Me detuve un instante, pero en aquellos momentos un instante lo significaba todo. Significaba que Octojin podía, ante mis ojos, repeler la ofensiva de Camille e intentar aferrarla para devolverla con nosotros. Tal vez no pudiese sujetar su mente a nuestro lado, pero asía su brazo como si de ello dependiese todo. Y tal vez fuese así.
Significaba que Camille era capaz de resistirse, de pelear a pesar de encontrarse en inferioridad numérica con esa desbordante pasión animal descontrolada, incauta y temeraria que la había poseído. La oni no sólo atacaba como un depredador hambriento, sino que se defendía como una presa desesperada por mantenerse con vida. ¿Qué veía en nosotros? Se agitaba y revolvía como si pretendiésemos hacerle daño; también como si su único afán y objetivo fuese despedazarnos como a meros jabalíes. Lo más básico de los seres vivos estaba encarnado en ella.
Cuando quise darme cuenta, había hundido los pies en el suelo y se había lanzado como un ariete contra una de las montañas de escombros que habíamos ido apilando antes de que el enfrentamiento diese comienzo. Las dos moles se estamparon contra ella, provocando que trozos de madera y piedra salieran despedidos en todas direcciones. Tuve que maniobrar en el aire para evitar alguno de ellos, pero ese movimiento me permitió darme cuenta, así como percibir, que la fiera que se había apoderado de nuestra amiga no tenía suficiente.
Batí las alas con fuerza, empuñando mi naginata una vez más y dirigiéndome hacia mis dos compañeros. La oni ya había alzado a Céfiro, su arma, y se disponía a trazar un violento corte en dirección al tiburón. Estaban muy cerca, tanto que no sabía si Octojin tendría tiempo de reaccionar después del revuelo originado por los escombros voladores. Sí, ese instante significó el tiempo que necesitaba para recuperar el aliento y tomar una rápida y firme decisión. Me posicioné entre ambos, girando sobre mí mismo y naginata en ristre, e interpuse el filo de mi hoja en la trayectoria de la odachi emulando el movimiento que Camille había hecho previamente. Su ímpetu de nuevo venció al mío, pero las llamas curativas que circulaban a mi alrededor dieron buena cuenta del corte superficial que alcanzó a producirme.
Y ahí terminó. Lo hizo de la forma más triste posible: con Camille inconsciente. Sus ojos continuaban perdidos y seguía blandiendo su arma. Parecía que iba a acometer de nuevo, pero un gruñido ligeramente diferente escapó de sus labios. Cayó a plomo, aterrizando sobre los pocos escombros que quedaban del montón que había dispersado. Mantenía a Céfiro agarrada como quien sujeta un salvavidas en medio del mar.
A nuestro alrededor, el círculo de marines comenzó a estrecharse al ver que nos deteníamos. Numerosas piedras y tablones de grandes dimensiones habían ido a parar peligrosamente cerca de ellos, pero eso no había mermado el morbo generado por el conflicto. Apreté los puños, dejando al fin que mis alas desapareciesen y mis piernas recuperasen su forma habitual. Estaba extenuado, tanto que ni siquiera era capaz de sanar mis heridas por completo. Ya podría hacerlo más adelante. Lo más importante era Camille.
—Vamos a llevarla a la enfermería, ¿no? —le dije a Octojin, apesadumbrado y avergonzado a partes iguales. En aquel momento no me salió ninguna disculpa, aunque algo en mi mente gritaba a pleno pulmón que cuanto antes lo hiciese, mejor. La preocupación por la oni, no obstante, era lo suficientemente poderosa como para acallar cualquier mandato de mi conciencia.
—No sé qué podemos hacer para arreglar esto —comenté en voz baja, ya en la enfermería y sin dejar de mirar a la oni. Me había sentado en una silla que había colocado justo a su derecha, flexionando las piernas y colocando los talones en el borde de la misma. Abrazaba mis rodillas con ambas manos en una postura que, la verdad, siempre me había resultado cómoda y reconfortante.
La habían tendido en una camilla. Ya había sido valorada y nos habían confirmado que estaba fuera de peligro. No obstante, nos habían advertido que en caso de haberse prolongado el combate unos minutos más, tal vez el pronóstico habría cambiado por completo.
—Hemos estado a punto de cargárnosla, Octo. ¿Qué coño estamos haciendo? —continué reflexionando en voz alta. Sabía que la culpa era mía, pero, a posteriori, supe que en aquel momento no estaba mentalmente preparado para asumir toda la responsabilidad de lo que había sucedido. Supongo que repartir un poco la culpa era una suerte de mecanismo de defensa.
—Buenos días —interrumpió entonces un marine de uniforme perfectamente planchado que contrastaba con el lamentable estado en el que nos encontrábamos—. La capitana Montpellier me ordena que les informe de que en cuanto la herida despierta y se encuentre con fuerzas deben acudir a su despacho. Ha terminado con un "inmediatamente".
Ya durante el combate me había dado cuenta de que el final prometía ser catastrófico, y no sólo en el aspecto físico. Habíamos iniciado un enfrentamiento con todo en medio de la base del G-31 y, para más inri, durante el proceso de reconstrucción de una de sus alas tras un atentado. En el proceso no eran pocos los marines que habían sido puestos en peligro. ¿Que no debían haberse acercado? Tal vez, pero eso no era un atenuante. Mientras íbamos por los pasillos en dirección a la enfermería había percibido las miradas cargadas de odio y desprecio de más de un oficial, pero las había ignorado deliberadamente. Sí, que la capitana nos citase en su despacho era la consecuencia inmediata más lógica después de semejante escándalo. Lo que me daba más miedo eran las consecuencia posteriores.
