Atlas
Nowhere | Fénix
22-10-2024, 09:11 PM
Gracias a tu conocimiento del terreno eres capaz de moverte por la zona sin que el tipo del sombrero, al menos en apariencia, te detecte. Por su parte, continúa moviéndose con sorprendente parsimonia hacia su objetivo. Por la dirección de sus pisadas es imposible distinguir hacia cuál de los dos se dirige. No es hasta el último momento que, de un salto, sube al barco que ocupaban los marines encubiertos.
Al fin, después de tanto escándalo, los ocupantes del balandro salen para comprobar qué sucede. Son tres tipos de considerable envergadura que llevan consigo armas de fuego de corto alcance y armas de filo —dos llevan un hacha y el tercero, un espadón—. Apenas han puesto un pie fuera cuando el de las patillas alza de nuevo su arma en dirección a los tipos. Está perfectamente posicionado, al parecer de manera instintiva, de forma que abre fuego una única vez para cazar en una única trayectoria a los dos de los hachas. Al igual que ha sucedido con anterioridad, caen desplomados y sólo queda en pie el de la espada.
Desde lo lejos puede ver cómo usa el cañón de su rifle para señalar algo a los pies del guardián del balandro. No atinas a escuchar qué dice por la distancia que os separa, pero en cuanto ves los movimientos del otro te queda claro lo que se propone. Un cabo sale volando desde el balandro hasta las manos del pistolero, que lo coge con una mano y lo ata a la embarcación de mayor calado. Al mismo tiempo, asustado, el del espadón suelta las amarras del balandro y baja a tierra firme siguiendo las órdenes del sujeto.
Actúa como si estuviera por encima del bien y del mal, como si nada de lo que pudiese suceder en el puerto fuera a ser capaz de apartarle de su objetivo. Te puedo asegurar que en las próximas semanas en Loguetown no se hablará de otra cosa. Hace mucho tiempo que ningún delincuente se pasea por los muelles sin miedo a nada y haciendo y deshaciendo a su voluntad sin que nadie le pueda parar.
Sea como sea, atisbas que el sujeto se mueve por la cubierta y se dispone a soltar también las amarras del barco marine. Si me pides mi opinión, te diría que quiere hacer un dos por uno y aprovechar la mayor potencia del barco más grande para llevarse también el más pequeño. De poder, ¿quién no lo haría? Bueno, tal vez alguien que no quiera problemas con los de blanco y azul, pero entonces no habría acabado con doce marines sin pensárselo, ¿no te parece?
A unos cinco metros de ti, por otro lado, Marcelle parece que no ha llegado a morir —aunque no hay que ser muy listo para ver que no le queda mucho—. Te mira desde el suelo mientras la sangre escapa de su boca. Una mueca de agonía se dibuja en su rostro. No extiende la mano en tu dirección ni nada así, pero puedes ver que sus ojos intentan dirigirse hacia el desconocido con un iracundo y rencoroso reflejo. Casi puedes leer la súplica de venganza en sus pupilas. No estás obligado a hacerlo, claro, pero el tipo se quiere largar con todo y por allí no parece haber nadie que se lo pueda impedir.
Al fin, después de tanto escándalo, los ocupantes del balandro salen para comprobar qué sucede. Son tres tipos de considerable envergadura que llevan consigo armas de fuego de corto alcance y armas de filo —dos llevan un hacha y el tercero, un espadón—. Apenas han puesto un pie fuera cuando el de las patillas alza de nuevo su arma en dirección a los tipos. Está perfectamente posicionado, al parecer de manera instintiva, de forma que abre fuego una única vez para cazar en una única trayectoria a los dos de los hachas. Al igual que ha sucedido con anterioridad, caen desplomados y sólo queda en pie el de la espada.
Desde lo lejos puede ver cómo usa el cañón de su rifle para señalar algo a los pies del guardián del balandro. No atinas a escuchar qué dice por la distancia que os separa, pero en cuanto ves los movimientos del otro te queda claro lo que se propone. Un cabo sale volando desde el balandro hasta las manos del pistolero, que lo coge con una mano y lo ata a la embarcación de mayor calado. Al mismo tiempo, asustado, el del espadón suelta las amarras del balandro y baja a tierra firme siguiendo las órdenes del sujeto.
Actúa como si estuviera por encima del bien y del mal, como si nada de lo que pudiese suceder en el puerto fuera a ser capaz de apartarle de su objetivo. Te puedo asegurar que en las próximas semanas en Loguetown no se hablará de otra cosa. Hace mucho tiempo que ningún delincuente se pasea por los muelles sin miedo a nada y haciendo y deshaciendo a su voluntad sin que nadie le pueda parar.
Sea como sea, atisbas que el sujeto se mueve por la cubierta y se dispone a soltar también las amarras del barco marine. Si me pides mi opinión, te diría que quiere hacer un dos por uno y aprovechar la mayor potencia del barco más grande para llevarse también el más pequeño. De poder, ¿quién no lo haría? Bueno, tal vez alguien que no quiera problemas con los de blanco y azul, pero entonces no habría acabado con doce marines sin pensárselo, ¿no te parece?
A unos cinco metros de ti, por otro lado, Marcelle parece que no ha llegado a morir —aunque no hay que ser muy listo para ver que no le queda mucho—. Te mira desde el suelo mientras la sangre escapa de su boca. Una mueca de agonía se dibuja en su rostro. No extiende la mano en tu dirección ni nada así, pero puedes ver que sus ojos intentan dirigirse hacia el desconocido con un iracundo y rencoroso reflejo. Casi puedes leer la súplica de venganza en sus pupilas. No estás obligado a hacerlo, claro, pero el tipo se quiere largar con todo y por allí no parece haber nadie que se lo pueda impedir.