Tofun
El Largo
20-10-2024, 11:05 PM
El caos en la taberna de mala muerte era un espectáculo que rozaba lo absurdo. Ragnir, un gigante en comparación con el resto de los presentes, decidió convertir el duelo amistoso en algo completamente descontrolado cuando se transformó en gas. ¡Un logia! Ahí estaba la clave de su ventaja. La nube de cerveza que yo había generado apenas llegaba a rodearlo, pero era incapaz de contener su tamaño o detener sus movimientos gaseosos. ¡Maldita sea! Ahí estaba yo, corriendo en círculos a toda velocidad, buscando una oportunidad para golpear a mi enorme compañero de revolución, mientras borrachos caían como moscas a mi paso. Me choqué con al menos tres, todos perdidos en su propia niebla alcohólica.
El combate se desarrollaba de la manera más caótica posible. Intentaba lanzarme hacia Ragnir, escondido entre la espuma de cerveza, pero cada vez que lo hacía, mis golpes atravesaban su cuerpo como si intentara pegarle a una nube. Insistí una y otra vez, cada intento tan inútil como el anterior. Era frustrante, como intentar agarrar el humo con las manos. El tiempo pasaba, y poco a poco el grandullón lograba controlar el centro de la taberna, mientras yo me quedaba dando vueltas, mareado y sin ideas.
Lo peor era que no solo me afectaba a mí. Los gases que Ragnir desprendía comenzaban a tener efectos extraños en los presentes. La taberna entera estaba envuelta en una especie de locura colectiva. Vi cómo algunos comenzaban a pelearse entre ellos, sin ni siquiera saber por qué. ¿Quién necesitaba un motivo para una buena pelea de taberna, después de todo? Yo también empezaba a sentirme algo raro. Las jarras volaban por el aire, los borrachos se tambaleaban como zombis, y yo seguía intentando —en vano— darle algún golpe certero a Ragnir.
Hasta que, finalmente, algo cambió. El haki de armadura que había estado oculto dentro de mí hizo su aparición estelar. ¡Por fin! Con un brillo de determinación en los ojos, lancé un nuevo ataque. Esta vez, al contacto, sentí la resistencia de su cuerpo gaseoso, como si por fin hubiera encontrado una manera de alcanzarlo. Logré golpearle varias veces, y por primera vez desde que empezó el duelo, lo pillé desprevenido. ¡Ahí estaba mi oportunidad! El centro de la taberna, lleno de gritos y caos, era ahora mío. Aunque fuese por unos breves instantes, estaba en control.
Pero, como en cualquier buena historia, no duró. Mientras la locura seguía extendiéndose entre los borrachos, y las mesas se convertían en improvisados proyectiles, Ragnir hizo algo inesperado: desapareció. Me quedé boquiabierto, dando vueltas sobre mí mismo como un pato mareado, tratando de ubicarlo. ¡El tipo se había esfumado! Mientras esquivaba a duras penas un par de golpes ajenos y una jarra voladora, empecé a preguntarme si realmente había ganado. "¿Se fue? ¿Habré logrado que se rindiera?", pensaba mientras daba un giro más.
Y justo en ese momento, cuando me creía vencedor, algo me golpeó con la fuerza de un titán. Sentí el impacto en cada hueso de mi cuerpo. Era Ragnir. Había vuelto, y con una fuerza demoledora que me lanzó a volar por los aires como si fuera una hoja atrapada en un huracán. Aterrizé contra una pared, hundido en los restos de lo que una vez fue una mesa de madera, con una jarra volcada sobre mi cabeza.
— ¡Mierda! —bufé, completamente aturdido.
Ragnir, riéndose con esa carcajada tan característica, caminaba con calma hacia el centro de la taberna, que ahora era suyo por completo. Los pocos que quedaban conscientes ya ni siquiera intentaban moverse, y yo, bueno, estaba tirado en el suelo, hecho un desastre.
