchó. Sabía que la noche aún sería larga, pero por el momento, tanto Ragn como Airgid estaban fuera de peligro inmediato. Sus heridas cicatrizarían, aunque las cicatrices quedarían como recordatorio de esa batalla. El ambiente en la taberna poco a poco comenzó a relajarse de nuevo. Los balleneros, viendo que lo peor había pasado, retomaron sus conversaciones y bromas, aunque de vez en cuando lanzaban una mirada respetuosa hacia los tres guerreros. Uno de ellos sacó un laúd, y pronto las canciones del mar volvieron a llenar el aire, sus notas resonando entre las vigas de madera del techo.
Ragn, sin embargo, permanecía en silencio. Su mirada estaba fija en el fuego, pero su mente vagaba lejos, repasando los detalles de la batalla. Sabía que esa lucha no sería la última, y que él y Airgid tendrían que enfrentarse a desafíos aún mayores en el futuro. Pero por ahora, podían permitirse un momento de descanso, un respiro antes de que el ciclo de la batalla los llamara de nuevo. Por supuesto las palabras de la mujer, confirmando lo que Nosha tuvo a bien comunicarle en sueños estaba en su mente. — Es ella. Estaba a mi lado, pero no recordaba su rostro. Puedo leer en sus ojos, como aquella vez. — Ragn apartó una mirada de sosplayo a la mujer. No era timidez, era más bien ... Joder, es que no sabía qué hacer. El Buccaneer no era bueno en esto, ¿como ser bueno en algo que no has hecho nunca? Hacia Airgid sentía atracción, más incluso ahora después de la batalla, pero ... También era su amiga, su gran amiga. Volvió a mirarla. Estaba repleta de sangre. Ganas de acariciarla y orgullo porque hubiera sobrevivido a un combate contra él. Qué coño era esa dualidad tan extraña. La noche avanzó lenta pero acogedora en la taberna. Ragn y Airgid, envueltos en vendas y descansando en la seguridad de las paredes de madera, se permitieron bajar la guardia por un momento. Los balleneros siguieron compartiendo historias de criaturas marinas colosales, tempestades que casi devoraron sus barcos y de las aventuras en los confines del océano. En algún punto de la noche, uno de los balleneros, ya un poco ebrio, levantó su cuerno de hidromiel hacia los guerreros vendados y gritó: — ¡Por los que luchan y sobreviven!— Un rugido de aprobación llenó la taberna mientras todos levantaban sus bebidas al unísono. — Adoro a esta gente. — Pensó, con una sonrisa en el rostro.