Ray
Kuroi Ya
22-10-2024, 05:36 PM
La joven no tuvo nada que hacer ante la velocidad y potencia exhibidas por el peliblanco, cuyo movimiento impactó en el lateral de su rodilla produciendo un escalofriante sonido que no podía significar otra cosa aparte de una articulación completamente destrozada. La camarera cayó al suelo tras golpearse con la puerta por la que pretendía escapar apenas unos instantes antes entre gritos de dolor.
Al joven marine no le resultó difícil quebrar su voluntad igual que había hecho con su rodilla, pues entre el dolor y la amenazante apariencia que el militar transmitía la delincuente desembuchó todo lo que sabía en apenas unos momentos. Suplicándole que parase, comenzó a hablar sobre un tal Jerry McNeil, quien con promesas sobre una cuantiosa recompensa, había convencido a aquella desdichada mujer y a un tipo llamado Henry para que le ayudasen a llevar a cabo un plan en el que se haría con el control del casino. Según las palabras de la chica Jerry nunca había mencionado nada de asesinatos, tan solo les había pedido que sabotearan las luces del salón principal y le consiguieran las llaves del palco, asegurándole privacidad absoluta durante el tiempo que estuviera allí. Y a decir verdad Ray la creía. Había que ser muy inocente para no haber leído entre líneas lo que verdaderamente buscaba McNeil cuando les propuso que le ayudaran, pero el comportamiento de aquella joven le hacía pensar que no le engañaba.
Los clientes y el resto de camareros miraban atentamente la escena. Unos pocos habían aplaudido al ver al marine atrapar a la fugitiva, otros le miraban con aprobación, y algunos tenían expresiones escandalizadas en sus rostros. Todas aquellas eran reacciones entendibles, como lo hubieran sido muchas otras, pero a decir verdad el peliblanco no se sentía demasiado bien con lo que había hecho. Sí, era lo necesario para averiguar qué estaba sucediendo allí, y la joven se lo había buscado al colaborar con un asesino, pero en el fondo ella no era más que otra víctima del verdadero criminal. Este, seguramente ajeno a lo que acababa de ocurrir en aquella sala, intentaba escapar del casino, o al menos eso parecía por los movimientos que hacía en la planta inferior. No podía dejar que eso sucediera. Ni eso, ni que algún empleado del establecimiento consiguiera silenciarle para siempre antes de que tuviera que afrontar el peso de la ley.
Así que, poseído por un incontenible afán de hacer justicia y los propios remordimientos que sentía por haber utilizado una fuerza algo excesiva sobre la camarera, el peliblanco se lanzó a toda velocidad a por McNeil. Salió de aquella lujosa estancia tan rápido como fue capaz y atravesó la sala de la fuente de camino a las escaleras que llevaban al piso inferior, que bajó de un salto. Sus pasos eran tremendamente veloces pero aún así sigilosos, como si se tratara de una sombra. Su Haki se enfocaba por completo en la presencia del asesino, a quien ansiaba vorazmente encontrar. Esperaba llegar a tiempo, antes de que escapara o de que el personal del casino se tomase la justicia por su mano. No podía defraudar la confianza que el Vicealmirante Morelli había depositado en él.
Al joven marine no le resultó difícil quebrar su voluntad igual que había hecho con su rodilla, pues entre el dolor y la amenazante apariencia que el militar transmitía la delincuente desembuchó todo lo que sabía en apenas unos momentos. Suplicándole que parase, comenzó a hablar sobre un tal Jerry McNeil, quien con promesas sobre una cuantiosa recompensa, había convencido a aquella desdichada mujer y a un tipo llamado Henry para que le ayudasen a llevar a cabo un plan en el que se haría con el control del casino. Según las palabras de la chica Jerry nunca había mencionado nada de asesinatos, tan solo les había pedido que sabotearan las luces del salón principal y le consiguieran las llaves del palco, asegurándole privacidad absoluta durante el tiempo que estuviera allí. Y a decir verdad Ray la creía. Había que ser muy inocente para no haber leído entre líneas lo que verdaderamente buscaba McNeil cuando les propuso que le ayudaran, pero el comportamiento de aquella joven le hacía pensar que no le engañaba.
Los clientes y el resto de camareros miraban atentamente la escena. Unos pocos habían aplaudido al ver al marine atrapar a la fugitiva, otros le miraban con aprobación, y algunos tenían expresiones escandalizadas en sus rostros. Todas aquellas eran reacciones entendibles, como lo hubieran sido muchas otras, pero a decir verdad el peliblanco no se sentía demasiado bien con lo que había hecho. Sí, era lo necesario para averiguar qué estaba sucediendo allí, y la joven se lo había buscado al colaborar con un asesino, pero en el fondo ella no era más que otra víctima del verdadero criminal. Este, seguramente ajeno a lo que acababa de ocurrir en aquella sala, intentaba escapar del casino, o al menos eso parecía por los movimientos que hacía en la planta inferior. No podía dejar que eso sucediera. Ni eso, ni que algún empleado del establecimiento consiguiera silenciarle para siempre antes de que tuviera que afrontar el peso de la ley.
Así que, poseído por un incontenible afán de hacer justicia y los propios remordimientos que sentía por haber utilizado una fuerza algo excesiva sobre la camarera, el peliblanco se lanzó a toda velocidad a por McNeil. Salió de aquella lujosa estancia tan rápido como fue capaz y atravesó la sala de la fuente de camino a las escaleras que llevaban al piso inferior, que bajó de un salto. Sus pasos eran tremendamente veloces pero aún así sigilosos, como si se tratara de una sombra. Su Haki se enfocaba por completo en la presencia del asesino, a quien ansiaba vorazmente encontrar. Esperaba llegar a tiempo, antes de que escapara o de que el personal del casino se tomase la justicia por su mano. No podía defraudar la confianza que el Vicealmirante Morelli había depositado en él.