Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
22-10-2024, 08:41 AM
El peso en los brazos de Ragn no era solo físico, iba mucho más allá de las heridas de Airgid o el cansancio acumulado de una batalla que había puesto a prueba a ambos. A cada paso que daba, con ella entre sus brazos, sentía que el pasado, ese pasado que había mantenido enterrado por tanto tiempo, se le venía encima, más pesado que la armadura más gruesa, más abrumador que la carga de cualquier combate. Se había mantenido estoico durante todo el camino, apenas permitiendo que sus emociones afloraran en su rostro. Pero por dentro, cada paso, cada respiración, lo acercaba más al abismo de la incertidumbre. Ella había sido una obsesión durante meses para el vikingo, una sombra que se filtraba en sus pensamientos durante las noches más solitarias, cuando la violencia del mundo parecía menos real que los recuerdos. El día en que la conoció, más de una década atrás, había sido un punto de inflexión en su vida. Joven, desesperado y en busca de una salida, ella fue quien lo había ayudado a escapar, a tomar un rumbo distinto al que parecía destinado. No sabía bien qué había sido en aquel entonces ¿una chispa de bondad en un mundo cruel? muy cursi. Aún lo recordaba con claridad, su rostro, sus ojos, el sonido de su voz. Airgid había sido más que una aliada fortuita, había sido alguien que lo marcó profundamente. Sin embargo, el destino fue cruel. Después de aquella fuga, la había buscado, desesperadamente, obsesivamente, sin encontrar ni rastro de ella. Era como si la tierra la hubiera tragado.
Y ahora, sin previo aviso, sin señales ni advertencias, allí estaba, en sus brazos, tan vulnerable como hacía tantos años. La confusión que había sentido cuando, en medio de la batalla, ella le lanzó aquella pregunta sobre su pasado, lo había sacudido. No supo qué responder en ese momento, estaba demasiado inmerso en la lucha, en la violencia del momento, pero la pregunta se quedó en su mente. ¿Acaso ella había sabido quién era él todo este tiempo? ¿Había jugado algún papel en su desaparición, en la larga y frustrante búsqueda que emprendió para encontrarla? Ragn no era un hombre que permitiera que las emociones dictaran sus acciones, no al menos en el campo de batalla o en su día a día. Su estoicismo era parte de su ser, algo que lo definía como guerrero, como vikingo, como hombre. Sin embargo, mientras avanzaba hacia la taberna de Oykot, con Airgid herida en sus brazos, no podía evitar que una parte de él se sintiera expuesta, frágil incluso, en presencia de esa mujer que había representado tanto para él. Cuando Asradi los encontró, Ragn dejó que la sanadora tomara las riendas de la situación. Se quedó en silencio mientras ella evaluaba las heridas de Airgid, apenas reconociendo el peso que se había quitado de encima. La miraba trabajar, observando cómo sus manos expertas limpiaban las heridas y colocaban vendajes con una eficiencia que solo los años de experiencia podían otorgar. Airgid estaba allí, tan cerca, pero tan distante al mismo tiempo. La frialdad de su silencio le dolía de una forma que no quería admitir, ni admitiría. Se preguntaba qué estaría pensando ella, si acaso se daba cuenta de quién era él, si recordaba esos momentos hace tantos años, cuando sus caminos se cruzaron de forma tan inesperada.
Ccada vez que apartaba la mirada del fuego, sus ojos volvían a ella, a Airgid, tumbada en la mesa donde Asradi la había dejado. Su expresión era insondable, su rostro parecía una máscara de cansancio y dolor, y su silencio lo inquietaba. Recordaba cómo era ella en el pasado, la chispa en sus ojos, su audacia. Verla ahora, tan rota, le resultaba casi incomprensible. ¿Tan mal se le daba perder? es broma. Pero más incomprensible aún era el silencio que los separaba. ¿Por qué había desaparecido? ¿Por qué nunca pudo encontrarla, a pesar de haberla buscado durante meses? ¿Y por qué había reaparecido ahora, en este momento de su vida? Ragn suspiró y bebió un largo trago de hidromiel, dejándose llevar por las canciones y las historias que llenaban la taberna. Los balleneros hablaban de sus enfrentamientos con criaturas marinas gigantes, de tormentas que casi destruyeron sus barcos, y de las aventuras en alta mar que parecían sacadas de las leyendas más antiguas. En otro momento, esas historias habrían captado toda su atención, habrían encendido la llama de la camaradería y la aventura en su interior. Pero ahora, todo lo que podía pensar era en la mujer que yacía a pocos metros de él, y en cómo había llegado a este punto. Finalmente, cuando la noche había avanzado lo suficiente y muchos de los balleneros comenzaban a retirarse, Ragn tomó una decisión. Dejó su cuerno de hidromiel sobre la mesa, se levantó y se acercó a Airgid. Su rostro seguía girado, lejos de él, como si no quisiera enfrentarlo, como si quisiera mantenerse a una distancia emocional que lo desconcertaba. Él, sin embargo, no estaba dispuesto a dejar que el silencio siguiera reinando entre ellos. Con un gesto inesperadamente suave, la pinchó juguetonamente con el dedo en las costillas, justo donde sabía que no le haría daño pero la obligaría a reaccionar.
