Asradi
Völva
21-10-2024, 12:43 PM
Todavía estaba con el par de prendas, para ella, en la mano, cuando Octojin apareció del improvisado probador al aire libre, como quien dice, con el chándal aquel puesto. Asradi parpadeó al principio, sobre todo cuando el gyojin se dejó notar. ¡Cómo para no verlo! Tan grande que era y, ahora, con eso encima puesto. La sirena no pudo evitar reírse, la estampa era totalmente cómica y graciosa.
— ¡Es terrible! — Dijo, entre risas. — Tan terrible que me encanta. — El chándal era hortera a más no poder pero, al mismo tiempo, le sentaba como un guante. Asradi se aproximó solo para poder ajustarle un poco mejor la parte de arriba, todavía bastante risueña. — Espero que te lo lleves puesto.
Y, con ello, iban a llamar mucho más la atención de esa manera. De hecho, era incapaz de dejar de mirar a Octojin. Y como para no hacerlo con esa ropa tan colorida. Era casi como una droga inofensiva y divertida al mismo tiempo. Ya solo le faltaban un collar de estes grande de oro y el atuendo estaría completo. Ella no se pondría algo así ni harta de vino, pero por algún motivo a él le quedaba bien. O quizás es que lo estaba viendo con otros ojos, con unos más amables. Seguramente, de ser otro quien llevase eso puesto, no le resultaría tan graciosa la cosa. Aunque bueno, cada uno vestía como le daba la gana, en realidad.
— Ya eres el gyojin más estiloso te pongas lo que te pongas. — Asradi le guiñó un ojo. Para ella lo era, al menos. Todavía llevaba sus prendas apoyadas en uno de los antebrazos, y fueron lo que miró cuando Octojin dijo que se las regalaba. — Pero... No hace falta. — Murmuró, sintiéndose un poco cohibida. La insistencia inocente del escualo terminó por hacerle derribar ese muro, y Asradi soltó un suave suspiro rindiéndose. — Está bien, pero solo porque eres tú. De hecho, estas me gustan y se ven cómodas.
Eran de su talla, y eso era lo importante.
Después de ojear el puesto un par de veces y, al menos por parte de ella, no encontrar nada más que le convenciese, dejó que Octojin pagase la ropa y se alejaron de ahí. El grandullón sugirió dar un paseo, lo que a ella le convenció. Algo tranquilo les vendría bien después de toda la agitación del día anterior. Y, por ahora, el día pintaba bien. La sirena era consciente de que, tarde o temprano, tendrían que despedirse de nuevo. Ni tan siquiera quería pensar en eso y, por inercia, su mano volvió a buscar la del escualo, en un roce suave al principio y un apretón leve posteriormente. Como si temiese que, de alguna manera, se le escurriese como arena entre los dedos. La sensación de calidez y de seguridad a su lado era algo que nunca antes había experimentado. No desde que había tenido que abandonar a los suyos. Comenzaron a callejear o, más bien, Asradi dejándose llevar por su Octojin. La verdad era que el sitio por donde estaban pasando no era el más pintoresco, pero no le importaba. Estaba con él y eso para ella lo era todo ahora mismo. El silencio, ahora, era su compañero también, pero no le resultaba incómodo.
Ahora bien, la pregunta del gyojin la sacó un tanto de sus pensamientos y, al mismo tiempo, también le hizo pensar. Asradi no contestó de inmediato, sino que sopesó la pregunta y todo lo que ello conllevaba.
— Si te soy sincera, no lo he llegado a pensar tampoco en profundidad. Me enorgullezco de lo que soy. — Comenzó a responder en un tono más pausado, como si estuviese eligiendo no solo las palabras, sino también lo que sentía al respecto. — Pero sí es verdad que siento que para los humanos la vida es más fácil. No a todos, por supuesto. He visto como también se matan entre los suyos, y se marginan. Supongo que no hacen tampoco distinción al respecto.
Asradi hizo una suave pausa, pensando en todo esto también.
— Al final, somos lo que somos, y cada uno tiene que sentirse orgulloso de sí mismo. Y, sobre todo, ser mejor persona tanto consigo mismo como con quienes le rodean, sean de su misma especie o no.
El paseo continuó un rato más hasta que ambos decidieron regresar a la posada. Al menos así el gyojin podría descansar y ella tomar nota de los medicamentos y hierbas que había comprado en el mercado. Una vez volvieron a la habitación en sí, Asradi se desperezó.
