Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
25-10-2024, 06:01 PM
Camille no fue consciente de cuánto tiempo había pasado desde que cayó inconsciente ante Atlas y Octojin. Para ella, todo se había fundido en negro y su percepción de sí misma o de su entorno había cesado de un momento a otro. Como un pesado telón, los ojos se le habían cerrado y sus piernas cedido, desplomándose entre las ruinas delo que una vez fue el ala este del G-31. Lo que ocurriera desde ese momento hasta que recobró la consciencia, tan solo quienes cargaron con ella lo saben.
Lo primero que sintió fue la cabeza embotada, como si se hubiera despertado de resaca tras una larga noche de desenfreno. No había llegado a abrir los ojos y ya podía notar lo mucho que le iba a doler entre las cejas en el momento en que lo hiciera. Se aventuró poco a poco, con confusión y hasta con pereza, sin estar del todo segura de por qué sentía tanto cansancio. Era como si le hubieran dado una paliza, lo que de hecho había sucedido, aunque aún era demasiado pronto para acordarse. Se sintió perdida, como si no fuera capaz de rememorar lo último que le había pasado antes de irse a dormir. Aquella cama no se sentía como su catre habitual, aunque no habría sabido decir si eso era algo positivo o negativo. Gruñó débilmente. Ni siquiera para eso se sentía con fuerzas. Abrió los ojos.
No fue capaz de identificar nada de lo que tenía a su alrededor en un primer momento. Tenía la vista emborronada, como si alguien le hubiera puesto una tela que le impidiera ver con claridad. Todo cuanto percibía eran luces y manchas de diferentes colores y formas que, supuso, serían los muebles de la habitación. Por la cantidad de luz que entraba, tenía bastante claro que aquel no era su cuarto ni ningún catre de los barracones. Estaba en un sitio diferente y eso la alarmó. Intentó incorporarse rápidamente, pero una oleada de dolor recorrió su cuerpo desde la zona baja de la espalda hasta la nuca, atenazándose también en el abdomen y los hombros. Mover los brazos pasó a no considerarse siquiera una opción. ¿Qué demonios le había pasado? Se llevó la mano al rostro y se frotó los ojos, intentando despejar la vista. Le llevó unos minutos reconocer la sala en la que se encontraba: la enfermería.
Había gente cerca, aunque tardó un poco más en apreciar sus rostros. Varias de aquellas personas pertenecían al personal sanitario de la base, aunque no todos los rostros le eran familiares. Otros dos de los presentes sí que lo fueron: Atlas y Octojin se encontraban un poco más al fondo, apartados de la camilla en la que se encontraba.
—¿Qué...? —Empezó a decir, resoplando con cierta frustración al notar un nuevo pinchazo en la sien y cómo le raspaba la garganta, como si hubiera estado gritando. Se llevó la mano al rostro y cerró los ojos con fuerza—. ¿Qué hago aquí?
Casi como si su propia memoria quisiera despejarle las dudas, los recuerdos de lo que había ocurrido entre las ruinas del ala este empezaron a llegar a ella como una corriente salvaje. Los comentarios desafortunados de Atlas y la agresiva reacción de Octo; el rubio lanzando aquella piedra y acertándole al escualo en la barbilla; la viga y el martillo volando, con ella interponiéndose entre los dos; el inicio de aquel enfrentamiento sin sentido y el cómo, poco a poco, había ido perdiendo el control sobre sí misma y cediendo a la barbarie. Concretamente, los recuerdos que podrían pensarse que serían menos lúcidos, los de aquellos momentos en que su consciencia parecía haberse difuminado por completo, eran precisamente los que rememoraba con mayor detalle. Recordó cómo había blandido a Céfiro contra Atlas sin contenerse lo más mínimo. Recordó aquel primer embate salvaje y contundente con el que había intentado destrozar el torso de Octojin. Recordaba cada mínimo detalle de cómo se habían desarrollado los últimos intercambios del combate y, aun con todo, había uno de ellos que se aferraba a su mente como las fauces de una fiera. Se vio a sí misma, poniéndose en pie tras empujar al escualo contra aquellos escombros, dispuesta a dar el golpe de gracia antes de que Atlas apareciera para detenerla. Antes de que todo se volviese oscuro.
Sus dedos se aferraron a las sábanas de la cama, apretando con fuerza hasta sentir las uñas clavándose en la palma de la mano. Le tembló el labio. Sintió miedo; pánico por sí misma. Escuchó unos pasos aproximándose y la voz de uno de los enfermeros, preguntándole si se encontraba bien. No les respondió. Se llevó la mano derecha al rostro, apretándosela contra la frente mientras apretaba aún más fuerte los ojos. Su pecho vibró y se le escapó un sollozo.
—¿Pero qué he hecho...? —Preguntó al aire débilmente, con la voz rota—. ¿Qué pasa... conmigo?
