Tucum, tucum, latía su corazón dentro del pecho. Cada vez latía más fuerte, más deprisa, frente al emocionante combate que se avecinaba.
Empuñaba una farola grande y pesada en su derecha, toda hecha de hierro, y un gigantesco remo en su izquierda. ¿Qué era eso de usar armas convencionales? Estaba en el mundo para imponer nuevas modas, no para seguir las que otros habían establecido. Ni siquiera tuvo que echar un ojo al interior del edificio para saber contra quiénes se encontraba. Podía escuchar las Voces internas de los hombres que querían emboscar a los revolucionarios, y no solo podía sentir con relativa precisión su ubicación, sino que también presentía sus intenciones.
Levantó la guardia cuando el pistolero lo apuntó, su dedo índice acariciando el gatillo del revólver. El disparo tronó en el interior del edificio, la bala atravesando en una décima de segundo la estancia. Lemon reaccionó a tiempo como si viera el futuro y bloqueó el proyectil con la farola.
-Así que un revólver… Solo los vaqueros pueden llevar revólveres. Ah, y también los policías, pero tú no eres vaquero ni policía… ¿A quién se lo robaste? -le preguntó, intimidándolo con sus ojos agresivos que se asomaban detrás de la máscara-. El Ejército Revolucionario tendrá que confiscarlo.
El pistolero intentó realizar un segundo disparo, pero Lemon redujo la distancia que los separaba en cuestión de un par de zancadas. Agarró con firmeza sus armas y le propinó un potente golpe horizontal y la altura del torso. El pobre hombre quiso esquivar, pero tropezó con una sustancia amarilla y resbaladiza que había esparcida en el suelo, recibiendo de lleno el golpe de Lemon. El ataque del revolucionario envió a volar al pistolero, estampándolo contra la pared y arrojándolo más allá de las dependencias internas del edificio.
-No les peguemos tan fuerte, tenemos que dejarlos con vida para convertirlos en servidores de la Causa -le recordó a su compañera como si de pronto hubiera accedido en su turbio plan de convertir a cualquiera que golpease-. ¡Pero démosle una buena razón para que quieran servirnos!
Se dirigió hacia la escalera, pero en vez de subir por los peldaños, aunó fuerza y dejó caer todo el peso de sus armas en la muralla. El golpe provocó un estallido de esquirlas de madera y colapsó el segundo piso, reduciendo a nada la emboscada.
-Vaya, ¿qué tenemos aquí? -preguntó, el remo descansando en su hombro-. Parece que hemos sacudido mucho la ratonera y han salido todas las ratas, camarada.