Octojin
El terror blanco
22-10-2024, 08:30 AM
De vuelta en la posada, Octojin se sentó pesadamente sobre la cama, ya que Asradi se la había cedido, alegando que ella no la iba a usar. Y es que lo más seguro es que necesitase la mesa para mezclar todas aquellas hierbas y utensilios que tenía y con los que ejercía medicina. Mientras sus pensamientos vagaban hacia las palabras que la sirena le había compartido durante su paseo, se quitó aquél cómodo a la par que hortera chándal y se tumbó, quedando por un momento en ropa interior sin darse cuenta.
Estaba inmerso en sus pensamientos. Aunque siempre había sentido un profundo resentimiento hacia los humanos por sus experiencias pasadas, la conversación con la sirena lo había hecho reflexionar de una manera que nunca antes había considerado.
El tiburón siempre había llevado su odio como una especie de escudo, pero Asradi, con su dulzura y comprensión, había empezado a mostrarle que el mundo era más complejo. Claro que los humanos tenían sus fallas, pero también se lastimaban entre ellos, se marginaban, y no era solo una cuestión de odio racial o injusticia hacia los gyojins. Era un problema mucho más profundo, de todos. "Al final, somos lo que somos", recordó las palabras de Asradi, y un pequeño suspiro escapó de sus labios mientras su rostro se suavizaba. Ella lo entendía. Ella, mejor que nadie, entendía lo que significaba ser marginado, ser visto como un monstruo, pero aún así hablaba de ser mejores. Y con eso, sin darse cuenta, había empezado a hacer de Octojin alguien mejor.
Sin decir una palabra más, Octojin se levantó e inclinó hacia Asradi y le plantó un tierno beso en la frente, mostrando sus labios llenos de calidez, y luego la rodeó con sus brazos, abrazándola con fuerza. Sus músculos al desnudo tocaron el cuerpo de la sirena, que notaría quizá más calidez aún. En ese gesto estaba toda su gratitud, su cariño y su admiración. La sirena le había dado algo que pocas personas habían hecho en toda su vida: esperanza en el cambio.
— Despiértame en una hora, por favor —le pidió, empleando una voz más suave de lo normal—. Quiero seguir pasando el tiempo contigo, pero tengo que descansar un poco, ¿vale? —Dijo aquello con una leve sonrisa, aunque la fatiga comenzaba a mostrarse en sus ojos. Se dejó caer hacia atrás en la cama, acomodándose. El cansancio lo envolvía, y antes de darse cuenta, sus párpados se cerraron, y cayó profundamente dormido. Nunca le había costado mucho dormir, y en aquella ocasión, no iba a ser distinto.
El sueño comenzó en un lugar completamente diferente a cualquier lugar que Octojin hubiera visto antes. Uno en el que juraría no haber estado nunca. Ese lugar se encontraba bajo el agua, rodeado por corales de colores brillantes y peces que nadaban con gracia a su alrededor. Unas vistas que podían atraer a cualquiera y hacer que su vista se perdiese allí. El océano era su hogar, y se sentía más libre que nunca. Pero tenía una extraña sensación, algo así como una inquietud que no sabía de dónde nacía. Sacudió la cabeza un par de veces, intentando evitar aquella sensación, pero no se iba tan fácilmente.
A lo lejos, en el fondo oscuro del mar, vio una figura atrapada entre las algas. Se acercó rápidamente y, a medida que se acercaba, se dio cuenta de que era Asradi. La sirena se había quedado atrapada allí, de alguna manera, y no era capaz de hablar. Sólo agitaba los brazos de un lado hacia otro, con una mueca de pavor en su rostro.
Lo primero que el tiburón sintió fue miedo. Miedo de perderla. De no saber cómo reaccionar y no poder evitar aquello que estaba sucediendo. Su mirada se entristeció, pensando que quizá no era capaz de solucionar aquél problema. Pero pronto se armó de valentía. ¿Para qué iba a querer Asradi a alguien como él si no le podía ayudar cuando le hacía falta?
