Sowon
Luna Sangrienta
23-10-2024, 02:58 PM
Con la promesa de regresar a aquella taberna con más clientes, la Oni avanzó con paso firme buscando su próximo destino sin pensar que la caminata pudiera llegar a ser tan larga. Sentía el sol sobre su espalda y pese a tomar los caminos más frondosos era evidente el calor de aquel lugar. Si estuviese de vacaciones no sería un impedimento, pero cuando se trataba de caminar buscando una ubicación, todo se hacía mucho más pesado. Reconfortaba su mente imaginando el combate prometido, casi caminaba en modo automático, siendo que sus ojos visualizaban la sombra que tomaba el lugar de un oponente imaginario para adaptarse a su estilo. Ella nunca imaginaba a un oponente débil, la sombra llegaba a ser bastante poderosa y le forzaba a emplear casi toda su capacidad para defenderse. Era mejor distraerse en aquel combate que seguir pensando en su sudor, el peso de sus cosas y el astro solar que proyectaba su sombra como un fantasma del cual no se puede escapar.
Su pensamiento fue interrumpido por los sonidos del dojo, la imponente mujer sacudió la cabeza para volver a la realidad, posando sus ojos en los alumnos y el profesor a cargo.
—Algunos tienen talento, otros deberán esforzarse más, aquel tipo de negro parece bastante competente...—
Masculló sin moverse de su posición, observaba atentamente lo que sucedía y cómo lo hacían, sus movimientos, costumbres y algo de suma importancia entre los espadachines: el protocolo. Si bien la mujer podía parecer una bruta, era alguien que se dedicaba intensamente al entrenamiento y podía seguir unos protocolos sin mucha dificultad aunque luego terminase por poner apodos ridículos porque era muy mala para recordar nombres. Tras observar el lugar desde su posición, decidió marchar al lago y refrescar su rostro, su nuca y su cabeza para estar lo mejor posible, no tuvo pudor en abrir su armadura hasta que esta cayese en cascada por su cintura para refrescar su torso dejando muy buenas vistas a cualquiera que mirase hacia el lago.
Tras refrescarse, volvió a colocarse su armadura, mucho más fresca y liviana, aseguró su bolso y su fiel espada Matareyes a la espalda para regresar en busca del instructor que había visto. Se había tomado su tiempo para no irrumpir en plena clase, el agua todavía goteaba de su cabello cuando apareció como una imponente figura que juntó sus manos delante de su pecho y agachó su cabeza imitando la reverencia que había visto minutos antes como muestra de humildad.
—Señor, he venido porque escuché los rumores de un alumno que excede las expectativas y quieren probarlo contra otros espadachines. Me llamo Sowon, provengo de un extenso linaje de fieros guerreros y entreno el arte de la espada desde que tengo memoria. Sería un honor para mí tener un entrenamiento con ese alumno, y siendo sincera, no creo que todos los días tenga oportunidad de medirse con un oponente de mi calibre.—
Expresó directa, sincera y con una sonrisa despreocupada mientras levantaba la cabeza posando sus ojos en aquel instructor pero pese a su intimidante tamaño sin muestras de peligro u hostilidad. Había elegido un enfoque tradicional, que le recordaba a su hogar y su clan, su madre siempre había dicho que con la honestidad se abrían más puertas que con solo golpes y su padre le indicó que cuando se llegaba a un dojo era importante hacerse notar pero sin caer en la arrogancia. La Oni representaba esos valores y era plenamente consciente de que su tamaño podía imponer, sacudió su cabello hacia atrás antes de volver a hablar.
