Octojin
El terror blanco
28-10-2024, 09:35 AM
Octojin escuchó en silencio las palabras de Atlas y observó los trazos en la arena donde escenificaban el plan. No sabía por qué pero todos empezaban a tener la costumbre de dibujar su estrategia allí. ¿Quizá la arena era un lienzo mas sencillo de entender por la mente? ¿O simplemente aprovechaban lo que tenían a su alrededor?
En cualquier caso, el peso de la operación recaía en gran parte sobre el tiburón y los otros gyojins exploradores, una responsabilidad que Octojin sentía como suya, por encima de cualquier otro. Al observar el mapa improvisado, su mandíbula se tensó levemente; la idea de involucrar a tantos en algo que podía salir mal, en algo que podría poner en riesgo vidas de seres que simplemente querían vivir en paz, le hacía sentirse incómodo.
Mientras Atlas y Tiberius discutían los detalles, Octojin notaba la firmeza y calma en la voz de su compañero de brigada, que estaba cargando con una gran parte de la elaboración del plan. Lo cierto es que Atlas estaba siendo un ejemplo en todas aquellas acciones que estaban haciendo por y para los gyojins. Y aquello hablaba muy bien de él. Y también de que había enterrado el hacha de guerra que una vez alzó contra el gyojin. Así que él haría lo mismo, en ese momento estaba claro que se lo debía.
“Atlas tiene lo que hace falta para liderar este tipo de operaciones. Se merece un ascenso, la marina se está perdiendo no solo a alguien muy poderoso, sino a alguien con cabeza. Y de esos no hay muchos” pensó mientras asentía con una breve inclinación de cabeza.
Sin necesidad de intervenir, Octojin expresó su apoyo a cada paso que Atlas iba proponiendo. Todo tenía sentido, y la forma en la que pensaba era muy similar a la del habitante del mar. La determinación de Tiberius también era destacable, como un ancla que sostenía al grupo en medio de una marea de incertidumbre. Los gyojins locales estaban comprometidos a luchar por los suyos, y Octojin veía en sus ojos una chispa similar a la que sentía en el fondo de su pecho. Lo cierto es que tenía claro que su objetivo era defender su raza de las injusticias, sin importar lo que costara. Y él sería el primero en estar en primera línea de batalla, recibiendo cuantos golpes pudiese y evitando que los suyos sintieran el más mínimo dolor si él podía recibirlo por ellos.
Al ver que el plan estaba claro, Octojin decidió prepararse mentalmente. Revisó cada paso que tendría que ejecutar, intentando no olvidarlo después. Era una parte primordial en los planes el seguir las instrucciones al pie de la letra, en caso contrario, el eslabón que fallaba ponía en jaque todo el plan. Y eso no se lo perdonaría jamás, mucho menos si la vida de los suyos estaba en juego.
La sección que le correspondía cubrir estaba al norte, una zona complicada llena de islotes y rocas que podían ocultar barcos fácilmente. Mientras Atlas se dirigía a su posición, Octojin se adentró en el mar, sintiendo el agua rodearlo como un manto reconfortante y protector. Allí estaba en su ambiente, en su zona de confort. Allí no había problema que no pudiera solucionar. Las corrientes podían llegar a ser fuertes y traicionares, pero el escualo las navegaría con la velocidad y precisión de un depredador. De aquello que era.
Aceleró a gran velocidad, dejando que el agua se deslizara en su piel como si fuera una extensión de su ser. Los pensamientos de los gyojins atrapados llenaban su mente. Necesitaba verlos a salvo, necesitaba saber que su sufrimiento terminaría pronto. Se forzó a concentrarse, confiando en que sus sentidos y su conocimiento del mar lo guiarían en la dirección correcta, como siempre habían hecho.
La zona estaba despejada en apariencia, pero Octojin notaba pequeños detalles fuera de lugar, y aunque aún no veía nada concreto, su instinto le advertía que no estaba solo. Tomó el Den Den Mushi y se comunicó con Atlas, con la clara intención de ponerle al tanto de lo que veía y percibía.
— Estoy en posición. Aún no hay nada sospechoso, pero noto que las corrientes y el silencio son inusuales. Informaré si algo cambia.