— Usa tú la cama. — Le concedió a Octojin. Al fin y al cabo, esa habitación la estaba alquilando él. Ella no dormiría, aquellas pocas horas habían sido suficientes, o eso era en lo que siempre se mentalizaba.
— ¡Es terrible! — Dijo, entre risas. — Tan terrible que me encanta. — El chándal era hortera a más no poder pero, al mismo tiempo, le sentaba como un guante. Asradi se aproximó solo para poder ajustarle un poco mejor la parte de arriba, todavía bastante risueña. — Espero que te lo lleves puesto.
Y, con ello, iban a llamar mucho más la atención de esa manera. De hecho, era incapaz de dejar de mirar a Octojin. Y como para no hacerlo con esa ropa tan colorida. Era casi como una droga inofensiva y divertida al mismo tiempo. Ya solo le faltaban un collar de estes grande de oro y el atuendo estaría completo. Ella no se pondría algo así ni harta de vino, pero por algún motivo a él le quedaba bien. O quizás es que lo estaba viendo con otros ojos, con unos más amables. Seguramente, de ser otro quien llevase eso puesto, no le resultaría tan graciosa la cosa. Aunque bueno, cada uno vestía como le daba la gana, en realidad.
— Ya eres el gyojin más estiloso te pongas lo que te pongas. — Asradi le guiñó un ojo. Para ella lo era, al menos. Todavía llevaba sus prendas apoyadas en uno de los antebrazos, y fueron lo que miró cuando Octojin dijo que se las regalaba. — Pero... No hace falta. — Murmuró, sintiéndose un poco cohibida. La insistencia inocente del escualo terminó por hacerle derribar ese muro, y Asradi soltó un suave suspiro rindiéndose. — Está bien, pero solo porque eres tú. De hecho, estas me gustan y se ven cómodas.
Eran de su talla, y eso era lo importante.
Después de ojear el puesto un par de veces y, al menos por parte de ella, no encontrar nada más que le convenciese, dejó que Octojin pagase la ropa y se alejaron de ahí. El grandullón sugirió dar un paseo, lo que a ella le convenció. Algo tranquilo les vendría bien después de toda la agitación del día anterior. Y, por ahora, el día pintaba bien. La sirena era consciente de que, tarde o temprano, tendrían que despedirse de nuevo. Ni tan siquiera quería pensar en eso y, por inercia, su mano volvió a buscar la del escualo, en un roce suave al principio y un apretón leve posteriormente. Como si temiese que, de alguna manera, se le escurriese como arena entre los dedos. La sensación de calidez y de seguridad a su lado era algo que nunca antes había experimentado. No desde que había tenido que abandonar a los suyos. Comenzaron a callejear o, más bien, Asradi dejándose llevar por su Octojin. La verdad era que el sitio por donde estaban pasando no era el más pintoresco, pero no le importaba. Estaba con él y eso para ella lo era todo ahora mismo. El silencio, ahora, era su compañero también, pero no le resultaba incómodo.
Ahora bien, la pregunta del gyojin la sacó un tanto de sus pensamientos y, al mismo tiempo, también le hizo pensar. Asradi no contestó de inmediato, sino que sopesó la pregunta y todo lo que ello conllevaba.
— Si te soy sincera, no lo he llegado a pensar tampoco en profundidad. Me enorgullezco de lo que soy. — Comenzó a responder en un tono más pausado, como si estuviese eligiendo no solo las palabras, sino también lo que sentía al respecto. — Pero sí es verdad que siento que para los humanos la vida es más fácil. No a todos, por supuesto. He visto como también se matan entre los suyos, y se marginan. Supongo que no hacen tampoco distinción al respecto.
Asradi hizo una suave pausa, pensando en todo esto también.
— Al final, somos lo que somos, y cada uno tiene que sentirse orgulloso de sí mismo. Y, sobre todo, ser mejor persona tanto consigo mismo como con quienes le rodean, sean de su misma especie o no.
El paseo continuó un rato más hasta que ambos decidieron regresar a la posada. Al menos así el gyojin podría descansar y ella tomar nota de los medicamentos y hierbas que había comprado en el mercado. Una vez volvieron a la habitación en sí, Asradi se desperezó.
— Usa tú la cama. — Le concedió a Octojin. Al fin y al cabo, esa habitación la estaba alquilando él. Ella no dormiría, aquellas pocas horas habían sido suficientes, o eso era en lo que siempre se mentalizaba.