Balagus
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27-10-2024, 02:40 AM
Ninguno de los presentes se opuso a la participación del oni, por lo que se retiró, sin decir palabra, al rincón desocupado más cercano a esperar. De reojo, pudo comprobar cómo los marines no sólo no le dedicaban miradas desconfiadas o temerosas, sino que, cuando creían que el guerrero no miraba, demostraban bastante confianza y buen ánimo con la presencia del recién llegado.
Aunque esto alimentó su ego y fortaleció su orgullo, no se permitió relajarse tan fácilmente. Silver le había contado alguna que otra cosa sobre la Marina cuando él le preguntó, y, aunque todavía le faltaba mucho que oír, no tenía la intención de dejar que le atraparan con la guardia baja. Mucho menos que hurgaran entre sus tatuajes en los antebrazos, siempre ocultos por sus brazales de cuero.
Tras unos momentos algo tensos, con sólo algún cuchicheo ocasional rompiendo el silencio junto al repiqueteo de las gotas y el tronar de los rayos que empezaban a construir la inminente tormenta, aparecieron dos personas más: un enorme gyojin tiburón, y un chaval alto y flacucho, que atrajeron reacciones mucho más esperanzadas y cómplices entre las fuerzas del orden locales.
“Más marines. Qué suerte la mía.” Razonó para sí mismo, con un remate amargo.
El chico no le llamó la atención en lo más mínimo, pero el hombre escualo sí le mantuvo tercamente la mirada. Ambos se siguieron mutuamente con los ojos, hasta que el recién llegado tuvo que retirarla para presentarse.
Aquel ser había despertado su interés y sus simpatías. Balagus creía firmemente que podía conocer a fondo a cualquier guerrero a través de sus ojos, o a través de un combate, y aquel gyojin rebosaba valor, determinación y orgullo en su mirar. Se permitió fantasear durante unos segundos sobre cuánto deseaba poder luchar contra aquel marine algún día, en el futuro, hasta que el llamado Octojin se acercó para tenderle la mano.
El oni aguardó un par de segundos para estrechar con fuerza el brazo que se le ofrecía, momento el que relajó la dureza de su rostro levemente. No estaba acostumbrado a encontrarse con gente más alta que él, y ello le llevaba a respetar un poco más a aquel sujeto.
Desde allí, la comida en una mesa y la presencia de un veterano los llamó a sentarse juntos. El estofado estaba realmente bueno y calentaba cuerpo y espíritu por igual, más si cabe que la cerveza, muchísimo mejor que la que había estado teniendo que beber hasta la fecha. Aunque había ciertos matices en el plato que no le convencían del todo, no podía negar su calidad, y se impuso una nota mental para hablar con el cocinero de la taberna cuando la cacería hubiera acabado para intercambiar consejos de cocina con él.
El marine veterano que les reunió se dirigió primero al oni, agradeciéndole profundamente el haber traído a un superviviente. Balagus le devolvió la mirada durante unos momentos antes de responder.
- No hay nada que agradecer. Toda vida debe de tener la libertad y la oportunidad para luchar por su final. –
“Un náufrago no es sino un prisionero del mar, listo a esperar su cruel sentencia de muerte.” quiso decir, pero se mordió la lengua para no seguir por ese tema. Si la Marina era realmente la principal fuerza del orden en el mundo civilizado, y sus funciones eran similares a las de las guardias de los reinos que había visitado, y a las de los ejércitos de los nobles que había conocido, hablarles de prisioneros y condenas a muerte no mejoraría su situación con ellos.
De inmediato, comenzó a exponerles el plan de ataque, con sus riesgos y posibilidades. Balagus consideraba demasiado arriesgado salir a cazar en aquella noche de tormenta, pero no lo compartió, pues entendía que, si aquella bestia era de hábitos nocturnos, la mar embravecida le estaría impidiendo salir de caza, y tendría hambre. Lo cual era tan bueno como malo.
Con todo dispuesto, el oni se permitió unos momentos para comprobar sus posesiones y el filo de su hacha, y que el joven alto de pelo blanco aprovechó para presentarse y saludarle. El guerrero le escuchó sin inmutarse ni interrumpirle, dedicándole su clásica mirada indiferente y penetrante hasta que acabó.
- Balagus. – Respondió, secamente, dejando de nuevo unos instantes de silencio antes de hacerlo. – Y, como le dije al hombre al mando por aquí, no hay nada que agradecer. –
Con todo listo, el oni se dispuso junto a la salida y, cuando los tres estuvieron listos y reunidos, abandonó el lugar con ellos. La lluvia, que caía y azotaba inclemente, apenas se sentía como un masaje vigorizante y ligeramente inoportuno para él, que recordaba haber sobrevivido a azotainas y latigazos cien veces más duros que el clima de aquella noche.
