Percival Höllenstern
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22-10-2024, 10:25 PM
(Última modificación: 22-10-2024, 10:31 PM por Percival Höllenstern.)
El sonido de la mandíbula de Kudthrow quebrándose bajo el impacto de mi esfera fue como una sinfonía de poder. Lo vi en su rostro: ese momento en el que comprendió que su tiempo había terminado. El viejo general, baluarte del orden y del yugo, caía bajo el peso del Ejército Revolucionario… y de mí. La muerte siempre llega, pero es mucho más dulce cuando la controlas tú.
Su cuerpo aún no había tocado el suelo cuando las masas estallaron en vítores, celebrando su victoria, creyendo que habían sido ellos los que habían cambiado su destino. Pobres almas. No sabían que sus esperanzas eran tan manejables como sus vidas, que sus gritos de libertad solo servían para darme más poder. Manipular a una muchedumbre enfervorecida es tan fácil como lanzar una esfera con precisión. Ellos vitorean, creen que están a salvo, que el día les pertenece, pero la Libertad si es un opio que puedes vender fácilmente al pueblo.
Caminé hacia la dirección donde yacía ya Kudthrow, ignorando las celebraciones a mi alrededor, absorto en la visión del premio que esperaba a cierta distancia de su cuerpo inerte: una imponente maza negra, adornada con afiladas púas. Un arma para un hombre que alguna vez fue temido, pero que ahora no era más que otra víctima de mi juego. Las masas no podían ver el verdadero propósito detrás de sus gritos y del estruendo de la batalla. Solo yo conocía la verdadera naturaleza de este combate.
Me acerqué con imponente porte, ante las masas que enarbolaban la Libertad como concepto único y que gritaban al unísono cánticos de victoria y con cierta calma, me agaché mientras dedicaba una mirada cómplice a los otros miembros que habían realizado la hazaña y sonreí, deslizando mis dedos por el mango frío de la gran maza. Sentí el peso del metal, como si cada centímetro de esa arma contara las historias de aquellos que fueron aplastados bajo su poder. Una herramienta de destrucción en manos equivocadas, pero en las mías… una nueva reliquia que añadiría a mi colección. Una más, de tantas que había reclamado en nombre de una victoria, pero una suerte de ritual para mí.
Mientras me incorporaba con la maza en mi mano, permití que los vítores siguieran llenando el aire mientras la alzaba como bandera. Era parte del espectáculo. Un pequeño gesto con la cabeza, una mirada calculada de agradecimiento hacia la multitud que me veía como un salvador. Lo necesitaban. Necesitaban a alguien que les diera la ilusión de control. Y yo, generoso como siempre, se lo ofrecía. Los dejaba creer que eran ellos los que habían derrotado a este símbolo del tirano. Qué conveniente, por otro lado.
El general yacía en el suelo, olvidado por las masas. Su maza, sin embargo, ahora me pertenecía. Un símbolo de poder que pronto usaría para recordarle a este mundo que el verdadero control no lo tienen los Nobles Mundiales, sino que hasta el hombre más pequeño podía portarlo.
Con un gesto, bajé el arma y con el brazo libre, di un gesto en ademán de presentación, con un giro elegante de dorso de mano y que reparaba en los otros artífices de esta victoria que estaban, al tiempo que ofrecía un rápido vistazo sobre ellos.
Primero, me fijé en la sirena, que me recordaba a alguien que vagamente había visto en Grey Terminal, una extraña, pero cuyas facciones me resultaban sumamente similares, lo cual me dejó algo perplejo. Esta había dejado su aria y noté cierta complicidad, dedicándole una mirada amable.
Le acompañaba el hombre de tez morena y cabellos blanquecinos que escondía su cara tras un tricornio, el cual había acompañado a la sirena en los armónicos y había desarrollado aquella deliciosa melodía que tanto me había inspirado. Pese a mi gesto pícaro cuando nos montamos sobre Umibozu, le dediqué un guiño de amistad, que quizá se podría equivocar con otra cosa, pero continué ligeramente violentado ante tal pensamiento.
Posteriormente, reparé en la mujer que cojeaba ligeramente, con su cabello oro y con un atuendo ajado, que había demostrado gran dominio en combate. Dediqué una casi imperceptible reverencia de amistad mientras presentaba con el brazo al siguiente.
Por último, un altísimo hombre rudo de nórdicos rasgos e indumentaria similar a la de un gladiador, que se había convertido recientemente en algún tipo de gas. ¿Un usuario tal vez? No lo sabía bien, pero sonreí con honestidad ante la mirada de júbilo por la victoria que todos portábamos en parte.
Éramos compañeros, aunque fuera la primera vez que me cruzaba con algunos de ellos, la victoria era algo que se podía compartir.
