Airgid Vanaidiam
Metalhead
21-10-2024, 06:40 PM
Puede que ahora mismo lo que menos le apeteciera a Airgid era que Ragnheidr cargase con ella en brazos. Lo cierto es que no sabía muy bien cómo sentirse, qué sería lo más adecuado, lo más racional o lo más coherente. Le dolía la cabeza como nunca antes había experimentado, lo que le incapacitaba el pensar con claridad y solo mareaba aún más sus desorganizados pensamientos. En el fragor de la batalla, le había hecho a Ragnheidr una pregunta cuya respuesta era bastante importante para ella, relevante con un pasado que pensaba que no iba a volver a desenterrar. Pero la respuesta del vikingo no fue clara ni segura, reaccionó más confuso que cualquier otra cosa, incluso algo molesto por haber interrumpido la pelea de aquella forma. Puede que se hubiera equivocado, al fin y al cabo. Puede que su mente le hubiera jugado una mala pasada, haciéndole pensar algo que era claramente improbable o imposible pero que ella se moría por pensar. O puede que sí, puede que Ragnheidr se tratara de aquel joven que conoció hace diez años y al que ayudo a escapar, en cierta forma, pero que se hubiera olvidado de ella con el paso del tiempo. Al fin y al cabo, demasiados años habían pasado, y puede que, simplemente, Airgid no hubiera sido tan importante para él como para recordarla. El pesimismo que esa idea provocaba en ella sumado al dolor general que sentía por todo el cuerpo le dieron ganas de derrumbarse, girando el rostro para que el rubio no fuera capaz de verle la cara mientras cargaba con ella. Qué patético resultaba, tener ahora que depender de él. Su estado físico era un buen reflejo de cómo se sentía por dentro. Se acarició un poco el pelo, enredado tras la batalla, pero aún brillante, y notó cómo la sangre de la cabeza había teñido gran parte de sus mechones dorados. Palpó la sangre, notando su viscosidad, su calor, y se limpió la mano contra su propio rostro, lo que hizo que solo se manchara aún más. Pero tampoco es como si le importara.
Se acabaron encontrando con Asradi, aunque la verdad es que Airgid no estaba con ánimos ni con cuerpo como para recibirla de la forma entusiasta que se merecía su amiga. No tenía ganas ni de hablar, en realidad. Ragnheidr la acabó llevando a una taberna aparentemente bastante cálida y acogedora, lo suficiente como para calentar aquella noche, extraña y agridulce. Airgid se sentía como un muñeco de trapo, el vikingo la posó con cuidado sobre una de las mesas que habían vaciado para poder atenderla, y simplemente se quedó allí tumbada, sin decir ni mú, dejando que sus heridas fueran curadas poco a poco. Tuvieron que coserle alguna herida, limpiárselas por completo, vendarla. Se respiraba un ambiente agradable, lleno de hospitalidad y amabilidad, donde Airgid era la única nota discordante de la melodía, tocando a otro compás, desafinada. Pero no decía nada, simplemente se quedó toda la noche tumbada en aquella mesa, pensando, intentando descansar y olvidarse del dolor de las heridas. Ya no era solo la respuesta de Ragnheidr lo que turbaba su mente, sino el sentirse débil. Estaba claro que Ragnheidr era muy fuerte y que enfrentarse a él siempre conllevaría consecuencias de aquel grado. Pero también estaba claro que a medida que avanzaran, se irían encontrando con personas más y más fuertes, y aunque ella misma también había mejorado mucho, aún se sentía... insuficiente.
El sonido de la música y las historias de fondo, al calor de la hoguera, aliviaron paulatinamente los malestares de Airgid. Eran personas increíbles, cada una de ellas. Le habían dejado una almohada y una manta con la que poder relajarse tranquilamente, mientras transcurría la noche. Muchos de los balleneros fueron marchándose poco a poco cuánto más tarde se hacía, en condiciones normales ellos también tendrían que irse, pero el dueño de la taberna hizo una excepción con los revolucionarios, dejándoles quedarse lo que quedaba de noche, apiadándose del lamentable estado en el que se encontraban, sobre todo ella. Airgid le sonrió, pero nada más. Aquella noche su cabeza no le daba para nada más, era como si le fuera a estallar y fuera a manchar todo el local con trocitos de su cerebro. En resumidas cuentas: una sensación horrible.
Se acabaron encontrando con Asradi, aunque la verdad es que Airgid no estaba con ánimos ni con cuerpo como para recibirla de la forma entusiasta que se merecía su amiga. No tenía ganas ni de hablar, en realidad. Ragnheidr la acabó llevando a una taberna aparentemente bastante cálida y acogedora, lo suficiente como para calentar aquella noche, extraña y agridulce. Airgid se sentía como un muñeco de trapo, el vikingo la posó con cuidado sobre una de las mesas que habían vaciado para poder atenderla, y simplemente se quedó allí tumbada, sin decir ni mú, dejando que sus heridas fueran curadas poco a poco. Tuvieron que coserle alguna herida, limpiárselas por completo, vendarla. Se respiraba un ambiente agradable, lleno de hospitalidad y amabilidad, donde Airgid era la única nota discordante de la melodía, tocando a otro compás, desafinada. Pero no decía nada, simplemente se quedó toda la noche tumbada en aquella mesa, pensando, intentando descansar y olvidarse del dolor de las heridas. Ya no era solo la respuesta de Ragnheidr lo que turbaba su mente, sino el sentirse débil. Estaba claro que Ragnheidr era muy fuerte y que enfrentarse a él siempre conllevaría consecuencias de aquel grado. Pero también estaba claro que a medida que avanzaran, se irían encontrando con personas más y más fuertes, y aunque ella misma también había mejorado mucho, aún se sentía... insuficiente.
El sonido de la música y las historias de fondo, al calor de la hoguera, aliviaron paulatinamente los malestares de Airgid. Eran personas increíbles, cada una de ellas. Le habían dejado una almohada y una manta con la que poder relajarse tranquilamente, mientras transcurría la noche. Muchos de los balleneros fueron marchándose poco a poco cuánto más tarde se hacía, en condiciones normales ellos también tendrían que irse, pero el dueño de la taberna hizo una excepción con los revolucionarios, dejándoles quedarse lo que quedaba de noche, apiadándose del lamentable estado en el que se encontraban, sobre todo ella. Airgid le sonrió, pero nada más. Aquella noche su cabeza no le daba para nada más, era como si le fuera a estallar y fuera a manchar todo el local con trocitos de su cerebro. En resumidas cuentas: una sensación horrible.