La sirena estaba enredada en las algas, y se notaba clara su desesperación. Octojin sintió una oleada de pánico en su pecho. No podía dejar que ella sufriera, y mucho menos si había alguna posibilidad de que él mismo lo evitara. Con una agilidad descomunal, nadó hacia ella, y con sus grandes manos, comenzó a golpear y arrancar las algas que la mantenían prisionera. Por un momento no había tiburón ni sirena. Sólo algas. Algas amenazantes que suponían un arma contra ellos. Aquellos organismos parecían tener vida propia a juzgar por cómo se resistían y cómo trataban de envolverlo a él también, pero Octojin no se dejó intimidar. Con cada corte, liberaba un poco más a Asradi, y cuando finalmente la sacó de las algas, la abrazó con fuerza, aliviado de que estuviera a salvo.
— Ya está, ya pasó. Ahora estás bien, estás conmigo —le dijo, resonando su voz como un eco bajo el agua.
El entorno cambió abruptamente, como suelen hacerlo los sueños. Ya no estaban en el océano, pero éste seguía presente. Ahora se encontraban en una playa hermosa, el sol brillaba sobre el horizonte, y el sonido suave de las olas acariciaba la arena, que tenía un color especial. Como especial era Asradi, que estaba a su lado, pero ya no parecía asustada. Estaba radiante, con una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor. Aquella era la sirena que conocía y de la cual estaba enamorado. Pero en ese momento... Era aún más guapa que de costumbre. Algo que era sumamente difícil, la verdad. Llevaba un hermoso vestido blanco que ondeaba con la brisa marina, y Octojin, sorprendido, se encontró a sí mismo vistiendo ropas elegantes, muy distintas a las que solía usar.
El ambiente era de pura felicidad. A lo lejos, una multitud de gyojins y sirenas los observaba con sonrisas en sus rostros. No reconoció a nadie entre ellos, o al menos no tenían rostros conocidos para él, pero a juzgar por sus emociones, era gente importante en su vida. Había un sentimiento de celebración en el aire. Octojin tomó la mano de Asradi, y ambos caminaron hacia el centro de la playa, donde un altar adornado con flores marinas los esperaba. De repente, entendió lo que estaba sucediendo. Estaban a punto de casarse. ¿Cómo podía ser?
— Nunca he sido tan feliz como lo soy ahora —le dijo a Asradi, con amor y gratitud. Sus ojos brillaban, estando al borde de la lágrima.
Octojin sintió su corazón acelerarse, pero no de nerviosismo, sino de pura alegría. Su vida, que siempre había estado marcada por la violencia y el odio, ahora tenía un nuevo propósito, un nuevo centro: Asradi. Ella era la luz que había traído paz a su tormentoso corazón. La mujer por la cual había empezado a descubrir un sentimiento en el fondo de su corazón. Algo que pensaba que jamás podría experimentar, dada su vida llena de soledad. Pero si algo había aprendido el escualo, era que jamás podías dar algo por echo en este mundo.
Mientras intercambiaban votos, el habitante del mar no podía dejar de admirar la belleza de Asradi, la calma que irradiaba, y la forma en que ella lo miraba, con una mezcla de cariño y devoción que nunca había experimentado antes. Todo aquello junto era el cóctel que él necesitaba. Sentirse así era la mejor sensación que había experimentado nunca. Ojalá durase mucho más. Cuando finalmente la ceremonia terminó, Octojin la levantó en sus brazos y la llevó hacia el agua, donde ambos se sumergieron, juntos, como si estuvieran destinados a compartir el océano por siempre. De allí salieron y allí volverían.
El sonido suave del mundo real lo trajo de vuelta, y Octojin abrió los ojos lentamente, con una sonrisa que aún permanecía en su rostro. Nunca había tenido un sueño tan claro, tan vívido y tan lleno de amor. El gyojin se incorporó en la cama, sintiendo un alivio increíble en su corazón. Era como si el sueño le hubiera mostrado un futuro lleno de esperanza, uno en el que él y Asradi estarían juntos, superando cualquier obstáculo.
No perdió tiempo. Con una energía renovada y una alegría desbordante, Octojin se levantó de la cama y fue directamente hacia donde estaba Asradi. Sin pensarlo dos veces, la rodeó con sus enormes brazos y la levantó en un abrazo lleno de cariño y gratitud.
Ni siquiera reparó en lo que la sirena estuviera haciendo en ese momento. No había nada más importante que ese abrazo. Ni que lo que le iba a decir. Su sonrisa era imposible de ignorar en ese momento. Y mucho menos aún su sentimiento de alegría.
