Ubben Sangrenegra
Loki
26-10-2024, 05:56 PM
Días después de aquel cuanto menos temerario golpe a la monarquía de Okyot, las consecuencias de sus acciones aún resonaban en el pueblo. Los festejos continuaban en las calles, mientras los habitantes, llenos de esperanza y con energías completamente renovadas, trabajaban para reparar los daños ocasionados en la lucha. Las heridas de la revolución se sanarían lentamente, tanto en las estructuras de la ciudad como en el ánimo de su gente, sin embargo las mejorías ya eran visibles. Ubben observaba desde las sombras, como un espectador más de lo sucedido.
El bribón de cabellos blancos, bajo la cobertura de su peluca negra, mantenía un perfil bajo en el pueblo. Había decidido no participar demasiado en las reparaciones ni en las celebraciones públicas, prefiriendo pasar lo más desapercibido posible, manteniendo el secreto alrededor de su identidad y evitar la conexión directa con la Armada Revolucionaria. Sin embargo, no podía evitar celebrar discretamente con su grupo, reconociendo que lo que habían logrado no era un pequeño triunfo. Dentro de él, aunque reacio a admitirlo, crecía una preocupación genuina por los que se habían vuelto sus compañeros de lucha, especialmente por Ragnheidr, Airgid y Asradi.
Cuando al fin dejaron el puerto de Okyot y el barco zarpó hacia alta mar, Ubben sintió un alivio profundo. Ya no soportaba que algunos pobladores lo pusieran en el centro de atención, algo que Ragn había fomentado al presentarlo como "El Héroe" del pueblo. Ahora, bajo el vasto cielo abierto y sobre el mar, podía relajarse, lejos de los ojos inquisitivos y los cantos de victoria. En el navío, recuperaba su anonimato, su lugar cómodo en las sombras y el control que tanto necesitaba. Tomó su posición favorita, la de timonel, y dejó que la brisa del mar despejara su mente mientras asumía la dirección del barco. Ragn había mencionado que su próxima parada sería el famoso restaurante Baratie, y Ubben se aseguró de revisar minuciosamente sus mapas y cartas de navegación, trazando el mejor camino para llegar allí lo antes posible y con seguridad.
Durante las horas en las que el viento les favorecía y el mar estaba en calma, trababa el timón y aprovechaba para descansar en los ratos diurnos, prefiriendo mantenerse despierto y alerta durante las noches. Algo en la quietud nocturna lo reconfortaba, le daba espacio para sus pensamientos y para afinar sus sentidos. Se había acostumbrado tanto a esos momentos solitarios que apenas recordaba la sensación de tener compañía. Sin embargo, durante los viajes con el grupo redescubría algo que había olvidado... la extraña paz de compartir espacio con alguien en quién podías confiar o compartir el silencio con alguien, incluso si cada uno estaba ocupado en sus propios asuntos.
En esas noches en vela, le hacía compañía un nuevo amigo, un pequeño y callado revolucionario Salmón, encontrado por Asradi durante su estadía en Okyot. Ubben, llevó la pecera hasta la cabina del timón y la acomodó en el escritorio junto a él. Durante las largas noches, le contaba sus pensamientos y anécdotas, sabiendo que no recibiría respuesta, pero disfrutando de la compañía. Se sorprendía a sí mismo conversando con aquel pez, quien parecía escucharle con más interés del que uno esperaría de un pez.
La rutina nocturna de Ubben era sencilla y, en cierto modo, perfecta para él. Colocaba su guitarra junto a la caña de pescar, su otra compañera en aquellas horas solitarias. La pesca era un alivio, aunque, irónicamente, nunca lograba atrapar gran cosa. Esta vez su paciencia se vio recompensada solo por un barril flotante a la distancia, el cual capturó utilizando redes para subirlo al barco. No obstante, el mar, en su vastedad, le daba la tranquilidad que tanto anhelaba y le dejaba espacio para entretenerse sin esperar demasiado.
En las noches en que la pesca no le ofrecía recompensa, tomaba su guitarra y, de vez en cuando, tocaba para su silencioso camarada en la pecera. Ubben disfrutaba esos pequeños conciertos privados, un secreto compartido entre él y el Salmón, al que llamaba con afecto "mi público fiel". Pocas veces se fijaba si alguien más rondaba cerca, aunque en realidad, prefería que nadie lo viera tocar. La música, para él, era algo que no deseaba exponer tan abiertamente. La guitarra le permitía expresar lo que sus palabras rara vez revelaban, y en esa intimidad, liberaba la tensión que la vida en las sombras le imponía. Por unos instantes, el mundo se reducía a una canción bajo el cielo nocturno.
