Octojin
El terror blanco
22-10-2024, 01:08 PM
El sol seguía bañando el puerto de Rostock, y entre los murmullos de los trabajadores, Mayura logró captar una conversación interesante entre dos estibadores que descargaban cajas de un barco y se tomaban un merecido descanso tras lo que ya era casi media jornada de llevar cajas hasta el muelle.
Parecían trabajar para una empresa de transporte, por lo que seguramente eran subcontratados por la empresa que quería mandar toda aquella mercancía a otro lado. Y se notaba porque seguramente cobrasen por cajas. Eso o les encantaba a su trabajo. Ambos eran unos tipos fornidos a los que le sobraba la fuerza, desde luego.
Los dos humanos hablaban en un tono bajo, como si estuvieran compartiendo un secreto que no debía salir del muelle, pero tú agudeza le permitió escuchar cada palabra.
—Te digo que ese tipo de cabello verde está loco —murmuró uno de ellos—. Ya lleva dos días liándola en la taberna. Ayer la Marina llegó tarde otra vez. Se les escapa por los pelos, siempre se va antes de que puedan echarle el guante.
—¿Otra vez? —respondió el otro estibador mientras dejaba una caja en el suelo— ¿Qué se traen con ese tipo? ¿Por qué no pueden atraparlo? Siempre parece que saben que van a llegar.
—Quien sabe, pero la cosa está candente. Si sigue así, va a armar una de las gordas antes de que se largue de la isla —dijo el primero, mientras ambos volvían a su trabajo, dejando a Mayura con esa intrigante información.
De repente, un estruendo se oyó en el puerto. Uno de los pescadores, en un arrebato de furia, empujó a otro que, tras perder el equilibrio, cayó directo al agua con un gran chapoteo. El puerto, que hasta ese momento había sido un remanso de calma, estalló en caos. El resto de los pescadores, quizá por viejas rencillas o simplemente por la naturaleza competitiva de su oficio, se unieron a la trifulca. Los gritos se alzaron mientras puños volaban por el aire. Un hombre lanzó un cubo lleno de pescado a la cara de otro, mientras otro intentaba detener la pelea solo para acabar siendo derribado por un empujón. Lo que estaba claro es que no sabían pelear y se estaban guiando por la ira que sentían en el momento.
La escena rápidamente degeneró en una batalla campal. Redes de pesca fueron arrancadas de los botes y usadas como armas improvisadas. Uno de los pescadores, tras recibir un golpe en la mandíbula, intentó arrastrar a su agresor al agua con él, mientras las risas nerviosas de los espectadores mezclaban con los gritos de los que intentaban poner orden. El puerto de Rostock, tan tranquilo unos momentos antes, se había convertido en un verdadero campo de batalla.
Y lo peor es que nadie intervenía. A la gente de los alrededores le pesaba más el morbo de la pelea que el daño que se estaban haciendo aquellos pobres pescadores. ¿Qué diablos habría ocurrido entre ellos para acabar así?
Parecían trabajar para una empresa de transporte, por lo que seguramente eran subcontratados por la empresa que quería mandar toda aquella mercancía a otro lado. Y se notaba porque seguramente cobrasen por cajas. Eso o les encantaba a su trabajo. Ambos eran unos tipos fornidos a los que le sobraba la fuerza, desde luego.
Los dos humanos hablaban en un tono bajo, como si estuvieran compartiendo un secreto que no debía salir del muelle, pero tú agudeza le permitió escuchar cada palabra.
—Te digo que ese tipo de cabello verde está loco —murmuró uno de ellos—. Ya lleva dos días liándola en la taberna. Ayer la Marina llegó tarde otra vez. Se les escapa por los pelos, siempre se va antes de que puedan echarle el guante.
—¿Otra vez? —respondió el otro estibador mientras dejaba una caja en el suelo— ¿Qué se traen con ese tipo? ¿Por qué no pueden atraparlo? Siempre parece que saben que van a llegar.
—Quien sabe, pero la cosa está candente. Si sigue así, va a armar una de las gordas antes de que se largue de la isla —dijo el primero, mientras ambos volvían a su trabajo, dejando a Mayura con esa intrigante información.
De repente, un estruendo se oyó en el puerto. Uno de los pescadores, en un arrebato de furia, empujó a otro que, tras perder el equilibrio, cayó directo al agua con un gran chapoteo. El puerto, que hasta ese momento había sido un remanso de calma, estalló en caos. El resto de los pescadores, quizá por viejas rencillas o simplemente por la naturaleza competitiva de su oficio, se unieron a la trifulca. Los gritos se alzaron mientras puños volaban por el aire. Un hombre lanzó un cubo lleno de pescado a la cara de otro, mientras otro intentaba detener la pelea solo para acabar siendo derribado por un empujón. Lo que estaba claro es que no sabían pelear y se estaban guiando por la ira que sentían en el momento.
La escena rápidamente degeneró en una batalla campal. Redes de pesca fueron arrancadas de los botes y usadas como armas improvisadas. Uno de los pescadores, tras recibir un golpe en la mandíbula, intentó arrastrar a su agresor al agua con él, mientras las risas nerviosas de los espectadores mezclaban con los gritos de los que intentaban poner orden. El puerto de Rostock, tan tranquilo unos momentos antes, se había convertido en un verdadero campo de batalla.
Y lo peor es que nadie intervenía. A la gente de los alrededores le pesaba más el morbo de la pelea que el daño que se estaban haciendo aquellos pobres pescadores. ¿Qué diablos habría ocurrido entre ellos para acabar así?