Gavyn Peregrino
Rose/Ícaro
21-10-2024, 01:41 AM
(Última modificación: 21-10-2024, 01:42 AM por Gavyn Peregrino.)
Día 2 de Primavera, Año 724
La mayoría de los barcos en los cuales viajaba tenían un carajo, y no, no “carajo” como insulto, sino carajo como esa canasta de madera que se posa en el mástil principal y que es utilizada por los navegantes para trazar la ruta que debe de realizar el barco, predecir cómo se encuentra el clima y si se está siguiendo correctamente las indicaciones que se dan. También era usado, habitualmente, por los vigías, quienes… Bueno, vigilan lo que sucede en el barco y se aseguran de que el mar esté despejado, es decir, aquellos responsables de que el navío no choque contra un iceberg, se parta en dos y se hunda, o algo similar. Obviamente más de una vez había encontrado a uno que otro vigía saltándose su deber o durmiendo, por lo que no era precisamente muy afín a las personas que ocupan ese puesto.
El navío en el cual había trabajado hasta hace unos momentos era diferente a los demás, si bien el capitán no era tacaño no dejaba de ser un hombre huraño y malhumorado, aunque, al menos pagaba bien, su tripulación era responsable al ser “gobernada” con puño de hierro, por lo que subir a verificar si los vigías se habían dormido no era necesario; tampoco plena hacerlo, después de años trabajando como navegante había descubierto que no era mi trabajo cuidar del trabajo de los demás, así que simplemente no me encargaba de esas cosas… Por eso y por más motivos, obviamente, pero esa es una historia para otro momento, ahora mismo quería concentrarme en conseguir mi pago para poder recorrer la ciudad con tranquilidad.
Entré en la cabina del capitán después de saludar a los marinos de la tripulación, de los cuales no me había aprendido el nombre de ninguno, realmente no había uno que fuese digno de recordar, ni digno de confianza, mayor motivo por el cual no estaba interesado en nada más que establecer una relación cordial, y eso era todo, pero al parecer les había agradado lo suficiente como para que quieran entablar una conversación. Por eso el camino a la cabina fue una Odisea en sí misma, quizás un laberinto si me sentía generoso, esquivar obstáculos estaba en la descripción de mi persona, después de todo tenía alas. Cuando entré el capitán levantó la mirada de los documentos que estaba leyendo, era un hombre joven, de unos treinta y cinco años, piel trigueña y ojos oscuros como la noche misma, sabía que el negro podía ser un color intenso, pero este hombre hacía uso de su ascendencia gyojin para demostrarlo, al parecer había algo sangre de tiburón en él.
. – Así que vienes por tu pago, Peregrino. Algo temprano ¿No crees?
Recogí los hombros– ¿Qué puedo decir, Vane? Soy un hombre apresurado, tengo muchas cosas que hacer.
El capitán entrecerró los ojos, agregándole algo de intensidad a su mirada y sonrió, mostrando una hilera de dientes afilados, antes de meter su mano en un cajón y dejar un sobre en la mesa de caoba pulida: “En realidad es Bubinga” dijo Vane cuando le mencioné que su mesa de trabajo era especialmente bonita con los tallados de flores y animales acuáticos en su madera que no era de caoba.
. – Lo prometido es deuda. –Señaló el sobre con un ademán de su mano.
Corté completamente la distancia y recogí el sobre de la mesa, asintiendo más tranquilo al saber que me dejaría ir sin causarme problemas, es decir, no es como si hubiera otra opción, no pretendía quedarme más tiempo, por lo que me iba por las buenas o por las malas…
Cuando me di vuelta Vane volvió a hablar– Si alguna vez quieres un trabajo permanente, puedes pedírmelo.
El tono de su voz era algo estremecedor, profundo y gutural, evité voltear, solo mirándole por encima de mi hombro, moviendo mi ala para ver parcialmente su rostro.
. – Ya veremos. Nos vemos, Vane. –Dije, agitando mi mano en alto para saludarle.
