Noche del día 34 de Verano del año 724
Bar Mirador, Baratie
La noche envolvía el Baratie como un manto de terciopelo, mientras las luces cálidas del restaurante flotante se reflejaban en la superficie del mar oscuro. El viento marino traía consigo el suave aroma de la sal, mezclado con los últimos vestigios de la cena que flotaban desde la cocina. En lo alto, sobre la cubierta principal, el Bar Mirador había cobrado vida.
El espacio habilitado para el concierto, una joya suspendida en el cielo nocturno, era una mezcla de lujo y encanto rústico. Amplios ventanales arqueados rodeaban la estancia, ofreciendo vistas panorámicas del océano que parecía infinito bajo las estrellas. Las luces colgantes de cristal lanzaban destellos en tonos ámbar, bañando las mesas redondas de madera pulida con una luz suave, casi íntima. El ambiente estaba embriagado por las risas, las conversaciones y el constante tintineo de copas llenas de exóticos cócteles, cuyas burbujas de colores ascendían con elegancia mientras chocaban entre sí, brindando por lo que estaba por venir.
En el centro de la estancia, el escenario se elevaba majestuosamente, dominando el espacio como un altar dedicado a la música. Era lo suficientemente amplio como para acoger a una banda completa, pero aquella noche había sido acondicionado para dos músicos solistas. Unos amplificadores relucientes, brillando bajo las luces, flanqueaban cada lado del escenario, mientras una luz dorada se proyectaba directamente sobre los dos micrófonos. Las sombras bailaban alrededor de los instrumentos dispuestos cuidadosamente: una bandurria acústica sobre un pedestal y, más al fondo, Thriller apoyada en un soporte en forma de tridente, con cuerdas que prometían incendiar el aire con cada acorde.
El barullo de la multitud crecía a medida que los presentes, con copas en mano, se acomodaban en sus asientos, las sillas de terciopelo rechinando ligeramente sobre el suelo de madera encerada. Los revolucionarios, distribuidos en varias mesas, parecían especialmente animados, intercambiando risas y comentarios sobre los eventos recientes. El susurro constante de las conversaciones subía de tono cuando un camarero pasaba, sirviendo bebidas, con los cristales empañados por el frío.
Y entonces, una figura ocupó el centro del escenario: Rizzo. El cantante del East Blue, vestido con una chaqueta de lentejuelas doradas que reflejaban las luces del local como un caleidoscopio, levantó una mano para saludar al público, su sonrisa amplia, vivaz, tan enigmática como el océano bajo la luna. El bullicio se apagó por un instante, mientras el sonido de su voz resonaba con energía y desenfado, cada palabra estaba cargada de ese carisma que lo definía como ser humano.
— ¡Mis queridos amigos del Baratie! — Exclamó con entusiasmo, su voz llenando el bar como una ola que llega a la orilla. — ¿Estáis listos para una noche que nunca olvidaréis? — Las risas se mezclaron con aplausos dispersos, creando una atmósfera que prometía algo fuera de lo común. Rizzo giró sobre sus talones, mirando al segundo micrófono aún vacío, su mirada llena de complicidad.
— Parece que la noche de hoy tiene una pequeña sorpresa... — Continuó, su tono más bajo pero cargado de emoción. — No soy el único que tiene intención de deleitaros esta noche. ¡Oh, no! Hay otro músico entre nosotros, alguien con el que compartiré el escenario. Adelante... — Rizzo sonrió de forma pícara, sus ojos bailando de un lado a otro como si ya supiera lo que estaba a punto de desatar. — ¡Loooooooboooooooooo Jacksoooooooooooon! — El público explotó en vítores, ya atrapado por la presentación del segundo cantante. Esta noche hubo un error, Rizzo era el cantante principal pero Douma, dejándose llevar por la emoción del momento invitó también al escenario a Lobo por lo que ambos tendrían que compartir escena.
— ¡Te propongo esto, colega! — Dijo, alzando su bandurria acústica con una teatralidad exagerada. — Una batalla musical. Tú, yo, y la música decidirá quién es el verdadero maestro de esta noche.
El sonido de las risas y aplausos llenó la sala como una ola creciente, mientras algunos de los camareros se acercaban al bar a observar el espectáculo. El ambiente se aceleraba con cada palabra de Rizzo, mientras los clientes intercambiaban miradas emocionadas, y el murmullo se convertía en rugidos de anticipación. Douma, el regente del Baratie, observaba desde la barra con una sonrisa apenas visible en sus labios. El restaurante estaba en paz, y este duelo musical era exactamente el tipo de espectáculo inesperado que complacería a los comensales habituales del Baratie.
La tensión y la emoción flotaban en el ambiente, las copas tintineando una vez más, mientras todos aguardaban la llegada del segundo músico. Las luces descendieron levemente, como si el propio escenario contuviera la respiración, preparado para la confrontación musical que estaba a punto de comenzar bajo las estrellas del East Blue.