Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
27-10-2024, 09:17 AM
Ragn observó en silencio a Airgid mientras ella devolvía cada cuchillo y tenedor a sus lugares, aún con la furia brillando en sus ojos. Notó que sus hombros se alzaban y descendían, mientras intentaba recobrar la calma, pero al final, un suspiro rendido escapó de sus labios. Fue entonces cuando se acercó, tomando su mano con fuerza. Sin decir palabra, la atrajo hacia sí y, en un solo movimiento, la envolvió en un abrazo tan firme que Airgid se estremeció entre sus brazos, dejándose sostener por esa energía imparable que era Ragn. Sin mediar una explicación, Ragn la tomó de la mano y la arrastró hacia la puerta de la taberna. El aire fresco de la noche les golpeó el rostro mientras el vikingo apretaba el paso, como si una urgencia interna lo empujara a sacarla de ahí. El silencio era total, salvo por el sonido de sus respiraciones y las pisadas resonando en la tierra y el empedrado del pueblo. Puede que la rubia no comprendiera del todo, pero el apremio en los ojos de Ragn le serviría para seguirlo sin preguntar. Necesitaba salir de allí. El debate entre que la respuesta de Airgid fue genial, la que esperaba de su mujer y la preocupación inminente de que ahora su hermano tendría otro objetivo para poder hacerle daño, le hicieron estallar.
La noche en Oykot era densa, cubriendo el poblado con el peso de su negrura salpicada por las débiles luces de las lámparas de aceite que aún resplandecían a lo lejos. Ragn no demoró más. Sintiéndose como una tormenta contenida, tomó la mano de Airgid con firmeza y la apretó entre sus dedos, enredando su propio destino al de ella en ese gesto contundente. No importaba lo que habían vivido hasta ahora, ni la amenaza de lo que el futuro les deparara, todo se concentraba en el toque cálido de su piel. Sin palabras y sin la necesidad de ellas, decidió que debían abandonar la taberna, salir al aire fresco y dejar el bullicio atrás, como si el mundo mismo los empujara hacia algo nuevo e irrepetible. Sin más aviso, la atrajo hacia sí, envolviendo su cuerpo en un abrazo intenso y decidido, dejándola sentir la fortaleza de sus brazos y la urgencia de su espíritu. La noche se tragaba los sonidos y el tiempo parecía detenerse mientras ambos se sumían en aquel abrazo, donde los latidos de sus corazones se acoplaban y sus respiraciones sincronizaban. Si es que era todo como una pelicula. El aire frío nocturno rozaba sus rostros, pero el calor entre ellos crecía. Ragn entonces tomó su mano y comenzó a guiarla fuera de la taberna, sin soltarse el uno del otro. No iba a dejarla ni un instante. El cuerpo le pedía correr, escapar, hacerlo como si fuera un caballo. Avanzaron por las callejuelas del pueblo, esquivando pequeños obstáculos y superando muros de piedra que parecían viejos guardianes del pasado. El vikingo se subió a la mujer a la espalda. Los pasos de Ragn se aceleraban, con una determinación intensa y una energía casi sobrehumana.
La luna resplandecía con un brillo gélido en el cielo despejado, iluminando el sendero que serpenteaba hacia las colinas y pintando de plata las sombras del poblado, que se extendían como brazos espectrales hacia ellos. Los ecos de sus pisadas parecían envolverlos, formando un ritmo frenético que solo ellos dos compartían. ¿Donde estaba su cuñada ahora? ¡Que le den! Desde su posición sobre los hombros de Ragn, ella podía ver más allá de las paredes y los tejados, observando cómo el pueblo parecía retroceder conforme ascendían hacia los terrenos más elevados. A sus espaldas, los murmullos y el ajatreo de la taberna ya eran apenas recuerdos lejanos, difuminándose entre las sombras del pueblo que dejaban atrás. La tierra bajo sus pies se tornaba más áspera y los arbustos y la maleza se convertían en retazos de vegetación rebelde en la ladera de la colina, sumándose al carácter salvaje de la isla. El viento soplaba cada vez con más fuerza a medida que ascendían, peinando los cabellos dorados de ambos hacia atrás, como si el propio entorno quisiera limpiarles de la tensión acumulada en las últimas horas. En el trayecto, Ragn continuó corriendo con paso firme, sorteando sin esfuerzo los obstáculos del camino. Saltó de roca en roca y esquivó viejos troncos caídos, llevándola cada vez más lejos del pueblo, de la seguridad que brindaba el bullicio y el calor humano, para sumergirlos en el abrazo de la naturaleza salvaje. Airgid percibía cómo sus músculos se tensaban bajo sus manos y sentía en cada movimiento la inquebrantable voluntad que lo impulsaba a protegerla. Parecía como si el alma de Ragn irradiara una energía insondable, tan profunda y vasta como el mar que ambos amaban y temían, y al que ahora se asomaban desde la cima de aquella colina.
