Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
22-10-2024, 05:31 PM
«No se parece en nada a Octo», fue el primer pensamiento que le cruzó la mente una vez Alexandra empezó a responderle. Aquella aleta dorsal —aunque en su caso saliera de su cabeza— podía recordar a la de un tiburón, pero parecía algo diferente. Quizá una orca fuera lo más cercano, sobre todo si se tenía en cuenta su oscuro color y el cabello moteado con mechones blancos. Aun así, si había en su linaje algún tipo de parentesco con las orcas, ¿no debía ser más alta? Quizá alguno de los padres fuera sumamente bajito, pero desde luego había claras diferencias entre su estatura y la del tiburón. Por otro lado, su actitud era mucho más inocente y dicharachera que la de su compañero, lo que descartaba incluso más posibles similitudes. Era la segunda gyojin —semi, en este caso— que había visto en toda su vida. La comparativa con Octojin le dejaba clara la diversidad que debía haber dentro de su especie.
—Sí, el uniforme. Ve a cambiarte y vuelve cuando estés —le confirmó la oni con tranquilidad.
La recluta se marchó del despacho y Camille aprovechó para ordenar y recoger los documentos con los que había estado trabajando. Los guardó en uno de los cajones de la mesa y aguardó pacientemente. Pasarían unos pocos minutos antes de que la cabeza de Alexandra volviera a asomar por el hueco de la puerta. Se quedó mirándola con cierta perplejidad, aunque por otro lado tampoco le parecía demasiado sorprendente. Solo a la capitana Beatrice Montpellier podría habérsele olvidado dar instrucciones para que pertrecharan a la nueva. Nada nuevo bajo el sol de Loguetown.
Lo que sí que le pilló con la guardia baja fue la historia detrás de la bolsa con la que había llegado al G-31. Según iba hablando le dejaba más y más claro a la suboficial que le habían timado. Y no una ni dos, ¡sino tres veces! Camille se quedó mirando a la chica con una mezcla de pena y ternura. En parte, envidiaba que Alexandra hubiera podido permitirse aquella inocencia durante el transcurso de su vida. Eso significaba que su entorno había sido amable y honesto, o eso quería creer. Si no, tal vez llevaran tomándole el pelo toda su vida, pero esa idea le gustaba mucho menos. Sin embargo, ahora que se había alistado en la Marina, deberían trabajar en afinar sus instintos y evitar posibles engaños en el futuro. De todos modos, todo esto ya iría viniendo poco a poco.
—Es... bastante loable, la verdad —empezó a decir, intentando que no sonara como si la estuviera juzgando. No lo hacía, de hecho. En cualquier caso, no le chafaría sus buenas intenciones contándole la cruda realidad. No en esa ocasión, al menos—. De todos modos, la próxima vez que te pidan algo avísame y yo misma les ayudaré encantada.
Vaya que si les iba a ayudar cuando les pillase. Los iba a meter en vereda, pero eso sería una tarea pendiente para otra ocasión. Se puso en pie y buscó su odachi, Céfiro, que se mantenía reposando a un lado del escritorio. La ajustó al cinto y se acercó hasta Alexandra. Ahora que estaba de pie, la diferencia entre sus estaturas se acentuaba incluso más.
—No te preocupes, le pondremos solución a lo del uniforme y las armas rápidamente. Tu bolsa puede quedarse en los vestuarios de momento, dudo que vaya a entrar nadie a estas horas. Luego te asignaremos una taquilla y un cuarto para que puedas organizarte y sepas dónde recogerte.
Camille se aventuró fuera del despacho y esperó a que Alexandra fuera tras ella, guiándola a lo largo de los pasillos del G-31. Los barracones se encontraban no muy lejos de la entrada principal de la base, de modo que los soldados de Loguetown pudieran reaccionar con rapidez en caso de emergencia o ataque. Sin embargo, esto implicaba que tendrían que caminar un poco hasta su lugar de destino: la armería. Allí no solo se encontraban todas las armas que un soldado de la Marina pudiera llegar a necesitar, sino que además era el lugar donde se almacenaba el resto del equipamiento. Esto incluía el uniforme reglamentario, botas, herramientas, utensilios de acampada y supervivencia tales como tiendas individuales, sacos de dormir e incluso yesqueros con los que encender una fogata.
