Airgid Vanaidiam
Metalhead
27-10-2024, 04:39 AM
Airgid conocía bien lo que era la atracción magnética en cuanto a metales se refería. Utilizaba los campos magnéticos de su alrededor para atraer y repeler el metal a su antojo, siendo capaz incluso de atraerse ella misma hacia el metal, como si se tratara de un imán. Estaba acostumbrada a sentirlo por los objetos, fríos y duros. Sin embargo, era la primera vez que sentía ese tipo de atracción por una persona de carne y hueso. La conexión que sentía con Ragnheidr era fuerte y poderosa como cualquier otra fuerza de la naturaleza, invitando a sus cuerpos a unirse cada vez más. El tacto de su piel contra la de la mujer era sanador, más que ninguna otra medicina o remedio, Airgid se sentía protegida entre sus manos, entendida, querida. Se fundieron de nuevo en un beso profundo y lento, Ragn inclinándose sobre el cuerpo tendido de la mujer, cada vez más pegados el uno al otro. Para Airgid era como si el tiempo se hubiera detenido en el interior de una pequeña taberna en la gran isla de Oykot. Su mundo no solo había dejado de girar, perdida en aquel momento, es que ahora se movía en el sentido contrario, se había invertido por completo y había explotado por los aires. Ragnheidr lo había cambiado todo, había roto cualquier idea preconcebida que hubiera podido tener acerca del amor y lo había rediseñado todo a su antojo, adueñándose de ella por completo. Y Airgid estaba encantada, feliz por vivir en aquel mundo nuevo, donde ya no existía solamente ella.
Las manos del buccaner comenzaron a recorrer su piel de forma cada vez más ansiosa, más inquisitiva, desplegando una incontrolable brusquedad en cada una de sus caricias, como si el mero contacto no fuera suficiente. La diestra se mantenía en su nuca, tomándola del cuello y enredando sus dedos entre los mechones rubios de Airgid, mientras la zurda se había hecho paso por su brazo hasta llegar a su espalda, acariciando la línea de su columna hacia abajo, alcanzando la curvatura de su cintura. Notar su deseo, tan palpable, tan demandante, la estremeció por completo, era como si el vikingo conociera su cuerpo a la perfección, como si supiera cómo y dónde tenía que apretar para dejarla completamente indefensa y desarmada, tanto que fue incapaz de evitar soltar un leve gemido, ni siquiera ella sabía si se debía al dolor que le provocaba sus manos por su magullado cuerpo o por el contrario, al éxtasis de tantas emociones juntas y a la vez. Aunque la mujer tampoco se quedó atrás, también se moría de ganar por recorrer cada centímetro de su cuerpo, por notar su calidez, empujándola a llevar ambas manos a su enorme y ancho cuello, rodeándole, entrelazando sus manos entre los cabellos del vikingo. Dios, sentía que podía estar así durante horas sin cansarse, saboreando aquellos suaves labios, sorprendentemente compatibles con los suyos.
Pero aunque Airgid así lo pensase, el mundo no se había detenido, y una risa ronca seguida por una voz burlona rompió el momento por completo. Ragn se apartó de ella rápidamente, aunque pudo detectar en él cierto grado de molestia que hizo a Airgid sonreír suavemente, antes de morderse el labio, sintiéndolos de repente demasiado solitarios. Al menos la irrumpión se debía a un buen motivo, el hombre llevaba entre sus brazos un par de enormes jarras y dos platos cargados de comida recién hecha. Uf, Airgid no había caído en la cuenta del agujero que tenía en el estómago hasta que olió aquella deliciosa comida. Llevaba muchas horas sin probar bocado de nada. Intercambiaron miradas por un momento, como si fueran capaces de entenderse solo con eso, sin palabras de por medio. Airgid le sonrió, quitándole hierro al asunto, en parte divertida y por otra parte ligeramente avergonzada. Al final se habían convertido en la comidilla del local, los presentes cuchicheaban sobre ellos y se reían, entretenidos, y sobre todo, sin intención real de ofenderles. Parecían estar incluso ilusionados por lo que acababa de ocurrir. La rubia tomó su jarra, se sentó a la mesa y comenzó a servirse. En los platos reinaba el pescado, al fin y al cabo eran balleneros, pescadores, currantes que vivían por y para el mar. Airgid prefería la carne, pero la verdad es que ambas cosas le gustaban y sobre todo con el hambre que traía encima. Ragn tenía razón, comer un poco la ayudaría a curarse antes.
