Sowon
Luna Sangrienta
22-10-2024, 07:10 PM
La respuesta del posadero era tan pesada como el agua que bajaba por su garganta, la Oni suspiró con pesadez ante la situación. Frunció el seño pero no deseaba causar problemas en un lugar al que recién llegaba y menos cuando solo necesitaba reponer energías, se rascó la cabeza pensando en probar suerte llegando a la taberna que parecía mucho más llena. Ese había sido el mensaje de aquel posadero amargo, más que cualquier té de hierbas. Aunque para su fortuna una voz le detuvo, bajó la mirada para asegurarse que no había pisado a nadie al entrar y pudo identificar a una muchacha con una mejor predisposición a la hora de hablar. Los problemas que le contaba eran evidentes, la posada no atravezaba su mejor momento y era evidente por el letrero casi en ruinas, la calidad de las cosas y la nula actividad comparada con la taberna.
—Puedo notar que no tienen sus mejores años, pero este lugar tiene su encanto rústico y al menos tiene un techo. Mi abuelo solía decir que al menos bajo techo se está mejor, si pudiese hacer algo para traerles clientes lo haría ya que me ha tocado tener que revolcarme en el lodo para hacer mi propio dinero.—
Y si que lo había hecho en las granjas de la Isla Kilombo, arando la tierra bajo el sol y cuidando de los animales durante las mañanas, rescatando gatos y alimentando perros en las calles. Toda una poesía de trabajo duro, esfuerzo y un camino desde el barro hasta llegar a esa posición donde podía costearse sus propias cosas gracias al dinero que se había ganado. Siguió escuchando, una mirada de ilusión se apoderó de los brillantes ojos verdes, incluso agachando su cuerpo para presenciar más de cerca a su interlocutora. Parecía un enorme gato con cuernos, meneando su cintura y recostada sobre sus cuatro extremidades a la escucha de las instrucciones que le llevarían a un nuevo desafío.
—¡Eso es lo que estaba buscando! ¿Un alumno? Suena a alguien que ha dedicado toda su vida a perfeccionarse, algo que realmente puede llegar a ser un interesante combate. No tengo miedo a un corte o dos, la vida de una guerrera está forjada a base de heridas. He perdido la cuenta de cuantas veces me astillé los dedos o me corté por un mal movimiento.—
Comentó pegando un brinco y chocando la cabeza contra el techo por la emoción, aunque parecía ajena a ese pequeño percance y sumamente concentrada en los relatos sobre sus entrenamiento acercando sus manos a la chica para enseñarle algunas marcas lejanas producto de los mismos. La Oni se caracterizaba por un entrenamiento brusco, fuerte y lleno de esfuerzo casi extinto en aquellos días. Una rutina que estaba inspirada por el arte conservador de Onigashima, donde su cuerpo se llevaba al límite para renacer más fuerte y donde cada marca se blandía con orgullo.
—Me gusta esa sonrisa tuya, si no fueses tan pequeña podría considerarte para ser mi esposa. ¡Bwahahaha! Solo bromeo, puedes quedarte con el cambio por la información y si quieres venir conmigo para guiarme hasta ese dojo no voy a ser yo quien lo impida. ¿Al este? Bien, prometo dedicarles mi victoria y traer bastantes clientes a este lugar...—
Comentó con una sonrisa dejando el dinero sobre la mesa y ajustando su espada gigante a la espalda junto con la mochila a sus hombros. Dedicó una mirada a ambas personas, levantando un pulgar mientras se retiraba, no era una promesa pero le gustaba devolver los favores si era verdad que había un prometedor oponente esperando. Mientras marchaba al Este se giró una vez más a la posada, por si la muchacha deseaba seguirle, tras unos instantes volvió a marchar.