—Dime, ¿has manejado algún tipo de arma antes? —inquirió entonces, mirándola de reojo mientras caminaban—. Todas las mañanas tras el desayuno tendrás instrucción, pero si conocemos tus preferencias será más fácil enfocar tus entrenamientos. Al menos, los que tengas directamente conmigo o el resto de la L-42.
Según avanzaban se iban topando con patrullas y otros marines que se detenían para realizar el saludo militar al ver a Camille, a los cuales respondía con formalidad pero con una notoria incomodidad. Aún tenía que acostumbrarse a eso.
—Sí, el uniforme. Ve a cambiarte y vuelve cuando estés —le confirmó la oni con tranquilidad.
La recluta se marchó del despacho y Camille aprovechó para ordenar y recoger los documentos con los que había estado trabajando. Los guardó en uno de los cajones de la mesa y aguardó pacientemente. Pasarían unos pocos minutos antes de que la cabeza de Alexandra volviera a asomar por el hueco de la puerta. Se quedó mirándola con cierta perplejidad, aunque por otro lado tampoco le parecía demasiado sorprendente. Solo a la capitana Beatrice Montpellier podría habérsele olvidado dar instrucciones para que pertrecharan a la nueva. Nada nuevo bajo el sol de Loguetown.
Lo que sí que le pilló con la guardia baja fue la historia detrás de la bolsa con la que había llegado al G-31. Según iba hablando le dejaba más y más claro a la suboficial que le habían timado. Y no una ni dos, ¡sino tres veces! Camille se quedó mirando a la chica con una mezcla de pena y ternura. En parte, envidiaba que Alexandra hubiera podido permitirse aquella inocencia durante el transcurso de su vida. Eso significaba que su entorno había sido amable y honesto, o eso quería creer. Si no, tal vez llevaran tomándole el pelo toda su vida, pero esa idea le gustaba mucho menos. Sin embargo, ahora que se había alistado en la Marina, deberían trabajar en afinar sus instintos y evitar posibles engaños en el futuro. De todos modos, todo esto ya iría viniendo poco a poco.
—Es... bastante loable, la verdad —empezó a decir, intentando que no sonara como si la estuviera juzgando. No lo hacía, de hecho. En cualquier caso, no le chafaría sus buenas intenciones contándole la cruda realidad. No en esa ocasión, al menos—. De todos modos, la próxima vez que te pidan algo avísame y yo misma les ayudaré encantada.
Vaya que si les iba a ayudar cuando les pillase. Los iba a meter en vereda, pero eso sería una tarea pendiente para otra ocasión. Se puso en pie y buscó su odachi, Céfiro, que se mantenía reposando a un lado del escritorio. La ajustó al cinto y se acercó hasta Alexandra. Ahora que estaba de pie, la diferencia entre sus estaturas se acentuaba incluso más.
—No te preocupes, le pondremos solución a lo del uniforme y las armas rápidamente. Tu bolsa puede quedarse en los vestuarios de momento, dudo que vaya a entrar nadie a estas horas. Luego te asignaremos una taquilla y un cuarto para que puedas organizarte y sepas dónde recogerte.
Camille se aventuró fuera del despacho y esperó a que Alexandra fuera tras ella, guiándola a lo largo de los pasillos del G-31. Los barracones se encontraban no muy lejos de la entrada principal de la base, de modo que los soldados de Loguetown pudieran reaccionar con rapidez en caso de emergencia o ataque. Sin embargo, esto implicaba que tendrían que caminar un poco hasta su lugar de destino: la armería. Allí no solo se encontraban todas las armas que un soldado de la Marina pudiera llegar a necesitar, sino que además era el lugar donde se almacenaba el resto del equipamiento. Esto incluía el uniforme reglamentario, botas, herramientas, utensilios de acampada y supervivencia tales como tiendas individuales, sacos de dormir e incluso yesqueros con los que encender una fogata.
—Dime, ¿has manejado algún tipo de arma antes? —inquirió entonces, mirándola de reojo mientras caminaban—. Todas las mañanas tras el desayuno tendrás instrucción, pero si conocemos tus preferencias será más fácil enfocar tus entrenamientos. Al menos, los que tengas directamente conmigo o el resto de la L-42.
Según avanzaban se iban topando con patrullas y otros marines que se detenían para realizar el saludo militar al ver a Camille, a los cuales respondía con formalidad pero con una notoria incomodidad. Aún tenía que acostumbrarse a eso.