Un nuevo tipo irrumpió en la escena, pavoneándose con unos aires que a Airgid no le hacían gracia alguna. Hablaba con segundas intenciones, no había que ser demasiado listo para darse cuenta, pero lo peor era el tono que usaba, digno de alguien que solo se quería a sí mismo. Por suerte, Ragnheidr fue capaz de mantener la compostura más de lo que ella misma habría sido capaz. Fue a abrir la boca cuando Ragn se refirió a ella como... ¿mi mujer? Esas palabras la descolocaron completamente. Sintió los calores subir por su cuerpo en forma de rubor, un cambio que por suerte no se notaría demasiado debido a las heridas y las vendas. Se mordió la lengua una única vez, para recomponerse. — Puedes hablar de mi sin fingir que no estoy aquí delante, ¿sabes? Sí, me llamo Airgid, soy su mujer, ¿quieres decir algo más o...? — Por el gesto de su cara, vacilón y sonriente, era evidente llegar a la conclusión de que no estaba verdaderamente enfadada, a pesar de las palabras que acababa de decir. Simplemente le había devuelto la pelota, después de dedicarles aquellas palabras cargadas de segundas intenciones. El hombre no le dio demasiada importancia a aquella respuesta jocosa, aproximándose a otra mesa cualquiera, aunque no ignoró el hecho de que el comentario de la rubia había levantado varias risillas a su alrededor.
Continuaron comiendo sin mayor problema, charlando, riendo, disfrutando de la buena gastronomía de la isla, sin pensar siquiera en lo tarde que debería ser. Todo pintaba bien, mejor que bien incluso. Hasta que una presencia perturbadora apareció en escena. Airgid no la conocía de absolutamente nada, pero había que ser muy ignorante para no notar la repentina incomodidad de todos los presentes al verla llegar, incluso Ragnheidr estaba cambiado. Algo iba mal, algo en el interior de la rubia se torció y continuaba retorciéndose cuánto más se acercaba aquella desconocida a ellos. Airgid notó la tensión en la mano del vikingo y no dudó en afianzar el agarre que se tenían, dejándole claro que estaba con él en ese momento, no solo físicamente.
Evidentemente que se conocían, pero, ¿de qué? Airgid se mantuvo como una silenciosa observadora gran parte del encuentro. Por momentos hablaban en su idioma natal, otras veces en la lengua común, aunque fuera como fuese, la tensión se notaba en ambos registros. Parecía un asunto delicado, así que Airgid no planeaba inmiscuirse en él a no ser que la situación lo requiriera... hasta que escuchó a aquella mujer referirse a ella como un "juguete roto". Y por otro lado, había llamado a Ragnheidr "hermano de mi esposo". Vale, era su familia política, puede que fuera mejor que guardase un poco las formas... joder, lo que fue imposible de ocultar fue el gesto de asco en el rostro de la rubia. Nunca en su vida se había aguantado tanto la lengua para no decirle cuatro cosas a alguien. Si aquello no era muestra suficiente de lo mucho que Ragn le importaba. La cuñada del vikingo comenzó a soltar información sobre su hermano, sobre unas supuestas alianzas, unas guerras venideras, un plan aparentemente maestro. Ragn había mantenido la compostura más o menos durante todo el encuentro, hasta que finalmente la mujer susurró algo inaudible para ella que le cabreó de tal forma que hizo temblar todos los cimientos de la taberna y le cantó las cuarenta, seguramente, no lo sabía a ciencia cierta, pues lo había hecho en su idioma.
La tía antes de irse por fin, tuvo que dejarles un regalito tanto a ella como a Ragn. Y esta vez ya sí que no pudo aguantar más las ganas de responder. — Una de dos, o eres gilipollas o conoces muy poco a Ragn como para tener que advertirme de nada, a mi, de él. Quizás la que tenga que tené cuidao eres tú conmigo como vuelvas a llamarme "juguete roto", ¿me has entendío? — Pocos se habían dado cuenta de aquel detalle hasta que Airgid lo hizo más que evidente. Mientras se había quedado como una oyente, sin interrumpir su encuentro, había estado dedicándose a reunir cada tenedor y cada cuchillo de la taberna, cualquier cosa que pudiera pinchar o cortar. Y ahora, tras juntar un buen montón de todo, lo elevó en el aire, sobre su cabeza. Sí, era una clara amenaza. Aquella mujer y Airgid eran totalmente opuestas, a ella le gustaba ser retorcida como una serpiente, mientras que la mujer metálica era clara como el agua. Las amenazas a medias no iban con ella, y tampoco la contención, aunque suficiente había demostrado.