Por su mente se debatían los diversos estilos de la espada, los diferentes usos que alguien podía darle a un arma que en principio solo existía para cortar y apuñalar. En su caso, la gigante mole de hierro que portaba en su espalda, afilada como la más peligrosa verdad, podía ser considerada un garrote por algunos menos experimentados. Pero era ideal para lo que ella buscaba, un estilo brusco, directo y donde un simple movimiento podía cambiar las tornas de cualquier batalla. Lentamente, la figura del Dojo parecía florecer en el horizonte, haciendo que su cuerpo olvidase por unos instantes el veraniego clima que golpeaba la isla.
—Puedo notar que no tienen sus mejores años, pero este lugar tiene su encanto rústico y al menos tiene un techo. Mi abuelo solía decir que al menos bajo techo se está mejor, si pudiese hacer algo para traerles clientes lo haría ya que me ha tocado tener que revolcarme en el lodo para hacer mi propio dinero.—
Y si que lo había hecho en las granjas de la Isla Kilombo, arando la tierra bajo el sol y cuidando de los animales durante las mañanas, rescatando gatos y alimentando perros en las calles. Toda una poesía de trabajo duro, esfuerzo y un camino desde el barro hasta llegar a esa posición donde podía costearse sus propias cosas gracias al dinero que se había ganado. Siguió escuchando, una mirada de ilusión se apoderó de los brillantes ojos verdes, incluso agachando su cuerpo para presenciar más de cerca a su interlocutora. Parecía un enorme gato con cuernos, meneando su cintura y recostada sobre sus cuatro extremidades a la escucha de las instrucciones que le llevarían a un nuevo desafío.
—¡Eso es lo que estaba buscando! ¿Un alumno? Suena a alguien que ha dedicado toda su vida a perfeccionarse, algo que realmente puede llegar a ser un interesante combate. No tengo miedo a un corte o dos, la vida de una guerrera está forjada a base de heridas. He perdido la cuenta de cuantas veces me astillé los dedos o me corté por un mal movimiento.—
Comentó pegando un brinco y chocando la cabeza contra el techo por la emoción, aunque parecía ajena a ese pequeño percance y sumamente concentrada en los relatos sobre sus entrenamiento acercando sus manos a la chica para enseñarle algunas marcas lejanas producto de los mismos. La Oni se caracterizaba por un entrenamiento brusco, fuerte y lleno de esfuerzo casi extinto en aquellos días. Una rutina que estaba inspirada por el arte conservador de Onigashima, donde su cuerpo se llevaba al límite para renacer más fuerte y donde cada marca se blandía con orgullo.
—Me gusta esa sonrisa tuya, si no fueses tan pequeña podría considerarte para ser mi esposa. ¡Bwahahaha! Solo bromeo, puedes quedarte con el cambio por la información y si quieres venir conmigo para guiarme hasta ese dojo no voy a ser yo quien lo impida. ¿Al este? Bien, prometo dedicarles mi victoria y traer bastantes clientes a este lugar...—
Comentó con una sonrisa dejando el dinero sobre la mesa y ajustando su espada gigante a la espalda junto con la mochila a sus hombros. Dedicó una mirada a ambas personas, levantando un pulgar mientras se retiraba, no era una promesa pero le gustaba devolver los favores si era verdad que había un prometedor oponente esperando. Mientras marchaba al Este se giró una vez más a la posada, por si la muchacha deseaba seguirle, tras unos instantes volvió a marchar.
Por su mente se debatían los diversos estilos de la espada, los diferentes usos que alguien podía darle a un arma que en principio solo existía para cortar y apuñalar. En su caso, la gigante mole de hierro que portaba en su espalda, afilada como la más peligrosa verdad, podía ser considerada un garrote por algunos menos experimentados. Pero era ideal para lo que ella buscaba, un estilo brusco, directo y donde un simple movimiento podía cambiar las tornas de cualquier batalla. Lentamente, la figura del Dojo parecía florecer en el horizonte, haciendo que su cuerpo olvidase por unos instantes el veraniego clima que golpeaba la isla.