Airgid Vanaidiam
Metalhead
22-10-2024, 11:35 PM
Como en un coreografía perfecta, todos los revolucionarios presentes se coordinaron para ejecutar un último golpe, la guinda del pastel. Era extraño, mientras notaba cómo la vida escapaba del cuerpo del general a través de su puñetazo, sintió no solo poder y satisfacción por ver su objetivo conseguido. También notó... cierta tristeza. Al final, malo o bueno, era un hombre que moría bajo sus manos. Un hombre mayor y experimentado que habría combatido en innumerables batallas, ahora fallecía tras una sufrida batalla contra ellos. Algo en el interior de Airgid se removió al pensar en ello.
El público estalló en vítores y aplausos, el último obstáculo había sido derrotado y ahora tenían vía libre hacia el castillo. Muchos avanzaron, otros se quedaron, celebrando la victoria y alabando a los héroes. Airgid respiraba con dificultad, mientras volvía a tomar tierra, frente al general caído. Sus cabellos, antes revoloteando debido a la electricidad estática que emanaba su cuerpo, volvían a la normalidad. Deshizo la equipación metálica de sus extremidades, dejándola caer al suelo con su propio peso. Pasó unos segundos observando el cuerpo de Kudthrow en el suelo, ignorando la celebración, mordiéndose ligeramente la lengua. Entonces se acercó, solo un momento, agachándose junto a él, y con un gesto de respeto, pasó la mano derecha por sus párpados, cerrándolos. Fue en ese momento cuando finalmente sonrió, volviendo a alejarse.
Pero había algo de lo que Airgid no se había olvidado: la imponente maza que poseía. Fue en lo primero que se fijó de él, cuando nada más verle venir decidió que sería mejor quitársela. La había arrojado al interior del castillo, a través de una ventana que ahora se encontraba rota. Sin pensarlo mucho más, volvió a levitar, aproximándose a la ventana. En el aire, elevó el brazo derecho, localizándola y atrayéndola hacia ella de manera prácticamente instantánea. Era pesada pero refinada, poderosa, digna de un guerrero. Bajó a tierra mientras la empuñaba, como símbolo de la victoria, y el pueblo respondió a su gesto con aún más entusiasmo.
Una vez estuvo en el suelo, lanzó una mirada cómplice a sus amigos, sus compañeros de armas. Asradi, la maravillosa sirena que tanto se preocupaba por la salud del grupo; Ubben, el héroe que de no ser de él no habrían podido llegar tan lejos; y qué decir de Ragnheidr, para él cualquier palabra se quedaba corta. Finalmente reparó en la presencia de aquel joven moreno que les había ayudado a acabar con el general. No le conocía, pero observó su caballeroso gesto y la rubia le correspondió imitando su misma postura, con una sonrisa. Era un momento perfecto para dar un discurso, aquel hombre de hecho así lo hizo, otorgándoles a ellos el protagonismo. Pero ella no era buena con esas cosas, así que se limitó a celebrar junto al pueblo. Ese era más su estilo, gente como ella había sido siempre, personas humildes con trabajos normales. Ahora había escalado en poder, pero su corazón siempre sería el de una joven pueblerina de Kilombo con su pequeña ferretería.
El público estalló en vítores y aplausos, el último obstáculo había sido derrotado y ahora tenían vía libre hacia el castillo. Muchos avanzaron, otros se quedaron, celebrando la victoria y alabando a los héroes. Airgid respiraba con dificultad, mientras volvía a tomar tierra, frente al general caído. Sus cabellos, antes revoloteando debido a la electricidad estática que emanaba su cuerpo, volvían a la normalidad. Deshizo la equipación metálica de sus extremidades, dejándola caer al suelo con su propio peso. Pasó unos segundos observando el cuerpo de Kudthrow en el suelo, ignorando la celebración, mordiéndose ligeramente la lengua. Entonces se acercó, solo un momento, agachándose junto a él, y con un gesto de respeto, pasó la mano derecha por sus párpados, cerrándolos. Fue en ese momento cuando finalmente sonrió, volviendo a alejarse.
Pero había algo de lo que Airgid no se había olvidado: la imponente maza que poseía. Fue en lo primero que se fijó de él, cuando nada más verle venir decidió que sería mejor quitársela. La había arrojado al interior del castillo, a través de una ventana que ahora se encontraba rota. Sin pensarlo mucho más, volvió a levitar, aproximándose a la ventana. En el aire, elevó el brazo derecho, localizándola y atrayéndola hacia ella de manera prácticamente instantánea. Era pesada pero refinada, poderosa, digna de un guerrero. Bajó a tierra mientras la empuñaba, como símbolo de la victoria, y el pueblo respondió a su gesto con aún más entusiasmo.
Una vez estuvo en el suelo, lanzó una mirada cómplice a sus amigos, sus compañeros de armas. Asradi, la maravillosa sirena que tanto se preocupaba por la salud del grupo; Ubben, el héroe que de no ser de él no habrían podido llegar tan lejos; y qué decir de Ragnheidr, para él cualquier palabra se quedaba corta. Finalmente reparó en la presencia de aquel joven moreno que les había ayudado a acabar con el general. No le conocía, pero observó su caballeroso gesto y la rubia le correspondió imitando su misma postura, con una sonrisa. Era un momento perfecto para dar un discurso, aquel hombre de hecho así lo hizo, otorgándoles a ellos el protagonismo. Pero ella no era buena con esas cosas, así que se limitó a celebrar junto al pueblo. Ese era más su estilo, gente como ella había sido siempre, personas humildes con trabajos normales. Ahora había escalado en poder, pero su corazón siempre sería el de una joven pueblerina de Kilombo con su pequeña ferretería.