El tiempo pareció difuminarse mientras ambos subían la ladera, con la respiración de Airgid acompasada a la de él, con su pecho latiendo al ritmo del suyo, en una comunión total que los hacía más invencibles que nunca. Ragn la miró de reojo, y en sus ojos había una mezcla de orgullo, admiración, y una sombra de culpa. La proximidad de la amenaza de su hermano pesaba en su mente como una tormenta lejana, pero no permitiría que el temor se interpusiera entre ellos. Al final de la subida, el sendero comenzó a ensancharse, revelando el punto más alto de la isla, donde un castillo en ruinas se alzaba como un guardián oscuro. Las murallas deterioradas y las torres recortadas contra el cielo parecían formar parte de un reino abandonado, envuelto en la quietud y el misterio de la noche. Sin detenerse ni un momento, Ragn llegó hasta el borde del acantilado, donde las rocas afiladas se extendían hacia el mar como dedos retorcidos, proyectando sombras gigantescas. Tomó una última bocanada de aire y saltó al vacío, llevándola con él. La caída fue breve, pero intensa, y en el mismo instante en que el precipicio parecía absorberlos en su abismo, Ragn ejecutó un giro perfecto, deteniendo la velocidad de ambos y quedándose suspendidos en el aire, como si la naturaleza misma los sostuviera en ese lugar fuera del tiempo. La realidad es que su cuerpo, de cintura para abajo se había vuelto gas, uno especialmente denso que les permitía mantenerse en el aire.
El mar rugía debajo de ellos, y el viento arrastraba con fuerza los ecos de sus pensamientos no expresados. La inmensidad del océano se extendía más allá de sus pies, y las estrellas titilaban sobre ellos como mil ojos brillantes. Allí, flotando sobre el abismo, Ragn sintió un torrente de emociones desbordándose en su interior, envolviendo tanto su amor y devoción por Airgid como el dolor y la responsabilidad que pesaban sobre sus hombros. —¡¡RRHAAAA!! —Gritó. Aunque Airgid le había demostrado ser una guerrera, alguien capaz de enfrentarse al mundo sin vacilación, el temor por lo que su hermano podía llegar a hacerle lo angustiaba profundamente. En el instante en que flotaban, con la libertad del cielo y la profundidad del mar bajo sus pies, la figura de Torrenirrh se formaba en su mente como una sombra acechante, un eco de su propio pasado que ahora se materializaba con la furia de una tormenta sin control. — No conossserrr herrrmano. No pasarrrr porrr alto lo que desssir a mujerrrr. — Su hermano, aquel que compartía su sangre pero no su espíritu, era un riesgo tangible para ellos. Sabía que Torrenirrh no perdonaría su felicidad, que su propia paz y el vínculo con Airgid se convertirían en el motivo de su odio, un odio que buscaba venganza, que deseaba devorar lo que Ragn amaba. Sin embargo, Ragn miró a Airgid y supo que ella era su equilibrio, su razón para enfrentar cualquier desafío que se les presentara. — Diosss ... — Se le escapó una estúpida sonrisa, después posó su frente sobre la de la mujer. Los recuerdos de sus luchas, sus días de batalla, de noches solitarias en alta mar y la añoranza de un hogar perdido, se esfumaron en ese momento en que la tenía a ella a su lado. Se sentía completo, y aunque la culpa de su pasado y la amenaza del futuro persistían, había algo en su mirada que iluminaba su espíritu con un coraje renovado.
