Mayura Pavone
El Pavo Real del Oceano
21-10-2024, 09:48 PM
El sol brillaba intensamente sobre la isla de Kilombo, pero a pesar del calor que bañaba las calles, la mente del Pavo Real del Océano estaba completamente en sintonía con el caos que estaba por desatarse a su alrededor. Los pasos fluidos del elegante pirata parecían ignorar el zumbido de la vida cotidiana a su alrededor, concentrado en sus propios pensamientos y en cómo retomar el control de la atención que usualmente capturaba. Aquellos transeúntes que normalmente caerían bajo su hechizo ahora estaban absortos en el bullicio del puerto, dejándole entender que algo estaba claramente en marcha y, como siempre, Mayura sentía una mezcla de irritación y curiosidad cuando no era el centro de atención, sentimientos que le servían como motivación para hacer frente ante cualquier situación.
Su larga cabellera púrpura con destellos de verde azulado ondeaba al compás de la ligera brisa marina mientras deambulaba por las calles empedradas próximo al puerto, hasta que no pudo evitar detenerse un instante, aquellos sentimientos ya estaban al tope. El bullicio aumentaba, y los pescadores que anteriormente reían y charlaban entre sí ahora parecían estar al borde de una disputa. “Interesante…”, pensó mientras observaba cómo las tensiones subían de tono entre los hombres. Sus manos ya habían soltado las cañas de pescar, y eso solo podía significar que la situación estaba a punto de escalar rápidamente. — ¿Y ahora que sucede? Si que ha sido un día movido en esta isla. — musitó para sí mismo, recordando el encuentro breve y agitado que tuvo con dos mercantes esa misma mañana.
Pero el elegante no era alguien que simplemente se entrometiera en cualquier situación de la que no pudiera sacar algún beneficio. Podía haber drama, pero la verdadera pregunta era, ¿qué ganaba él? Su estilo siempre había sido más de observar, analizar y, si era necesario, intervenir cuando la oportunidad era lo suficientemente jugosa. A fin de cuentas, su objetivo había cambiado esta mañana, deseaba partir de Kilombo y continuar su aventura por lo que simplemente saltar a una pelea de pescadores no le traería ni calma, ni admiración ni berries que necesitaba en el momento.
Llevándose una mano al mentón, se permitió un breve momento de contemplación mientras el sol acariciaba su piel. "Podría irme hacia el puerto", pensó, observando el cargamento recién llegado y los gritos que resonaban mientras los trabajadores luchaban por organizar el caos que era inevitable con cada nueva descarga de mercancías. Los rumores en los muelles siempre podían ser útiles, y quién sabe, quizá entre los hombres de mar encontraría una forma de lucrar con la información que obtuviera. Mayura, como buen pirata interesado en cosas que definía como valiosas, siempre había tenido una habilidad para oler la oportunidad antes de que otros pudieran siquiera identificarla.
Pero mientras sus ojos seguían la línea de los barcos, un pensamiento más travieso cruzó su mente. “O quizás debería dejar que esos pescadores se golpeen un poco antes de intervenir…”. La idea de ver cómo se desarrollaba una pelea y luego intervenir como el héroe que separa a los alborotadores también le resultaba tentadora. ¿Qué mejor manera de asegurarse que la atención volviera a centrarse en él? Además, el espectáculo sería gratuito, y si algo le gustaba casi tanto como ser el centro de atención era disfrutar del drama y conflictos ajenos.
Decidiendo que, al menos por ahora, su diversión estaba en esos cuatro pescadores a punto de liarse a golpes, Mayura se acercó al lugar con su clásica sonrisa de despreocupación, fingiendo que simplemente pasaba por ahí. Se mantuvo a una distancia prudente, lo suficientemente cerca para escuchar las ofensas lanzadas entre los hombres, pero sin intervenir de inmediato. "Veamos cómo juegan este pequeño drama", pensó emocionado, ya maquinando todo lo que podría hacer para intervenir.
Mientras esperaba el inevitable estallido, no pudo evitar recordar cómo, hace unos días, había reducido a unos bandidos que habían tenido la mala suerte de cruzarse en su camino. Fue una jugada maestra, una danza de precisión y elegancia, y aunque había logrado sacar algo de dinero de aquella situación, sabía que aún le quedaba mucho camino por recorrer. Cada oportunidad que se le presentara debía ser utilizada al máximo; y aunque aquellos bandidos le habían ofrecido un respiro financiero, aún estaba lejos de la seguridad económica que anhelaba. A veces, le molestaba tener que preocuparse por cosas tan mundanas como los berries, pero sabía que incluso los más grandiosos piratas debían jugar el juego del dinero para sobrevivir.
Los pescadores, mientras tanto, ya habían pasado de las palabras a los empujones. Era solo cuestión de tiempo antes de que el primer golpe volara por los aires. Mayura observaba con creciente interés, listo para intervenir en el momento adecuado. “Si las cosas se salen de control, siempre puedo reclamar el crédito de haber detenido una pelea antes de que alguien salga herido…”, reflexionó, mientras acariciaba las katanas que llevaba consigo atadas cada una en un lado de su cintura, confiado en que su filo podría ser suficientes para poner fin a cualquier disputa que se saliese de control.
Mientras las nubes comenzaban a deslizarse perezosamente por el cielo, y las voces de los pescadores aumentaban en volumen y agresividad, Mayura decidió caminar por la zona, investigar un poco de lo que pasara en el muelle, tratar de escuchar algún que otro cotilleo de los presentes y entender un poco del alboroto inusual que había hoy. No obstante, no perdería de vista, ni se alejaría de la distancia prudente de los pescadores, pue su prioridad como siempre era estar en el escenario y, en esta ocasión, Kilombo le había brindado la oportunidad de jugar el papel que más le convenía.
Ahora con su mente calculadora dividida en captar tanto como podía de sus alrededores, el pirata encontró como pararse en el punto perfecto para captar detalles de lo sucedido en el barco que desembarcaba mercancía captando más atención de lo que normalmente veía, los pescadores que probablemente debería controlar y el cotilleo de los presentes y transeúntes de la escena. Sin duda alguna, querer el protagonismo era un arduo trabajo, pero estaba dispuesto a dejar su marca en la isla antes de partir y todo pintaba a que se convertiría en el escenario perfecto. Lamentablemente, su plan de relajarse un poco y calmarse en una taberna debía esperar un rato en lo que verificaba y terminaba de decidir si todo este alboroto se convertiría en un espectáculo digno de su intervención.