— ¡Tuve el mejor sueño de mi vida! —exclamó, riendo mientras la sostenía con fuerza—. Y todo era contigo, mi princesa. —Le dio un beso en la frente, recordando el hermoso momento que había compartido con ella en su sueño, y sintiendo que, de alguna manera, ese futuro podría ser más real de lo que jamás hubiera imaginado.
Estaba inmerso en sus pensamientos. Aunque siempre había sentido un profundo resentimiento hacia los humanos por sus experiencias pasadas, la conversación con la sirena lo había hecho reflexionar de una manera que nunca antes había considerado.
El tiburón siempre había llevado su odio como una especie de escudo, pero Asradi, con su dulzura y comprensión, había empezado a mostrarle que el mundo era más complejo. Claro que los humanos tenían sus fallas, pero también se lastimaban entre ellos, se marginaban, y no era solo una cuestión de odio racial o injusticia hacia los gyojins. Era un problema mucho más profundo, de todos. "Al final, somos lo que somos", recordó las palabras de Asradi, y un pequeño suspiro escapó de sus labios mientras su rostro se suavizaba. Ella lo entendía. Ella, mejor que nadie, entendía lo que significaba ser marginado, ser visto como un monstruo, pero aún así hablaba de ser mejores. Y con eso, sin darse cuenta, había empezado a hacer de Octojin alguien mejor.
Sin decir una palabra más, Octojin se levantó e inclinó hacia Asradi y le plantó un tierno beso en la frente, mostrando sus labios llenos de calidez, y luego la rodeó con sus brazos, abrazándola con fuerza. Sus músculos al desnudo tocaron el cuerpo de la sirena, que notaría quizá más calidez aún. En ese gesto estaba toda su gratitud, su cariño y su admiración. La sirena le había dado algo que pocas personas habían hecho en toda su vida: esperanza en el cambio.
— Despiértame en una hora, por favor —le pidió, empleando una voz más suave de lo normal—. Quiero seguir pasando el tiempo contigo, pero tengo que descansar un poco, ¿vale? —Dijo aquello con una leve sonrisa, aunque la fatiga comenzaba a mostrarse en sus ojos. Se dejó caer hacia atrás en la cama, acomodándose. El cansancio lo envolvía, y antes de darse cuenta, sus párpados se cerraron, y cayó profundamente dormido. Nunca le había costado mucho dormir, y en aquella ocasión, no iba a ser distinto.
El sueño comenzó en un lugar completamente diferente a cualquier lugar que Octojin hubiera visto antes. Uno en el que juraría no haber estado nunca. Ese lugar se encontraba bajo el agua, rodeado por corales de colores brillantes y peces que nadaban con gracia a su alrededor. Unas vistas que podían atraer a cualquiera y hacer que su vista se perdiese allí. El océano era su hogar, y se sentía más libre que nunca. Pero tenía una extraña sensación, algo así como una inquietud que no sabía de dónde nacía. Sacudió la cabeza un par de veces, intentando evitar aquella sensación, pero no se iba tan fácilmente.
A lo lejos, en el fondo oscuro del mar, vio una figura atrapada entre las algas. Se acercó rápidamente y, a medida que se acercaba, se dio cuenta de que era Asradi. La sirena se había quedado atrapada allí, de alguna manera, y no era capaz de hablar. Sólo agitaba los brazos de un lado hacia otro, con una mueca de pavor en su rostro.
Lo primero que el tiburón sintió fue miedo. Miedo de perderla. De no saber cómo reaccionar y no poder evitar aquello que estaba sucediendo. Su mirada se entristeció, pensando que quizá no era capaz de solucionar aquél problema. Pero pronto se armó de valentía. ¿Para qué iba a querer Asradi a alguien como él si no le podía ayudar cuando le hacía falta?
La sirena estaba enredada en las algas, y se notaba clara su desesperación. Octojin sintió una oleada de pánico en su pecho. No podía dejar que ella sufriera, y mucho menos si había alguna posibilidad de que él mismo lo evitara. Con una agilidad descomunal, nadó hacia ella, y con sus grandes manos, comenzó a golpear y arrancar las algas que la mantenían prisionera. Por un momento no había tiburón ni sirena. Sólo algas. Algas amenazantes que suponían un arma contra ellos. Aquellos organismos parecían tener vida propia a juzgar por cómo se resistían y cómo trataban de envolverlo a él también, pero Octojin no se dejó intimidar. Con cada corte, liberaba un poco más a Asradi, y cuando finalmente la sacó de las algas, la abrazó con fuerza, aliviado de que estuviera a salvo.