La primera parte del camino, aunque más larga, fue muy llevadera. Los relámpagos se sucedían con tanta recurrencia que Balagus apenas tuvo problemas para seguir el sendero con sus compañeros. No fue hasta llegar a la segunda parte, en el faro costero y su giro hacia los acantilados al norte, que se encontró con su primer traspiés.
Antes de que pudiera darse cuenta, la oscuridad reinante, el agua que se derramaba entre las piedras, y el barro resbaloso acumulado en sus botas de pieles, aunaron fuerzas para derribar al oni, con mayor efectividad que la que habrían tenido muchos hombres a la vez. El guerrero maldijo, cayendo por la pendiente varios metros hasta que pudo frenarse. Aun magullado y algo dolorido, no tenía heridas ni traumatismos, salvo un fuerte dolor punzante en el pie que le había fallado. Con cuidado, y usando su hacha como muleta, apoyó el pie en el suelo, comprobando que, aun con una desagradable y dolorosa respuesta, podía apoyarlo sin miedo.
Los compañeros llegaron, aunque en la oscuridad no pudo distinguir los cambios físicos en Ray. Por primera vez, Balagus tuvo verdadera envidia de la capacidad de su capitán para expandir sus sentidos más allá de aquellos con los que los mortales habían sido agraciados por su nacimiento.
- Estaré bien, aunque va a serme complicado correr por un rato. – Repuso para tranquilizar a los otros dos en caso de que se hubieran preocupado por su caída. – En cuanto empecemos a luchar, mi cuerpo recordará cómo funcionar bien. – Dedicó unos minutos para estudiar la entrada de la guarida, antes de pensar en algo. – Si este es el lugar, la bestia se confiará si el que viene a asaltarlo está debilitado y en desventaja. Yo debería atraer su atención: me verá como una presa débil y más apetecible si cojeo. Vosotros dos deberíais sorprenderla en ese momento. –
Un plan sencillo, pero arriesgado para él. A Balagus no le preocupaba ser el cebo en aquella ocasión: era la opción más lógica, y pondría a la criatura a su alcance, en vez de obligarle a correr hacia ella con su pie en mal estado. Además, contaba con su Haki, en caso de que necesitara resistir más o infligir mayor castigo.
Aunque esto alimentó su ego y fortaleció su orgullo, no se permitió relajarse tan fácilmente. Silver le había contado alguna que otra cosa sobre la Marina cuando él le preguntó, y, aunque todavía le faltaba mucho que oír, no tenía la intención de dejar que le atraparan con la guardia baja. Mucho menos que hurgaran entre sus tatuajes en los antebrazos, siempre ocultos por sus brazales de cuero.
Tras unos momentos algo tensos, con sólo algún cuchicheo ocasional rompiendo el silencio junto al repiqueteo de las gotas y el tronar de los rayos que empezaban a construir la inminente tormenta, aparecieron dos personas más: un enorme gyojin tiburón, y un chaval alto y flacucho, que atrajeron reacciones mucho más esperanzadas y cómplices entre las fuerzas del orden locales.
“Más marines. Qué suerte la mía.” Razonó para sí mismo, con un remate amargo.
El chico no le llamó la atención en lo más mínimo, pero el hombre escualo sí le mantuvo tercamente la mirada. Ambos se siguieron mutuamente con los ojos, hasta que el recién llegado tuvo que retirarla para presentarse.
Aquel ser había despertado su interés y sus simpatías. Balagus creía firmemente que podía conocer a fondo a cualquier guerrero a través de sus ojos, o a través de un combate, y aquel gyojin rebosaba valor, determinación y orgullo en su mirar. Se permitió fantasear durante unos segundos sobre cuánto deseaba poder luchar contra aquel marine algún día, en el futuro, hasta que el llamado Octojin se acercó para tenderle la mano.
El oni aguardó un par de segundos para estrechar con fuerza el brazo que se le ofrecía, momento el que relajó la dureza de su rostro levemente. No estaba acostumbrado a encontrarse con gente más alta que él, y ello le llevaba a respetar un poco más a aquel sujeto.