Significaba que Camille era capaz de resistirse, de pelear a pesar de encontrarse en inferioridad numérica con esa desbordante pasión animal descontrolada, incauta y temeraria que la había poseído. La oni no sólo atacaba como un depredador hambriento, sino que se defendía como una presa desesperada por mantenerse con vida. ¿Qué veía en nosotros? Se agitaba y revolvía como si pretendiésemos hacerle daño; también como si su único afán y objetivo fuese despedazarnos como a meros jabalíes. Lo más básico de los seres vivos estaba encarnado en ella.
Cuando quise darme cuenta, había hundido los pies en el suelo y se había lanzado como un ariete contra una de las montañas de escombros que habíamos ido apilando antes de que el enfrentamiento diese comienzo. Las dos moles se estamparon contra ella, provocando que trozos de madera y piedra salieran despedidos en todas direcciones. Tuve que maniobrar en el aire para evitar alguno de ellos, pero ese movimiento me permitió darme cuenta, así como percibir, que la fiera que se había apoderado de nuestra amiga no tenía suficiente.
Batí las alas con fuerza, empuñando mi naginata una vez más y dirigiéndome hacia mis dos compañeros. La oni ya había alzado a Céfiro, su arma, y se disponía a trazar un violento corte en dirección al tiburón. Estaban muy cerca, tanto que no sabía si Octojin tendría tiempo de reaccionar después del revuelo originado por los escombros voladores. Sí, ese instante significó el tiempo que necesitaba para recuperar el aliento y tomar una rápida y firme decisión. Me posicioné entre ambos, girando sobre mí mismo y naginata en ristre, e interpuse el filo de mi hoja en la trayectoria de la odachi emulando el movimiento que Camille había hecho previamente. Su ímpetu de nuevo venció al mío, pero las llamas curativas que circulaban a mi alrededor dieron buena cuenta del corte superficial que alcanzó a producirme.
BER401
BERSERKER
Ofensiva Activa
Tier 4
No Aprendida
56
40
2
El usuario comenzará a girar junto a su arma a gran velocidad formando un pequeño tornado de cortes que ascendieron en el aire hasta 20 metros de altura, abarcando un radio de 10 metros desde el usuario de cortes, pudiendo el usuario moverse manteniendo este estado.
Golpe Basico + [FUEx2,6] de [Daño cortante]
Y ahí terminó. Lo hizo de la forma más triste posible: con Camille inconsciente. Sus ojos continuaban perdidos y seguía blandiendo su arma. Parecía que iba a acometer de nuevo, pero un gruñido ligeramente diferente escapó de sus labios. Cayó a plomo, aterrizando sobre los pocos escombros que quedaban del montón que había dispersado. Mantenía a Céfiro agarrada como quien sujeta un salvavidas en medio del mar.
A nuestro alrededor, el círculo de marines comenzó a estrecharse al ver que nos deteníamos. Numerosas piedras y tablones de grandes dimensiones habían ido a parar peligrosamente cerca de ellos, pero eso no había mermado el morbo generado por el conflicto. Apreté los puños, dejando al fin que mis alas desapareciesen y mis piernas recuperasen su forma habitual. Estaba extenuado, tanto que ni siquiera era capaz de sanar mis heridas por completo. Ya podría hacerlo más adelante. Lo más importante era Camille.
—Vamos a llevarla a la enfermería, ¿no? —le dije a Octojin, apesadumbrado y avergonzado a partes iguales. En aquel momento no me salió ninguna disculpa, aunque algo en mi mente gritaba a pleno pulmón que cuanto antes lo hiciese, mejor. La preocupación por la oni, no obstante, era lo suficientemente poderosa como para acallar cualquier mandato de mi conciencia.
—No sé qué podemos hacer para arreglar esto —comenté en voz baja, ya en la enfermería y sin dejar de mirar a la oni. Me había sentado en una silla que había colocado justo a su derecha, flexionando las piernas y colocando los talones en el borde de la misma. Abrazaba mis rodillas con ambas manos en una postura que, la verdad, siempre me había resultado cómoda y reconfortante.
La habían tendido en una camilla. Ya había sido valorada y nos habían confirmado que estaba fuera de peligro. No obstante, nos habían advertido que en caso de haberse prolongado el combate unos minutos más, tal vez el pronóstico habría cambiado por completo.
—Hemos estado a punto de cargárnosla, Octo. ¿Qué coño estamos haciendo? —continué reflexionando en voz alta. Sabía que la culpa era mía, pero, a posteriori, supe que en aquel momento no estaba mentalmente preparado para asumir toda la responsabilidad de lo que había sucedido. Supongo que repartir un poco la culpa era una suerte de mecanismo de defensa.
—Buenos días —interrumpió entonces un marine de uniforme perfectamente planchado que contrastaba con el lamentable estado en el que nos encontrábamos—. La capitana Montpellier me ordena que les informe de que en cuanto la herida despierta y se encuentre con fuerzas deben acudir a su despacho. Ha terminado con un "inmediatamente".
Ya durante el combate me había dado cuenta de que el final prometía ser catastrófico, y no sólo en el aspecto físico. Habíamos iniciado un enfrentamiento con todo en medio de la base del G-31 y, para más inri, durante el proceso de reconstrucción de una de sus alas tras un atentado. En el proceso no eran pocos los marines que habían sido puestos en peligro. ¿Que no debían haberse acercado? Tal vez, pero eso no era un atenuante. Mientras íbamos por los pasillos en dirección a la enfermería había percibido las miradas cargadas de odio y desprecio de más de un oficial, pero las había ignorado deliberadamente. Sí, que la capitana nos citase en su despacho era la consecuencia inmediata más lógica después de semejante escándalo. Lo que me daba más miedo eran las consecuencia posteriores.