Octojin
El terror blanco
21-10-2024, 09:43 AM
Al gyojin le encantó que la camisa que le había entrado por los ojos le gustaste a la pelinegra. Con una aún más abultada sonrisa, se la probó y vio cómo la sirena le miraba de arriba a abajo varias veces, esbozando una tímida sonrisa que cada vez fue siendo menos tímida. Sin duda no lo estaba haciendo para hacer sentir mejor al tiburón, sino que realmente le gustaba cómo le quedaba. O eso estaba percibiendo el habitante del mar.
Octojin se rió al ver la insistencia de Asradi para que se probara el chándal en el segundo puesto, mientras él mismo no podía evitar sonreír por lo absurda y divertida que le resultaba la prenda.
— Que conste que lo hago por ti — dijo con una sonrisa mientras cogía el chándal, consciente de que había sido su idea pero intentando hacerse el hombre delante del tendero, que le veía con un semblante de sorpresa como agarraba aquél chándal, probablemente sus rezos porque alguien se lo llevara habían visto sus frutos tras años sin venderlo.
Mientras se dirigía hacia un pequeño espacio en el que pudiera probárselo sin molestar a los demás compradores, el gyojin vio cómo la sirena miraba prendas para ella misma. Y es que observarla mientras ella no era consciente —o eso creía él—, empezaba a ser su pasatiempo favorito. Se quitó la ropa lentamente, dejándola sobre una silla que tenían allí en medio para probarse calzado, y, mientras lo hacía, la observaba de reojo, notando cómo seguía inspeccionando las prendas que le iban gustando. Y lo cierto es que no pudo evitar sentir una calidez especial al verla tan a gusto y relajada. Era una sensación agradable, de esas que pocas veces experimentaba, y que le hacía sentirse más humano que gyojin.
Al ponerse el chándal, salió en su búsqueda y se plantó delante de ella, extendiendo los brazos y girando lentamente para que pudiera ver bien cómo le quedaba.
— ¿Qué te parece? ¿Voy a ser el gyojin más estiloso de la Marina o qué? — bromeó, esperando la inevitable risa de Asradi, que ya había sonado en su mente al menos. La prenda era una exageración en sí misma, pero por alguna extraña razón que intentaba comprender y no podía, le gustaba y le hacía sentir alegre. Y más si encima producía una carcajada a su sirena. Verla sonreír o reír hacía que todo valiera la pena.
Cuando sus ojos se encontraron, notó que ella estaba observando una blusa y una falda que parecían llamarle la atención. Él se acercó y, con una sonrisa sincera, le transmitió lo que estaba pensando en su interior.
— Elige el top que más te guste, por favor, te lo compro yo. Quiero regalártelo, ¿vale? — le encantaba la idea de poder regalarle algo a Asradi, algo que le recordara aquel día. La sirena era una muestra de su primera aventura, y el top sería de su segunda. No se trataba solo de la prenda, sino del gesto y el momento que estaban compartiendo.
Una vez eligieron sus respectivas prendas y pagaron en el puesto, Octojin sugirió algo más tranquilo. Tenía ganas de pasar un rato tranquilo con ella antes de lo que empezaba a oler a despedida. También quería sacar sus reflexiones con ella, hablar de cosas más abstractas y complicadas que le unieran más a ella.
— ¿Damos un paseo? Solo quiero estar un rato más contigo, antes de que volvamos a la posada — las calles de Loguetown estaban llenas de vida, con gente yendo y viniendo de los puestos y tiendas, cada uno inmerso en sus propios asuntos, pero para Octojin solo existían él y Asradi en ese momento. Además, ya llevaba el suficiente tiempo para saber que por los callejones de la isla había menos tráfico de personas a esas horas —. Conozco un par de sitios en los que no habrá mucha gente, aunque las vistas son un poco más... Cutres, digamos.
Y tanto que lo eran. El recorrido se limitaba a unas cuantas callejuelas que daban a las partes traseras de varios edificios por los cuales había contenedores, algún que otro árbol, y, en resumidas cuentas, poca gente. Mirándolo con perspectiva, quizá no era el sitio más romántico, ni mucho menos. ¿Pero para qué quería Octojin y Asradi caminar por un sitio romántico si ya se tenían ellos mismos? ¿Qué lugar había más romántico que aquél por el que paseaban unidos de la mano? Cualquier conversación juntos era lo mejor que el gyojin podía tener.
Mientras caminaban, el escualo no pudo evitar dejar que una pregunta que llevaba tiempo en su cabeza finalmente saliera. Dejó unos segundos pasar, amenazando con ese típico silencio incómodo que se forma antes de lanzar una pregunta de las buenas. Una de esas que te hace pensar hasta que te duele la cabeza. Y así era la que tenía reservada el tiburón.
— ¿Te has preguntado alguna vez qué pasaría si fuésemos humanos en vez de seres del mar? —reflexionó sobre ello en silencio mientras seguían andando. — ¿Sería más fácil la vida? ¿Habríamos tenido las mismas dificultades o las mismas alegrías? Es una idea extraña, pero interesante. No sé la de veces que he pensado en ello. Aunque, a fin de cuentas, creo que todo lo que somos, todo lo que hemos vivido, nos ha convertido en quienes somos ahora. Y creo que no cambiaría eso por nada. Mejor ser un gyojin amenazado y alegre. Que un humano racista y cobarde.
Finalmente, después de un buen rato de paseo, y esperando la reflexión de la sirena, Octojin sonrió y le propuso volver a la posada. Allí ella podría preparar todo lo que necesitaba con las medicinas. Además, así el escualo descansaría un poco también, algo que le había prometido a su sirena.