Bajé del barco tan rápido como me fue posible, igual de rápido recorrí el puerto para adentrarme en la ciudad, o la parte más externa de ella, los bares familiares no se encontraban todos completamente en la parte céntrica de Cocoyashi. Localicé una taberna rápidamente, tenía una fachada agradable, sencilla, la madera primaba principalmente en sus decoraciones, las partes de concreto estaban pintadas de blanco, las ventanas dejaban ver parte del acogedor interior y estaba iluminada por lámparas de aceite, al menos en el exterior. El nombre del lugar era “La Manzana Envenenada”... Definitivamente era el lugar ideal para comenzar la mañana y quedarme unos días en la isla. Pasé por entre las mesas que se encontraban en el exterior, abriendo la puerta suavemente y escuchando la agradable música que provenía de dentro.
En el fondo de la taberna había una tarima, un escenario, en el cual un joven de cabello negro tocaba para los clientes del lugar, sonaba realmente ameno. Caminé a la barra, encontrándome con una mujer mayor de cabello castaño que apenas tenía hilos plateados y delicados de blanco, las marcas de expresión y las leves arrugas en su rostro delataban la edad de la mujer, pero sus ojos vivarachos y alegres dejaban ver a un alma joven que aún tenía mucho por delante. Le sonreí de forma sosegada e hice mi pedido.
. – Buenos días, quisiera pedirle croquetas de merluza, tres porciones de pastel de bacalao, un plato de rabas y otro de gambas rebozadas. También una jarra de jugo de mandarina.
Ella alzó las cejas con una sonrisa divertida– Alguien tiene bastante hambre ¿No? ¿Algo más, joven?
Esbocé una sonrisa cansada– Ah, y pedirle una habitación para una estadía de tres días y dos noches.
Ella anotó todo en su libreta, asintiendo y me dijo el precio, señalándome una mesa cerca del escenario para sentarme. Con un rápido agradecimiento y después de desembolsar los berris correspondientes me dirigí a la mesa y tomé asiento para disfrutar del espectáculo.
La mayoría de los barcos en los cuales viajaba tenían un carajo, y no, no “carajo” como insulto, sino carajo como esa canasta de madera que se posa en el mástil principal y que es utilizada por los navegantes para trazar la ruta que debe de realizar el barco, predecir cómo se encuentra el clima y si se está siguiendo correctamente las indicaciones que se dan. También era usado, habitualmente, por los vigías, quienes… Bueno, vigilan lo que sucede en el barco y se aseguran de que el mar esté despejado, es decir, aquellos responsables de que el navío no choque contra un iceberg, se parta en dos y se hunda, o algo similar. Obviamente más de una vez había encontrado a uno que otro vigía saltándose su deber o durmiendo, por lo que no era precisamente muy afín a las personas que ocupan ese puesto.
El navío en el cual había trabajado hasta hace unos momentos era diferente a los demás, si bien el capitán no era tacaño no dejaba de ser un hombre huraño y malhumorado, aunque, al menos pagaba bien, su tripulación era responsable al ser “gobernada” con puño de hierro, por lo que subir a verificar si los vigías se habían dormido no era necesario; tampoco plena hacerlo, después de años trabajando como navegante había descubierto que no era mi trabajo cuidar del trabajo de los demás, así que simplemente no me encargaba de esas cosas… Por eso y por más motivos, obviamente, pero esa es una historia para otro momento, ahora mismo quería concentrarme en conseguir mi pago para poder recorrer la ciudad con tranquilidad.
