Galhard sonrió al escuchar la pregunta de Asradi. Aunque la vida de un marine rara vez le daba pausas largas, la Isla Kilombo era su cuartel asignado, así que al menos por ahora, no tenía planes de marcharse pronto. Había algo en la energía del lugar, en la mezcla de camaradería y tranquilidad, que le hacía pensar que quedarse en la isla unos días sería más que bienvenido.
—Sí, estaré por aquí —dijo, respondiendo con un tono relajado y amistoso —Mientras no me llamen para alguna misión, me toca quedarme en Kilombo.— Sabía lo valioso que era aprovechar esos momentos en los que podía bajar la guardia, y más aún cuando tenía una buena compañía con quien disfrutar de la calma. La idea de poder compartir ese tiempo con ella le parecía, en su sencillez, perfecta.
—Así que cuentas conmigo para lo que quieras, Asradi—Devolvió la sonrisa, esta vez con un toque de picardía amistosa —Será un placer compartir alguna copa sin preocuparse de más.— Sus palabras cargadas de sinceridad pretendían aliviar cualquier tensión que hubiera quedado entre ambos. Sabía bien que compartir momentos así, aunque fueran breves, era esencial para recordar por qué hacía lo que hacía.
Se dejó caer en la arena junto a ella, sintiendo cómo el calor residual del día se le impregnaba a través de la arena tibia. El ambiente, con las olas suaves y la brisa cálida, tenía un efecto casi sedante. Con la mirada puesta en el cielo, dejó que sus pensamientos fluyeran con más libertad que de costumbre.
—¿Sabes? A veces creo que el mar sabe cuándo uno necesita un descanso—murmuró, más para sí mismo que para Asradi —Hay algo en la calma de este lugar… en saber que, al menos por ahora, no tenemos que estar en alerta.— Galhard agradecía la paz que reinaba en la isla, pues el hecho de no tener que estar en constante vigilancia le permitía poder afrontar las misiones que le encargaban con todas sus energías
El mar parecía reflejar sus palabras, con su inmensidad apacible extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista. Era extraño, pero a veces sentía que el océano también escuchaba, que tenía su propia manera de transmitir calma o fuerza según lo que cada persona necesitaba.
—Creo que esta paz, este tiempo de calma… es tan importante como cualquier entrenamiento o misión, a veces apagar el cerebro y quitarse la armadura emocional y a veces física ayuda a no quemarnos. —Dio una breve pausa, dejando que sus palabras resonaran en el aire. —Es esto lo que nos hace fuertes también, ¿no crees?—
Sus palabras parecían flotar entre ellos mientras el sol se ocultaba en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos de rojo y dorado. Miró de reojo a Asradi, viendo cómo la luz del atardecer jugaba en su rostro. La serenidad que reflejaba en ese momento era un contraste perfecto con la fuerza que intuía en ella, la misma que reconocía en sí mismo y en aquellos que dedicaban su vida a enfrentarse a un mundo que no siempre era amable.
—Aquí estaremos —añadió finalmente, como si afirmara una decisión compartida —A veces, saber que tenemos un lugar al que regresar es lo único que necesitamos para seguir adelante. Y por ahora, Kilombo es ese lugar.—
Dejó que su mirada se posara nuevamente en el cielo, respirando profundo. La certeza de que Asradi estaba cerca, de que ambos tenían un espacio de confianza mutua, hacía que el momento fuera aún más significativo. Porque, al final del día, ambos sabían que en cualquier rincón del mar, era la compañía y la paz momentánea lo que les daba fuerzas para enfrentar lo que fuera que el destino les tuviera preparado.
—Así que... ¿Qué te parece si hacemos una visita furtiva a la cocina para conseguir algo de picar?— Expresó con una sonrisa traviesa tomando con suavidad la mano de Asradi
—Sí, estaré por aquí —dijo, respondiendo con un tono relajado y amistoso —Mientras no me llamen para alguna misión, me toca quedarme en Kilombo.— Sabía lo valioso que era aprovechar esos momentos en los que podía bajar la guardia, y más aún cuando tenía una buena compañía con quien disfrutar de la calma. La idea de poder compartir ese tiempo con ella le parecía, en su sencillez, perfecta.
—Así que cuentas conmigo para lo que quieras, Asradi—Devolvió la sonrisa, esta vez con un toque de picardía amistosa —Será un placer compartir alguna copa sin preocuparse de más.— Sus palabras cargadas de sinceridad pretendían aliviar cualquier tensión que hubiera quedado entre ambos. Sabía bien que compartir momentos así, aunque fueran breves, era esencial para recordar por qué hacía lo que hacía.
Se dejó caer en la arena junto a ella, sintiendo cómo el calor residual del día se le impregnaba a través de la arena tibia. El ambiente, con las olas suaves y la brisa cálida, tenía un efecto casi sedante. Con la mirada puesta en el cielo, dejó que sus pensamientos fluyeran con más libertad que de costumbre.
—¿Sabes? A veces creo que el mar sabe cuándo uno necesita un descanso—murmuró, más para sí mismo que para Asradi —Hay algo en la calma de este lugar… en saber que, al menos por ahora, no tenemos que estar en alerta.— Galhard agradecía la paz que reinaba en la isla, pues el hecho de no tener que estar en constante vigilancia le permitía poder afrontar las misiones que le encargaban con todas sus energías
El mar parecía reflejar sus palabras, con su inmensidad apacible extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista. Era extraño, pero a veces sentía que el océano también escuchaba, que tenía su propia manera de transmitir calma o fuerza según lo que cada persona necesitaba.
—Creo que esta paz, este tiempo de calma… es tan importante como cualquier entrenamiento o misión, a veces apagar el cerebro y quitarse la armadura emocional y a veces física ayuda a no quemarnos. —Dio una breve pausa, dejando que sus palabras resonaran en el aire. —Es esto lo que nos hace fuertes también, ¿no crees?—
Sus palabras parecían flotar entre ellos mientras el sol se ocultaba en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos de rojo y dorado. Miró de reojo a Asradi, viendo cómo la luz del atardecer jugaba en su rostro. La serenidad que reflejaba en ese momento era un contraste perfecto con la fuerza que intuía en ella, la misma que reconocía en sí mismo y en aquellos que dedicaban su vida a enfrentarse a un mundo que no siempre era amable.
—Aquí estaremos —añadió finalmente, como si afirmara una decisión compartida —A veces, saber que tenemos un lugar al que regresar es lo único que necesitamos para seguir adelante. Y por ahora, Kilombo es ese lugar.—
Dejó que su mirada se posara nuevamente en el cielo, respirando profundo. La certeza de que Asradi estaba cerca, de que ambos tenían un espacio de confianza mutua, hacía que el momento fuera aún más significativo. Porque, al final del día, ambos sabían que en cualquier rincón del mar, era la compañía y la paz momentánea lo que les daba fuerzas para enfrentar lo que fuera que el destino les tuviera preparado.
—Así que... ¿Qué te parece si hacemos una visita furtiva a la cocina para conseguir algo de picar?— Expresó con una sonrisa traviesa tomando con suavidad la mano de Asradi