Ubben Sangrenegra
Loki
21-10-2024, 06:58 AM
La trampa ya había sido tendida. El bribón de ojos dorados se encontraba dentro de un claustrofóbico cofre, lo suficientemente grande como para contenerlo en una posición en la que pudiese levantarse con rapidez al abrirlo. Aunque la situación era bastante incomoda por el espacio reducido, Ubben se mantenía en calma. Sabía que era una jugada arriesgada, pero necesaria. Después de todo, solo un cobarde débil se atrevería a usar el nombre de otro para cometer crímenes, aprovechándose de su mala fama. Y ese cobarde pronto recibiría su castigo.
El cofre era transportado por una carroza tirada por caballos, conducida por un par de ancianos que simulaban ser una pareja de ricos. Ambos se encontraban conversando con la naturalidad de quien se muda a una nueva vida. La charla era simple, casi trivial, intercambiando comentarios sobre lo bello que sería su nuevo comienzo en Loguetown. Sin embargo, esa conversación, por más banal que pareciera, era clave para hacer más creíble la tapadera. Durante el trayecto, en los estrechos caminos que salían del puerto principal, Ubben no pudo evitar golpear la pared interior del cofre cuando los caballos frenaron bruscamente. Una grave y profunda voz ordenaba a los ancianos que bajaran de la carroza. Los viejos no ofrecerían gran resistencia; la clave estaba en que demoraran unos segundos más de lo necesario, para que el asaltante tuviese la oportunidad de revelar la identidad que había estado usurpando: la de Ubben Sangrenegra.
—¿Acaso no saben quién soy?— la voz resonó, pero sin la gravedad intimidante que debería tener. Ubben sintió un ardor en su pecho al escuchar aquella mala interpretación de su persona. El impostor, en un tono moderado, como si intentara no llamar demasiado la atención, continuó —Soy Ubben Sangrenegra… el ladrón y asesino con una recompensa de 30 millones.—
Las venas en la frente y el cuello de Ubben comenzaron a marcarse de rabia contenida al oír cómo ese ladrón de poca monta utilizaba su nombre con tan poca gracia. El impostor siguió con su burda amenaza —¿Quieren ayudarme a aumentar el precio de mi cabeza? — añadió el usurpador, con una voz tan artificial que Ubben sintió un nudo en el estómago de la verguenza ajena que le causaba. Era casi cómico, como si estuviera viendo una parodia de sí mismo. Le daban ganas de vomitar, no solo por el descaro, sino por lo mal que estaban actuando su identidad.
Finalmente, los ancianos bajaron de la carroza, tal como estaba planeado. El impostor no perdió tiempo y tomó el control de la situación, dirigiéndose con el cofre hacia su escondite. A través de los tablones del cofre, Ubben pudo escuchar el ruido de las ruedas del carruaje mientras se alejaban del puerto y se adentraban en los barrios bajos de Loguetown. Después de un rato, el carro se detuvo y el bribón de ojos dorados escuchó los relinchos de los caballos antes de que éstos corrieran desbocados, tal vez espantados por algún ruido. Minutos después, el cofre comenzó a ser arrastrado, rasgando el suelo hasta que un portazo seco indicó que ya habían entrado a una casa.
Ubben escuchaba con atención cada pequeño sonido... estaba preparado. Sabía que dentro de poco todo terminaría. El cofre dejó de moverse, y el ambiente se tornó más tranquilo por un momento. Luego, un sonido metálico captó su atención.... El candado del cofre, viejo y de mala calidad, había sido retirado. Era exactamente lo que Ubben había esperado, pues él mismo sería capaz de romperlo desde dentro si hubiera sido necesario. Pero ya no haría falta. Cuando el peliblanco sintió que el candado fue retirado, su cuerpo se tensó. Aprovechando ese instante de sorpresa, abrió de golpe la tapa del cofre. Por suerte, la de la habitación era tenue, y no le encandiló al salir de golpe del cofre. El impostor, de rostro vulgar y apariencia descuidada, abrió los ojos con incredulidad al ver a Ubben emergiendo como una bestia liberada.
El moreno de blancos cabellos no le dio ni una fracción de segundo para reaccionar. Sin pensarlo dos veces, Ubben envolvió sus puños con Haki y lanzó el primer golpe directamente a la mandíbula del impostor. El sonido del impacto sonó tal cual una pelota de tenis al impactar con la raqueta. El hombre retrocedió, tambaleándose por el golpe, pero antes de que pudiera siquiera intentar defenderse, un segundo puñetazo le llegó al estómago, sacándole todo el aire de los pulmones. Ubben estaba completamente desatado, golpeando con brutalidad, liberando la furia que le causaba ese gusano que había mancillado su nombre.
