Hay rumores sobre…
... una plaga de ratas infectadas por un extraño virus en el Refugio de Goat.
[Autonarrada] Lo que se espera de tí.
Takahiro
La saeta verde
Verano del año 724.
Día 40.


Se trataba de un día precioso en el archipiélago de Polestar. El sol había emergido por el horizonte, con una elegancia y una belleza inmaculada como la de una mujer que sonríe desde lo más profundo de su corazón, tiñendo los cielos de tonos rosados y anaranjados, que lentamente iban eclipsando el profundo azul del cielo nocturno. Una brisa fresca acariciaba la piel de Takahiro, meciendo sus cabellos verdosos, mientras el graznido de las gaviotas rompía la gracia y la tranquilidad de aquel amanecer.

—Malditas alimañas voladoras —imprecaba el marine, que se encontraba observando el amanecer desde el tejado del cuartel—. Y que ese sea el emblema de la marina… Manda huevos —continuó diciendo, mientras se dejaba caer con delicadeza sobre el suelo.

A Takahiro le encantaba pasar tiempo en lo más alto del edificio del cuartel general del G-31, ya que desde allí era capaz de observar todos y cada uno de los puntos de la isla. Era un lugar fantástico y tranquilo, ubicado en un lugar espectacular. Aunque lo mejor de todo era que Shawn no podía encontrarlo nunca en aquel lugar. Si quería escabullirse de alguna tarea tan solo tenía que ir allí, esperar a que Shawn se cansara de buscarle y salir. Un plan sin fisuras. No obstante, ese día no tenía de lo que preocuparse, ya que estaba en su día libre gracias a su buen hacer en la misión de escolta de la ínsula de Kilombo. Así que se tumbó y volvió a quedarse dormido sobre el suelo del tejado. Estaba muy relajado, cuando la voz grave del comandante Buchanan le despertó.

—Muchacho —le dijo, mientras caminaba a paso firme hacia el lugar en el que se encontraba—. ¿No crees que deberías aprovechar mejor el día? —le preguntó, observándole con los brazos cruzados. Desde esa perspectiva Takahiro era capaz de percibir con más exactitud la musculatura de su superior. No estaba haciendo nada de fuerza, pero era capaz de distinguir las protuberancias que dividía un músculo de su brazo del otro, todos rajados y bien definidos, pero no por ello poco voluminosos. Realmente era una persona bastante fuerte—. Ahora eres un oficial y debes dar ejemplo —le recordó.

—Lo sé, lo sé —le dio la razón el peliverde, que tan solo había abierto su ojo derecho—. Pero estoy en mi día libre. Tan solo quiero descansar.

—Un oficial nunca descansa —le replicó el comandante—. Así que despiértate, desayuna algo y te espero a las doce, cero, cero en la entrada del cuartel. Vas a acompañarme a un sitio. Y sí, puedes ir de paisano, pero llévate al menos la gabardina.

—Pero…

—No me repliques, muchacho. —Su tono de voz fue imperante y alto, haciendo que casi de un salto el peliverde se incorporara de sopetón—. ¿Entendido?

—Sí, mi comandante —le respondió desde el suelo, haciendo el saludo militar de la marina—. A las doce del mediodía en la entrada principal de cuartel. Entendido.

—Bien. Así me gusta —Y sin decir nada más, se marchó de allí saltando por el tejado.

«¿Por qué siempre hace lo mismo? Yo salto desde ahí y me rompo algo seguro» , pensó en su foro interno el peliverde, tumbándose de nuevo sobre el suelo.

Tal y como le habían ordenado, el peliverde apenas tardó diez u once minutos en ponerse en pie y marcharse del tejado. Bajó con mucha cautela, tratando de pasar desapercibido por parte de algunos de sus compañeros. No querían que descubrieran su lugar especial —más bien no quería que el insoportable de Shawn supiera que tenía acceso a la azotea del edificio—, así que fue cauto. Cuando estuvo en la segunda planta comenzó a actuar normal y puso rumbo a los barracones.