Octojin continuó su avance, moviéndose en forma de zigzag y analizando cada sombra que se proyectaba desde las rocas submarinas. Todo, incluso el movimiento más natural, podría ser parte de una amenaza mayor. Así que los sentidos del escualo se agudizaron hasta el punto máximo que pudo. Después de varios minutos, notó una serie de huellas recientes en el fondo arenoso. La arena parecía haber sido perturbada por varias aletas en rápida sucesión. “Alguien ha pasado por aquí hace poco, y eran muchos” pensó. La idea de que los piratas estuvieran usando gyojins cautivos como guías en el agua le revolvía el estómago, pero no era el momento de dejarse llevar por la rabia. Tenía que calmarse y actuar con cautela. Ya habría tiempo de demostrar toda esa ira que tenía en su interior.
Continuó avanzando hasta una gran roca que se alzaba desde el lecho marino. Detrás de ella, una pequeña embarcación de aspecto furtivo permanecía parcialmente oculta. Allí estaban los prisioneros, atados entre ellos y con evidentes signos de haber sido maltratados. No los llevarían a ningún sitio. No se lo permitiría.
Con el Den Den Mushi en la mano, volvió a comunicarse con Atlas, intentando alertarle del peligro inminente que él mismo sería.
— Los encontré, escondidos tras una roca grande al norte —su voz sonaba firme y decidida—. Necesitamos apoyo aéreo para desactivar cualquier posible aviso. Voy a hacer ruido aquí abajo.
Y sin esperar respuesta, Octojin se impulsó con todas sus fuerzas hacia la pequeña embarcación. En el agua, su velocidad era letal, y en cuestión de segundos, había alcanzado la estructura. Con un golpe seco y certero, destrozó una de las maderas laterales. Impregnó sus puños en haki previo al ataque, y la ira que sentía en ese momento hizo que el golpe fuese aún más contundente. El estruendo alertó a los piratas en cubierta, quienes lanzaron una serie de disparos hacia él de forma defensiva.
Pero aquello no era nada para él. El habitante del mar estaba completamente concienciado en llevarse cuantos golpes fueran necesarios antes de que sus iguales de sangre los recibiesen. Sin detenerse, Octojin tomó impulso de nuevo y lanzó otro golpe, esta vez con el objetivo de romper las estructuras de los altavoces y los dispositivos sonoros. Todo lo que estaba a su paso debía caer, y haría lo que pudiese para frenar a aquellos humanos de la atrocidad que estaban cometiendo.
Los piratas trataban de defenderse de aquella amenaza que no conseguían ver, lanzando redes y arpones hacia la sombra en el agua, pero Octojin esquivaba y destruía cada obstáculo con una mezcla de agilidad y fuerza bruta. No le pararían fácilmente.
Uno de los piratas, un hombre alto y musculoso con cicatrices que recorrían su rostro, parecía liderar la defensa. Sacó un arma que parecía una especie de lanza con puntas afiladas de piedra, y atacó a Octojin en un intento desesperado de detenerlo. El gyojin, alerta, evitó el primer ataque y, con un movimiento calculado, desvió la lanza antes de contraatacar con un potente gancho de derecha. El pirata fue lanzado varios metros hacia atrás y terminó cayendo al suelo con el impacto, haciendo que el resto de sus compañeros retrocediesen un par de pasos al ver la facilidad con la que el tiburón había derribado al que parecía su líder.
Con el camino temporalmente despejado, Octojin se acercó a los gyojins y comenzó a cortar las ataduras con sus poderosos y afilados dientes. La mayoría de ellos estaban heridos o debilitados, pero el brillo de esperanza en sus ojos al ver lo que acababa de pasar, era innegable.
Su cuerpo lucía algo magullado y sangraba por algún que otro músculo. Lo cierto es que el gyojin pensaba que estaba evadiendo todos los golpes, pero a la vista estaba que no, que había recibido alguno que otro. Algo normal teniendo en cuenta la cantidad de ataques recibidos en un momento.
—Tranquilos, estamos aquí para sacarlos. En cuanto Atlas llegue, estaremos seguros —les aseguró, mientras continuaba liberándolos.
Pero entonces, cuando todo parecía que iba a tener un final feliz, desde lo alto de las montañas, salieron varios tiradores con rifles de larga distancia, apuntando a los gyojins. Parecían estar dispuestos a disparar. Uno de los piratas que antes había dado un par de pasos hacia atrás, alzó la mano, como si estuviera ganando algo de tiempo antes de que los tiradores dispararan.
El tiburón maldijo el haber sido tan estúpido. ¿Cómo se iban a retirar el resto de piratas al ver cómo solo uno de ellos caían? Sólo habían ganado algo de tiempo para tener en jaque al gyojin, que tenía claro que intentaría recibir la mayor cantidad de disparos, intentando defender a los suyos. Pero quizá aquello no fuese suficiente para defenderlos a todos. ¿Qué podía hacer?
