Airgid Vanaidiam
Metalhead
28-10-2024, 03:26 AM
Ragnheidr ni siquiera contestó a su pregunta sobre si se había pasado o no con aquella amenaza, simplemente la abrazó con una fuerza que hizo que el aire escapara de sus pulmones. Entre sus brazos sentía que todo estaba bien, que nada podía herirla ni afectarle en absoluto. Airgid cerró los ojos, disfrutando de ese momento y volviendo a respirar hondo. Le estaba sorprendiendo de manera bastante grata lo... cariñoso que Ragn había demostrado ser con ella hasta el momento. Cualquiera podría pensar en un primer vistazo que aquel hombre sería terco, duro, borde. Y en ocasiones así era. Pero ella había sido una de esas afortunadas personas que habían logrado ver un poco más allá de esa férrea coraza del buccaner. Cada detalle nuevo que Airgid conocía sobre su personalidad y su manera de ser hacía que se enamorara más y más perdidamente de él. El hombre rompió su abrazo solamente para tomarla de la mano y arrastrarla con él hacia el exterior de la taberna, dejando atrás a una confundida panda de balleneros que no entendían nada de lo que acababa de ocurrir. Aunque lo cierto es que ella tampoco entendía mucho.
Pero no le importaba. Confiaba en el vikingo ciegamente, y simplemente se dejó llevar por el ímpetu del guerrero, que la subió a su espalda y continuó corriendo como si no hubiera un mañana, como si fueran lobos recorriendo el bosque. Airgid se agarró a su cuello, apoyándose en su hombro. La noche era fría y el viento lo empeoraba aún más, pero el cuerpo de Ragn era caliente y agradable como una estufa en mitad del invierno, como fuego entre la nieve, y ofrecía a la mujer un reconfortante refugio. Cada vez se alejaban más y más del pueblo, ¿a dónde la estaba llevando? Qué importaba. Airgid no podía estar pasándoselo mejor, y es que descubrió que ella también necesitaba un paseo así tras aquella aglomeración tan abrumadora de sentimientos, tan contrarios e intensos. Era liberador, y una sonrisa enorme se le dibujó a Airgid en la cara, inmutable, permanente, completamente llena de felicidad.
El camino comenzó a ascender, llegando hasta un acantilado que les conducía directamente al mar. Airgid se intuyó lo que iba a pasar, porque no era la primera vez que estando con ella se lanzaba al mismísimo vacío. Y así fue, dando un poderoso salto para caer por el barranco. Airgid, divertida, rió en carcajadas, confiando plenamente en él y en su habilidad con la manipulación del gas. Y tal y como se había imaginado, rápidamente quedaron suspendidos en el aire, flotando en medio de la nada, entre el cielo y el mar. La caída había sido breve, pero igualmente el cuerpo de la rubia se llenó de adrenalina y de poder. Cuando el hombre gritó de aquella manera, tan fuerte y liberadora, como si se estuviera quitando un peso de encima, a Airgid no le quedó otra que imitarle, soltando otro grito igual de reconfortante aunque menos ensordecedor. Hasta el momento se lo había estado pasando en grande, pero la verdad es que seguía ligeramente inquieta tras aquel encontronazo con la cuñada de Ragnheidr. No sabía si lo que había dicho y hecho era lo correcto, pero Airgid siempre había sido así. Si le atacaban, ella devolvía el golpe el doble de fuerte, y si la insultaban, era motivo más que suficiente para iniciar una batalla. Una que contuvo por respeto a que era miembro de la familia política de Ragn. De no ser así, otro gallo habría cantado.
Finalmente Ragn rompió su silencio, advirtiéndole de eso mismo que ella había pensado. Que no conocía en dónde se estaba metiendo. Pero, ¿a quién le importaba? En aquel momento, junto a él, Airgid se sentía invencible. — Me da igual, no iba a dejar que esa tía se riera de ninguno de los dos. Ella sí que no es consciente de la enemiga que se acaba de ganar. — Bromeó sin que su sonrisa desapareciera, quitándole todo el hierro al asunto. Era normal, al final no les conocía de absolutamente nada, y ella confiaba tanto en los dos, en su grupo en general. Nada ni nadie podría con ellos. Verle sonreír de aquella manera solo la fortaleció aún más. Ambos juntaron sus frentes, reconfortándose el uno al otro con aquel contacto, aquella conexión. La expresión de Airgid se relajó, aunque su sonrisa continuaba ahí, más suavizada, más templada. Dios, era increíble todo lo que sentía por él. Realmente era como si le complementara, como si se comprendieran y se respetaran a un nivel muy profundo. Sentía que podía llegar a hacer cualquier cosa por él, con tal de que él estuviera feliz.