El bribón de cabellos blancos, bajo la cobertura de su peluca negra, mantenía un perfil bajo en el pueblo. Había decidido no participar demasiado en las reparaciones ni en las celebraciones públicas, prefiriendo pasar lo más desapercibido posible, manteniendo el secreto alrededor de su identidad y evitar la conexión directa con la Armada Revolucionaria. Sin embargo, no podía evitar celebrar discretamente con su grupo, reconociendo que lo que habían logrado no era un pequeño triunfo. Dentro de él, aunque reacio a admitirlo, crecía una preocupación genuina por los que se habían vuelto sus compañeros de lucha, especialmente por Ragnheidr, Airgid y Asradi.
Cuando al fin dejaron el puerto de Okyot y el barco zarpó hacia alta mar, Ubben sintió un alivio profundo. Ya no soportaba que algunos pobladores lo pusieran en el centro de atención, algo que Ragn había fomentado al presentarlo como "El Héroe" del pueblo. Ahora, bajo el vasto cielo abierto y sobre el mar, podía relajarse, lejos de los ojos inquisitivos y los cantos de victoria. En el navío, recuperaba su anonimato, su lugar cómodo en las sombras y el control que tanto necesitaba. Tomó su posición favorita, la de timonel, y dejó que la brisa del mar despejara su mente mientras asumía la dirección del barco. Ragn había mencionado que su próxima parada sería el famoso restaurante Baratie, y Ubben se aseguró de revisar minuciosamente sus mapas y cartas de navegación, trazando el mejor camino para llegar allí lo antes posible y con seguridad.
Durante las horas en las que el viento les favorecía y el mar estaba en calma, trababa el timón y aprovechaba para descansar en los ratos diurnos, prefiriendo mantenerse despierto y alerta durante las noches. Algo en la quietud nocturna lo reconfortaba, le daba espacio para sus pensamientos y para afinar sus sentidos. Se había acostumbrado tanto a esos momentos solitarios que apenas recordaba la sensación de tener compañía. Sin embargo, durante los viajes con el grupo redescubría algo que había olvidado... la extraña paz de compartir espacio con alguien en quién podías confiar o compartir el silencio con alguien, incluso si cada uno estaba ocupado en sus propios asuntos.
En esas noches en vela, le hacía compañía un nuevo amigo, un pequeño y callado revolucionario Salmón, encontrado por Asradi durante su estadía en Okyot. Ubben, llevó la pecera hasta la cabina del timón y la acomodó en el escritorio junto a él. Durante las largas noches, le contaba sus pensamientos y anécdotas, sabiendo que no recibiría respuesta, pero disfrutando de la compañía. Se sorprendía a sí mismo conversando con aquel pez, quien parecía escucharle con más interés del que uno esperaría de un pez.
La rutina nocturna de Ubben era sencilla y, en cierto modo, perfecta para él. Colocaba su guitarra junto a la caña de pescar, su otra compañera en aquellas horas solitarias. La pesca era un alivio, aunque, irónicamente, nunca lograba atrapar gran cosa. Esta vez su paciencia se vio recompensada solo por un barril flotante a la distancia, el cual capturó utilizando redes para subirlo al barco. No obstante, el mar, en su vastedad, le daba la tranquilidad que tanto anhelaba y le dejaba espacio para entretenerse sin esperar demasiado.
En las noches en que la pesca no le ofrecía recompensa, tomaba su guitarra y, de vez en cuando, tocaba para su silencioso camarada en la pecera. Ubben disfrutaba esos pequeños conciertos privados, un secreto compartido entre él y el Salmón, al que llamaba con afecto "mi público fiel". Pocas veces se fijaba si alguien más rondaba cerca, aunque en realidad, prefería que nadie lo viera tocar. La música, para él, era algo que no deseaba exponer tan abiertamente. La guitarra le permitía expresar lo que sus palabras rara vez revelaban, y en esa intimidad, liberaba la tensión que la vida en las sombras le imponía. Por unos instantes, el mundo se reducía a una canción bajo el cielo nocturno.