Masao Toduro
El niño de los lloros
26-10-2024, 06:08 PM
(Última modificación: 26-10-2024, 06:40 PM por Masao Toduro.)
Como cojones no se había dado cuenta, joder, si se había asomado por la borda y no había visto nada. No pude evitar maldecir para mis adentros, no había visto los cangrejos encaramados al casco, fuera como fuera, aquello era el menor de mis problemas, un tajo y un retumbar sacudió toda la embarcación, un destello fulgurante que provenía del combate que se estaba produciendo en la barca parecía ser el origen del problema.
Si el barco se iba a pique, nada de aquello iba a importar un carajo, manteniendo la cabeza fría me sumergí en el agua, lo justo para ver como dos de los hombres peces huían despavoridos. Detrás de ellos estaba la chica pez, la cual tras examinar el origen del ruido se dirigió hacia mí, y con su ayuda conseguí salir a la superficie. De reojo seguí observando a los cangrejos, los cuales parecían estar alejándose de la batalla. Fuera lo que fueran sus malévolos planes, poco o nada podía hacer por ello, un sentimiento de rabia recorrió todo su cuerpo, tal vez si hubiera estado algo más rápido, pudiera haberles dado caza antes de que llevarán a cabo sus maquiavélicos planes.
No fue hasta que la mujer pez le preguntó algo de nuevo que volvió a sus sentidos, tenía que avisar a la tripulación que se agarrarán a algo fuerte, tras lo cual sintió como la mujer lo lanzaba disparado hacia arriba, cayendo en forma de parábola casi perfecta. Por fortuna, su entrenamiento como marine, lo habían preparado para situaciones así, bueno, tal vez no exactamente así, espero sí para caídas, saltos y esas típicas situaciones rutinarias dentro de la vida de los hombres de blanco y azul.
—Agarraos toos mu fuerte a lo primero que podáis, cuidah los heridos pah que no se caigan de sus camas y preparaos pa lo que este por venir— gritó a los cuatro vientos mientras usaba los pocos y valiosos segundos que le proporcionará la mujer para asegurarse de que todo el mundo había oído su orden y él hacía lo propio colocándose cerca del mascarón —¡Aférrense a la vida con la misma fuerza que se aferran a sus creencias y a quienes quieren proteger! Recuerden el emblema que llevan en el pecho y los votos que hicieron— dije mientras mis palabras se veían reforzardas por la acción de agarrarse a una de las cuerdas de las velas.
Una vez hubiera podido sentiría como el navío comenzaba a elevarse ligeramente por los aires, casi pareciendo que levitaba, para acto seguido soltarme, dejándome guiar por el impulso. Fue entonces cuando se obró el milagro, una epifanía como hacía meses que no lograba, tal vez fuera por entrar en contacto con el cielo, tal vez fuera por la penitencia que suponía estar lejos de su brigada, su familia y los suyos en general, o puede que simplemente fuera la frustración de sentir que no era lo suficientemente heroico, de que no hacia lo suficiente como para resarcir su condena, o tal vez, tal vez era simplemente una lucha contra su mediocridad, una lucha que de superarse, podía lograr cambiar las cosas y evitar que ocurrieran cosas como las que les había ocurrido a los marines en cubierta.
Por eso voló, voló como una estrella fugaz, una como aquella que siguieron los Reyes Magos, aquellos grandes sabios de la antigüedad que acudieron con regalos cuando se produjo el nacimiento de nuestro señor. El instante en el que estuvo despegado del suelo el tiempo se detuvo, como si estuviera a punto de meter el último tanto en la pachanga de la copia de su barrio. Lo que para otros debían ser apenas unos frenéticos segundos, para él se convirtió en una eternidad, por unos pocos segundos se convirtió en una guía, un símbolo de arrojo y devoción por la causa, poco le importaba su pasado criminal, lo que hubiera hecho en tiempos de necesidad.
Él era un hombre nuevo, un hombre mejor, uno que peleaba contra el mundo y consigo mismo para intentar ser el hombre que el mundo necesitaba. Y por ello se abalanzó sobre el hombre del espadón gigante, el extraño caballero negro con el cual el chico rebelde lleva lidiando ya un tiempo.
—En nombre de la paz y la justicia divina, guiaré a los perdidos y enfrentaré a los injustos— recitó para sí mismo.
Es por ello, y posterior a la ráfaga del viejo, continúe el ataque del viejo con una patada con mucha mala leche. Para acto seguido seguirla de un segundo golpe, una segunda patada aún más fuerte que el anterior, imbuida con toda su pasión, fervor y mala leche.