— Acorrdarr de ti. — Le dijo en voz baja, con una pronunciación de pena, su tono lleno de una calidez que pocas veces permitía que otros escucharan. — ¿Porrr qué dessaparreserrr en siudad de basurra? — Apuntilló, con algo de ... ¿Reencor? con un poco de humor. El rostro de Airgid seguía ladeado, y por un momento, Ragn pensó que no iba a responder. Pero el la tomó de la barbilla para que la mirase forzosamente,. Lentamente, ella giró la cabeza hacia él, seguramente con una expresión que era una mezcla de sorpresa y algo más que no pudo descifrar del todo. Él sostuvo su mirada, manteniéndose firme, aunque por dentro sentía la tensión de los años acumulados entre ellos. No era una confrontación, no en el sentido tradicional. No había enfado en sus palabras, ni reproche, solo una pregunta sincera que llevaba años haciéndose. Necesitaba saberlo. Necesitaba entender por qué, después de tanto buscarla, había desaparecido sin dejar rastro.
Y ahora, allí estaban, en la calma después de la tormenta, finalmente enfrentando ese pasado que ambos habían dejado atrás, pero que nunca había desaparecido del todo.
Y ahora, sin previo aviso, sin señales ni advertencias, allí estaba, en sus brazos, tan vulnerable como hacía tantos años. La confusión que había sentido cuando, en medio de la batalla, ella le lanzó aquella pregunta sobre su pasado, lo había sacudido. No supo qué responder en ese momento, estaba demasiado inmerso en la lucha, en la violencia del momento, pero la pregunta se quedó en su mente. ¿Acaso ella había sabido quién era él todo este tiempo? ¿Había jugado algún papel en su desaparición, en la larga y frustrante búsqueda que emprendió para encontrarla? Ragn no era un hombre que permitiera que las emociones dictaran sus acciones, no al menos en el campo de batalla o en su día a día. Su estoicismo era parte de su ser, algo que lo definía como guerrero, como vikingo, como hombre. Sin embargo, mientras avanzaba hacia la taberna de Oykot, con Airgid herida en sus brazos, no podía evitar que una parte de él se sintiera expuesta, frágil incluso, en presencia de esa mujer que había representado tanto para él. Cuando Asradi los encontró, Ragn dejó que la sanadora tomara las riendas de la situación. Se quedó en silencio mientras ella evaluaba las heridas de Airgid, apenas reconociendo el peso que se había quitado de encima. La miraba trabajar, observando cómo sus manos expertas limpiaban las heridas y colocaban vendajes con una eficiencia que solo los años de experiencia podían otorgar. Airgid estaba allí, tan cerca, pero tan distante al mismo tiempo. La frialdad de su silencio le dolía de una forma que no quería admitir, ni admitiría. Se preguntaba qué estaría pensando ella, si acaso se daba cuenta de quién era él, si recordaba esos momentos hace tantos años, cuando sus caminos se cruzaron de forma tan inesperada.
Ccada vez que apartaba la mirada del fuego, sus ojos volvían a ella, a Airgid, tumbada en la mesa donde Asradi la había dejado. Su expresión era insondable, su rostro parecía una máscara de cansancio y dolor, y su silencio lo inquietaba. Recordaba cómo era ella en el pasado, la chispa en sus ojos, su audacia. Verla ahora, tan rota, le resultaba casi incomprensible. ¿Tan mal se le daba perder? es broma. Pero más incomprensible aún era el silencio que los separaba. ¿Por qué había desaparecido? ¿Por qué nunca pudo encontrarla, a pesar de haberla buscado durante meses? ¿Y por qué había reaparecido ahora, en este momento de su vida? Ragn suspiró y bebió un largo trago de hidromiel, dejándose llevar por las canciones y las historias que llenaban la taberna. Los balleneros hablaban de sus enfrentamientos con criaturas marinas gigantes, de tormentas que casi destruyeron sus barcos, y de las aventuras en alta mar que parecían sacadas de las leyendas más antiguas. En otro momento, esas historias habrían captado toda su atención, habrían encendido la llama de la camaradería y la aventura en su interior. Pero ahora, todo lo que podía pensar era en la mujer que yacía a pocos metros de él, y en cómo había llegado a este punto. Finalmente, cuando la noche había avanzado lo suficiente y muchos de los balleneros comenzaban a retirarse, Ragn tomó una decisión. Dejó su cuerno de hidromiel sobre la mesa, se levantó y se acercó a Airgid. Su rostro seguía girado, lejos de él, como si no quisiera enfrentarlo, como si quisiera mantenerse a una distancia emocional que lo desconcertaba. Él, sin embargo, no estaba dispuesto a dejar que el silencio siguiera reinando entre ellos. Con un gesto inesperadamente suave, la pinchó juguetonamente con el dedo en las costillas, justo donde sabía que no le haría daño pero la obligaría a reaccionar.
— Acorrdarr de ti. — Le dijo en voz baja, con una pronunciación de pena, su tono lleno de una calidez que pocas veces permitía que otros escucharan. — ¿Porrr qué dessaparreserrr en siudad de basurra? — Apuntilló, con algo de ... ¿Reencor? con un poco de humor. El rostro de Airgid seguía ladeado, y por un momento, Ragn pensó que no iba a responder. Pero el la tomó de la barbilla para que la mirase forzosamente,. Lentamente, ella giró la cabeza hacia él, seguramente con una expresión que era una mezcla de sorpresa y algo más que no pudo descifrar del todo. Él sostuvo su mirada, manteniéndose firme, aunque por dentro sentía la tensión de los años acumulados entre ellos. No era una confrontación, no en el sentido tradicional. No había enfado en sus palabras, ni reproche, solo una pregunta sincera que llevaba años haciéndose. Necesitaba saberlo. Necesitaba entender por qué, después de tanto buscarla, había desaparecido sin dejar rastro.
Y ahora, allí estaban, en la calma después de la tormenta, finalmente enfrentando ese pasado que ambos habían dejado atrás, pero que nunca había desaparecido del todo.