Octojin
El terror blanco
22-10-2024, 04:16 PM
El ambiente dentro de la posada era un eco distante de mejores días. La madera crujía bajo cada paso, y las sombras de las vigas en el techo parecían más densas de lo habitual. El olor a cruda humedad tampoco ayudaba a sentirse totalmente cómoda.
Un viejo con cabello canoso y un ceño tan fruncido que parecía permanente se acercó con el vaso de agua que Sowon había pedido. No tenía cara de muchos amigos, la verdad. Llevaba una camiseta sucia y un delantal que había visto más batallas que muchos piratas. Su mirada apenas se alzó para reconocer la existencia de la imponente oni de cuatro metros, y con un gesto desganado, dejó caer el vaso frente a ella, como si el simple hecho de servirla fuera una ofensa a su tiempo.
—Si buscas rumores, ve a la taberna como todo el mundo. No hay nada para ti aquí —murmuró con desgana, sin siquiera intentar esconder su fastidio. Tras decirlo, el hombre se dio media vuelta con una torpeza que casi delataba el peso de los años en sus rodillas. No esperaba una respuesta de la oni, y claramente no deseaba prolongar la interacción.
Bueno… Al menos puedes tomar el vaso de agua. Si lo haces, notarás que el agua no está fría, más bien templada. También te sabrá un poco a cal, pero nada que deba preocuparte. Al menos podrás refrescarte un poco. Si tus ojos siguen el camino que el posadero va dejándose mientras se aleja de la barra sin más, podrás escuchar como se vuelve a sumergir de nuevo en su mundo de quejas silenciosas con gestos que desde fuera pueden parecer incluso cómicos.
No pasará mucho tiempo antes de que una figura más joven apareciera en escena. Era una mujer que, por su apariencia, bien podría ser la hija del hombre. A diferencia de su padre, la mujer traía una expresión de leve preocupación mezclada con la incomodidad de tener que pedir disculpas por un mal que no había causado ella misma.
—Perdona a mi padre… Está un poco amargado últimamente —dijo en voz baja, inclinando ligeramente la cabeza. —El negocio no va como esperábamos, y las deudas nos están ahogando. No es excusa, pero… a veces, la desesperación nos hace comportarnos de manera poco adecuada.
La mujer, aunque joven, parecía llevar el peso de la posada sobre sus hombros. Sus ojos, oscuros y cansados, mostraban un atisbo de esperanza al encontrarse con los brillantes orbes esmeralda de Sowon.
—Aun así… he oído algo que tal vez te interese. —Se inclinó un poco más, como si temiera que su padre la oyera. —En el dojo del este, el que se especializa en katanas, están buscando a fieros espadachines para probar a su mejor alumno. Pero te advierto… pocos han salido de una pieza después de enfrentarse a él.
Su advertencia quedó flotando en el aire, mientras observaba a Sowon con un dejo de curiosidad. Había algo de la oni que le recordaba a las historias de leyenda, aquellas donde héroes y demonios caminaban entre los humanos, buscando emociones tan grandes como ellos mismos.
No podrás evitar notar cierta incomodidad tras esa información, pues la mujer sigue enfrente tuya con una sonrisa y no parece dispuesta a alejarse. Quizá esté esperando algo de ti. ¿Una moneda? ¿Un gracias? O quizá solo quiere hablar.
Un viejo con cabello canoso y un ceño tan fruncido que parecía permanente se acercó con el vaso de agua que Sowon había pedido. No tenía cara de muchos amigos, la verdad. Llevaba una camiseta sucia y un delantal que había visto más batallas que muchos piratas. Su mirada apenas se alzó para reconocer la existencia de la imponente oni de cuatro metros, y con un gesto desganado, dejó caer el vaso frente a ella, como si el simple hecho de servirla fuera una ofensa a su tiempo.
—Si buscas rumores, ve a la taberna como todo el mundo. No hay nada para ti aquí —murmuró con desgana, sin siquiera intentar esconder su fastidio. Tras decirlo, el hombre se dio media vuelta con una torpeza que casi delataba el peso de los años en sus rodillas. No esperaba una respuesta de la oni, y claramente no deseaba prolongar la interacción.
Bueno… Al menos puedes tomar el vaso de agua. Si lo haces, notarás que el agua no está fría, más bien templada. También te sabrá un poco a cal, pero nada que deba preocuparte. Al menos podrás refrescarte un poco. Si tus ojos siguen el camino que el posadero va dejándose mientras se aleja de la barra sin más, podrás escuchar como se vuelve a sumergir de nuevo en su mundo de quejas silenciosas con gestos que desde fuera pueden parecer incluso cómicos.
No pasará mucho tiempo antes de que una figura más joven apareciera en escena. Era una mujer que, por su apariencia, bien podría ser la hija del hombre. A diferencia de su padre, la mujer traía una expresión de leve preocupación mezclada con la incomodidad de tener que pedir disculpas por un mal que no había causado ella misma.
—Perdona a mi padre… Está un poco amargado últimamente —dijo en voz baja, inclinando ligeramente la cabeza. —El negocio no va como esperábamos, y las deudas nos están ahogando. No es excusa, pero… a veces, la desesperación nos hace comportarnos de manera poco adecuada.
La mujer, aunque joven, parecía llevar el peso de la posada sobre sus hombros. Sus ojos, oscuros y cansados, mostraban un atisbo de esperanza al encontrarse con los brillantes orbes esmeralda de Sowon.
—Aun así… he oído algo que tal vez te interese. —Se inclinó un poco más, como si temiera que su padre la oyera. —En el dojo del este, el que se especializa en katanas, están buscando a fieros espadachines para probar a su mejor alumno. Pero te advierto… pocos han salido de una pieza después de enfrentarse a él.
Su advertencia quedó flotando en el aire, mientras observaba a Sowon con un dejo de curiosidad. Había algo de la oni que le recordaba a las historias de leyenda, aquellas donde héroes y demonios caminaban entre los humanos, buscando emociones tan grandes como ellos mismos.
No podrás evitar notar cierta incomodidad tras esa información, pues la mujer sigue enfrente tuya con una sonrisa y no parece dispuesta a alejarse. Quizá esté esperando algo de ti. ¿Una moneda? ¿Un gracias? O quizá solo quiere hablar.