Una vez se fue por la puerta, Airgid soltó un largo suspiro, devolviendo los utensilios de cocina a sus respectivos sitios. Sentía una rabia interna tremendamente grande, había escuchado todo tipo de burlas por el tema de su pierna y siempre había sido capaz de responder, de plantarle un buen puñetazo a cualquier malnacido que intentara meterse con ella. Pero esta vez no había sido así. Sí, se había defendido, pero para ella aquello no había sido suficiente. La había humillado. Y lo peor no era eso, sino que le afectara tanto como para permitirle a aquella horrible mujer arruinar una noche tan perfecta como esta siendo hasta el momento en el que cruzó el umbral de la puerta. Respiró hondo, tratando de calmarse, de serenarse, de quitarle importancia. Pero su dolor de cabeza no ayudaba demasiado. — Perdona. Quizás no debería haber hecho eso, pero... — Se disculpó ante Ragn. Realmente solo le importaba él. — ¿Tú estás bien? — Sí, eso era lo más importante. Aquella mujer no significaba nada para ella, pero se trataba de la esposa de su hermano. Y por lo que parecía, le había dicho también cosas bastante hirientes.
Las manos del buccaner comenzaron a recorrer su piel de forma cada vez más ansiosa, más inquisitiva, desplegando una incontrolable brusquedad en cada una de sus caricias, como si el mero contacto no fuera suficiente. La diestra se mantenía en su nuca, tomándola del cuello y enredando sus dedos entre los mechones rubios de Airgid, mientras la zurda se había hecho paso por su brazo hasta llegar a su espalda, acariciando la línea de su columna hacia abajo, alcanzando la curvatura de su cintura. Notar su deseo, tan palpable, tan demandante, la estremeció por completo, era como si el vikingo conociera su cuerpo a la perfección, como si supiera cómo y dónde tenía que apretar para dejarla completamente indefensa y desarmada, tanto que fue incapaz de evitar soltar un leve gemido, ni siquiera ella sabía si se debía al dolor que le provocaba sus manos por su magullado cuerpo o por el contrario, al éxtasis de tantas emociones juntas y a la vez. Aunque la mujer tampoco se quedó atrás, también se moría de ganar por recorrer cada centímetro de su cuerpo, por notar su calidez, empujándola a llevar ambas manos a su enorme y ancho cuello, rodeándole, entrelazando sus manos entre los cabellos del vikingo. Dios, sentía que podía estar así durante horas sin cansarse, saboreando aquellos suaves labios, sorprendentemente compatibles con los suyos.
Pero aunque Airgid así lo pensase, el mundo no se había detenido, y una risa ronca seguida por una voz burlona rompió el momento por completo. Ragn se apartó de ella rápidamente, aunque pudo detectar en él cierto grado de molestia que hizo a Airgid sonreír suavemente, antes de morderse el labio, sintiéndolos de repente demasiado solitarios. Al menos la irrumpión se debía a un buen motivo, el hombre llevaba entre sus brazos un par de enormes jarras y dos platos cargados de comida recién hecha. Uf, Airgid no había caído en la cuenta del agujero que tenía en el estómago hasta que olió aquella deliciosa comida. Llevaba muchas horas sin probar bocado de nada. Intercambiaron miradas por un momento, como si fueran capaces de entenderse solo con eso, sin palabras de por medio. Airgid le sonrió, quitándole hierro al asunto, en parte divertida y por otra parte ligeramente avergonzada. Al final se habían convertido en la comidilla del local, los presentes cuchicheaban sobre ellos y se reían, entretenidos, y sobre todo, sin intención real de ofenderles. Parecían estar incluso ilusionados por lo que acababa de ocurrir. La rubia tomó su jarra, se sentó a la mesa y comenzó a servirse. En los platos reinaba el pescado, al fin y al cabo eran balleneros, pescadores, currantes que vivían por y para el mar. Airgid prefería la carne, pero la verdad es que ambas cosas le gustaban y sobre todo con el hambre que traía encima. Ragn tenía razón, comer un poco la ayudaría a curarse antes.
Un nuevo tipo irrumpió en la escena, pavoneándose con unos aires que a Airgid no le hacían gracia alguna. Hablaba con segundas intenciones, no había que ser demasiado listo para darse cuenta, pero lo peor era el tono que usaba, digno de alguien que solo se quería a sí mismo. Por suerte, Ragnheidr fue capaz de mantener la compostura más de lo que ella misma habría sido capaz. Fue a abrir la boca cuando Ragn se refirió a ella como... ¿mi mujer? Esas palabras la descolocaron completamente. Sintió los calores subir por su cuerpo en forma de rubor, un cambio que por suerte no se notaría demasiado debido a las heridas y las vendas. Se mordió la lengua una única vez, para recomponerse. — Puedes hablar de mi sin fingir que no estoy aquí delante, ¿sabes? Sí, me llamo Airgid, soy su mujer, ¿quieres decir algo más o...? — Por el gesto de su cara, vacilón y sonriente, era evidente llegar a la conclusión de que no estaba verdaderamente enfadada, a pesar de las palabras que acababa de decir. Simplemente le había devuelto la pelota, después de dedicarles aquellas palabras cargadas de segundas intenciones. El hombre no le dio demasiada importancia a aquella respuesta jocosa, aproximándose a otra mesa cualquiera, aunque no ignoró el hecho de que el comentario de la rubia había levantado varias risillas a su alrededor.