—¡Shahaha! — Reí. Me daba igual haber perdido, había sido muy divertido.
Y así, con el local medio destruido, borrachos tirados por todas partes y una pila de escombros a nuestro alrededor, Ragnir se había ganado el derecho a dominar la taberna. ¿Y yo? Bueno, al menos había sacado unas cuantas buenas lecciones de aquello. Y una resaca monumental, por supuesto.
El combate se desarrollaba de la manera más caótica posible. Intentaba lanzarme hacia Ragnir, escondido entre la espuma de cerveza, pero cada vez que lo hacía, mis golpes atravesaban su cuerpo como si intentara pegarle a una nube. Insistí una y otra vez, cada intento tan inútil como el anterior. Era frustrante, como intentar agarrar el humo con las manos. El tiempo pasaba, y poco a poco el grandullón lograba controlar el centro de la taberna, mientras yo me quedaba dando vueltas, mareado y sin ideas.
Lo peor era que no solo me afectaba a mí. Los gases que Ragnir desprendía comenzaban a tener efectos extraños en los presentes. La taberna entera estaba envuelta en una especie de locura colectiva. Vi cómo algunos comenzaban a pelearse entre ellos, sin ni siquiera saber por qué. ¿Quién necesitaba un motivo para una buena pelea de taberna, después de todo? Yo también empezaba a sentirme algo raro. Las jarras volaban por el aire, los borrachos se tambaleaban como zombis, y yo seguía intentando —en vano— darle algún golpe certero a Ragnir.
Hasta que, finalmente, algo cambió. El haki de armadura que había estado oculto dentro de mí hizo su aparición estelar. ¡Por fin! Con un brillo de determinación en los ojos, lancé un nuevo ataque. Esta vez, al contacto, sentí la resistencia de su cuerpo gaseoso, como si por fin hubiera encontrado una manera de alcanzarlo. Logré golpearle varias veces, y por primera vez desde que empezó el duelo, lo pillé desprevenido. ¡Ahí estaba mi oportunidad! El centro de la taberna, lleno de gritos y caos, era ahora mío. Aunque fuese por unos breves instantes, estaba en control.
Pero, como en cualquier buena historia, no duró. Mientras la locura seguía extendiéndose entre los borrachos, y las mesas se convertían en improvisados proyectiles, Ragnir hizo algo inesperado: desapareció. Me quedé boquiabierto, dando vueltas sobre mí mismo como un pato mareado, tratando de ubicarlo. ¡El tipo se había esfumado! Mientras esquivaba a duras penas un par de golpes ajenos y una jarra voladora, empecé a preguntarme si realmente había ganado. "¿Se fue? ¿Habré logrado que se rindiera?", pensaba mientras daba un giro más.
Y justo en ese momento, cuando me creía vencedor, algo me golpeó con la fuerza de un titán. Sentí el impacto en cada hueso de mi cuerpo. Era Ragnir. Había vuelto, y con una fuerza demoledora que me lanzó a volar por los aires como si fuera una hoja atrapada en un huracán. Aterrizé contra una pared, hundido en los restos de lo que una vez fue una mesa de madera, con una jarra volcada sobre mi cabeza.
— ¡Mierda! —bufé, completamente aturdido.
Ragnir, riéndose con esa carcajada tan característica, caminaba con calma hacia el centro de la taberna, que ahora era suyo por completo. Los pocos que quedaban conscientes ya ni siquiera intentaban moverse, y yo, bueno, estaba tirado en el suelo, hecho un desastre.
—¡Shahaha! — Reí. Me daba igual haber perdido, había sido muy divertido.
Y así, con el local medio destruido, borrachos tirados por todas partes y una pila de escombros a nuestro alrededor, Ragnir se había ganado el derecho a dominar la taberna. ¿Y yo? Bueno, al menos había sacado unas cuantas buenas lecciones de aquello. Y una resaca monumental, por supuesto.