—ME CAGOH EN TOS TUS MUERTOS— le gritaría tras tratarle de propinar el segundo golpe.
Una vez hubiera acabado daría una palmada, preparándose para la reacción del caballero al que enfrentaban, tratando de caer en alguna superficie de la barca donde se estaba dando el combate.
Si el barco se iba a pique, nada de aquello iba a importar un carajo, manteniendo la cabeza fría me sumergí en el agua, lo justo para ver como dos de los hombres peces huían despavoridos. Detrás de ellos estaba la chica pez, la cual tras examinar el origen del ruido se dirigió hacia mí, y con su ayuda conseguí salir a la superficie. De reojo seguí observando a los cangrejos, los cuales parecían estar alejándose de la batalla. Fuera lo que fueran sus malévolos planes, poco o nada podía hacer por ello, un sentimiento de rabia recorrió todo su cuerpo, tal vez si hubiera estado algo más rápido, pudiera haberles dado caza antes de que llevarán a cabo sus maquiavélicos planes.
No fue hasta que la mujer pez le preguntó algo de nuevo que volvió a sus sentidos, tenía que avisar a la tripulación que se agarrarán a algo fuerte, tras lo cual sintió como la mujer lo lanzaba disparado hacia arriba, cayendo en forma de parábola casi perfecta. Por fortuna, su entrenamiento como marine, lo habían preparado para situaciones así, bueno, tal vez no exactamente así, espero sí para caídas, saltos y esas típicas situaciones rutinarias dentro de la vida de los hombres de blanco y azul.
—Agarraos toos mu fuerte a lo primero que podáis, cuidah los heridos pah que no se caigan de sus camas y preparaos pa lo que este por venir— gritó a los cuatro vientos mientras usaba los pocos y valiosos segundos que le proporcionará la mujer para asegurarse de que todo el mundo había oído su orden y él hacía lo propio colocándose cerca del mascarón —¡Aférrense a la vida con la misma fuerza que se aferran a sus creencias y a quienes quieren proteger! Recuerden el emblema que llevan en el pecho y los votos que hicieron— dije mientras mis palabras se veían reforzardas por la acción de agarrarse a una de las cuerdas de las velas.
Una vez hubiera podido sentiría como el navío comenzaba a elevarse ligeramente por los aires, casi pareciendo que levitaba, para acto seguido soltarme, dejándome guiar por el impulso. Fue entonces cuando se obró el milagro, una epifanía como hacía meses que no lograba, tal vez fuera por entrar en contacto con el cielo, tal vez fuera por la penitencia que suponía estar lejos de su brigada, su familia y los suyos en general, o puede que simplemente fuera la frustración de sentir que no era lo suficientemente heroico, de que no hacia lo suficiente como para resarcir su condena, o tal vez, tal vez era simplemente una lucha contra su mediocridad, una lucha que de superarse, podía lograr cambiar las cosas y evitar que ocurrieran cosas como las que les había ocurrido a los marines en cubierta.
Por eso voló, voló como una estrella fugaz, una como aquella que siguieron los Reyes Magos, aquellos grandes sabios de la antigüedad que acudieron con regalos cuando se produjo el nacimiento de nuestro señor. El instante en el que estuvo despegado del suelo el tiempo se detuvo, como si estuviera a punto de meter el último tanto en la pachanga de la copia de su barrio. Lo que para otros debían ser apenas unos frenéticos segundos, para él se convirtió en una eternidad, por unos pocos segundos se convirtió en una guía, un símbolo de arrojo y devoción por la causa, poco le importaba su pasado criminal, lo que hubiera hecho en tiempos de necesidad.
Él era un hombre nuevo, un hombre mejor, uno que peleaba contra el mundo y consigo mismo para intentar ser el hombre que el mundo necesitaba. Y por ello se abalanzó sobre el hombre del espadón gigante, el extraño caballero negro con el cual el chico rebelde lleva lidiando ya un tiempo.
—En nombre de la paz y la justicia divina, guiaré a los perdidos y enfrentaré a los injustos— recitó para sí mismo.
Es por ello, y posterior a la ráfaga del viejo, continúe el ataque del viejo con una patada con mucha mala leche. Para acto seguido seguirla de un segundo golpe, una segunda patada aún más fuerte que el anterior, imbuida con toda su pasión, fervor y mala leche.
—ME CAGOH EN TOS TUS MUERTOS— le gritaría tras tratarle de propinar el segundo golpe.
Una vez hubiera acabado daría una palmada, preparándose para la reacción del caballero al que enfrentaban, tratando de caer en alguna superficie de la barca donde se estaba dando el combate.