Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
27-10-2024, 03:33 PM
Si tenía que ser sincera, lo que menos se esperaba Camille de aquel día era descubrir el modus operandi de Atlas. No hacía falta estar al día de todo lo que sucedía en la base para saber que su compañero era un escaqueado; si no todos, la gran mayoría de reclutas, soldados y sargentos del G-31 eran conocedores de sus andaduras. Lo que no muchos conocían —quizá nadie aparte de él y ahora ella— era el esfuerzo, nivel de cuidado y profesionalidad con los que evadía sus rutinas y tareas diarias. Era tal el nivel de maestría que parecía haber desarrollado en el arte de tocarse los bajos, haciendo ver como si estuviera trabajando, que a Camille le surgían dudas sobre si no sería mucho más extenuante todo ese proceso que, simplemente, cumplir con sus obligaciones. Sin embargo, no se atrevió a contradecir al rubio ni a plantearle la cuestión. Por el contrario, se dejó llevar por él y apreció —en parte maravillada, por la otra preocupada— su destreza desviando obligaciones.
Se pasaron así casi todo lo que restaba de tarde, y algo parecido sucedió durante todo el día siguiente. Casi llegó a sentirse mal, como si estuvieran haciendo algo que no debían —en parte así era—, dejando descolgadas a tantas personas que, en cierta medida, contaban con ellos para resolver sus problemas. Tuvo que convencerse a sí misma de que tan solo estaban siguiendo órdenes. Después de todo, la capitana Montpellier y el sargento Garnett les habían instado a reservar sus energías para la noche del calabozo.
Las horas pasaron y, cuando la noche cayó sobre Loguetown y todo el G-31 quedó en calma, ambos salieron furtivamente para dirigirse al mal llamado anfiteatro que servía de estadio para el Torneo del Calabozo. En realidad, tan solo eran un montón de bancos apiñados alrededor de un hexágono delimitado por cajas torpemente apiladas, todo ello montado furtivamente en uno de los almacenes con menos uso y relevancia de la base. Cuando llegaron allí, tan solo unos pocos conocedores de aquella actividad habían hecho acto de presencia. Todos ellos se encontraban desperdigados por los diferentes bancos de las «gradas», siendo caras familiares para Camille. No había nadie que no reconociera, de modo que los nuevos debían estar al caer aún.
Tan solo tuvo que pensar eso para que la puerta se abriese, adentrándose en el lugar un grupo variopinto encabezado por una mujer.
—Qué puntuales —le dijo en voz baja a Atlas, echando un vistazo a las seis figuras que habían aparecido.
Quien los lideraba era una humana de cabello castaño que, si bien no podía competir con la estatura de Camille, sí que era algo más alta que Atlas. Su apariencia le daba un aire curtido, como si hubiera tenido una vida complicada que le hubiese llevado a estar en muchas situaciones incómodas y comprometidas. Nada que no se esperase, pues esos rasgos eran comunes en casi la totalidad de los participantes del torneo. Lo que más llamó la atención de la oni fue su mirada. Había algo en ella que le causó inquietud: una ferocidad que no había visto en otras personas. Justo a su lado, algo más bajito que su compañera, se encontraba un joven de cabello cenizo de cuya espalda brotaban un par de alas blancas con plumas que debía haber teñido de rojo. Un skypiean. Al menos con la ropa por encima, no parecía contar con una complexión tan impresionante como la de la mujer. Sus rasgos eran suaves y su gesto tan despreocupado como pícaro. Y, aun así, desprendía un aura que dejaba claro que había algo inquietante en él que disparó las alertas de Camille.
El resto del grupo destacaba mucho menos, aunque sus integrantes parecían igual de fieros que los dos primeros: dos hombres humanos, una buccaneer de unos cinco metros de alto y un chico con rasgos animales, el cual no llegaba a ser tan «animal» como para poder ser percibido como un mink. Recordaba, de alguna forma, a un león.
El sargento Garnett le dedicó una sonrisa divertida tanto a Atlas como a ella antes de avanzar hacia el grupo y asentir, saludando a los recién llegados con el gesto que solo los allí presentes conocían.
—¡Aquí es, Frida! Bienvenidos al Torneo del Calabozo —les confirmó y, sin más preámbulos, les hizo un gesto para que entrasen. Todos accedieron sin poner muchas pegas.
Observaban el lugar con una mezcla de emociones. Frida miraba por encima del hombro a todos los presentes e incluso empujó con el hombro a un marine al momento de pasar a su lado. Pese a que parecía que iban a presenciar la primera disputa en ese preciso instante, una mirada de la mujer bastó para que el fornido muchacho retrocediera y se quedase con la palabra en la boca. El skypiean observaba la situación con diversión, manteniendo las manos tras la nuca totalmente despreocupados. Cuando se plantaron frente a Garnett, Frida alzó una ceja.
—Bueno, hemos cumplido y estamos aquí. ¿Quiénes son los pipiolos a los que tenemos que patearles el culo? —y fue en ese momento cuando les dedicó un primer vistazo a los dos—. ¿Estos dos?
—La oni igual te aguanta uno o dos puñetazos, Frida —se aventuró a afirmar el skypiean, tras lo que el resto del grupo menos la mujer se rieron—. Pero el rubito creo que se cagaría encima antes de empezar.