Continuaron comiendo sin mayor problema, charlando, riendo, disfrutando de la buena gastronomía de la isla, sin pensar siquiera en lo tarde que debería ser. Todo pintaba bien, mejor que bien incluso. Hasta que una presencia perturbadora apareció en escena. Airgid no la conocía de absolutamente nada, pero había que ser muy ignorante para no notar la repentina incomodidad de todos los presentes al verla llegar, incluso Ragnheidr estaba cambiado. Algo iba mal, algo en el interior de la rubia se torció y continuaba retorciéndose cuánto más se acercaba aquella desconocida a ellos. Airgid notó la tensión en la mano del vikingo y no dudó en afianzar el agarre que se tenían, dejándole claro que estaba con él en ese momento, no solo físicamente.
Evidentemente que se conocían, pero, ¿de qué? Airgid se mantuvo como una silenciosa observadora gran parte del encuentro. Por momentos hablaban en su idioma natal, otras veces en la lengua común, aunque fuera como fuese, la tensión se notaba en ambos registros. Parecía un asunto delicado, así que Airgid no planeaba inmiscuirse en él a no ser que la situación lo requiriera... hasta que escuchó a aquella mujer referirse a ella como un "juguete roto". Y por otro lado, había llamado a Ragnheidr "hermano de mi esposo". Vale, era su familia política, puede que fuera mejor que guardase un poco las formas... joder, lo que fue imposible de ocultar fue el gesto de asco en el rostro de la rubia. Nunca en su vida se había aguantado tanto la lengua para no decirle cuatro cosas a alguien. Si aquello no era muestra suficiente de lo mucho que Ragn le importaba. La cuñada del vikingo comenzó a soltar información sobre su hermano, sobre unas supuestas alianzas, unas guerras venideras, un plan aparentemente maestro. Ragn había mantenido la compostura más o menos durante todo el encuentro, hasta que finalmente la mujer susurró algo inaudible para ella que le cabreó de tal forma que hizo temblar todos los cimientos de la taberna y le cantó las cuarenta, seguramente, no lo sabía a ciencia cierta, pues lo había hecho en su idioma.
La tía antes de irse por fin, tuvo que dejarles un regalito tanto a ella como a Ragn. Y esta vez ya sí que no pudo aguantar más las ganas de responder. — Una de dos, o eres gilipollas o conoces muy poco a Ragn como para tener que advertirme de nada, a mi, de él. Quizás la que tenga que tené cuidao eres tú conmigo como vuelvas a llamarme "juguete roto", ¿me has entendío? — Pocos se habían dado cuenta de aquel detalle hasta que Airgid lo hizo más que evidente. Mientras se había quedado como una oyente, sin interrumpir su encuentro, había estado dedicándose a reunir cada tenedor y cada cuchillo de la taberna, cualquier cosa que pudiera pinchar o cortar. Y ahora, tras juntar un buen montón de todo, lo elevó en el aire, sobre su cabeza. Sí, era una clara amenaza. Aquella mujer y Airgid eran totalmente opuestas, a ella le gustaba ser retorcida como una serpiente, mientras que la mujer metálica era clara como el agua. Las amenazas a medias no iban con ella, y tampoco la contención, aunque suficiente había demostrado.
Una vez se fue por la puerta, Airgid soltó un largo suspiro, devolviendo los utensilios de cocina a sus respectivos sitios. Sentía una rabia interna tremendamente grande, había escuchado todo tipo de burlas por el tema de su pierna y siempre había sido capaz de responder, de plantarle un buen puñetazo a cualquier malnacido que intentara meterse con ella. Pero esta vez no había sido así. Sí, se había defendido, pero para ella aquello no había sido suficiente. La había humillado. Y lo peor no era eso, sino que le afectara tanto como para permitirle a aquella horrible mujer arruinar una noche tan perfecta como esta siendo hasta el momento en el que cruzó el umbral de la puerta. Respiró hondo, tratando de calmarse, de serenarse, de quitarle importancia. Pero su dolor de cabeza no ayudaba demasiado. — Perdona. Quizás no debería haber hecho eso, pero... — Se disculpó ante Ragn. Realmente solo le importaba él. — ¿Tú estás bien? — Sí, eso era lo más importante. Aquella mujer no significaba nada para ella, pero se trataba de la esposa de su hermano. Y por lo que parecía, le había dicho también cosas bastante hirientes.