Notó cómo se le empañaban los ojos hasta que las lágrimas empezaron a descender por sus mejillas. Su respiración se agitó y más sollozos se sucedieron mientras se mordía el labio, intentando contenerse sin ningún tipo de éxito. No reconocía a la Camille de esos recuerdos. No quería hacerlo. Finalmente se rindió al llanto, negando con la cabeza sin dejar de repetir lo mismo una y otra vez. «Lo siento».
Lo primero que sintió fue la cabeza embotada, como si se hubiera despertado de resaca tras una larga noche de desenfreno. No había llegado a abrir los ojos y ya podía notar lo mucho que le iba a doler entre las cejas en el momento en que lo hiciera. Se aventuró poco a poco, con confusión y hasta con pereza, sin estar del todo segura de por qué sentía tanto cansancio. Era como si le hubieran dado una paliza, lo que de hecho había sucedido, aunque aún era demasiado pronto para acordarse. Se sintió perdida, como si no fuera capaz de rememorar lo último que le había pasado antes de irse a dormir. Aquella cama no se sentía como su catre habitual, aunque no habría sabido decir si eso era algo positivo o negativo. Gruñó débilmente. Ni siquiera para eso se sentía con fuerzas. Abrió los ojos.
No fue capaz de identificar nada de lo que tenía a su alrededor en un primer momento. Tenía la vista emborronada, como si alguien le hubiera puesto una tela que le impidiera ver con claridad. Todo cuanto percibía eran luces y manchas de diferentes colores y formas que, supuso, serían los muebles de la habitación. Por la cantidad de luz que entraba, tenía bastante claro que aquel no era su cuarto ni ningún catre de los barracones. Estaba en un sitio diferente y eso la alarmó. Intentó incorporarse rápidamente, pero una oleada de dolor recorrió su cuerpo desde la zona baja de la espalda hasta la nuca, atenazándose también en el abdomen y los hombros. Mover los brazos pasó a no considerarse siquiera una opción. ¿Qué demonios le había pasado? Se llevó la mano al rostro y se frotó los ojos, intentando despejar la vista. Le llevó unos minutos reconocer la sala en la que se encontraba: la enfermería.
Había gente cerca, aunque tardó un poco más en apreciar sus rostros. Varias de aquellas personas pertenecían al personal sanitario de la base, aunque no todos los rostros le eran familiares. Otros dos de los presentes sí que lo fueron: Atlas y Octojin se encontraban un poco más al fondo, apartados de la camilla en la que se encontraba.
—¿Qué...? —Empezó a decir, resoplando con cierta frustración al notar un nuevo pinchazo en la sien y cómo le raspaba la garganta, como si hubiera estado gritando. Se llevó la mano al rostro y cerró los ojos con fuerza—. ¿Qué hago aquí?
Casi como si su propia memoria quisiera despejarle las dudas, los recuerdos de lo que había ocurrido entre las ruinas del ala este empezaron a llegar a ella como una corriente salvaje. Los comentarios desafortunados de Atlas y la agresiva reacción de Octo; el rubio lanzando aquella piedra y acertándole al escualo en la barbilla; la viga y el martillo volando, con ella interponiéndose entre los dos; el inicio de aquel enfrentamiento sin sentido y el cómo, poco a poco, había ido perdiendo el control sobre sí misma y cediendo a la barbarie. Concretamente, los recuerdos que podrían pensarse que serían menos lúcidos, los de aquellos momentos en que su consciencia parecía haberse difuminado por completo, eran precisamente los que rememoraba con mayor detalle. Recordó cómo había blandido a Céfiro contra Atlas sin contenerse lo más mínimo. Recordó aquel primer embate salvaje y contundente con el que había intentado destrozar el torso de Octojin. Recordaba cada mínimo detalle de cómo se habían desarrollado los últimos intercambios del combate y, aun con todo, había uno de ellos que se aferraba a su mente como las fauces de una fiera. Se vio a sí misma, poniéndose en pie tras empujar al escualo contra aquellos escombros, dispuesta a dar el golpe de gracia antes de que Atlas apareciera para detenerla. Antes de que todo se volviese oscuro.
Sus dedos se aferraron a las sábanas de la cama, apretando con fuerza hasta sentir las uñas clavándose en la palma de la mano. Le tembló el labio. Sintió miedo; pánico por sí misma. Escuchó unos pasos aproximándose y la voz de uno de los enfermeros, preguntándole si se encontraba bien. No les respondió. Se llevó la mano derecha al rostro, apretándosela contra la frente mientras apretaba aún más fuerte los ojos. Su pecho vibró y se le escapó un sollozo.
—¿Pero qué he hecho...? —Preguntó al aire débilmente, con la voz rota—. ¿Qué pasa... conmigo?
Notó cómo se le empañaban los ojos hasta que las lágrimas empezaron a descender por sus mejillas. Su respiración se agitó y más sollozos se sucedieron mientras se mordía el labio, intentando contenerse sin ningún tipo de éxito. No reconocía a la Camille de esos recuerdos. No quería hacerlo. Finalmente se rindió al llanto, negando con la cabeza sin dejar de repetir lo mismo una y otra vez. «Lo siento».