Pero la siesta no es que fuese a ser su salvación. El tiburón sabía que, mientras estuviera a su lado aquella preciosa sirena de ojos azules pero cálida mirada, todo lo demás, incluso el agotamiento, era secundario.
Octojin se rió al ver la insistencia de Asradi para que se probara el chándal en el segundo puesto, mientras él mismo no podía evitar sonreír por lo absurda y divertida que le resultaba la prenda.
— Que conste que lo hago por ti — dijo con una sonrisa mientras cogía el chándal, consciente de que había sido su idea pero intentando hacerse el hombre delante del tendero, que le veía con un semblante de sorpresa como agarraba aquél chándal, probablemente sus rezos porque alguien se lo llevara habían visto sus frutos tras años sin venderlo.
Mientras se dirigía hacia un pequeño espacio en el que pudiera probárselo sin molestar a los demás compradores, el gyojin vio cómo la sirena miraba prendas para ella misma. Y es que observarla mientras ella no era consciente —o eso creía él—, empezaba a ser su pasatiempo favorito. Se quitó la ropa lentamente, dejándola sobre una silla que tenían allí en medio para probarse calzado, y, mientras lo hacía, la observaba de reojo, notando cómo seguía inspeccionando las prendas que le iban gustando. Y lo cierto es que no pudo evitar sentir una calidez especial al verla tan a gusto y relajada. Era una sensación agradable, de esas que pocas veces experimentaba, y que le hacía sentirse más humano que gyojin.
Al ponerse el chándal, salió en su búsqueda y se plantó delante de ella, extendiendo los brazos y girando lentamente para que pudiera ver bien cómo le quedaba.
— ¿Qué te parece? ¿Voy a ser el gyojin más estiloso de la Marina o qué? — bromeó, esperando la inevitable risa de Asradi, que ya había sonado en su mente al menos. La prenda era una exageración en sí misma, pero por alguna extraña razón que intentaba comprender y no podía, le gustaba y le hacía sentir alegre. Y más si encima producía una carcajada a su sirena. Verla sonreír o reír hacía que todo valiera la pena.
Cuando sus ojos se encontraron, notó que ella estaba observando una blusa y una falda que parecían llamarle la atención. Él se acercó y, con una sonrisa sincera, le transmitió lo que estaba pensando en su interior.
— Elige el top que más te guste, por favor, te lo compro yo. Quiero regalártelo, ¿vale? — le encantaba la idea de poder regalarle algo a Asradi, algo que le recordara aquel día. La sirena era una muestra de su primera aventura, y el top sería de su segunda. No se trataba solo de la prenda, sino del gesto y el momento que estaban compartiendo.
Una vez eligieron sus respectivas prendas y pagaron en el puesto, Octojin sugirió algo más tranquilo. Tenía ganas de pasar un rato tranquilo con ella antes de lo que empezaba a oler a despedida. También quería sacar sus reflexiones con ella, hablar de cosas más abstractas y complicadas que le unieran más a ella.
— ¿Damos un paseo? Solo quiero estar un rato más contigo, antes de que volvamos a la posada — las calles de Loguetown estaban llenas de vida, con gente yendo y viniendo de los puestos y tiendas, cada uno inmerso en sus propios asuntos, pero para Octojin solo existían él y Asradi en ese momento. Además, ya llevaba el suficiente tiempo para saber que por los callejones de la isla había menos tráfico de personas a esas horas —. Conozco un par de sitios en los que no habrá mucha gente, aunque las vistas son un poco más... Cutres, digamos.
Y tanto que lo eran. El recorrido se limitaba a unas cuantas callejuelas que daban a las partes traseras de varios edificios por los cuales había contenedores, algún que otro árbol, y, en resumidas cuentas, poca gente. Mirándolo con perspectiva, quizá no era el sitio más romántico, ni mucho menos. ¿Pero para qué quería Octojin y Asradi caminar por un sitio romántico si ya se tenían ellos mismos? ¿Qué lugar había más romántico que aquél por el que paseaban unidos de la mano? Cualquier conversación juntos era lo mejor que el gyojin podía tener.
Mientras caminaban, el escualo no pudo evitar dejar que una pregunta que llevaba tiempo en su cabeza finalmente saliera. Dejó unos segundos pasar, amenazando con ese típico silencio incómodo que se forma antes de lanzar una pregunta de las buenas. Una de esas que te hace pensar hasta que te duele la cabeza. Y así era la que tenía reservada el tiburón.
— ¿Te has preguntado alguna vez qué pasaría si fuésemos humanos en vez de seres del mar? —reflexionó sobre ello en silencio mientras seguían andando. — ¿Sería más fácil la vida? ¿Habríamos tenido las mismas dificultades o las mismas alegrías? Es una idea extraña, pero interesante. No sé la de veces que he pensado en ello. Aunque, a fin de cuentas, creo que todo lo que somos, todo lo que hemos vivido, nos ha convertido en quienes somos ahora. Y creo que no cambiaría eso por nada. Mejor ser un gyojin amenazado y alegre. Que un humano racista y cobarde.
Finalmente, después de un buen rato de paseo, y esperando la reflexión de la sirena, Octojin sonrió y le propuso volver a la posada. Allí ella podría preparar todo lo que necesitaba con las medicinas. Además, así el escualo descansaría un poco también, algo que le había prometido a su sirena.
Pero la siesta no es que fuese a ser su salvación. El tiburón sabía que, mientras estuviera a su lado aquella preciosa sirena de ojos azules pero cálida mirada, todo lo demás, incluso el agotamiento, era secundario.