Poco a poco, Ragn comenzó a descender de la altura en la que flotaban, acercándolos a una pequeña saliente de la montaña, desde donde podían contemplar todo el panorama de la isla. — Estarrr loca. — Allí, con el mar rompiendo contra las rocas y el viento susurrando historias antiguas, se quedó inmóvil, tomando un instante para grabar cada detalle de aquel momento en su memoria. Cada contorno de la isla, cada fragmento de roca y cada susurro del mar eran un recordatorio de la magnitud del viaje que habían emprendido juntos, un viaje que no solo abarcaba tierras y océanos, sino también el tiempo y el espacio entre dos almas que se habían encontrado y conectado en un mundo tan vasto e impredecible. Desde Dawn hasta Oykot. A medida que la noche avanzaba, las estrellas comenzaron a desaparecer gradualmente, tragadas por el velo del amanecer que despuntaba en el horizonte. Ragn observó cómo la primera luz bañaba las ruinas del castillo y el océano con un resplandor suave y dorado, simbolizando el renacer de una promesa que ambos compartían, una promesa de seguir juntos, sin importar los desafíos que enfrentaran. — ¿Qué buscarrrr? —Preguntó de repente. Sus ojos se perdían entre las estrellas. — Qué serr lo que Airrrgid busca. — Finalizó.
La noche en Oykot era densa, cubriendo el poblado con el peso de su negrura salpicada por las débiles luces de las lámparas de aceite que aún resplandecían a lo lejos. Ragn no demoró más. Sintiéndose como una tormenta contenida, tomó la mano de Airgid con firmeza y la apretó entre sus dedos, enredando su propio destino al de ella en ese gesto contundente. No importaba lo que habían vivido hasta ahora, ni la amenaza de lo que el futuro les deparara, todo se concentraba en el toque cálido de su piel. Sin palabras y sin la necesidad de ellas, decidió que debían abandonar la taberna, salir al aire fresco y dejar el bullicio atrás, como si el mundo mismo los empujara hacia algo nuevo e irrepetible. Sin más aviso, la atrajo hacia sí, envolviendo su cuerpo en un abrazo intenso y decidido, dejándola sentir la fortaleza de sus brazos y la urgencia de su espíritu. La noche se tragaba los sonidos y el tiempo parecía detenerse mientras ambos se sumían en aquel abrazo, donde los latidos de sus corazones se acoplaban y sus respiraciones sincronizaban. Si es que era todo como una pelicula. El aire frío nocturno rozaba sus rostros, pero el calor entre ellos crecía. Ragn entonces tomó su mano y comenzó a guiarla fuera de la taberna, sin soltarse el uno del otro. No iba a dejarla ni un instante. El cuerpo le pedía correr, escapar, hacerlo como si fuera un caballo. Avanzaron por las callejuelas del pueblo, esquivando pequeños obstáculos y superando muros de piedra que parecían viejos guardianes del pasado. El vikingo se subió a la mujer a la espalda. Los pasos de Ragn se aceleraban, con una determinación intensa y una energía casi sobrehumana.
La luna resplandecía con un brillo gélido en el cielo despejado, iluminando el sendero que serpenteaba hacia las colinas y pintando de plata las sombras del poblado, que se extendían como brazos espectrales hacia ellos. Los ecos de sus pisadas parecían envolverlos, formando un ritmo frenético que solo ellos dos compartían. ¿Donde estaba su cuñada ahora? ¡Que le den! Desde su posición sobre los hombros de Ragn, ella podía ver más allá de las paredes y los tejados, observando cómo el pueblo parecía retroceder conforme ascendían hacia los terrenos más elevados. A sus espaldas, los murmullos y el ajatreo de la taberna ya eran apenas recuerdos lejanos, difuminándose entre las sombras del pueblo que dejaban atrás. La tierra bajo sus pies se tornaba más áspera y los arbustos y la maleza se convertían en retazos de vegetación rebelde en la ladera de la colina, sumándose al carácter salvaje de la isla. El viento soplaba cada vez con más fuerza a medida que ascendían, peinando los cabellos dorados de ambos hacia atrás, como si el propio entorno quisiera limpiarles de la tensión acumulada en las últimas horas. En el trayecto, Ragn continuó corriendo con paso firme, sorteando sin esfuerzo los obstáculos del camino. Saltó de roca en roca y esquivó viejos troncos caídos, llevándola cada vez más lejos del pueblo, de la seguridad que brindaba el bullicio y el calor humano, para sumergirlos en el abrazo de la naturaleza salvaje. Airgid percibía cómo sus músculos se tensaban bajo sus manos y sentía en cada movimiento la inquebrantable voluntad que lo impulsaba a protegerla. Parecía como si el alma de Ragn irradiara una energía insondable, tan profunda y vasta como el mar que ambos amaban y temían, y al que ahora se asomaban desde la cima de aquella colina.