Camille frunció el ceño y torció el gesto con enfado.
—Igual os tragáis vuestras putas palabras —soltó impulsivamente, dando un paso al frente.
Garnett se puso en medio y alzó los brazos.
—Vamos, vamos. Vais a tener tiempo de sobra para desquitaros los unos con los otros. Por ahora, ¿qué tal si tomáis asiento y esperáis a que os toque, eh? Estaría bien que le hiciéramos una pequeña introducción a los nuevos de lo que hacemos por aquí.
Se pasaron así casi todo lo que restaba de tarde, y algo parecido sucedió durante todo el día siguiente. Casi llegó a sentirse mal, como si estuvieran haciendo algo que no debían —en parte así era—, dejando descolgadas a tantas personas que, en cierta medida, contaban con ellos para resolver sus problemas. Tuvo que convencerse a sí misma de que tan solo estaban siguiendo órdenes. Después de todo, la capitana Montpellier y el sargento Garnett les habían instado a reservar sus energías para la noche del calabozo.
Las horas pasaron y, cuando la noche cayó sobre Loguetown y todo el G-31 quedó en calma, ambos salieron furtivamente para dirigirse al mal llamado anfiteatro que servía de estadio para el Torneo del Calabozo. En realidad, tan solo eran un montón de bancos apiñados alrededor de un hexágono delimitado por cajas torpemente apiladas, todo ello montado furtivamente en uno de los almacenes con menos uso y relevancia de la base. Cuando llegaron allí, tan solo unos pocos conocedores de aquella actividad habían hecho acto de presencia. Todos ellos se encontraban desperdigados por los diferentes bancos de las «gradas», siendo caras familiares para Camille. No había nadie que no reconociera, de modo que los nuevos debían estar al caer aún.
Tan solo tuvo que pensar eso para que la puerta se abriese, adentrándose en el lugar un grupo variopinto encabezado por una mujer.
—Qué puntuales —le dijo en voz baja a Atlas, echando un vistazo a las seis figuras que habían aparecido.
Quien los lideraba era una humana de cabello castaño que, si bien no podía competir con la estatura de Camille, sí que era algo más alta que Atlas. Su apariencia le daba un aire curtido, como si hubiera tenido una vida complicada que le hubiese llevado a estar en muchas situaciones incómodas y comprometidas. Nada que no se esperase, pues esos rasgos eran comunes en casi la totalidad de los participantes del torneo. Lo que más llamó la atención de la oni fue su mirada. Había algo en ella que le causó inquietud: una ferocidad que no había visto en otras personas. Justo a su lado, algo más bajito que su compañera, se encontraba un joven de cabello cenizo de cuya espalda brotaban un par de alas blancas con plumas que debía haber teñido de rojo. Un skypiean. Al menos con la ropa por encima, no parecía contar con una complexión tan impresionante como la de la mujer. Sus rasgos eran suaves y su gesto tan despreocupado como pícaro. Y, aun así, desprendía un aura que dejaba claro que había algo inquietante en él que disparó las alertas de Camille.
El resto del grupo destacaba mucho menos, aunque sus integrantes parecían igual de fieros que los dos primeros: dos hombres humanos, una buccaneer de unos cinco metros de alto y un chico con rasgos animales, el cual no llegaba a ser tan «animal» como para poder ser percibido como un mink. Recordaba, de alguna forma, a un león.
El sargento Garnett le dedicó una sonrisa divertida tanto a Atlas como a ella antes de avanzar hacia el grupo y asentir, saludando a los recién llegados con el gesto que solo los allí presentes conocían.
—¡Aquí es, Frida! Bienvenidos al Torneo del Calabozo —les confirmó y, sin más preámbulos, les hizo un gesto para que entrasen. Todos accedieron sin poner muchas pegas.
Observaban el lugar con una mezcla de emociones. Frida miraba por encima del hombro a todos los presentes e incluso empujó con el hombro a un marine al momento de pasar a su lado. Pese a que parecía que iban a presenciar la primera disputa en ese preciso instante, una mirada de la mujer bastó para que el fornido muchacho retrocediera y se quedase con la palabra en la boca. El skypiean observaba la situación con diversión, manteniendo las manos tras la nuca totalmente despreocupados. Cuando se plantaron frente a Garnett, Frida alzó una ceja.
—Bueno, hemos cumplido y estamos aquí. ¿Quiénes son los pipiolos a los que tenemos que patearles el culo? —y fue en ese momento cuando les dedicó un primer vistazo a los dos—. ¿Estos dos?
—La oni igual te aguanta uno o dos puñetazos, Frida —se aventuró a afirmar el skypiean, tras lo que el resto del grupo menos la mujer se rieron—. Pero el rubito creo que se cagaría encima antes de empezar.
Camille frunció el ceño y torció el gesto con enfado.
—Igual os tragáis vuestras putas palabras —soltó impulsivamente, dando un paso al frente.
Garnett se puso en medio y alzó los brazos.
—Vamos, vamos. Vais a tener tiempo de sobra para desquitaros los unos con los otros. Por ahora, ¿qué tal si tomáis asiento y esperáis a que os toque, eh? Estaría bien que le hiciéramos una pequeña introducción a los nuevos de lo que hacemos por aquí.