Desde allí, la comida en una mesa y la presencia de un veterano los llamó a sentarse juntos. El estofado estaba realmente bueno y calentaba cuerpo y espíritu por igual, más si cabe que la cerveza, muchísimo mejor que la que había estado teniendo que beber hasta la fecha. Aunque había ciertos matices en el plato que no le convencían del todo, no podía negar su calidad, y se impuso una nota mental para hablar con el cocinero de la taberna cuando la cacería hubiera acabado para intercambiar consejos de cocina con él.
El marine veterano que les reunió se dirigió primero al oni, agradeciéndole profundamente el haber traído a un superviviente. Balagus le devolvió la mirada durante unos momentos antes de responder.
- No hay nada que agradecer. Toda vida debe de tener la libertad y la oportunidad para luchar por su final. –
“Un náufrago no es sino un prisionero del mar, listo a esperar su cruel sentencia de muerte.” quiso decir, pero se mordió la lengua para no seguir por ese tema. Si la Marina era realmente la principal fuerza del orden en el mundo civilizado, y sus funciones eran similares a las de las guardias de los reinos que había visitado, y a las de los ejércitos de los nobles que había conocido, hablarles de prisioneros y condenas a muerte no mejoraría su situación con ellos.
De inmediato, comenzó a exponerles el plan de ataque, con sus riesgos y posibilidades. Balagus consideraba demasiado arriesgado salir a cazar en aquella noche de tormenta, pero no lo compartió, pues entendía que, si aquella bestia era de hábitos nocturnos, la mar embravecida le estaría impidiendo salir de caza, y tendría hambre. Lo cual era tan bueno como malo.
Con todo dispuesto, el oni se permitió unos momentos para comprobar sus posesiones y el filo de su hacha, y que el joven alto de pelo blanco aprovechó para presentarse y saludarle. El guerrero le escuchó sin inmutarse ni interrumpirle, dedicándole su clásica mirada indiferente y penetrante hasta que acabó.
- Balagus. – Respondió, secamente, dejando de nuevo unos instantes de silencio antes de hacerlo. – Y, como le dije al hombre al mando por aquí, no hay nada que agradecer. –
Con todo listo, el oni se dispuso junto a la salida y, cuando los tres estuvieron listos y reunidos, abandonó el lugar con ellos. La lluvia, que caía y azotaba inclemente, apenas se sentía como un masaje vigorizante y ligeramente inoportuno para él, que recordaba haber sobrevivido a azotainas y latigazos cien veces más duros que el clima de aquella noche.
La primera parte del camino, aunque más larga, fue muy llevadera. Los relámpagos se sucedían con tanta recurrencia que Balagus apenas tuvo problemas para seguir el sendero con sus compañeros. No fue hasta llegar a la segunda parte, en el faro costero y su giro hacia los acantilados al norte, que se encontró con su primer traspiés.
Antes de que pudiera darse cuenta, la oscuridad reinante, el agua que se derramaba entre las piedras, y el barro resbaloso acumulado en sus botas de pieles, aunaron fuerzas para derribar al oni, con mayor efectividad que la que habrían tenido muchos hombres a la vez. El guerrero maldijo, cayendo por la pendiente varios metros hasta que pudo frenarse. Aun magullado y algo dolorido, no tenía heridas ni traumatismos, salvo un fuerte dolor punzante en el pie que le había fallado. Con cuidado, y usando su hacha como muleta, apoyó el pie en el suelo, comprobando que, aun con una desagradable y dolorosa respuesta, podía apoyarlo sin miedo.
Los compañeros llegaron, aunque en la oscuridad no pudo distinguir los cambios físicos en Ray. Por primera vez, Balagus tuvo verdadera envidia de la capacidad de su capitán para expandir sus sentidos más allá de aquellos con los que los mortales habían sido agraciados por su nacimiento.
- Estaré bien, aunque va a serme complicado correr por un rato. – Repuso para tranquilizar a los otros dos en caso de que se hubieran preocupado por su caída. – En cuanto empecemos a luchar, mi cuerpo recordará cómo funcionar bien. – Dedicó unos minutos para estudiar la entrada de la guarida, antes de pensar en algo. – Si este es el lugar, la bestia se confiará si el que viene a asaltarlo está debilitado y en desventaja. Yo debería atraer su atención: me verá como una presa débil y más apetecible si cojeo. Vosotros dos deberíais sorprenderla en ese momento. –
Un plan sencillo, pero arriesgado para él. A Balagus no le preocupaba ser el cebo en aquella ocasión: era la opción más lógica, y pondría a la criatura a su alcance, en vez de obligarle a correr hacia ella con su pie en mal estado. Además, contaba con su Haki, en caso de que necesitara resistir más o infligir mayor castigo.