— Camaradas, estos son vuestros héroes, los auténticos libertadores de Oykot — grité entonces para aumentar el fervor del pueblo, mientras reverenciaba al mismo con una inclinación de espalda en forma de saludo — pero vosotros sois los reales artífices de esta victoria. Los hombres y mujeres de Oykot que unidos, han derrocado esta tiranía — proseguí.
Su cuerpo aún no había tocado el suelo cuando las masas estallaron en vítores, celebrando su victoria, creyendo que habían sido ellos los que habían cambiado su destino. Pobres almas. No sabían que sus esperanzas eran tan manejables como sus vidas, que sus gritos de libertad solo servían para darme más poder. Manipular a una muchedumbre enfervorecida es tan fácil como lanzar una esfera con precisión. Ellos vitorean, creen que están a salvo, que el día les pertenece, pero la Libertad si es un opio que puedes vender fácilmente al pueblo.
Caminé hacia la dirección donde yacía ya Kudthrow, ignorando las celebraciones a mi alrededor, absorto en la visión del premio que esperaba a cierta distancia de su cuerpo inerte: una imponente maza negra, adornada con afiladas púas. Un arma para un hombre que alguna vez fue temido, pero que ahora no era más que otra víctima de mi juego. Las masas no podían ver el verdadero propósito detrás de sus gritos y del estruendo de la batalla. Solo yo conocía la verdadera naturaleza de este combate.
Me acerqué con imponente porte, ante las masas que enarbolaban la Libertad como concepto único y que gritaban al unísono cánticos de victoria y con cierta calma, me agaché mientras dedicaba una mirada cómplice a los otros miembros que habían realizado la hazaña y sonreí, deslizando mis dedos por el mango frío de la gran maza. Sentí el peso del metal, como si cada centímetro de esa arma contara las historias de aquellos que fueron aplastados bajo su poder. Una herramienta de destrucción en manos equivocadas, pero en las mías… una nueva reliquia que añadiría a mi colección. Una más, de tantas que había reclamado en nombre de una victoria, pero una suerte de ritual para mí.
Mientras me incorporaba con la maza en mi mano, permití que los vítores siguieran llenando el aire mientras la alzaba como bandera. Era parte del espectáculo. Un pequeño gesto con la cabeza, una mirada calculada de agradecimiento hacia la multitud que me veía como un salvador. Lo necesitaban. Necesitaban a alguien que les diera la ilusión de control. Y yo, generoso como siempre, se lo ofrecía. Los dejaba creer que eran ellos los que habían derrotado a este símbolo del tirano. Qué conveniente, por otro lado.
El general yacía en el suelo, olvidado por las masas. Su maza, sin embargo, ahora me pertenecía. Un símbolo de poder que pronto usaría para recordarle a este mundo que el verdadero control no lo tienen los Nobles Mundiales, sino que hasta el hombre más pequeño podía portarlo.
Con un gesto, bajé el arma y con el brazo libre, di un gesto en ademán de presentación, con un giro elegante de dorso de mano y que reparaba en los otros artífices de esta victoria que estaban, al tiempo que ofrecía un rápido vistazo sobre ellos.
Primero, me fijé en la sirena, que me recordaba a alguien que vagamente había visto en Grey Terminal, una extraña, pero cuyas facciones me resultaban sumamente similares, lo cual me dejó algo perplejo. Esta había dejado su aria y noté cierta complicidad, dedicándole una mirada amable.
Le acompañaba el hombre de tez morena y cabellos blanquecinos que escondía su cara tras un tricornio, el cual había acompañado a la sirena en los armónicos y había desarrollado aquella deliciosa melodía que tanto me había inspirado. Pese a mi gesto pícaro cuando nos montamos sobre Umibozu, le dediqué un guiño de amistad, que quizá se podría equivocar con otra cosa, pero continué ligeramente violentado ante tal pensamiento.
Posteriormente, reparé en la mujer que cojeaba ligeramente, con su cabello oro y con un atuendo ajado, que había demostrado gran dominio en combate. Dediqué una casi imperceptible reverencia de amistad mientras presentaba con el brazo al siguiente.
Por último, un altísimo hombre rudo de nórdicos rasgos e indumentaria similar a la de un gladiador, que se había convertido recientemente en algún tipo de gas. ¿Un usuario tal vez? No lo sabía bien, pero sonreí con honestidad ante la mirada de júbilo por la victoria que todos portábamos en parte.
Éramos compañeros, aunque fuera la primera vez que me cruzaba con algunos de ellos, la victoria era algo que se podía compartir.
— Camaradas, estos son vuestros héroes, los auténticos libertadores de Oykot — grité entonces para aumentar el fervor del pueblo, mientras reverenciaba al mismo con una inclinación de espalda en forma de saludo — pero vosotros sois los reales artífices de esta victoria. Los hombres y mujeres de Oykot que unidos, han derrocado esta tiranía — proseguí.