Por fin podía permitirse un ratito de descanso después de todas las cosas que habían pasado. El sol era agradable en la cubierta del Baratie y ella había aprovechado ese momento de tranquilidad para hacer inventario de los medicamentos y útiles que necesitaría en los próximos días. Había conseguido más hierbas marinas, tanto para sus mejunjes curativos como para otro tipo de... usos menos pragmáticos. Vamos a dejarlo ahí. Se había separado un poco de los demás, precisamente, para estar concentrada en tal tarea, aprovechando que no había demasiado barullo. Sí era consciente de que tanto Airgid como Ragn estaban por ahí fuera también, pero su plan no era molestarles tampoco. Todos tenían sus cosas que hacer. Aunque a veces notaba un par de ojitos curiosos que conocía y que no le molestaban, mientras hacía tal tarea.
Estaba comprobando, precisamente, un bote repleto de ajenjo mezclado con las toxinas de un pez globo, cuando su pequeño den den mushi comenzó a sonar. Asradi lo sacó, un poco, de uno de los bolsillos de su mochila, y descolgó. Fue en ese momento cuando escuchó la voz de Tofun, pero en un tono que no le gustó para nada. ¿Bien jodido? ¿Qué demonios de Hel había pasado? Asradi frunció el ceño y colgó, sin dar respuesta de ningún tipo. Guardó rápidamente todo en la mochila pero asegurándose de dejar, arriba de todo y a la vista, el botiquín con las medicinas y demás utensilios. Se la echó a la espalda y se fue, todo lo rápido que podía, a saltitos hacia el comedor. No tardó en encontrar el meollo del asunto. Airgid y Ragn se habían adelantado, y para cuando ella llegó, ya el de Elbaf se había disperso en aquel gas. No lo veía, pero si Airgid estaba ahí, suponía que el grandullón no debía de estar lejos tampoco. Sí, definitivamente, Ragn había pasado por ahí a juzgar por como, al asomarse al comedor, podía oler aquel aroma dulzón tan característico.
Echó un vistazo rápido a la rubia y luego al interior.
— ¿De dónde han salido esta panda de babosas marinas? — Asradi miró al grupo de frikazos en concreto. Pero luego se centró en lo más importante.
Tofun.
¿Dónde estaba? Decidió ignorar abiertamente a aquellos tipos que parecían la versión barata y cutre de los Backstreet Sharks y se adentró, cubriéndose la boca y la nariz con una mano, para intentar evitar la mayoría del gas. La mirada oceánica de Asradi recorrió rápida y concienzudamente el lugar. Y entonces vió el rastro de cerveza. Tras dejar que los demás se ocupasen del resto, se dispuso a seguir las manchas de alcohol y... ¿eso era sangre?
La sirena se apuró todavía más, dentro de lo que la situación se lo permitía.
— ¿Tofun? Háblame. — Era lo problemático de eso. El tontatta era de un tamaño que era complicado verle a simple vista. Y más en una situación como aquella. Esperaba que, si estaba escondido, lo estuviese bien.
Por fortuna, no tardó en escuchar la voz del frasquito infinito de alcohol con patas y barba debajo de una mesa. Asradi se agachó de inmediato y comenzó a sacar tiritas (al fin y al cabo eran del tamaño del tontatta) y los medicamentos que necesitase.
— Voy a abrirte la camisa, ¿vale? Necesito ver qué es lo que hay. — Porque no pintaba muy bien aquello. Con cuidado le manipuló la prenda superior, tratando de hacerle el menos daño posible, antes de comenzar a limpiar la sangre con un trozo de tela limpia al que había echado un mejunje espeso desinfectante. Apretó los labios. Tenían que sacar a Tofun de ahí antes de que esa gente se les echase encima. Por fortuna, podría estabilizarle con lo que tenía.
Miró un momento por encima del hombro.
— ¡Caretas, necesito que me cubras! — Lo había visto de refilón cuando ella se dirigió al comedor a toda prisa y a saltitos. Era imposible ignorar o no ver a Lemon. Y como no verlo, con ese "bañador" que se cargaba encima. Demasiada trompa para el armamento. ¿O quizás sí era capaz de llenarlo? No, no era momento de pensar en eso ahora mismo.
— Cuando lo estabilicemos, lo sacamos de aquí. — Actuaba todo lo rápido que la situación se lo pemitía. Y más teniendo en cuenta el cuerpecito de treinta centímetros de Tofun. Y que tuvo que sacudir la cabeza un par de veces debido al gas que Ragnheidr había disperso. Al fin y al cabo, para atender a Tofun, había tenido que quitarse la mano del rostro y comenzaba a afectarle. Si quería hacer su trabajo con la mente lúcida, tenían que salir de ahí.