Octojin
El terror blanco
23-10-2024, 08:45 AM
La tensión en el aire comenzó a disiparse cuando decides intervenir con tu habitual elegancia y dominio del escenario. Los pescadores, que minutos antes se habían enzarzado en una pelea caótica, parecían ahora recuperar el sentido al escuchar tus palabras. Por alguna razón te hacen caso, quizá se han dado cuenta de que todo aquello ha llegado muy lejos. O puede que impongas más de lo que pienses, y crean que sino te hacen caso, se cobrarán un castigo algo más severo. En cualquier caso, parece que has hecho bien en frenarles.
El pescador que había caído al agua fue el último en abandonar el conflicto, y justo cuando todo parecía calmarse, decidió lanzar un cubo lleno de peces que había cerca de la orilla hacia vuestra posición. El rebote contra el suelo fue sonoro, y a la par desastroso. Una cantidad significativa de pequeños peces y tripas ensangrentadas cayó directamente sobre tu inmaculado calzado, manchando no solo tus botas, sino también parte del bajo de tus pantalones. El olor pronto te llegará e impregnará tu ropa. Sin duda no se irá fácilmente, y la mancha quizá sea permanente. Inmediatamente después el pescador te pide perdón y se ve visiblemente preocupado y nervioso, argumentando que no tenía intención de darte a ti. Oyes alguna risa lejana, seguramente procedente de algún espectador, y el ambiente parece tensarse un poco de nuevo.
Uno de los pescadores, el primero en calmarse, intenta devolver el aura de tranquilidad que se había disipado con tanta facilidad. Alza las manos en señal de paz y, con un tono de voz arrepentido, te lanza una explicación que está en tu mano dar por buena o no, aunque a juzgar por sus gestos, se ve bastante sincera.
—Lo siento mucho, amigo. Todo esto empezó porque él —señaló al pescador que aún estaba en el agua— quiso pasarse de listo y vendernos pescado en mal estado. Ya llevábamos días notando que sus capturas no estaban bien, y hoy explotamos. No fue correcto, lo admito… — Luego, dirigiéndose a los demás, añadió—. Mis disculpas a todos. Esto no debió pasar.
El ambiente se relajó, pero a lo lejos, puedes distinguir a un grupo de soldados de la marina que se acercaban. Vaya, estos marines siempre llegan tarde... ¿verdad? No eran muchos, quizá cuatro o cinco, pero su presencia era clara. Si decides moverte, todavía tendrías tiempo para alejarse antes de que llegaran. Los aplausos de algunos curiosos resonaron, aunque otros se marchaban con descontento por haberse quedado sin el espectáculo que esperaban.
Si al final decides ir a la taberna, a medida que te acerques, los ruidos provenientes de las inmediaciones y la gente huyendo en estampida sin un rumbo aparente te confirmarán que algo no va bien. Un tipo se tropieza justo delante tuya, y empezará a gatear con el rostro totalmente aterrorizado. Si decides entrar, lo primero que verás será un gran destrozo. Taburetes y mesas tirados en el suelo, algunos incluso partidos en varios trozos que dejan a su paso un montón de astillas de madera que lucen bastante peligrosas, el suelo lleno de líquidos y cristales rotos, y tus ojos se encontrarán con una escena alarmante: el hombre de cabello verde, aquel al que te habías enfrentado antes —si es que aquello se podía llamar enfrentamiento—, sostenía una katana contra el pecho del tabernero, exigiendo el dinero de la caja con una seriedad que no admitía bromas. El destino, al parecer, volvía a cruzar vuestros caminos. ¿Qué harás?
El pescador que había caído al agua fue el último en abandonar el conflicto, y justo cuando todo parecía calmarse, decidió lanzar un cubo lleno de peces que había cerca de la orilla hacia vuestra posición. El rebote contra el suelo fue sonoro, y a la par desastroso. Una cantidad significativa de pequeños peces y tripas ensangrentadas cayó directamente sobre tu inmaculado calzado, manchando no solo tus botas, sino también parte del bajo de tus pantalones. El olor pronto te llegará e impregnará tu ropa. Sin duda no se irá fácilmente, y la mancha quizá sea permanente. Inmediatamente después el pescador te pide perdón y se ve visiblemente preocupado y nervioso, argumentando que no tenía intención de darte a ti. Oyes alguna risa lejana, seguramente procedente de algún espectador, y el ambiente parece tensarse un poco de nuevo.
Uno de los pescadores, el primero en calmarse, intenta devolver el aura de tranquilidad que se había disipado con tanta facilidad. Alza las manos en señal de paz y, con un tono de voz arrepentido, te lanza una explicación que está en tu mano dar por buena o no, aunque a juzgar por sus gestos, se ve bastante sincera.
—Lo siento mucho, amigo. Todo esto empezó porque él —señaló al pescador que aún estaba en el agua— quiso pasarse de listo y vendernos pescado en mal estado. Ya llevábamos días notando que sus capturas no estaban bien, y hoy explotamos. No fue correcto, lo admito… — Luego, dirigiéndose a los demás, añadió—. Mis disculpas a todos. Esto no debió pasar.
El ambiente se relajó, pero a lo lejos, puedes distinguir a un grupo de soldados de la marina que se acercaban. Vaya, estos marines siempre llegan tarde... ¿verdad? No eran muchos, quizá cuatro o cinco, pero su presencia era clara. Si decides moverte, todavía tendrías tiempo para alejarse antes de que llegaran. Los aplausos de algunos curiosos resonaron, aunque otros se marchaban con descontento por haberse quedado sin el espectáculo que esperaban.
Si al final decides ir a la taberna, a medida que te acerques, los ruidos provenientes de las inmediaciones y la gente huyendo en estampida sin un rumbo aparente te confirmarán que algo no va bien. Un tipo se tropieza justo delante tuya, y empezará a gatear con el rostro totalmente aterrorizado. Si decides entrar, lo primero que verás será un gran destrozo. Taburetes y mesas tirados en el suelo, algunos incluso partidos en varios trozos que dejan a su paso un montón de astillas de madera que lucen bastante peligrosas, el suelo lleno de líquidos y cristales rotos, y tus ojos se encontrarán con una escena alarmante: el hombre de cabello verde, aquel al que te habías enfrentado antes —si es que aquello se podía llamar enfrentamiento—, sostenía una katana contra el pecho del tabernero, exigiendo el dinero de la caja con una seriedad que no admitía bromas. El destino, al parecer, volvía a cruzar vuestros caminos. ¿Qué harás?