Gracias a su ascenso, cada uno de los miembros de la L-42 habían recibido una dependencia independiente dentro de los barracones.  Ya no eran unos simples marines de bajo rango, sino que se habían convertido en oficiales de la noble marina del gobierno mundial. Eran parte de la élite de la organización, aunque Takahiro no terminaba de creérselo, ya que no terminaba de creérselo, es decir, no terminaba de confiar en sus propias capacidades de mando para ser alguien de rango alto. Sentía que había ascendido muy rápido y que podría haber personas que se lo merecían mucho más. ¿Dónde? En algún lado. Se suponía que su escuadrón estaba formado por personas que no encajaban en el statu quo de la marina, aquellos que cuestionaban el reglamento y que, era probable, que hubiera personas que no quisieran que ascendieran rápido, pero había resultado todo lo contrario. Lo único bueno era que podía continuar diciéndole a la demonia que era su superior y que debía respetarle como tal.

Una vez llegó a su habitación se tumbó en la cama. Era bastante amplia para ser una sala anexa al resto de barracones, de apenas dos por tres metros cuadrados, con una cama, un escritorio con una silla, una estantería, un armario y una ventana que daba al exterior.

Dejó sus pertenencias en la cama, cogió su toalla y su neceser con los utensilios de baño y se fue a las duchas. Dejó caer el agua fría sobre su cabeza, el agua se deslizaba lentamente sobre su piel, impoluta, despejándole de cualquier atisbo de cansancio. Se enjabonó con rapidez y volvió a darse con agua para aclararse. Se secó con la toalla, se la ató después a la cintura y volvió a su dependencia, tumbándose sobre la cama casi desnudo. 

—¡QUE PEREZA! —se quejó en voz alta, estirando sus brazos y colocándolas después sobre su nuca, para luego girarse y observar el sol por la ventana.

Estaba perezoso, tal vez más de lo habitual. Había estado en muchas misiones en menos de una semana: la catástrofe de la base que, si bien lo tacharon de héroe junto a sus compañeros, fue un estrepitoso fracaso. Luego la misión en Punta Verde, que también fue otro fracaso, aunque sus superiores dijeran que al haber salvado un gran número de vidas habías resultado exitosa. Y, por último, lo ocurrido en el faro de Rostock, que podría decirse que había sido la única misión que había cerrado con éxito desde su estancia en el G-31, aunque tampoco era que hubiese hecho gran cosa… Saltar por un acantilado para hundir un barco junto a Octo, para luego subir y ayudar en un combate que ya estaba decidido. En fin. Estaba desganado al pensar en todo aquello.

Dieron las diez y algo de la mañana, se había vestido con sus ropajes habituales, a excepción de que se había colocado sobre los hombros el abrigo de Alférez que le habían entregado hacía apenas cuarenta y ocho horas, en una ceremonia bastante aburrida con los mandamases de la base. Caminó hacia la cantina, donde se encontró de nuevo Sophie que la saludo, enérgica.

—¡Taki! —alzó la voz la joven, haciendo que el peliverde dibujara en su rostro algo parecido a una mueca de desagrado—. ¡Puede sentarse aquí! —continuó, hablándole de usted.

—No vuelvas a llamarme Taki —le dijo, tratando de mostrarse relajado—, por favor —prosiguió—. Como mucho Taka, que es como me llaman mis amigos.

—¿Me estás diciendo que somos amigos? —preguntó, con los ojos brillosos de alegría.

—Estoy diciendo que no puedes llamarme Taki —reiteró, una vez más—. Pero sí. Somos compañeros, así que podemos ser amigos. —Takahiro dibujó una amplia sonrisa, mientras observaba como la joven suspiraba de forma extraña. ¿Qué le pasaba? ¿Acaso también estaba cansada? Era una probabilidad. Lo cierto era que los soldados rasos trabajaban en muchas tareas irrelevantes y eso podía llegar a cansar demasiado, desde ayudar a una anciana con un gato perdido, pasando por recados para los altos cargos, hasta cubrir un turno de noche como vigilante en algún lugar donde requieran la ayuda de la marina. Un rollo.

—¿Y qué tal se está de oficial? —le preguntó la joven—. Me han dicho que ahora tienes una habitación propia… Que envidia.

—Es lo mejor de haber ascendido —le respondió el peliverde—. Tienes más intimidad para tus cosas y no tienes que estar pendiente de que puedes estar molestando a la persona que tienes al lado.

