Asradi suspiró largamente, armándose de toda la paciencia que le era posible, cuando Tofun empezó a balbucear. No le regañó ni le dijo nada al respecto solo por el hecho de que, primero, estaba borracho debido a las propiedades de su fruta y, segundo, seguramente la pérdida de sangre y las heridas le habían afectado también. Lo que no se esperó, en lo absoluto, es que justo cuando había terminado de abrirle la camisa y de darle una negativa cuando el tontatta dijo que quería estar allí, el muy desgraciado saltó como si tuviese pica pica en el culo y se fue, como una maldita pulga con barba, a lanzar patadas voladoras.
— ¡TOFUN! ¡VUELVE AQUÍ, MALDITO TESTÍCULO DE PEZ ABISAL! — Fue la “delicada” llamada de Asradi cuando el revolucionario se le escapó, literalmente, de entre las manos.
Los ojos de la sirena habían pasado de la preciosa coloración azul oceánica de siempre, a un gris tormentoso. ¿¡Se había vuelto loco o qué!? Se le iban a abrir, todavía más, las heridas que portaba. Y no eran para nada desdeñables. Además, con todo lo que llevaba encima, ¿cómo era capaz todavía de moverse así?
¡Hombres! ¡Y ebrio aún encima!
Para bien o para mal, después de su demostración de estupidez, aunque había que reconocer que, pese a todo, estaba fuertote, Tofun terminó cayendo, literalmente, casi de nuevo entre sus manos. Asradi frunció el ceño cuando Tofun comenzó a balbucear.
— Debería arrancarte las barbas... — Musitó, largando un suspiro todavía más resignado.
Ahora bien, tras ver todo el panorama, confió y agradeció en que Lemon y los demás podrían hacerse cargo de todo aquello. En el momento en el que el ataque de uno de aquellos tipos raros fue hacia donde se encontraban Tofun y ella, la sirena solo acertó a sujetar más protectoramente al tontatta entre sus manos y contra su cuerpo. No le importaba actuar de escudo humano y, aún así, confiaba en el que el resto de sus camaradas se encargase. Como así sucedió.
Lanzó una mirada agradecida no solo a Lemon y a Airgid, sino también a los demás. Tenía que sacar a Tofun de ahi, cuanto antes. Lo mantuvo protegido contra su pecho. Necesitaba seguir tratándole, pero ese no era el mejor lugar del mundo. Miró a su alrededor y cuando se irguió, con el tontatta en las manos, tuvo que sacudir la cabeza. El aroma dulzón del gas todavía le afectaba, y no era algo que pudiese permitirse, no cuando había una vida en juego.
También apretó los labios cuando Lobo fue herido pero, ahora mismo, la vida que más corría peligro era la de Tofun. Salió de la zona del comedor a saltitos rápidos, hasta llegar a la cubierta exterior donde pudo ver a Umibozu después de la preciosa amenaza que les había soltado a los otros. Aunque prefería que el grandullón no se los comiese, no quería que pillase una indigestión. Asradi respiraba agitadamente, antes de acostar a Tofun sobre la parte superior de un barril.
— Umi... — Llamó al grandullón, aunque tenía la vista puesta totalmente en Tofun. Tenía cuatro heridas de bala, y eran considerables, y un chichón en la frente. Si no es que se había partido medio cráneo el muy animal, claro. — Mira a ver si me puedes conseguir un par de púas de erizo marino. — Debería haber en el lecho del mar, o incluso podría haber alguno pegado bajo el casco del Baratie.
¿Por qué le había pedido algo como eso? Porque las pinzas que ella tenía eran demasiado grandes para alguien del tamaño de Tofun.
Lo primero era lo primero, sacarle las balas. Al menos las del hombro y el muslo habían atravesado limpiamente. Comenzaría a parar el sangrado y a desinfectarle esas mientras esperaba a que Umibozu le consiguiese lo que le había pedido.
El reloj corría en su contra, pues lo primero era detener el sangrado. Por fortuna, tenía los ungüentos necesarios para aquello y, tras un buen rato, había logrado desinfectarle dos de las cuatro heridas de balas y dejárselas cosidas.
— ¡TOFUN! ¡VUELVE AQUÍ, MALDITO TESTÍCULO DE PEZ ABISAL! — Fue la “delicada” llamada de Asradi cuando el revolucionario se le escapó, literalmente, de entre las manos.
Los ojos de la sirena habían pasado de la preciosa coloración azul oceánica de siempre, a un gris tormentoso. ¿¡Se había vuelto loco o qué!? Se le iban a abrir, todavía más, las heridas que portaba. Y no eran para nada desdeñables. Además, con todo lo que llevaba encima, ¿cómo era capaz todavía de moverse así?
¡Hombres! ¡Y ebrio aún encima!
Para bien o para mal, después de su demostración de estupidez, aunque había que reconocer que, pese a todo, estaba fuertote, Tofun terminó cayendo, literalmente, casi de nuevo entre sus manos. Asradi frunció el ceño cuando Tofun comenzó a balbucear.
— Debería arrancarte las barbas... — Musitó, largando un suspiro todavía más resignado.
Ahora bien, tras ver todo el panorama, confió y agradeció en que Lemon y los demás podrían hacerse cargo de todo aquello. En el momento en el que el ataque de uno de aquellos tipos raros fue hacia donde se encontraban Tofun y ella, la sirena solo acertó a sujetar más protectoramente al tontatta entre sus manos y contra su cuerpo. No le importaba actuar de escudo humano y, aún así, confiaba en el que el resto de sus camaradas se encargase. Como así sucedió.
Lanzó una mirada agradecida no solo a Lemon y a Airgid, sino también a los demás. Tenía que sacar a Tofun de ahi, cuanto antes. Lo mantuvo protegido contra su pecho. Necesitaba seguir tratándole, pero ese no era el mejor lugar del mundo. Miró a su alrededor y cuando se irguió, con el tontatta en las manos, tuvo que sacudir la cabeza. El aroma dulzón del gas todavía le afectaba, y no era algo que pudiese permitirse, no cuando había una vida en juego.
También apretó los labios cuando Lobo fue herido pero, ahora mismo, la vida que más corría peligro era la de Tofun. Salió de la zona del comedor a saltitos rápidos, hasta llegar a la cubierta exterior donde pudo ver a Umibozu después de la preciosa amenaza que les había soltado a los otros. Aunque prefería que el grandullón no se los comiese, no quería que pillase una indigestión. Asradi respiraba agitadamente, antes de acostar a Tofun sobre la parte superior de un barril.
— Umi... — Llamó al grandullón, aunque tenía la vista puesta totalmente en Tofun. Tenía cuatro heridas de bala, y eran considerables, y un chichón en la frente. Si no es que se había partido medio cráneo el muy animal, claro. — Mira a ver si me puedes conseguir un par de púas de erizo marino. — Debería haber en el lecho del mar, o incluso podría haber alguno pegado bajo el casco del Baratie.
¿Por qué le había pedido algo como eso? Porque las pinzas que ella tenía eran demasiado grandes para alguien del tamaño de Tofun.
Lo primero era lo primero, sacarle las balas. Al menos las del hombro y el muslo habían atravesado limpiamente. Comenzaría a parar el sangrado y a desinfectarle esas mientras esperaba a que Umibozu le consiguiese lo que le había pedido.
El reloj corría en su contra, pues lo primero era detener el sangrado. Por fortuna, tenía los ungüentos necesarios para aquello y, tras un buen rato, había logrado desinfectarle dos de las cuatro heridas de balas y dejárselas cosidas.