Silver
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20-10-2024, 05:03 AM
El sol seguía descendiendo lentamente, cubriendo el puerto de Rostock con ese resplandor dorado que bañaba las calles de la pequeña ciudad. El bullicio del día comenzaba a menguar, pero entre los ecos de las conversaciones que flotaban en el aire, los rumores se deslizaban como una corriente subterránea. Los lugareños aún no conocerían el nombre de Markov, pero su presencia no pasaba desapercibida y su imponente figura ya había dejado huella en las mentes de muchos.
El pescador, ajeno a que era el blanco de una mente calculadora, terminó su conversación y comenzó a alejarse del muelle, dirigiéndose por una de las calles empedradas que bordeaban el puerto. Aparentemente, su jornada había terminado. A medida que las sombras se alargaban en los callejones, Markov mantenía su distancia, dejando que el hombre creyera estar solo mientras el conde acechaba en silencio, como un depredador al acecho de su presa.
El camino del pescador lo llevó a una zona menos transitada, lejos del bullicio del puerto. Las tabernas y los puestos de mercancías quedaban atrás, y las lámparas comenzaban a encenderse, iluminando débilmente los callejones oscuros. Fue en uno de esos recodos solitarios donde Derian vio su oportunidad. Măcelar, la espada de hoja ancha que portaba consigo, descansaba pesadamente, pero de momento no habría necesidad de desenfundarla. La intimidación física, junto a su aura autoritaria, serían más que suficientes para someter al pobre desgraciado.
El conde recortó la distancia, apareciendo de repente entre las sombras como una figura fantasmal. Los pasos apresurados del pescador se detuvieron de golpe, y cuando giró, se encontró frente a la imponente figura de Lord Markov. El hombre, aunque de rostro curtido y acostumbrado al trabajo duro, palideció al instante al darse cuenta de la situación en la que se encontraba.
Lo que siguió fue rápido. Markov, sin perder tiempo, lo acorraló con facilidad. Avasallado por la presencia dominante del conde y la sensación opresiva de la espada colgando a su lado, el pescador supo de inmediato que no tendría salida. Un grito de auxilio en ese callejón solitario solo aceleraría su destino.
El interrogatorio no fue un intercambio largo ni diplomático. Bajo la presión implacable del noble, el pescador se derrumbó emocionalmente en cuestión de minutos, balbuceando la información que Markov quería. Con una voz temblorosa, el hombre comenzó a desvelar los detalles sobre los contrabandistas.
—Son... son hombres del norte, mi señor —dijo mientras temblaba—. Los he visto mover cargamentos al caer la noche... pero nadie se atreve a acercarse. La Marina tampoco parece hacer nada al respecto.
Hizo una pausa, jadeando por el nerviosismo.
—Dicen que operan desde una cala oculta al sur del faro, en los acantilados. Utilizan las cuevas para esconder la mercancía... armas, tal vez esclavos, no lo sé. Pero si alguien se entromete... —sus ojos temblaban— no viven para contarlo.
El pescador tragó saliva, mirando fijamente la espada de Derian. La voz del hombre se había vuelto un susurro mientras bajaba la mirada, claramente temiendo por su vida.
—Eso... eso es todo lo que sé. Por favor... déjame ir...
La información estaba sobre la mesa. El conde de Markovia ya tenía lo que necesitaba, pero la verdadera cuestión aún quedaba en el aire: ¿Qué haría ahora con el pescador? Su utilidad había terminado, y en las venas de Derian comenzaba a latir esa familiar necesidad, el impulso que traía consigo la urgencia de "alimentarse". El Otro agitaba sus cadenas, deseando liberarse.
El pescador, ajeno a que era el blanco de una mente calculadora, terminó su conversación y comenzó a alejarse del muelle, dirigiéndose por una de las calles empedradas que bordeaban el puerto. Aparentemente, su jornada había terminado. A medida que las sombras se alargaban en los callejones, Markov mantenía su distancia, dejando que el hombre creyera estar solo mientras el conde acechaba en silencio, como un depredador al acecho de su presa.
El camino del pescador lo llevó a una zona menos transitada, lejos del bullicio del puerto. Las tabernas y los puestos de mercancías quedaban atrás, y las lámparas comenzaban a encenderse, iluminando débilmente los callejones oscuros. Fue en uno de esos recodos solitarios donde Derian vio su oportunidad. Măcelar, la espada de hoja ancha que portaba consigo, descansaba pesadamente, pero de momento no habría necesidad de desenfundarla. La intimidación física, junto a su aura autoritaria, serían más que suficientes para someter al pobre desgraciado.
El conde recortó la distancia, apareciendo de repente entre las sombras como una figura fantasmal. Los pasos apresurados del pescador se detuvieron de golpe, y cuando giró, se encontró frente a la imponente figura de Lord Markov. El hombre, aunque de rostro curtido y acostumbrado al trabajo duro, palideció al instante al darse cuenta de la situación en la que se encontraba.
Lo que siguió fue rápido. Markov, sin perder tiempo, lo acorraló con facilidad. Avasallado por la presencia dominante del conde y la sensación opresiva de la espada colgando a su lado, el pescador supo de inmediato que no tendría salida. Un grito de auxilio en ese callejón solitario solo aceleraría su destino.
El interrogatorio no fue un intercambio largo ni diplomático. Bajo la presión implacable del noble, el pescador se derrumbó emocionalmente en cuestión de minutos, balbuceando la información que Markov quería. Con una voz temblorosa, el hombre comenzó a desvelar los detalles sobre los contrabandistas.
—Son... son hombres del norte, mi señor —dijo mientras temblaba—. Los he visto mover cargamentos al caer la noche... pero nadie se atreve a acercarse. La Marina tampoco parece hacer nada al respecto.
Hizo una pausa, jadeando por el nerviosismo.
—Dicen que operan desde una cala oculta al sur del faro, en los acantilados. Utilizan las cuevas para esconder la mercancía... armas, tal vez esclavos, no lo sé. Pero si alguien se entromete... —sus ojos temblaban— no viven para contarlo.
El pescador tragó saliva, mirando fijamente la espada de Derian. La voz del hombre se había vuelto un susurro mientras bajaba la mirada, claramente temiendo por su vida.
—Eso... eso es todo lo que sé. Por favor... déjame ir...
La información estaba sobre la mesa. El conde de Markovia ya tenía lo que necesitaba, pero la verdadera cuestión aún quedaba en el aire: ¿Qué haría ahora con el pescador? Su utilidad había terminado, y en las venas de Derian comenzaba a latir esa familiar necesidad, el impulso que traía consigo la urgencia de "alimentarse". El Otro agitaba sus cadenas, deseando liberarse.