King Kazma
Shiromimi
28-10-2024, 06:09 AM
Había sido sólo un sueño… O un delirio provocado por la fiebre. Lo que estaba claro era que su estado de salud estaba influyendo drásticamente en el tipo de visiones de ayuda que tenía. Para empezar, lo había ampliado, ya que no esperaba recibir ayuda de sus padres en ningún momento próximo. Pero es que no se quedaba en eso, pues él no quería regresar a casa. Sí, los cuidados de una madre estando enfermo estaban muy bien, pero había motivos de peso para él que le hacían no querer volver allí. No necesitaba repasarlos mentalmente como si se los estuviera explicando a alguien o fuera olvidadizo. Conocía muy bien sus motivos, demasiado bien. Era imposible que los olvidara cuando los tenía grabados a fuego en su mente.
Pero tal vez sí debería hacer lo que había pensado. Escribirles una carta para hacerles saber que se encontraba bien, o todo lo bien que podía estar considerando su enfermedad. Podía imaginarse a su madre, completamente nerviosa, atacada de los nervios los primeros días. Al cabo de un tiempo se habría acostumbrado a estar al límite del colapso y comenzaría a disimularlo muy bien, pero nunca dejaría atrás esa tensión nerviosa. Su padre cometería errores al principio, propiciados por la procesión que llevaba por dentro, pero se mostraría estoico ante los demás. Ambos estarían desolados porque su único hijo al que habían dado todo lo que estaba en sus manos se había ido sin más, desaparecido en cuestión de minutos. Ni siquiera sabían si se había ido por voluntad propia o lo habían secuestrado. Podía fácilmente estar viajando de forma tranquila por el mundo, encerrado en una jaula o enterrado junto a muchos otros tras haberle cortado los pies por encima del tobillo por aquella estúpida superstición de que las patas de conejo daban buena suerte.
Pero tal vez sí debería hacer lo que había pensado. Escribirles una carta para hacerles saber que se encontraba bien, o todo lo bien que podía estar considerando su enfermedad. Podía imaginarse a su madre, completamente nerviosa, atacada de los nervios los primeros días. Al cabo de un tiempo se habría acostumbrado a estar al límite del colapso y comenzaría a disimularlo muy bien, pero nunca dejaría atrás esa tensión nerviosa. Su padre cometería errores al principio, propiciados por la procesión que llevaba por dentro, pero se mostraría estoico ante los demás. Ambos estarían desolados porque su único hijo al que habían dado todo lo que estaba en sus manos se había ido sin más, desaparecido en cuestión de minutos. Ni siquiera sabían si se había ido por voluntad propia o lo habían secuestrado. Podía fácilmente estar viajando de forma tranquila por el mundo, encerrado en una jaula o enterrado junto a muchos otros tras haberle cortado los pies por encima del tobillo por aquella estúpida superstición de que las patas de conejo daban buena suerte.