Airgid Vanaidiam
Metalhead
25-10-2024, 05:25 PM
Airgid viajaba con tranquilidad sobre el amplio hombro derecho de Entrañas. Le resultaba curioso que no le hubiera dicho nada acerca de su amputación, es decir, se ofreció para llevarla por ese motivo, pero no insistió con preguntas sobre su historia. Igual que tampoco la había mirado con pena o asco. O quién sabe, puede que si lo hubiera hecho, al fin y al cabo a través de aquella máscara le costaba un poco distinguir la expresión de sus ojos. Pero aunque no le importaba hablar del tema, agradecía que no siempre fuera el elefante en la habitación cuando conocía a alguien nuevo. La gente normalmente solía esperar una increíble historia detrás de aquella cicatriz, y... aunque algunos pudieran considerarla así, Airgid siempre se encargaba de restarle importancia al asunto.
Escuchó a Entrañas hablar sobre su familia, un ejemplo perfecto de lo que ella misma había pensado, y es que no siempre hay que compartirlo todo para querer a alguien. Su padre parecía ser una persona completamente diferente a Entrañas, incluso enemigos, pero aún así se respetaban. — Cuánta variedad, seguro que las comidas familiares eran divertidísimas. — Soltó una suave risilla. — Me alegro, entonces. — Y es que sonaba increíble tener una familia así, ya no solo tan grande, sino tan diversa y a la vez tan respetuosa. Y entonces, inevitablemente Entrañas le preguntó por su familia. Y le sorprendió saber que aquella pregunta ya no le dolía tanto como antaño. — Em... ni idea. Nunca he sabío na de ellos, asumí que estaban muertos y punto, pero hace poco descubrí algo nuevo y... puede que sigan vivos, en algún lado. Quién sabe. Eran revolucionarios, por cierto, ¿no es curioso? — Le comentó, por encima, tampoco parecía estar muy interesada en hablar demasiado sobre sí misma. Era algo que le pasaba siempre, con todo el mundo, no le gustaba sentirse "protagonista" de la conversación, y cuando contaba demasiado sobre sí misma se rallaba pensando que quizás estaba aburriendo a la otra persona. Así que todo muy por encima, al menos hasta nuevo aviso.
Por otra parte, Entrañas le aseguró que pronto recibiría su copia del MANUAL , mientras se reía. Que gracioso, cómo la máscara podía llegar a reflejar esa expresión de su rostro, le hizo reír a ella también. La reflexión que la rubia lanzó un poco al aire tampoco fue ignorada, Entrañas compartió con ella su propia opinión sobre los cambios que se avecinaban en Oykot. Si la situación cambiaba a bien o a mal, no sería culpa ni responsabilidad de los revolucionarios, pues ahora los balleneros y los ciudadanos en general contaban con libertad para hacer lo que quisieran con ella. Tomar tanto buenas como malas decisiones, pero con la tranquilidad de que nadie les controlaba ni manejaba a su antojo. Aunque hizo una comparación sobre los padres y la ropa que, aunque la entendía, porque no era lerda del todo, no llegaba a sentirse representada con ella. Era lo que te hacía el no haber tenido padres nunca, las decisiones de Airgid siempre habían sido suyas, desde que tuvo conciencia. Quizás por eso mismo la había cagado tantas veces en su vida. — Me gusta esa filosofía, asumir tus propias cagadas, saber que sí la has jodío es porque tú mismo has decidío mal. Aunque creo que mucha gente no lo comparte, de normal la gente está más cómoda echándole la culpa a otra persona, al que sea. Así nunca tienes que asumir la responsabilidá de nada, ni corregirte, ni hacerte autocrítica. — Los ojos avellana de Airgid se paseaban por las calles de Oykot. — Espero que estas personas sean más listas que eso, confío en ello. — Concluyó. En ningún momento pensó que le saldría ponerse tan reflexiva con Entrañas. Pero mira, sorpresas de la vida.