Uno tras otro, los golpes caían sobre el impostor como una lluvia interminable. El rostro del hombre comenzó a hincharse y a sangrar por la nariz y los labios, pero Ubben no se detuvo hasta que lo vio desplomarse en el suelo, completamente noqueado, con el rostro desfigurado por la paliza. El usurpador ya no representaba ninguna amenaza, pero para Ubben, esto solo era el comienzo. Lo sentó en una silla, amordazó y amarró de manos y pies, además de atarlo a la silla de forma en que no tuviese como escapar...
El cofre era transportado por una carroza tirada por caballos, conducida por un par de ancianos que simulaban ser una pareja de ricos. Ambos se encontraban conversando con la naturalidad de quien se muda a una nueva vida. La charla era simple, casi trivial, intercambiando comentarios sobre lo bello que sería su nuevo comienzo en Loguetown. Sin embargo, esa conversación, por más banal que pareciera, era clave para hacer más creíble la tapadera. Durante el trayecto, en los estrechos caminos que salían del puerto principal, Ubben no pudo evitar golpear la pared interior del cofre cuando los caballos frenaron bruscamente. Una grave y profunda voz ordenaba a los ancianos que bajaran de la carroza. Los viejos no ofrecerían gran resistencia; la clave estaba en que demoraran unos segundos más de lo necesario, para que el asaltante tuviese la oportunidad de revelar la identidad que había estado usurpando: la de Ubben Sangrenegra.
—¿Acaso no saben quién soy?— la voz resonó, pero sin la gravedad intimidante que debería tener. Ubben sintió un ardor en su pecho al escuchar aquella mala interpretación de su persona. El impostor, en un tono moderado, como si intentara no llamar demasiado la atención, continuó —Soy Ubben Sangrenegra… el ladrón y asesino con una recompensa de 30 millones.—
Las venas en la frente y el cuello de Ubben comenzaron a marcarse de rabia contenida al oír cómo ese ladrón de poca monta utilizaba su nombre con tan poca gracia. El impostor siguió con su burda amenaza —¿Quieren ayudarme a aumentar el precio de mi cabeza? — añadió el usurpador, con una voz tan artificial que Ubben sintió un nudo en el estómago de la verguenza ajena que le causaba. Era casi cómico, como si estuviera viendo una parodia de sí mismo. Le daban ganas de vomitar, no solo por el descaro, sino por lo mal que estaban actuando su identidad.
Finalmente, los ancianos bajaron de la carroza, tal como estaba planeado. El impostor no perdió tiempo y tomó el control de la situación, dirigiéndose con el cofre hacia su escondite. A través de los tablones del cofre, Ubben pudo escuchar el ruido de las ruedas del carruaje mientras se alejaban del puerto y se adentraban en los barrios bajos de Loguetown. Después de un rato, el carro se detuvo y el bribón de ojos dorados escuchó los relinchos de los caballos antes de que éstos corrieran desbocados, tal vez espantados por algún ruido. Minutos después, el cofre comenzó a ser arrastrado, rasgando el suelo hasta que un portazo seco indicó que ya habían entrado a una casa.
Ubben escuchaba con atención cada pequeño sonido... estaba preparado. Sabía que dentro de poco todo terminaría. El cofre dejó de moverse, y el ambiente se tornó más tranquilo por un momento. Luego, un sonido metálico captó su atención.... El candado del cofre, viejo y de mala calidad, había sido retirado. Era exactamente lo que Ubben había esperado, pues él mismo sería capaz de romperlo desde dentro si hubiera sido necesario. Pero ya no haría falta. Cuando el peliblanco sintió que el candado fue retirado, su cuerpo se tensó. Aprovechando ese instante de sorpresa, abrió de golpe la tapa del cofre. Por suerte, la de la habitación era tenue, y no le encandiló al salir de golpe del cofre. El impostor, de rostro vulgar y apariencia descuidada, abrió los ojos con incredulidad al ver a Ubben emergiendo como una bestia liberada.
El moreno de blancos cabellos no le dio ni una fracción de segundo para reaccionar. Sin pensarlo dos veces, Ubben envolvió sus puños con Haki y lanzó el primer golpe directamente a la mandíbula del impostor. El sonido del impacto sonó tal cual una pelota de tenis al impactar con la raqueta. El hombre retrocedió, tambaleándose por el golpe, pero antes de que pudiera siquiera intentar defenderse, un segundo puñetazo le llegó al estómago, sacándole todo el aire de los pulmones. Ubben estaba completamente desatado, golpeando con brutalidad, liberando la furia que le causaba ese gusano que había mancillado su nombre.
Uno tras otro, los golpes caían sobre el impostor como una lluvia interminable. El rostro del hombre comenzó a hincharse y a sangrar por la nariz y los labios, pero Ubben no se detuvo hasta que lo vio desplomarse en el suelo, completamente noqueado, con el rostro desfigurado por la paliza. El usurpador ya no representaba ninguna amenaza, pero para Ubben, esto solo era el comienzo. Lo sentó en una silla, amordazó y amarró de manos y pies, además de atarlo a la silla de forma en que no tuviese como escapar...