—¿Y no te sientes un poco solo? —preguntó ella, mientras con los dedos se mecía el pelo—. Quiero decir, de estar compartiendo con tus compañeros a hacer un cambio tan radical… ¿No te aburres en tu tiempo libre?

—Lo cierto es que no —le respondió—. Como te he dicho no tengo esa sensación de estar molestando a Ray, por ejemplo, cuando estoy cuidando de mis espadas o me pongo a leer algo.

—Entiendo… —le dijo, mostrando una sonrisa—. Pero quizá…, un día podría pasarme por tu barracón para ver tu nueva habitación y me la enseñas. Así podría darte algo de compañía.

—Cuando quieras, mi cueva es tu cueva —le respondió el peliverde—. Aunque tampoco es una suit de lujo —le dijo, sonriente—. Tiene una cama normalita, aunque bastante cómoda, un escritorio con su silla, una estantería y un armario para la ropa. Nada del otro mundo.

—¿Para qué quieres más? —preguntó la joven, acercándose lentamente hacia Takahiro y bajando su tono de voz—. Si lo único importante es que la cama sea buena y resistente, ¿no crees?

—Mientras no me levante con dolor de espalda es más que suficiente —bromeó el peliverde, soltando una carcajada después.

—Eso dependerá mucho del uso que vayamos a darle…

La joven en ese momento acarició la pierna de Takahiro, que sintió un extraño hormigueo donde no debía sentirlo y dio un leve salto, nervioso. Sophie se estaba mordiendo el labio y fue en ese momento, cuando un inocente Takahiro vio las intenciones de la joven: quería probar sus encantos. Tragó saliva y no supo que decir. Por primera vez el bocazas del peliverde se había quedado enmudecido. Y de pronto, como si fuera un salvador, un héroe que nadie habría esperado que llegara, apareció el teniente comandante Shawn.

—¡Alférez Kenshin! —alzó la voz, situándose cerca de él, haciendo que Sophie se separara de él sutilmente—. ¿Dónde se ha metido durante toda la mañana? Fui a verle antes de la campanada a su habitación y no estaba. ¿Ha vuelto a dormir fuera de la base sin rellenar el certificado número trescientos cuatro, epígrafe tres?

—Un placer verlo, señor —le dijo, suspirando de alivio—. Me levanté pronto porque quería ver el amanecer en la isla. Es uno de los pocos placeres que me permito durante mis días libres —hizo cierto hincapié a la hora de decir libres para que entendiera que no estaba dispuesto a cumplir alguno de los cometidos que tuviera preparado—. Y ahora estoy haciendo tiempo hasta las doce, que tengo que ir a un recado con el comandante Buchanan.

—Entiendo —dijo, pensativo—. En ese caso, ¡Soldado Raso, Wagner! —exclamó—. ¡Venga conmigo!

—¡Señor, sí, señor! —alzó la voz ella, poniéndose de pie de golpe.

—Nos vemos en cinco minutos en la entrada del cuartel —le dijo.

—A sus órdenes, teniente comandante Shawn —le dijo ella, manteniendo el saludo militar—. En cinco minutos en la entrada. Permiso para ir a mi barracón y coger mis pertenencias.

—Permiso concedido —le dijo Shawn—. Ahora, ¡descanse!

Tras esas palabras, el por primera vez oportuno Shawn se marchó de allí.

—El deber me llama, Taka —dijo la joven—. En otro momento te dejo que me enseñes la habitación en detalle —le guiñó un ojo, para luego deslizar su mano por sus hombros y cuello antes de marcharse—. Que tengas un buen día.

—Igualmente —le dijo, sintiendo un escalofrío—. Y ánimo con Shawn.

En cuanto se marchó la joven, la breve tensión que había comenzado a sentir en lugares inapropiados se desvaneció. Por un lado, no veía mal tener un rato de intimidad con aquella muchacha, pero algo le decía en su interior que no era buena idea. Tenía un mal presentimiento con ella desde que la había conocido. ¿Seguiría su instinto y no trataría de intimar o se dejaría llevar por el cerebro que tenía entre las piernas? Seguramente hiciera lo segundo, ya que nunca había sido una persona coherente. Sin embargo, eso era un problema para el Takahiro del futuro, a fin de cuentas, le habían insinuado que era probable que tuviera que partir de Loguetown hacia otros lugares que necesitaran la ayuda de marines cualificados, como eran los miembros del L-42.

