Byron
Que me lo otorguen
21-10-2024, 08:35 PM
(Última modificación: 23-10-2024, 09:05 PM por Byron.)
20 de Verano de 724
Solo una cosa se interponía en los deseos de aquel grupo de intrépidos guerreros deseosos de aventura, una herida abierta, no carnal, sino en el alma.
El joven y recién estrenado capitán, no se imaginó en ningún momento, que aquella fiera hiena que conoció tiempo atrás en Kilombo, y que tras una pequeña disputa con unos bandidos del tres al cuarto había jurado seguirle al mar, cargase sobre sus hombros los dulces susurros de una niña sin vida maldiciendo su consciencia cada segundo que su cuerpo daba una bocanada para respirar. Alguien con un pesar tan presente, era sorprendente que aun fuese capaz de esbozar la sonrisa con la que solía deleitar a sus fieles camaradas.
Una tripulación, no solo está para los buenos momentos, para las carcajadas y momentos de jolgorio, no, una tripulación real era la que se apoyaba los unos en los otros, cuando los cielos se tenían de oscuridad y melancolía.
Así pues, en cuanto Vesper Chrome, el médico de su tripulación, masculló con tonos de lamento, que antes de zarpar a la aventura con sus amados compañeros, tenía que encargarse de impartir justicia a aquellos que en su momento no tuvo la oportunidad, se hizo el silencio por unos segundos. Probablemente, debido a la situación, aquel hombre con ojos extraños con los cuales parecía evitar la confrontación directa con los amatista del capitán, parecía convencido de que sería una tarea de la que se tendría que encargar solo, más, con un temple envidiable, uniendo las piezas en su cabeza teniendo presente lo sucedido el día anterior, posó su mano sobre el hombro musculado de su afligido compañero. Para con una determinación digna de un experimentado capitán, hacerle corresponder su mirada con aquel gesto, y con todos sus tripulantes presentes decir lo que todos pensaban tras escuchar sus declaraciones, haciendo retumbar sus palabras en los tablones de madera de aquella taberna de confianza.
- ¡Vesper Chrome! Te has unido a mí, y me has jurado lealtad, ¿qué clase de capitán sería si no alivió la carga de aquellos fieles a mí? ¡La confianza es lo que nos une! Maldito sarnoso...- Murmuró finalmente para sí, visiblemente molesto. Le dio la espalda, y se giró para avanzar a la puerta del establecimiento, abriendo la puerta de par en par con un seco golpe de su pierna, para posarse en la puerta de este, iluminando ligeramente con la luz natural del exterior. - ¡Chicos! ¡Tenemos trabajo que hacer! ¡Vesper! ¡Vamos a poner patas arriba el escondrijo de esas sabandijas! - Tras terminar, sacó un saco con berries en su interior, y lo lanzó hasta la barra como pago del espectáculo provocado, y sobre todo, para arreglar la puerta que se tambaleaba agarrada a duras penas en una de sus bisagras.
Echó una de sus manos a su cintura, agarrando con firmeza el mango de cuero negro de su espada, plenamente convencido de los actos que cualquier hijo de vecino cuestionaría, pero a su vez, en lo más profundo de su ser, compartirían, ese sentimiento visceral que unía a todos por igual. Incluso los caballeros mas justos y nobles de la marina, de encontrarse en la misma situación, no dudarían en manchar sus manos por mucho que sus hipócritas labios negasen este hecho. La venganza era en gran parte, la energía que movía el mundo.
Byron, acompañado de sus camaradas, transitaba con un incesante paso las calles de Rostock, dirigiéndose hacia el Gran Perezoso donde conoció a su compañero la hiena. Pero de pronto, algo le hizo detenerse, y echar la mirada a sus compañeros, con un gesto desorientado y confuso, a pesar de romper la seriedad del ambiente, y posiblemente cargarse el aura de determinación que desprendían sus ojos dijo.
- Eh... Bueno... Mi intención era ir al Gran Perezoso, pero... allí no vamos a encontrar una mierda hie hie... He avanzado demasiado rápido, chicos, creo que Vesper es quien debería encargarse de guiarnos...- Dijo rascando su cogote algo avergonzado por el ridículo que acababa de hacer.