Lentamente, el buccaner comenzó a cambiar el rumbo, dirigiéndoles a un pequeño saliente sobre una montaña, regalándole una espectacular vista de la isla y del océano. Que estaba loca, decía. La mujer se mordió la lengua, a la vez que le guiñó un ojo. — Contenerme nunca ha sido mi fuerte. — Respondió, divertida, pero revelando una verdad como un templo. La noche poco a poco fue quedando atrás, con los primeros rayos de la mañana rompiendo el cielo y bañando la isla. No habían dormido una mierda en toda la noche, pero no importaba. Había merecido la pena. Airgid escuchó aquella genuina pregunta de Ragnheidr acerca de ella mientras continuaba aferrándose a su cuerpo, acomodándose en su calor, en la suavidad de su piel. — ¿Sinceramente? Creo que estoy en proceso de descubrirlo. Quiero centrarme en mi pasión, mi profesión, forjando armas y armaduras cada vez mejores, creando inventos nuevos que desafíen la ciencia tal y como se conoce. Es algo que adoro hacer. — Se le notaba en la voz que su oficio realmente le apasionaba, que era una de sus razones por los que se levantaba cada mañana. El calor de la forja, el aceite de los motores, los engranajes y los mecanismos, cómo todo encajaba perfectamente y sobre todo, la satisfacción tras un trabajo bien hecho, artesanal, propio. Era como... tener pequeños hijos. — Pero ahora he descubierto tantas cosas que nunca me habría imaginado, tengo el poder de una fruta; me siento más fuerte que nunca; he conocido a gente increíble, y... te he encontrado, a ti. — Sonrió de nuevo, sincerándose una vez más con él. — Creo que hacer planes sirve de poco, la verdad, cualquier plan que podría tener mientras aún vivía en Kilombo se ha desmoronado por completo a estas alturas, así queee, quizás es mejor simplemente dejarse llevar. — Acarició su brazo, buscando su abrazo. — ¿Y tú? ¿Qué es lo que Ragnheidr busca? — Le devolvió la pregunta, profundamente intrigada. Sentía que le conocía bastante, sobre todo su forma de ser, su carácter. Pero había cosas de su historia que aún estaban oscuras para ella, por ejemplo el tema de su familia, con la que ya había tenido un primer contacto, o el tema de sus sueños, sus deseos. Esa búsqueda como él lo había llamado.
Pero no le importaba. Confiaba en el vikingo ciegamente, y simplemente se dejó llevar por el ímpetu del guerrero, que la subió a su espalda y continuó corriendo como si no hubiera un mañana, como si fueran lobos recorriendo el bosque. Airgid se agarró a su cuello, apoyándose en su hombro. La noche era fría y el viento lo empeoraba aún más, pero el cuerpo de Ragn era caliente y agradable como una estufa en mitad del invierno, como fuego entre la nieve, y ofrecía a la mujer un reconfortante refugio. Cada vez se alejaban más y más del pueblo, ¿a dónde la estaba llevando? Qué importaba. Airgid no podía estar pasándoselo mejor, y es que descubrió que ella también necesitaba un paseo así tras aquella aglomeración tan abrumadora de sentimientos, tan contrarios e intensos. Era liberador, y una sonrisa enorme se le dibujó a Airgid en la cara, inmutable, permanente, completamente llena de felicidad.