Entré en la cabina del capitán después de saludar a los marinos de la tripulación, de los cuales no me había aprendido el nombre de ninguno, realmente no había uno que fuese digno de recordar, ni digno de confianza, mayor motivo por el cual no estaba interesado en nada más que establecer una relación cordial, y eso era todo, pero al parecer les había agradado lo suficiente como para que quieran entablar una conversación. Por eso el camino a la cabina fue una Odisea en sí misma, quizás un laberinto si me sentía generoso, esquivar obstáculos estaba en la descripción de mi persona, después de todo tenía alas. Cuando entré el capitán levantó la mirada de los documentos que estaba leyendo, era un hombre joven, de unos treinta y cinco años, piel trigueña y ojos oscuros como la noche misma, sabía que el negro podía ser un color intenso, pero este hombre hacía uso de su ascendencia gyojin para demostrarlo, al parecer había algo sangre de tiburón en él.
. – Así que vienes por tu pago, Peregrino. Algo temprano ¿No crees?
Recogí los hombros– ¿Qué puedo decir, Vane? Soy un hombre apresurado, tengo muchas cosas que hacer.
El capitán entrecerró los ojos, agregándole algo de intensidad a su mirada y sonrió, mostrando una hilera de dientes afilados, antes de meter su mano en un cajón y dejar un sobre en la mesa de caoba pulida: “En realidad es Bubinga” dijo Vane cuando le mencioné que su mesa de trabajo era especialmente bonita con los tallados de flores y animales acuáticos en su madera que no era de caoba.
. – Lo prometido es deuda. –Señaló el sobre con un ademán de su mano.
Corté completamente la distancia y recogí el sobre de la mesa, asintiendo más tranquilo al saber que me dejaría ir sin causarme problemas, es decir, no es como si hubiera otra opción, no pretendía quedarme más tiempo, por lo que me iba por las buenas o por las malas…
Cuando me di vuelta Vane volvió a hablar– Si alguna vez quieres un trabajo permanente, puedes pedírmelo.
El tono de su voz era algo estremecedor, profundo y gutural, evité voltear, solo mirándole por encima de mi hombro, moviendo mi ala para ver parcialmente su rostro.
. – Ya veremos. Nos vemos, Vane. –Dije, agitando mi mano en alto para saludarle.
Bajé del barco tan rápido como me fue posible, igual de rápido recorrí el puerto para adentrarme en la ciudad, o la parte más externa de ella, los bares familiares no se encontraban todos completamente en la parte céntrica de Cocoyashi. Localicé una taberna rápidamente, tenía una fachada agradable, sencilla, la madera primaba principalmente en sus decoraciones, las partes de concreto estaban pintadas de blanco, las ventanas dejaban ver parte del acogedor interior y estaba iluminada por lámparas de aceite, al menos en el exterior. El nombre del lugar era “La Manzana Envenenada”... Definitivamente era el lugar ideal para comenzar la mañana y quedarme unos días en la isla. Pasé por entre las mesas que se encontraban en el exterior, abriendo la puerta suavemente y escuchando la agradable música que provenía de dentro.
En el fondo de la taberna había una tarima, un escenario, en el cual un joven de cabello negro tocaba para los clientes del lugar, sonaba realmente ameno. Caminé a la barra, encontrándome con una mujer mayor de cabello castaño que apenas tenía hilos plateados y delicados de blanco, las marcas de expresión y las leves arrugas en su rostro delataban la edad de la mujer, pero sus ojos vivarachos y alegres dejaban ver a un alma joven que aún tenía mucho por delante. Le sonreí de forma sosegada e hice mi pedido.
. – Buenos días, quisiera pedirle croquetas de merluza, tres porciones de pastel de bacalao, un plato de rabas y otro de gambas rebozadas. También una jarra de jugo de mandarina.
Ella alzó las cejas con una sonrisa divertida– Alguien tiene bastante hambre ¿No? ¿Algo más, joven?
Esbocé una sonrisa cansada– Ah, y pedirle una habitación para una estadía de tres días y dos noches.
Ella anotó todo en su libreta, asintiendo y me dijo el precio, señalándome una mesa cerca del escenario para sentarme. Con un rápido agradecimiento y después de desembolsar los berris correspondientes me dirigí a la mesa y tomé asiento para disfrutar del espectáculo.