Solo una cosa se interponía en los deseos de aquel grupo de intrépidos guerreros deseosos de aventura, una herida abierta, no carnal, sino en el alma.
El joven y recién estrenado capitán, no se imaginó en ningún momento, que aquella fiera hiena que conoció tiempo atrás en Kilombo, y que tras una pequeña disputa con unos bandidos del tres al cuarto había jurado seguirle al mar, cargase sobre sus hombros los dulces susurros de una niña sin vida maldiciendo su consciencia cada segundo que su cuerpo daba una bocanada para respirar. Alguien con un pesar tan presente, era sorprendente que aun fuese capaz de esbozar la sonrisa con la que solía deleitar a sus fieles camaradas.
Una tripulación, no solo está para los buenos momentos, para las carcajadas y momentos de jolgorio, no, una tripulación real era la que se apoyaba los unos en los otros, cuando los cielos se tenían de oscuridad y melancolía.
Así pues, en cuanto Vesper Chrome, el médico de su tripulación, masculló con tonos de lamento, que antes de zarpar a la aventura con sus amados compañeros, tenía que encargarse de impartir justicia a aquellos que en su momento no tuvo la oportunidad, se hizo el silencio por unos segundos. Probablemente, debido a la situación, aquel hombre con ojos extraños con los cuales parecía evitar la confrontación directa con los amatista del capitán, parecía convencido de que sería una tarea de la que se tendría que encargar solo, más, con un temple envidiable, uniendo las piezas en su cabeza teniendo presente lo sucedido el día anterior, posó su mano sobre el hombro musculado de su afligido compañero. Para con una determinación digna de un experimentado capitán, hacerle corresponder su mirada con aquel gesto, y con todos sus tripulantes presentes decir lo que todos pensaban tras escuchar sus declaraciones, haciendo retumbar sus palabras en los tablones de madera de aquella taberna de confianza.
- ¡Vesper Chrome! Te has unido a mí, y me has jurado lealtad, ¿qué clase de capitán sería si no alivió la carga de aquellos fieles a mí? ¡La confianza es lo que nos une! Maldito sarnoso...- Murmuró finalmente para sí, visiblemente molesto. Le dio la espalda, y se giró para avanzar a la puerta del establecimiento, abriendo la puerta de par en par con un seco golpe de su pierna, para posarse en la puerta de este, iluminando ligeramente con la luz natural del exterior. - ¡Chicos! ¡Tenemos trabajo que hacer! ¡Vesper! ¡Vamos a poner patas arriba el escondrijo de esas sabandijas! - Tras terminar, sacó un saco con berries en su interior, y lo lanzó hasta la barra como pago del espectáculo provocado, y sobre todo, para arreglar la puerta que se tambaleaba agarrada a duras penas en una de sus bisagras.
Echó una de sus manos a su cintura, agarrando con firmeza el mango de cuero negro de su espada, plenamente convencido de los actos que cualquier hijo de vecino cuestionaría, pero a su vez, en lo más profundo de su ser, compartirían, ese sentimiento visceral que unía a todos por igual. Incluso los caballeros mas justos y nobles de la marina, de encontrarse en la misma situación, no dudarían en manchar sus manos por mucho que sus hipócritas labios negasen este hecho. La venganza era en gran parte, la energía que movía el mundo.
Byron, acompañado de sus camaradas, transitaba con un incesante paso las calles de Rostock, dirigiéndose hacia el Gran Perezoso donde conoció a su compañero la hiena. Pero de pronto, algo le hizo detenerse, y echar la mirada a sus compañeros, con un gesto desorientado y confuso, a pesar de romper la seriedad del ambiente, y posiblemente cargarse el aura de determinación que desprendían sus ojos dijo.
- Eh... Bueno... Mi intención era ir al Gran Perezoso, pero... allí no vamos a encontrar una mierda hie hie... He avanzado demasiado rápido, chicos, creo que Vesper es quien debería encargarse de guiarnos...- Dijo rascando su cogote algo avergonzado por el ridículo que acababa de hacer.