Estuvo en la cantina hasta que casi llego la hora acordada. Se marchó hacia la puerta y, como de costumbre, Buchanan estuvo allí puntual.

—Bien —dijo el comandante—. Es hora de partir.

—¿A dónde vamos? —le preguntó, con cierta incertidumbre.

—Ya lo verás —le dijo, mostrando una sonrisa.

Caminaron hasta el final de la calle, que estaba extrañamente desierta, hasta llegar a la plaza del patíbulo que, como de costumbre, estaba a rebosar de personas. Era exagerado el contraste que había entre un lugar y otro, pese a estar relativamente cerca. Lo cierto era que, desde el incidente, algunas zonas de la ciudad habían quedado relativamente vacías. ¿La razón? La gente tenía miedo de que el grupo terrorista volviera a intentar hacer algo en contra de su ciudad. Había desconfianza dentro de la marina, pese a que muchos de ellos habían perdido también la vida tratando de salvar a los ciudadanos.

Finalmente, el camino los llevó a las afueras de la ciudad. Un lugar tranquilo, bastante aislado, desde donde se podía ver el horizonte. Un amplio mar azul, tan bello y tranquilizador, pero al mismo tiempo tan misterioso y peligroso, se extendía hasta llegar a una gigantesca montaña que se podía contemplar desde allí. Era la Red Line, también conocida como la gran línea roja. El único continente que bordeaba la tierra por su ecuador, ¿o era sobre su meridiano? Daba igual. De normal no podía verse, pero los días excesivamente despejado como aquel, en el que la humedad estaba bajo mínimos, se podía contemplar perfectamente. Imponía ver un trozo de tierra tan grande sobre ellos. Estaba lejos, pero también cerca. Era una sensación extraña.

—Es cosa mía, ¿o te conoces todos los sitios bonitos de la isla? —le preguntó el alférez, que aún continuaba alucinando con lo que estaba viendo.

—Llevo toda mi vida aquí, muchacho —le respondió—. Seguramente soy la persona que mejor conoce cada rincón de este archipiélago, para bien o para mal.

Takahiro se mantuvo en silencio, mientras una brisa le mecía los cabellos. El aroma a sal se adentraba por sus fosas nasales, haciéndole sentir una paz que hacía mucho que no había sentido. Se le había olvidado a que olía el mar, también parecía haber olvidado que se sentía al relajarse durante un breve instante. Y eso era algo que no decía hacer bajo ningún concepto.

—No me has traído aquí para ver el paisaje, ¿verdad? —le preguntó sin andarse con rodeos.

Takahiro conocía muy bien a su superior. Sin saber la razón, se había convertido en su protegido desde el primer momento, desde el preciso instante en el que usó su espada para desviar pelotas de goma y golpear, sin quererlo, con una de ellas a la capitana Montpellier. Le había ayudado a recobrar su confianza, a cambiar la perspectiva que tenía de sí mismo, a mejorar su nivel de autoconocimiento para poder sacar su mejor versión. Le había entrenado hasta ser capaz de sentir lo que le rodeaba, también para plasmar su voluntad en sus armas, pudiendo tocar, incluso, lo intocable.

—Dime, Takahiro —le dijo con un tono de voz bastante serio, pero al mismo tiempo paternal—. ¿Qué crees que es lo que se espera de ti?

—¿De mi? —preguntó dubitativo—. Que me ponga el uniforme —bromeó, encogiéndose de hombros, pero continuando de forma más seria justo después—: Si te soy honesto, no tengo muy claro que se espera de mí. He ascendió muy rápido dentro del G-31, pero no tengo del todo claro si mi ascenso es meritorio. Que yo sepa, he fracasado en el noventa por ciento de las misiones que he llevado a cabo —hizo una breve pausa—. No cumplo las normas, me salto entrenamientos porque creo que son irrelevantes, suelo cuestionar las decisiones de mis superiores e incumplirlas si no veo correcto lo que quieren llevar a cabo. Se dice que un marine debe cumplir el libreto, hacer justicia e intentar no caer en la mala praxis. Y yo…, yo solo quiero hacer lo correcto —dijo, finalmente.