Al llegar al edificio, armarse con el metal y detectar las armas en el interior del edificio, se quedó a la espera de la respuesta de Entrañas, el cual soltó un silbido impresionado. — No es poder psíquico, te lo explico luego mejor. — No pudo evitar reír un poco. — Joder, gracias, Entrañas. Me gusta tenerte de compañero. Y tranquilo, yo también miraré por ti. — Le guiñó un ojo, chocó sus puños, el uno contra el otro y a la vez que Entrañas pateaba la puerta con fuerza, Airgid empezó a levitar, alejándose de su compañero y adentrándose en el interior del edificio.
En la misma entrada, un tío con katana se abalanzó a por ellos lanzando un grito de guerra propio de un samurái. Les estaba esperando, la verdad es que no se habían esforzado por bajar la voz para que no les escucharan. — ¡Ueeeepaaaa! — Soltó Airgid mientras esquivaba la trayectoria de la espalda, haciéndose a un lado. También el atacante fue errático en su ofensiva, pues no se veía venir que la rubia de repente pudiera volar. — Esto pa' mi. — Usó sus poderes sobre el metal para, directamente, arrebatarle la katana de entre las manos sin demasiado esfuerzo. — ¡Ladrona, devuélvemela! — Gritó el tío, hecho una furia. Pero antes de que pudiera hacer nada por intentar recuperarla, Airgid le plantó una poderosa patada en toda la cara, tirándolo contra la pared contraria de la habitación. Incluso le había dejado la marca del zapato en el lateral. La estancia tenía unas escaleras que subían, y desde la habitación superior podía escucharse un sigiloso jaleo. ¿Que qué es un sigiloso jaleo? Pues gente intentando ser silenciosa pero liándola igualmente. Parecían estar preparándose para embestir contra los revolucionarios cuando subieran las escaleras. El samurái no llegó a quedarse ko del todo, tratando de ponerse en pie mientras una gota de sangre resbalaba por su nariz. — ¡No os queremos aquí! — Gritó, completamente histérico. — Joder, qué borde. — Soltó ella, cruzándose de brazos, bastante tranquila. Era tremendamente obvio que aquel tipo era débil para ella, por lo que no le preocupaba demasiado. Podía detectar perfectamente la ubicación de los tipos de arriba gracias al metal que llevaban encima, y no dudaría en utilizar aquella ventaja pronto, si la ocasión lo requería.
Escuchó a Entrañas hablar sobre su familia, un ejemplo perfecto de lo que ella misma había pensado, y es que no siempre hay que compartirlo todo para querer a alguien. Su padre parecía ser una persona completamente diferente a Entrañas, incluso enemigos, pero aún así se respetaban. — Cuánta variedad, seguro que las comidas familiares eran divertidísimas. — Soltó una suave risilla. — Me alegro, entonces. — Y es que sonaba increíble tener una familia así, ya no solo tan grande, sino tan diversa y a la vez tan respetuosa. Y entonces, inevitablemente Entrañas le preguntó por su familia. Y le sorprendió saber que aquella pregunta ya no le dolía tanto como antaño. — Em... ni idea. Nunca he sabío na de ellos, asumí que estaban muertos y punto, pero hace poco descubrí algo nuevo y... puede que sigan vivos, en algún lado. Quién sabe. Eran revolucionarios, por cierto, ¿no es curioso? — Le comentó, por encima, tampoco parecía estar muy interesada en hablar demasiado sobre sí misma. Era algo que le pasaba siempre, con todo el mundo, no le gustaba sentirse "protagonista" de la conversación, y cuando contaba demasiado sobre sí misma se rallaba pensando que quizás estaba aburriendo a la otra persona. Así que todo muy por encima, al menos hasta nuevo aviso.