En cualquier caso, el peso de la operación recaía en gran parte sobre el tiburón y los otros gyojins exploradores, una responsabilidad que Octojin sentía como suya, por encima de cualquier otro. Al observar el mapa improvisado, su mandíbula se tensó levemente; la idea de involucrar a tantos en algo que podía salir mal, en algo que podría poner en riesgo vidas de seres que simplemente querían vivir en paz, le hacía sentirse incómodo.
Mientras Atlas y Tiberius discutían los detalles, Octojin notaba la firmeza y calma en la voz de su compañero de brigada, que estaba cargando con una gran parte de la elaboración del plan. Lo cierto es que Atlas estaba siendo un ejemplo en todas aquellas acciones que estaban haciendo por y para los gyojins. Y aquello hablaba muy bien de él. Y también de que había enterrado el hacha de guerra que una vez alzó contra el gyojin. Así que él haría lo mismo, en ese momento estaba claro que se lo debía.
“Atlas tiene lo que hace falta para liderar este tipo de operaciones. Se merece un ascenso, la marina se está perdiendo no solo a alguien muy poderoso, sino a alguien con cabeza. Y de esos no hay muchos” pensó mientras asentía con una breve inclinación de cabeza.
Sin necesidad de intervenir, Octojin expresó su apoyo a cada paso que Atlas iba proponiendo. Todo tenía sentido, y la forma en la que pensaba era muy similar a la del habitante del mar. La determinación de Tiberius también era destacable, como un ancla que sostenía al grupo en medio de una marea de incertidumbre. Los gyojins locales estaban comprometidos a luchar por los suyos, y Octojin veía en sus ojos una chispa similar a la que sentía en el fondo de su pecho. Lo cierto es que tenía claro que su objetivo era defender su raza de las injusticias, sin importar lo que costara. Y él sería el primero en estar en primera línea de batalla, recibiendo cuantos golpes pudiese y evitando que los suyos sintieran el más mínimo dolor si él podía recibirlo por ellos.
Al ver que el plan estaba claro, Octojin decidió prepararse mentalmente. Revisó cada paso que tendría que ejecutar, intentando no olvidarlo después. Era una parte primordial en los planes el seguir las instrucciones al pie de la letra, en caso contrario, el eslabón que fallaba ponía en jaque todo el plan. Y eso no se lo perdonaría jamás, mucho menos si la vida de los suyos estaba en juego.
La sección que le correspondía cubrir estaba al norte, una zona complicada llena de islotes y rocas que podían ocultar barcos fácilmente. Mientras Atlas se dirigía a su posición, Octojin se adentró en el mar, sintiendo el agua rodearlo como un manto reconfortante y protector. Allí estaba en su ambiente, en su zona de confort. Allí no había problema que no pudiera solucionar. Las corrientes podían llegar a ser fuertes y traicionares, pero el escualo las navegaría con la velocidad y precisión de un depredador. De aquello que era.
Aceleró a gran velocidad, dejando que el agua se deslizara en su piel como si fuera una extensión de su ser. Los pensamientos de los gyojins atrapados llenaban su mente. Necesitaba verlos a salvo, necesitaba saber que su sufrimiento terminaría pronto. Se forzó a concentrarse, confiando en que sus sentidos y su conocimiento del mar lo guiarían en la dirección correcta, como siempre habían hecho.
La zona estaba despejada en apariencia, pero Octojin notaba pequeños detalles fuera de lugar, y aunque aún no veía nada concreto, su instinto le advertía que no estaba solo. Tomó el Den Den Mushi y se comunicó con Atlas, con la clara intención de ponerle al tanto de lo que veía y percibía.
— Estoy en posición. Aún no hay nada sospechoso, pero noto que las corrientes y el silencio son inusuales. Informaré si algo cambia.
Octojin continuó su avance, moviéndose en forma de zigzag y analizando cada sombra que se proyectaba desde las rocas submarinas. Todo, incluso el movimiento más natural, podría ser parte de una amenaza mayor. Así que los sentidos del escualo se agudizaron hasta el punto máximo que pudo. Después de varios minutos, notó una serie de huellas recientes en el fondo arenoso. La arena parecía haber sido perturbada por varias aletas en rápida sucesión. “Alguien ha pasado por aquí hace poco, y eran muchos” pensó. La idea de que los piratas estuvieran usando gyojins cautivos como guías en el agua le revolvía el estómago, pero no era el momento de dejarse llevar por la rabia. Tenía que calmarse y actuar con cautela. Ya habría tiempo de demostrar toda esa ira que tenía en su interior.
