—Dia 30 de Verano, Año 724—
A pesar de los acontecimientos en Oykot, y la agitada visita en el Baratie en la que Tofun había sido bastante mal parado, era difícil reducir la sonrisa en el rostro del Lunarian. Era innatamente positivo con las cosas; cualquier día de la semana preferiría ignorar el vaso medio lleno a un lado para dedicar su vista a apreciar los colores del sol, cuando empieza a ocultarse lentamente y brillaba en un precioso color anaranjado que coloreaba el cielo. Su momento mas radiante, uno que adoraba y que daba paso a una de tantísimas noches estrelladas. Dentro de todo lo ocurrido, tan solo podía encontrar alivio y alegría por haber conseguido intervenir en el conflicto de Tofun y ayudarle justo a tiempo para prevenir su prematuro deceso.
El resultado del mencionado evento había dejado algunas desagradables consecuencias en su cuerpo. Nada que estuviese por fuera de sus capacidades como médico para diagnosticar y tratar. Algunos puntos que mantuvieran cerrada la herida, un vendaje firmemente puesto y descanso de una generosa cantidad de horas cada noche. Con un analgésico y una actitud positiva, la sensación de ardor desaparecía para solo aparecer cuando, sin querer, llegara a rozar contra algo. Si todo sanaba como pensaba, para cuando arribaran a su próximo destino ya se encontraría de vuelta a su capacidad física usual, o quizá un poco antes.
Una grata sorpresa le esperó cuando regresó a su habitación. Una tarjeta sobre su almohada le daría la bienvenida, la cual pedía su asistencia en el bar mirador por la madrugada para conversar, finalizada en la firma de Hato, la chica de cabellos rubios que había visto durante la invasión a Oykot. Una sonrisa acompañó a finalizar la lectura de la tarjeta, la cual colocaría suavemente sobre el mueble mas cercano. Por supuesto que asistiría. — Me pregunto qué debería llevar... — Murmuró entre dientes, pasando por entre las opciones de su vestimenta con especial consideración del lugar al que había sido invitado.
—Dia 31 de Verano, año 724—
Alistair nunca había sido una persona que tuviese especial consideración en su vestimenta, no porque desistiera de verse bien sino porque muchas de sus vestimentas como revolucionario usualmente se desgastaban o dañaban con una alarmante rapidez. Era lo que tenía una profesión tan íntimamente ligada al combate y al subterfugio. Pero siempre tenía un juego reservado para ocasiones diferentes, situaciones que ameritaran un mínimo de clase.
Una camisa negra abotonada hasta arriba con sus mangas recogidas hasta poco mas abajo del codo, complementada con una corbata roja. Un pantalón del mismo color con un cinturón blanco, y calzado formal a juego. Si su mente había interpretado la situación correctamente, sería descortés no corresponder la intención femenina con el mismo esfuerzo. Por último, sus alas estaban en completa exposición sin un deje de vergüenza o recelo; para él eran un orgullo a portar, y se rehusaba a pensar de otra manera. Era lo mínimo que podía hacer. Incluso en medio de un día atareado, su rostro no dejaría asomar siquiera una mueca de cansancio; ya compensaría descansando largo y tendido al final de la noche cuando llegara a las sábanas nuevamente.
El revolucionario nunca antes había estado en el Baratie, lo cual justificó con mayor razón su asombro cuando sus ojos se posaron sobre esa maravilla de lugar. Las estrellas en el cielo brillaban tenues y dejaban caer su luz sobre el cuerpo de agua debajo de ellos, haciendo un juego perfecto con el establecimiento bajo sus pies, decorado con madera tallada y artesanías que le daban un aire de elegancia difícil de equiparar en cualquiera de los lugares que encontraría en tierra firme. El Baratie sabía lo que tenía, y lo aprovechaba al máximo.
Con tan solo unos pasos en dirección al interior del elegante mirador, su mirada encontró a la persona que lo había citado al lugar. En armonía con el fondo detrás de ella, la luz nocturna y la iluminación del Baratie se balanceaban perfectamente para resaltar la maravillosa silueta femenina con el cabello ondeando en libertad, y unas preciosas alas pequeñas y blancas tras su espalda que hacían contraste con las propias de ébano. Era como ver a una encarnación de Venus en una mujer. Una imagen digna de retratar en un marco, o en segunda, de guardar en su memoria. Debía confesar que, ahora con una mejor vista mucho menos ajetreada, quedó sin palabras por un momento.
Cerró distancia avanzando hacia Hato, hasta que tan solo unos cuantos pasos fueran la distancia que los separaba. Su expresión estaba decorada con una sonrisa suave que, diferente de otras ocasiones, intentaba equilibrar su energía habitual con un deje de ternura. Había una sonrisa correcta para cada ocasión, y el Lunarian lo sabía.
— Espero no haberte hecho esperar demasiado. — Anunció su presencia con unas palabras, esperando que lo que dictaban fuese el caso. Lo último que quería sería hacerla esperar, por preciosa que fuera la noche. — Mencionaste que querías conversar conmigo, ¿no es verdad? Bueno, tienes toda mi atención, Hato. — Aunque no era un chico despistado capaz de ignorar el contexto organizado alrededor del momento, prefería no saltar a conclusiones apresuradas que llevaran a un malentendido mayor. Su intención era la de corresponder la energía que la chica ofreciera de la misma manera, y un poco más si podía permitírselo. Seguiría el tempo que la chica marcara, y propondría en la marcha según la situación avanzara.