Por otra parte, Entrañas le aseguró que pronto recibiría su copia del MANUAL , mientras se reía. Que gracioso, cómo la máscara podía llegar a reflejar esa expresión de su rostro, le hizo reír a ella también. La reflexión que la rubia lanzó un poco al aire tampoco fue ignorada, Entrañas compartió con ella su propia opinión sobre los cambios que se avecinaban en Oykot. Si la situación cambiaba a bien o a mal, no sería culpa ni responsabilidad de los revolucionarios, pues ahora los balleneros y los ciudadanos en general contaban con libertad para hacer lo que quisieran con ella. Tomar tanto buenas como malas decisiones, pero con la tranquilidad de que nadie les controlaba ni manejaba a su antojo. Aunque hizo una comparación sobre los padres y la ropa que, aunque la entendía, porque no era lerda del todo, no llegaba a sentirse representada con ella. Era lo que te hacía el no haber tenido padres nunca, las decisiones de Airgid siempre habían sido suyas, desde que tuvo conciencia. Quizás por eso mismo la había cagado tantas veces en su vida. — Me gusta esa filosofía, asumir tus propias cagadas, saber que sí la has jodío es porque tú mismo has decidío mal. Aunque creo que mucha gente no lo comparte, de normal la gente está más cómoda echándole la culpa a otra persona, al que sea. Así nunca tienes que asumir la responsabilidá de nada, ni corregirte, ni hacerte autocrítica. — Los ojos avellana de Airgid se paseaban por las calles de Oykot. — Espero que estas personas sean más listas que eso, confío en ello. — Concluyó. En ningún momento pensó que le saldría ponerse tan reflexiva con Entrañas. Pero mira, sorpresas de la vida.
Al llegar al edificio, armarse con el metal y detectar las armas en el interior del edificio, se quedó a la espera de la respuesta de Entrañas, el cual soltó un silbido impresionado. — No es poder psíquico, te lo explico luego mejor. — No pudo evitar reír un poco. — Joder, gracias, Entrañas. Me gusta tenerte de compañero. Y tranquilo, yo también miraré por ti. — Le guiñó un ojo, chocó sus puños, el uno contra el otro y a la vez que Entrañas pateaba la puerta con fuerza, Airgid empezó a levitar, alejándose de su compañero y adentrándose en el interior del edificio.
En la misma entrada, un tío con katana se abalanzó a por ellos lanzando un grito de guerra propio de un samurái. Les estaba esperando, la verdad es que no se habían esforzado por bajar la voz para que no les escucharan. — ¡Ueeeepaaaa! — Soltó Airgid mientras esquivaba la trayectoria de la espalda, haciéndose a un lado. También el atacante fue errático en su ofensiva, pues no se veía venir que la rubia de repente pudiera volar. — Esto pa' mi. — Usó sus poderes sobre el metal para, directamente, arrebatarle la katana de entre las manos sin demasiado esfuerzo. — ¡Ladrona, devuélvemela! — Gritó el tío, hecho una furia. Pero antes de que pudiera hacer nada por intentar recuperarla, Airgid le plantó una poderosa patada en toda la cara, tirándolo contra la pared contraria de la habitación. Incluso le había dejado la marca del zapato en el lateral. La estancia tenía unas escaleras que subían, y desde la habitación superior podía escucharse un sigiloso jaleo. ¿Que qué es un sigiloso jaleo? Pues gente intentando ser silenciosa pero liándola igualmente. Parecían estar preparándose para embestir contra los revolucionarios cuando subieran las escaleras. El samurái no llegó a quedarse ko del todo, tratando de ponerse en pie mientras una gota de sangre resbalaba por su nariz. — ¡No os queremos aquí! — Gritó, completamente histérico. — Joder, qué borde. — Soltó ella, cruzándose de brazos, bastante tranquila. Era tremendamente obvio que aquel tipo era débil para ella, por lo que no le preocupaba demasiado. Podía detectar perfectamente la ubicación de los tipos de arriba gracias al metal que llevaban encima, y no dudaría en utilizar aquella ventaja pronto, si la ocasión lo requería.