Continuó avanzando hasta una gran roca que se alzaba desde el lecho marino. Detrás de ella, una pequeña embarcación de aspecto furtivo permanecía parcialmente oculta. Allí estaban los prisioneros, atados entre ellos y con evidentes signos de haber sido maltratados. No los llevarían a ningún sitio. No se lo permitiría.
Con el Den Den Mushi en la mano, volvió a comunicarse con Atlas, intentando alertarle del peligro inminente que él mismo sería.
— Los encontré, escondidos tras una roca grande al norte —su voz sonaba firme y decidida—. Necesitamos apoyo aéreo para desactivar cualquier posible aviso. Voy a hacer ruido aquí abajo.
Y sin esperar respuesta, Octojin se impulsó con todas sus fuerzas hacia la pequeña embarcación. En el agua, su velocidad era letal, y en cuestión de segundos, había alcanzado la estructura. Con un golpe seco y certero, destrozó una de las maderas laterales. Impregnó sus puños en haki previo al ataque, y la ira que sentía en ese momento hizo que el golpe fuese aún más contundente. El estruendo alertó a los piratas en cubierta, quienes lanzaron una serie de disparos hacia él de forma defensiva.
Pero aquello no era nada para él. El habitante del mar estaba completamente concienciado en llevarse cuantos golpes fueran necesarios antes de que sus iguales de sangre los recibiesen. Sin detenerse, Octojin tomó impulso de nuevo y lanzó otro golpe, esta vez con el objetivo de romper las estructuras de los altavoces y los dispositivos sonoros. Todo lo que estaba a su paso debía caer, y haría lo que pudiese para frenar a aquellos humanos de la atrocidad que estaban cometiendo.
Los piratas trataban de defenderse de aquella amenaza que no conseguían ver, lanzando redes y arpones hacia la sombra en el agua, pero Octojin esquivaba y destruía cada obstáculo con una mezcla de agilidad y fuerza bruta. No le pararían fácilmente.
Uno de los piratas, un hombre alto y musculoso con cicatrices que recorrían su rostro, parecía liderar la defensa. Sacó un arma que parecía una especie de lanza con puntas afiladas de piedra, y atacó a Octojin en un intento desesperado de detenerlo. El gyojin, alerta, evitó el primer ataque y, con un movimiento calculado, desvió la lanza antes de contraatacar con un potente gancho de derecha. El pirata fue lanzado varios metros hacia atrás y terminó cayendo al suelo con el impacto, haciendo que el resto de sus compañeros retrocediesen un par de pasos al ver la facilidad con la que el tiburón había derribado al que parecía su líder.
Con el camino temporalmente despejado, Octojin se acercó a los gyojins y comenzó a cortar las ataduras con sus poderosos y afilados dientes. La mayoría de ellos estaban heridos o debilitados, pero el brillo de esperanza en sus ojos al ver lo que acababa de pasar, era innegable.
Su cuerpo lucía algo magullado y sangraba por algún que otro músculo. Lo cierto es que el gyojin pensaba que estaba evadiendo todos los golpes, pero a la vista estaba que no, que había recibido alguno que otro. Algo normal teniendo en cuenta la cantidad de ataques recibidos en un momento.
—Tranquilos, estamos aquí para sacarlos. En cuanto Atlas llegue, estaremos seguros —les aseguró, mientras continuaba liberándolos.
Pero entonces, cuando todo parecía que iba a tener un final feliz, desde lo alto de las montañas, salieron varios tiradores con rifles de larga distancia, apuntando a los gyojins. Parecían estar dispuestos a disparar. Uno de los piratas que antes había dado un par de pasos hacia atrás, alzó la mano, como si estuviera ganando algo de tiempo antes de que los tiradores dispararan.
El tiburón maldijo el haber sido tan estúpido. ¿Cómo se iban a retirar el resto de piratas al ver cómo solo uno de ellos caían? Sólo habían ganado algo de tiempo para tener en jaque al gyojin, que tenía claro que intentaría recibir la mayor cantidad de disparos, intentando defender a los suyos. Pero quizá aquello no fuese suficiente para defenderlos a todos. ¿Qué podía hacer?