—No pude evitar ver como entrenan mientras llegaba, se nota que hay varias promesas en este lugar y si me voy a enfrentar al mejor de su generación no me imagino lo fuerte que pudo hacerse con profesores tan dedicados. Yo no tuve esa suerte, todo mi aprendizaje fue obra de mi propio esfuerzo, hasta crear algo que fuese funcional.—
Comentó cruzada de brazos y esperando ser guiada al lugar del combate, ella era una creación del trabajo duro, de aquellos que golpeaban los troncos con fuerza bruta y estaban hechos para blandir armas que involucraban la fuerza en lugar de un arte técnico refinado. Una mujer forjada en duros terrenos y misiones de riesgos altos a muy temprana edad, cuyo entrenamiento solo le había vuelto mucho más peligrosa. La prueba estaba justo en su espalda, aquella bestia de acero que llevaba como una extremidad más a todos lados, era algo que no cualquiera podría llegar siquiera a levantar y mucho menos imaginarían que se pudiese blandir.
Su pensamiento fue interrumpido por los sonidos del dojo, la imponente mujer sacudió la cabeza para volver a la realidad, posando sus ojos en los alumnos y el profesor a cargo.
—Algunos tienen talento, otros deberán esforzarse más, aquel tipo de negro parece bastante competente...—
Masculló sin moverse de su posición, observaba atentamente lo que sucedía y cómo lo hacían, sus movimientos, costumbres y algo de suma importancia entre los espadachines: el protocolo. Si bien la mujer podía parecer una bruta, era alguien que se dedicaba intensamente al entrenamiento y podía seguir unos protocolos sin mucha dificultad aunque luego terminase por poner apodos ridículos porque era muy mala para recordar nombres. Tras observar el lugar desde su posición, decidió marchar al lago y refrescar su rostro, su nuca y su cabeza para estar lo mejor posible, no tuvo pudor en abrir su armadura hasta que esta cayese en cascada por su cintura para refrescar su torso dejando muy buenas vistas a cualquiera que mirase hacia el lago.
Tras refrescarse, volvió a colocarse su armadura, mucho más fresca y liviana, aseguró su bolso y su fiel espada Matareyes a la espalda para regresar en busca del instructor que había visto. Se había tomado su tiempo para no irrumpir en plena clase, el agua todavía goteaba de su cabello cuando apareció como una imponente figura que juntó sus manos delante de su pecho y agachó su cabeza imitando la reverencia que había visto minutos antes como muestra de humildad.
—Señor, he venido porque escuché los rumores de un alumno que excede las expectativas y quieren probarlo contra otros espadachines. Me llamo Sowon, provengo de un extenso linaje de fieros guerreros y entreno el arte de la espada desde que tengo memoria. Sería un honor para mí tener un entrenamiento con ese alumno, y siendo sincera, no creo que todos los días tenga oportunidad de medirse con un oponente de mi calibre.—
Expresó directa, sincera y con una sonrisa despreocupada mientras levantaba la cabeza posando sus ojos en aquel instructor pero pese a su intimidante tamaño sin muestras de peligro u hostilidad. Había elegido un enfoque tradicional, que le recordaba a su hogar y su clan, su madre siempre había dicho que con la honestidad se abrían más puertas que con solo golpes y su padre le indicó que cuando se llegaba a un dojo era importante hacerse notar pero sin caer en la arrogancia. La Oni representaba esos valores y era plenamente consciente de que su tamaño podía imponer, sacudió su cabello hacia atrás antes de volver a hablar.
—No pude evitar ver como entrenan mientras llegaba, se nota que hay varias promesas en este lugar y si me voy a enfrentar al mejor de su generación no me imagino lo fuerte que pudo hacerse con profesores tan dedicados. Yo no tuve esa suerte, todo mi aprendizaje fue obra de mi propio esfuerzo, hasta crear algo que fuese funcional.—
Comentó cruzada de brazos y esperando ser guiada al lugar del combate, ella era una creación del trabajo duro, de aquellos que golpeaban los troncos con fuerza bruta y estaban hechos para blandir armas que involucraban la fuerza en lugar de un arte técnico refinado. Una mujer forjada en duros terrenos y misiones de riesgos altos a muy temprana edad, cuyo entrenamiento solo le había vuelto mucho más peligrosa. La prueba estaba justo en su espalda, aquella bestia de acero que llevaba como una extremidad más a todos lados, era algo que no cualquiera podría llegar siquiera a levantar y mucho menos imaginarían que se pudiese blandir.