El tiempo pareció difuminarse mientras ambos subían la ladera, con la respiración de Airgid acompasada a la de él, con su pecho latiendo al ritmo del suyo, en una comunión total que los hacía más invencibles que nunca. Ragn la miró de reojo, y en sus ojos había una mezcla de orgullo, admiración, y una sombra de culpa. La proximidad de la amenaza de su hermano pesaba en su mente como una tormenta lejana, pero no permitiría que el temor se interpusiera entre ellos. Al final de la subida, el sendero comenzó a ensancharse, revelando el punto más alto de la isla, donde un castillo en ruinas se alzaba como un guardián oscuro. Las murallas deterioradas y las torres recortadas contra el cielo parecían formar parte de un reino abandonado, envuelto en la quietud y el misterio de la noche. Sin detenerse ni un momento, Ragn llegó hasta el borde del acantilado, donde las rocas afiladas se extendían hacia el mar como dedos retorcidos, proyectando sombras gigantescas. Tomó una última bocanada de aire y saltó al vacío, llevándola con él. La caída fue breve, pero intensa, y en el mismo instante en que el precipicio parecía absorberlos en su abismo, Ragn ejecutó un giro perfecto, deteniendo la velocidad de ambos y quedándose suspendidos en el aire, como si la naturaleza misma los sostuviera en ese lugar fuera del tiempo. La realidad es que su cuerpo, de cintura para abajo se había vuelto gas, uno especialmente denso que les permitía mantenerse en el aire.
El mar rugía debajo de ellos, y el viento arrastraba con fuerza los ecos de sus pensamientos no expresados. La inmensidad del océano se extendía más allá de sus pies, y las estrellas titilaban sobre ellos como mil ojos brillantes. Allí, flotando sobre el abismo, Ragn sintió un torrente de emociones desbordándose en su interior, envolviendo tanto su amor y devoción por Airgid como el dolor y la responsabilidad que pesaban sobre sus hombros. —¡¡RRHAAAA!! —Gritó. Aunque Airgid le había demostrado ser una guerrera, alguien capaz de enfrentarse al mundo sin vacilación, el temor por lo que su hermano podía llegar a hacerle lo angustiaba profundamente. En el instante en que flotaban, con la libertad del cielo y la profundidad del mar bajo sus pies, la figura de Torrenirrh se formaba en su mente como una sombra acechante, un eco de su propio pasado que ahora se materializaba con la furia de una tormenta sin control. — No conossserrr herrrmano. No pasarrrr porrr alto lo que desssir a mujerrrr. — Su hermano, aquel que compartía su sangre pero no su espíritu, era un riesgo tangible para ellos. Sabía que Torrenirrh no perdonaría su felicidad, que su propia paz y el vínculo con Airgid se convertirían en el motivo de su odio, un odio que buscaba venganza, que deseaba devorar lo que Ragn amaba. Sin embargo, Ragn miró a Airgid y supo que ella era su equilibrio, su razón para enfrentar cualquier desafío que se les presentara. — Diosss ... — Se le escapó una estúpida sonrisa, después posó su frente sobre la de la mujer. Los recuerdos de sus luchas, sus días de batalla, de noches solitarias en alta mar y la añoranza de un hogar perdido, se esfumaron en ese momento en que la tenía a ella a su lado. Se sentía completo, y aunque la culpa de su pasado y la amenaza del futuro persistían, había algo en su mirada que iluminaba su espíritu con un coraje renovado.
Poco a poco, Ragn comenzó a descender de la altura en la que flotaban, acercándolos a una pequeña saliente de la montaña, desde donde podían contemplar todo el panorama de la isla. — Estarrr loca. — Allí, con el mar rompiendo contra las rocas y el viento susurrando historias antiguas, se quedó inmóvil, tomando un instante para grabar cada detalle de aquel momento en su memoria. Cada contorno de la isla, cada fragmento de roca y cada susurro del mar eran un recordatorio de la magnitud del viaje que habían emprendido juntos, un viaje que no solo abarcaba tierras y océanos, sino también el tiempo y el espacio entre dos almas que se habían encontrado y conectado en un mundo tan vasto e impredecible. Desde Dawn hasta Oykot. A medida que la noche avanzaba, las estrellas comenzaron a desaparecer gradualmente, tragadas por el velo del amanecer que despuntaba en el horizonte. Ragn observó cómo la primera luz bañaba las ruinas del castillo y el océano con un resplandor suave y dorado, simbolizando el renacer de una promesa que ambos compartían, una promesa de seguir juntos, sin importar los desafíos que enfrentaran. — ¿Qué buscarrrr? —Preguntó de repente. Sus ojos se perdían entre las estrellas. — Qué serr lo que Airrrgid busca. — Finalizó.