Marvolath
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26-10-2024, 05:38 AM
El plan estaba en marcha, y ya no había vuelta atrás. El caballo, sobresaltado por la caída del kobito sobre la carreta, trató de huir, pero como la mayoría de bestias de tiro, era de carácter dócil y fue sencillo dominarla. Marvolath acomodó al conductor sobre el respaldo del asiento, como si durmiese, y trató de continuar con la calma de quien tiene la decencia de no querer despertar a la ciudad y la prisa de quien quiere llegar pronto a casa.
Aunque había pasado la mayor parte del tiempo ocupado en el hospital, atendiendo pacientes y organizando a los escasos voluntarios, a menudo recorrió la ciudad. A veces visitando a enfermos que no podían acudir al hospital, otras aconsejando mejoras en la ciudad para hacerla más salubre, y, por qué ocultarlo, para pasear y despejar la cabeza del pesado ambiente hospitalario. Y en esas salidas había ido conociendo la ciudad, poco más que las calles principales y algunos callejones donde residían enfermos. Fue a uno de éstos a donde se encaminó.
El rítmico traqueteo de los cascos y el suave murmullo de las ruedas fue llenando la calle, poco más que un espacio entre casas demasiado estrecho para que alguien intentase construir en él, a medida que el carro se adentraba con lentitud, tratando de no golpear las paredes en la oscuridad. El caballo acabó negándose a avanzar, y una sombra de un tono más claro le hizo saber al pequeño conductor que había llegado al final. Observó brevemente la entrada, esperando ver alguna silueta recortada contra las luces de la calle por la que había venido.
Habiendo perdido más tiempo del que tenía, empezó rebuscando entre las ropas del conductor. Confiaba en encontrar la carta que, con la prisa, no había asegurado cuando lo saltó al carro; y deseaba encontrar también alguna llave para retirar el candado que pudiera liberar las cadenas para inspeccionar las cajas. Fue entonces cuando el conductor comenzó a recobrar la conciencia, y antes de que estuviera lo suficientemente despierto como para pedir auxilio le tapó la boca.
- No hagas ningún ruido. No sería seguro. - preguntó con frialdad quirúrgica - Asiente si has entendido. - hizo una breve pausa, intentando decidir si había asentido, temblaba, o forcejeaba débilmente - Te haré tres preguntas: una por tu vida, una por tu salud, una por tu libertad. ¿A quién o a dónde llevabas esta mercancía? ¿Qué contiene? ¿De dónde viene?
Se temía que fuera una simple mula, alguien a quien pagaban para mover mercancía y no hacer preguntas. Pero menos sabría sin preguntar, y ya que en cualquier caso debía reducirlo nuevamente valía la pena probar suerte. Aflojó lentamente la fuerza, preparado para actuar si respondía más alto que un susurro o si intentaba alguna tontería.
En el peor de los casos no aprendería nada de él, ni encontraría nada con qué abrir las cajas. La carta y las cajas serían su única pista. Y siendo cajas tan grandes y pesadas tendría que forzarlas, fuera el candado, las cadenas, o la propia caja; aun con el riesgo de no saber lo peligroso que podía ser su contenido. Pero sin una muestra que analizar todo sería en vano.
Aunque había pasado la mayor parte del tiempo ocupado en el hospital, atendiendo pacientes y organizando a los escasos voluntarios, a menudo recorrió la ciudad. A veces visitando a enfermos que no podían acudir al hospital, otras aconsejando mejoras en la ciudad para hacerla más salubre, y, por qué ocultarlo, para pasear y despejar la cabeza del pesado ambiente hospitalario. Y en esas salidas había ido conociendo la ciudad, poco más que las calles principales y algunos callejones donde residían enfermos. Fue a uno de éstos a donde se encaminó.
El rítmico traqueteo de los cascos y el suave murmullo de las ruedas fue llenando la calle, poco más que un espacio entre casas demasiado estrecho para que alguien intentase construir en él, a medida que el carro se adentraba con lentitud, tratando de no golpear las paredes en la oscuridad. El caballo acabó negándose a avanzar, y una sombra de un tono más claro le hizo saber al pequeño conductor que había llegado al final. Observó brevemente la entrada, esperando ver alguna silueta recortada contra las luces de la calle por la que había venido.
Habiendo perdido más tiempo del que tenía, empezó rebuscando entre las ropas del conductor. Confiaba en encontrar la carta que, con la prisa, no había asegurado cuando lo saltó al carro; y deseaba encontrar también alguna llave para retirar el candado que pudiera liberar las cadenas para inspeccionar las cajas. Fue entonces cuando el conductor comenzó a recobrar la conciencia, y antes de que estuviera lo suficientemente despierto como para pedir auxilio le tapó la boca.
- No hagas ningún ruido. No sería seguro. - preguntó con frialdad quirúrgica - Asiente si has entendido. - hizo una breve pausa, intentando decidir si había asentido, temblaba, o forcejeaba débilmente - Te haré tres preguntas: una por tu vida, una por tu salud, una por tu libertad. ¿A quién o a dónde llevabas esta mercancía? ¿Qué contiene? ¿De dónde viene?
Se temía que fuera una simple mula, alguien a quien pagaban para mover mercancía y no hacer preguntas. Pero menos sabría sin preguntar, y ya que en cualquier caso debía reducirlo nuevamente valía la pena probar suerte. Aflojó lentamente la fuerza, preparado para actuar si respondía más alto que un susurro o si intentaba alguna tontería.
En el peor de los casos no aprendería nada de él, ni encontraría nada con qué abrir las cajas. La carta y las cajas serían su única pista. Y siendo cajas tan grandes y pesadas tendría que forzarlas, fuera el candado, las cadenas, o la propia caja; aun con el riesgo de no saber lo peligroso que podía ser su contenido. Pero sin una muestra que analizar todo sería en vano.