62 de Verano del año 724
Carcel de Kilombo, G-23 Base de la Marina
Venimos de aquí.
El sol del mediodía brillaba con intensidad sobre la prisión de Isla Kilombo, y el calor parecía intensificar la sensación de aislamiento que emanaba de las enormes murallas de piedra. Murray Arganeo, con su habitual porte imponente, escoltaba a Panda por el camino de tierra hasta la entrada principal de la prisión. Los muros de siete metros de altura y la puerta de seguridad codificada daban una sensación de fortaleza, como si nada pudiera escapar de allí.
Murray se detuvo frente a la gran puerta metálica que protegía el acceso, y con un gesto automático, tecleó el código en el panel de seguridad. La puerta se abrió lentamente, emitiendo un gruñido metálico que resonaba en el aire caliente. Dos marines, vestidos con uniforme impecable, se mantenían firmes a ambos lados, observando el procedimiento.
Sin demasiadas palabras, Murray quitó las esposas a Panda y lo entregó formalmente a los guardias. La expresión de Murray no revelaba nada fuera de lo común, como si estuviera entregando a un preso más. Su despedida fue seca y directa:
— Aquí lo tenéis, haced lo que debáis. —Tras esas palabras, Murray dio media vuelta y se marchó, dejando a Panda en manos de los carceleros.
Los guardias, sin hacer preguntas, lo condujeron por un pasillo angosto que los llevó al cuarto de guardias, a la izquierda, tras cruzar la puerta principal. El ambiente en el cuarto de guardias era sencillo: mesas de madera, bancos desgastados por el uso y un par de camas donde los marines descansaban en los turnos largos. No había lujos, solo lo necesario para que los guardias pudieran hacer su trabajo. El aire olía a tabaco y a café frío, mientras varios papeles se apilaban descuidadamente en una esquina.
Uno de los guardias, con un tono autoritario pero aburrido, se dirigió a Panda, sin darle demasiada importancia:
— Bienvenido. Aquí dentro las cosas funcionan de forma estricta. Tenemos horarios y no nos importa si te gusta o no. —Se sentó en una silla vieja de madera, y tras encenderse un cigarrillo, continuó. — El desayuno es a las 7:00, el almuerzo a las 12:00, y la cena a las 18:00. Si no estás a tiempo, te quedas sin comer. No hay segundas oportunidades.
Mientras hablaba, el guardia señalaba vagamente el pasillo que llevaba al resto de la prisión.
— El patio exterior está abierto de 8:00 a 10:00 y de nuevo de 14:00 a 16:00. Ahí es cuando podrás estirar las piernas, pero no pienses que estarás solo. Las torres de vigilancia tienen a tiradores apuntando en todo momento. Si haces algo estúpido, bueno… ya te lo puedes imaginar.
El guardia echó un vistazo rápido hacia el fondo del pasillo, hacia la zona de las celdas, antes de continuar.
— A las 21:00 se cierra todo. Las celdas se bloquean automáticamente, y no se abren hasta las 6:00 del día siguiente. Así que mejor estar dentro cuando llegue la hora. Si te quedas fuera, mala suerte, no habrá nadie que venga a abrirte y te irás directo a aislamiento. —El tono del guardia era monótono, como si hubiera recitado esas palabras cientos de veces antes—. Y durante la noche, siempre hay vigilancia. No te hagas ilusiones, no hay lugar para esconderse.
Finalmente, se levantó y echó un vistazo al Mink, como si fuera solo uno más entre tantos.
— Los baños están disponibles en cualquier momento, y si te enfermas, la enfermería está al fondo, después de los baños, aunque has de pedir acceso a un guardia. No es un hotel, pero servirá.
Con un gesto de la mano, los guardias indicaron que era hora de llevar a Panda a su celda. Uno de ellos le miró de arriba a abajo, como si estuviera evaluando qué clase de prisionero era, pero sin demasiada curiosidad. Para ellos, era solo otro preso que debía seguir las reglas. Al pasar frente al comedor, que quedaba a mano derecha Panda pudo escuchar un montón de voces y jolgorio. Tras dejar a Panda en su celda este podría comprobar como todas estaban vacias, era la hora de comer y evidentemente todos estaban en ello, Panda podía comenzar su aventura.