El camino comenzó a ascender, llegando hasta un acantilado que les conducía directamente al mar. Airgid se intuyó lo que iba a pasar, porque no era la primera vez que estando con ella se lanzaba al mismísimo vacío. Y así fue, dando un poderoso salto para caer por el barranco. Airgid, divertida, rió en carcajadas, confiando plenamente en él y en su habilidad con la manipulación del gas. Y tal y como se había imaginado, rápidamente quedaron suspendidos en el aire, flotando en medio de la nada, entre el cielo y el mar. La caída había sido breve, pero igualmente el cuerpo de la rubia se llenó de adrenalina y de poder. Cuando el hombre gritó de aquella manera, tan fuerte y liberadora, como si se estuviera quitando un peso de encima, a Airgid no le quedó otra que imitarle, soltando otro grito igual de reconfortante aunque menos ensordecedor. Hasta el momento se lo había estado pasando en grande, pero la verdad es que seguía ligeramente inquieta tras aquel encontronazo con la cuñada de Ragnheidr. No sabía si lo que había dicho y hecho era lo correcto, pero Airgid siempre había sido así. Si le atacaban, ella devolvía el golpe el doble de fuerte, y si la insultaban, era motivo más que suficiente para iniciar una batalla. Una que contuvo por respeto a que era miembro de la familia política de Ragn. De no ser así, otro gallo habría cantado.
Finalmente Ragn rompió su silencio, advirtiéndole de eso mismo que ella había pensado. Que no conocía en dónde se estaba metiendo. Pero, ¿a quién le importaba? En aquel momento, junto a él, Airgid se sentía invencible. — Me da igual, no iba a dejar que esa tía se riera de ninguno de los dos. Ella sí que no es consciente de la enemiga que se acaba de ganar. — Bromeó sin que su sonrisa desapareciera, quitándole todo el hierro al asunto. Era normal, al final no les conocía de absolutamente nada, y ella confiaba tanto en los dos, en su grupo en general. Nada ni nadie podría con ellos. Verle sonreír de aquella manera solo la fortaleció aún más. Ambos juntaron sus frentes, reconfortándose el uno al otro con aquel contacto, aquella conexión. La expresión de Airgid se relajó, aunque su sonrisa continuaba ahí, más suavizada, más templada. Dios, era increíble todo lo que sentía por él. Realmente era como si le complementara, como si se comprendieran y se respetaran a un nivel muy profundo. Sentía que podía llegar a hacer cualquier cosa por él, con tal de que él estuviera feliz.
Lentamente, el buccaner comenzó a cambiar el rumbo, dirigiéndoles a un pequeño saliente sobre una montaña, regalándole una espectacular vista de la isla y del océano. Que estaba loca, decía. La mujer se mordió la lengua, a la vez que le guiñó un ojo. — Contenerme nunca ha sido mi fuerte. — Respondió, divertida, pero revelando una verdad como un templo. La noche poco a poco fue quedando atrás, con los primeros rayos de la mañana rompiendo el cielo y bañando la isla. No habían dormido una mierda en toda la noche, pero no importaba. Había merecido la pena. Airgid escuchó aquella genuina pregunta de Ragnheidr acerca de ella mientras continuaba aferrándose a su cuerpo, acomodándose en su calor, en la suavidad de su piel. — ¿Sinceramente? Creo que estoy en proceso de descubrirlo. Quiero centrarme en mi pasión, mi profesión, forjando armas y armaduras cada vez mejores, creando inventos nuevos que desafíen la ciencia tal y como se conoce. Es algo que adoro hacer. — Se le notaba en la voz que su oficio realmente le apasionaba, que era una de sus razones por los que se levantaba cada mañana. El calor de la forja, el aceite de los motores, los engranajes y los mecanismos, cómo todo encajaba perfectamente y sobre todo, la satisfacción tras un trabajo bien hecho, artesanal, propio. Era como... tener pequeños hijos. — Pero ahora he descubierto tantas cosas que nunca me habría imaginado, tengo el poder de una fruta; me siento más fuerte que nunca; he conocido a gente increíble, y... te he encontrado, a ti. — Sonrió de nuevo, sincerándose una vez más con él. — Creo que hacer planes sirve de poco, la verdad, cualquier plan que podría tener mientras aún vivía en Kilombo se ha desmoronado por completo a estas alturas, así queee, quizás es mejor simplemente dejarse llevar. — Acarició su brazo, buscando su abrazo. — ¿Y tú? ¿Qué es lo que Ragnheidr busca? — Le devolvió la pregunta, profundamente intrigada. Sentía que le conocía bastante, sobre todo su forma de ser, su carácter. Pero había cosas de su historia que aún estaban oscuras para ella, por ejemplo el tema de su familia, con la que ya había tenido un primer contacto, o el tema de sus sueños, sus deseos. Esa búsqueda como él lo había llamado.