Buchanan sonrió.

—¿Y qué si las misiones no son un éxito? —le preguntó—. ¿Qué ha primado más para ti durante esas misiones?

—Para mí lo más importante ha sido la vida de los civiles y la de mis compañeros por encima de todo —le respondió—. Si te soy sincero, si tengo que elegir entre cumplir una misión y la vida de alguien inocente… —hizo una pausa intentando buscar la frase correcta, pero no pudo encontrarla y fue soez y visceral—. Pueden darle por culo a la misión y a quien me la halla encomendado.

—No me equivoque contigo al promocionarte a Alférez —le dijo, haciendo que Takahiro sonriera—. Intente hacerlo para teniente, pero hubo una serie de oficiales que no estaban del todo de acuerdo —le confesó, sin decir nombres—.  Es más, algunos compañeros míos están un poco en contra que la L-42 ascienda niveles, después de todo sois esa clase de persona que no se va a dejar someter por el poder establecido. ¿El inconveniente que tienen? Que os estáis haciendo con el favor del pueblo, y si os convertís en héroes para ellos no tienen nada que hacer.

* * * * * *

Estuvieron apenas una hora más allí, hablando de la nada y observando el horizonte. Se acercaba la hora de comer, cuando decidieron volver a la base. El camino seguía siendo tranquilo en aquella región de la ínsula, cuando de pronto escucharon unos gritos que provecían del interior más boscoso de la isla. Takahiro cerró los ojos, tratando de afinar su oído, pero no era capaz de escuchar que estaban diciendo concretamente. De pronto, un grito ahogado que alertó a ambos marines. Sin pensárselo dos veces, Takahiro comenzó a moverse con agilidad entre los árboles, llegando a una pequeña explanada en la que había una casa de madera. En el suelo yacía una mujer, cuyo rostro enrojecido le hizo ver que le habían golpeado.

—Aquí no pintas nada, muchacho —le dijo un hombre de tez tostada, ojos negros y cabello castaño. Era una persona bastante grande, vestida con una camisa roja de cuadros, unos pantalones vaqueros desgastados y unas botas marrones—. Así que te recomiendo que te marches.

Takahiro no se había dado cuenta, pero se le había caído la chaqueta de oficial que llevaba puesta sobre los hombros.

—Si has hecho lo que creo que has hecho —dijo Takahiro, posando la mano sobre la empuñadura de Samidare—. Creo que voy a tener que meterle la katana por el agujero que no ve el sol.

En ese momento, el hombre cogió un hacha que estaba clavada sobre un tronco y se puso en guardia. Parecía que estaba intentando intimidar a Katahiro, pero el hombre la lanzó con ambas manos, mientras se desplazaba rápidamente hasta situarse casi frente a él. Con un ágil movimiento, el marine usó su espada para bloquear el hacha, que cayó al suelo, pero no pudo evitar esquivar el puñetazo del hombre que se aproximaba hacia él.

Como era de esperar, el puño de aquel leñador le dio en su rostro, pero antes de que rozara su piel, cubrió su cabeza de haki de armadura, tornando su cara completamente de un color negruzco que impidió que rompieran la nariz, mas eso no impidió que recibiera daño y su nariz comenzara a emanar un atisbo de sangre, que se limpió con la manga de sus ropajes.

—No debiste haber hecho eso —Aferrándose a su espada, trazó una parábola ascendente con su mano, realizando un poderoso corte, el cual creó una ráfaga de aire que es capaz de propagarse. Ante eso, el hombre cruzó los brazos para protegerse, pero no fue suficiente como para salir ileso. Sus brazos se rasgaron y los músculos de su antebrazo se rompieron—.  Battojustsu, horizonte cortante.

Tras hacer eso, Buchanan apareció con su chaqueta perdida en la mano, que no tardó en entregársela. Su superior esposó al hombre, mientras que el peliverde se acercó a la mujer. Llevaron a ambos al cuartel de la marina, para curarlos a los dos. Sin embargo, el destino de ambos fue completamente distinto: el hombre fue juzgado y encarcelado, mientras que la mujer se fue a vivir con sus padres, a una isla vecina del archipiélago.
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Lo que se espera de tí. - por Takahiro - 20-10-2024, 08:02 PM

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