— Ya está, ya pasó. Ahora estás bien, estás conmigo —le dijo, resonando su voz como un eco bajo el agua.
El entorno cambió abruptamente, como suelen hacerlo los sueños. Ya no estaban en el océano, pero éste seguía presente. Ahora se encontraban en una playa hermosa, el sol brillaba sobre el horizonte, y el sonido suave de las olas acariciaba la arena, que tenía un color especial. Como especial era Asradi, que estaba a su lado, pero ya no parecía asustada. Estaba radiante, con una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor. Aquella era la sirena que conocía y de la cual estaba enamorado. Pero en ese momento... Era aún más guapa que de costumbre. Algo que era sumamente difícil, la verdad. Llevaba un hermoso vestido blanco que ondeaba con la brisa marina, y Octojin, sorprendido, se encontró a sí mismo vistiendo ropas elegantes, muy distintas a las que solía usar.
El ambiente era de pura felicidad. A lo lejos, una multitud de gyojins y sirenas los observaba con sonrisas en sus rostros. No reconoció a nadie entre ellos, o al menos no tenían rostros conocidos para él, pero a juzgar por sus emociones, era gente importante en su vida. Había un sentimiento de celebración en el aire. Octojin tomó la mano de Asradi, y ambos caminaron hacia el centro de la playa, donde un altar adornado con flores marinas los esperaba. De repente, entendió lo que estaba sucediendo. Estaban a punto de casarse. ¿Cómo podía ser?
— Nunca he sido tan feliz como lo soy ahora —le dijo a Asradi, con amor y gratitud. Sus ojos brillaban, estando al borde de la lágrima.
Octojin sintió su corazón acelerarse, pero no de nerviosismo, sino de pura alegría. Su vida, que siempre había estado marcada por la violencia y el odio, ahora tenía un nuevo propósito, un nuevo centro: Asradi. Ella era la luz que había traído paz a su tormentoso corazón. La mujer por la cual había empezado a descubrir un sentimiento en el fondo de su corazón. Algo que pensaba que jamás podría experimentar, dada su vida llena de soledad. Pero si algo había aprendido el escualo, era que jamás podías dar algo por echo en este mundo.
Mientras intercambiaban votos, el habitante del mar no podía dejar de admirar la belleza de Asradi, la calma que irradiaba, y la forma en que ella lo miraba, con una mezcla de cariño y devoción que nunca había experimentado antes. Todo aquello junto era el cóctel que él necesitaba. Sentirse así era la mejor sensación que había experimentado nunca. Ojalá durase mucho más. Cuando finalmente la ceremonia terminó, Octojin la levantó en sus brazos y la llevó hacia el agua, donde ambos se sumergieron, juntos, como si estuvieran destinados a compartir el océano por siempre. De allí salieron y allí volverían.
El sonido suave del mundo real lo trajo de vuelta, y Octojin abrió los ojos lentamente, con una sonrisa que aún permanecía en su rostro. Nunca había tenido un sueño tan claro, tan vívido y tan lleno de amor. El gyojin se incorporó en la cama, sintiendo un alivio increíble en su corazón. Era como si el sueño le hubiera mostrado un futuro lleno de esperanza, uno en el que él y Asradi estarían juntos, superando cualquier obstáculo.
No perdió tiempo. Con una energía renovada y una alegría desbordante, Octojin se levantó de la cama y fue directamente hacia donde estaba Asradi. Sin pensarlo dos veces, la rodeó con sus enormes brazos y la levantó en un abrazo lleno de cariño y gratitud.
Ni siquiera reparó en lo que la sirena estuviera haciendo en ese momento. No había nada más importante que ese abrazo. Ni que lo que le iba a decir. Su sonrisa era imposible de ignorar en ese momento. Y mucho menos aún su sentimiento de alegría.
— ¡Tuve el mejor sueño de mi vida! —exclamó, riendo mientras la sostenía con fuerza—. Y todo era contigo, mi princesa. —Le dio un beso en la frente, recordando el hermoso momento que había compartido con ella en su sueño, y sintiendo que, de alguna manera, ese futuro podría ser más real de lo que jamás hubiera imaginado.